Un payaso en el maizal de Adam Cesare

Por: Jefferson Echeverría*

Un payaso en el maizal
Panamericana editorial
Adam Cesare
294 páginas
Bogotá, 2025


l“Si te ha gustado: por favor, haz una reseña. Si no te ha gustado: también haz una reseña”. Así culmina la última página de agradecimiento por parte del novelista norteamericano Adam Cesare. Y heme aquí, no solamente cumpliendo con el compromiso sugerido por el autor, sino también haciendo válido un deseo que va más allá del asombro personal tras leer una obra tan bien lograda como lo es Un payaso en el maizal. No me desmentirán los amantes del terror (sobre todo los que han tenido la oportunidad de leer esta escalofriante historia) que fomentar el miedo en la literatura no siempre se concentra en el misticismo de lo sobrenatural; de hecho, a veces suele aplicarse más como un pretexto con el mero fin de producir sensaciones que abordan un sentido mucho más profundo y certero. 

No obstante, el avance continuo de esta novela reúne todos y cada uno de los matices con los que el miedo se convierte en una agonía perdurable, en una pieza del horror vertiginosa que se transfigura en imágenes descarnadas tan sólo superadas por episodios comunes, pero sin perder de vista su dramatismo envolvente. Pues, ante todo, Cesare ha pensado en los detalles más ínfimos con tal de acercarnos a problemáticas donde la psicopatía, la lucha entre generaciones, las tragedias pasadas, la rebeldía, la traición entre amigos y hasta los amores secretos configuran el ambiente del deteriorado pueblo de Kettle Springs.




Pero vamos por partes. Hablemos primero de cómo, a raíz de un acontecimiento aparentemente inofensivo, el entorno drásticamente adopta un giro terrible en el que luego germinan las primeras señales del horror producto de las diferencias generacionales. Todo comienza por el arrebato de un grupo de adolescentes quienes, al desobedecer a los adultos del pueblo, emprenden un acto de rebeldía. El jolgorio en medio del furor nocturno ensalza una serie de piruetas. Las bromas y las burlas se inmortalizan continuamente a la vista de todos, pues los celulares no dejan de captar cada instante registrado en vivo a través de YouTube. 

Mientras estos jóvenes rebeldes e inconscientes se entregan a sus deleites y viven su vida al máximo sin medir las consecuencias; los adultos, en cambio, esos viejos anticuados, no dejan de quejarse por esta clase de atropellos. Definitivamente los tiempos pasados eran mejores en el buen pueblo de Kettle Springs, en esa época heroica cuando su fundador, un payaso de nombre Frendo, había cimentado los valores que ahora se están perdiendo por causa de esta irreverencia, pues por culpa de esta, uno de los lugares donde hubo un auge no solamente económico sino también turístico como lo fue la antigua fábrica, fue misteriosamente incendiado y todo apunta a que los directos responsables son ellos, y todo por saciar su afán de viralizarse a través de las redes sociales. 

El ambiente frenético se agudiza mucho más cuando Victoria Hill, hermana de Cole e hija de Terry Hill, uno de los hombres más influyentes del pueblo, sufre un accidente por culpa de una imprudencia en el río. Es la última gota que ha rebosado el vaso de la discordia. Esto es inaguantable. Algún día estos jóvenes recibirán un merecido, por lo pronto, que sigan haciendo sus pilatunas, continúen grabándose, que se embriaguen y cometan atrocidades, pues el mito rural del payaso Frendo ojalá les haga entrar en razón. 

En medio de este panorama tan hostil deben convivir Quinn, junto con su padre, el doctor Glenn Maybrook. Quieren empezar una nueva vida, pues las nebulosas de un pasado entristecido por la pérdida de su madre y esposa, se arrastran a su memoria permanentemente y los conmueve a un grado confuso de querer dejar atrás Filadelfia, con tal de no revivir aquellos instantes tormentosos. Por esta razón, el padre ha tomado la decisión radical de arribar a este pueblo, tomar las riendas de un nuevo consultorio y ser prácticamente, junto con su hija, un par de forasteros. El montón de casas ocultas entre un montón de maizales les produce una sensación de abandono, como si estuvieran accediendo a un pueblo fantasma. Es lo que piensa Quinn, luego de ver las inmensas plantaciones resecas del maizal que bordean las carreteras y condensan la impresión de estar en tierra de nadie. Pero hay algo que despierta su atención: una fábrica abandonada en cuyo muro se dibuja un payaso deforme, que confirma la anormalidad de este lugar. 

Aunque esto no es impedimento para Quinn al momento de crear nuevos lazos de amistad: primero conoce a Rust, un joven de carácter recio y mirada distante, como si estuviera ocultando un secreto en sus ojos. Después interactúa accidentalmente, cuando asiste a su nuevo colegio, a la irreverente Ginger; el desparpajado Matt y su pareja, la impulsiva Ronnie; Trucker, el rústico grandulón que siempre actúa como si fuera el guardaespaldas de Cole; y Janet, la más razonable del grupo. Durante una sesión de castigo en el colegio, gracias a un impulso frenético por parte del profesor de ciencias, el primer día del colegio resulta ser algo traumático para la sensata Quinn. Sin embargo, este evento le permite involucrarse más con sus nuevos compañeros, quienes deciden fraguar una especie de fiesta en uno de los eventos más importantes para los habitantes del pueblo. Todo parece engalanar el jolgorio en vísperas del Día del Fundador, aunque están lejos de saber, entre el estrépito de sus risas y la locura de sus impulsos irracionales, que la figura del payaso Frendo multiplicada en varias formas, está preparando un carnaval del horror. 

La continuidad de los sucesos se logra de un modo tan vertiginoso que resulta imposible perder la atención en los lectores. Apariciones continuas de sangre, asesinatos indiscriminados donde el autor no escatima detalles con tal de cumplir con su propósito de producir espanto, repudio y escenas lo suficientemente explícitas como para no prescindir ninguno de los sacrificios humanos que prevalecen con una singular manera de expresarlos como si fueran eventos comunes, lo cual permite acaparar aún más el interés. A través de estas precisiones, un valor más controversial asume el símbolo de Frendo en la disputa generacional entre los adolescentes y los mayores. Salen a relucir anteriores rencillas que se materializan en deseos de venganza que poco a poco conducen a decisiones sociópatas e inusuales que logran percibir de esta obra un ejemplar impactante del horror. 

Gracias a la edición de Julian Acosta Riveros, la traducción de Roberto Carrasco y la diagramación de Jairo Toro Rubio, Panamericana Editorial nos muestra una faceta interesante que irrumpe estremece nuestra sensibilidad para comprender un poco más cuáles son las magnitudes del terror en nuestro tiempo. 


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* Especial para Panamericana Editorial

PdL