Pasaje a través de la manigua del cuerpo

Como si se tratase de un cuadro de Francis Bacon, a modo de nueva geografía de una ciudad signada por la velocidad, la violencia y la desmesura, Ringo Cruz Gamba pone de manifiesto en esta suma cuentística, Culebrilla, la necesidad de desmembrar el tejido de lo narrativo para llegar a un arte poética propia en once cuentos de diversa índole que van del flujo de consciencia de un hombre estragado por los recuerdos a la copiosa revisión del trágico contemporáneo, visto desde la cotidianeidad en una reversión de la pornomiseria, como se verá en la lectura asincrónica de personajes del común, vistos bajo el lente subjetivo de un autor cercado por el absurdo y la materialidad sin filtro de su prosa.

Por Carlos Andrés Almeyda

Culebrilla y otros relatos
Ringo Cruz Gamba
Nueve editores
112 páginas
Bogotá, 2022

Aparecen entonces la rutina de un policía, su esposa y su moto, la historia en dos tiempos de un redentor crucificado y un juglar acordeonero, la historia nocturno de un voyeur y una muñeca inflable que a distancia protagonizan una extraña película snuff, los calores tropicales de un aviador que sufre una metamorfósis entre la manigua y el aguardiente, hasta historias que narran la jaculatoria de sacerdotes perdidos en los Andes y en cuya penitencia compartida cada quien sobrellevará la vorágine convertido en carne para el sacrificio, signan este libro de manera visceral, esto para encontrarnos frente a un discurso del eros como mutilación, como animalidad y naturaleza convulsa: la carne como lo que es, fluidos que se dispersan como el aceite hirviendo mientras una pollería de barrio es asaltada por dos hermanos en refriega con el pasado y sus amores sin resolver. Aquí el thanatos se resignifica hasta dejarnos frente a la realidad como juego psicótico y reverberación. De allí que el sexo y la muerte sean parte de esta columna vertebral hecha de materias cotidianas, la lúgrube procesión junto a un difunto, la manteca como sustancia principal a lo largo de los cuentos o las plagas que siempre revolotean, husmean, escarban o erosionan a los personajes que aquí se decantan por abrirse de un tajo la conciencia para revelarnos aquella simiente hecha de semen y de barro. 

En un principio, el asomarme a Culebrilla me llevó a preguntarme por la memoria como rastro de migajas a las que el protagonista del primer cuento, “Átomos negros”, quiso reducir a un muy personal obituario de sus fracasos. Fotos tras la cuales el flujo de consciencia de un hombre encerrado en su departamento, termina por delinear algo que siempre estará presente en el aire a ratos mortecino, a ratos lúbrico, que recorre estas páginas como una culebrilla, una enfermedad hecha de paranoia y fiebre: la caída como sustrato del cuerpo y el cuerpo como lugar de operaciones, como necropsia. En este sentido, nos encontramos frente a un hombre que sostiene las imágenes de su pasado como quien visita su propio mausoleo para revelarnos que es carne lo que lleva adentro y no moralismos o signos de que el amor o la felicidad hayan pasado por su vida. De allí que temas como el dolor, la infidelidad, la violencia de las calles, de los estamentos que detentan el poder (siempre hallaremos policías maltrechos o malandros que luego de cometer un crimen corren a la peluquería para conservar la compostura), temas como la demencia, la lujuria -lujuria eso sí hecha ritual o catarsis- o la traición permiten al lector sentirse él mismo habitado por coleópteros y otros insectos escondidos en cada historia, prestos para devorarlo todo como en una liturgia de difuntos. Así pues, polisémico en la medida en que cada cuento es una suerte de automutilación, Culebrilla y otros relatos no es otra cosa que un muy particular diario de anatomía, aquí las pócimas y remedios están elaborados con bichos, caso del cuartucho de un primer personaje a quien las hormigas devoran para consumirlo todo. Entonces parece aquí una pista sobre aquello que detentan estos insectos y muchos otros del libro, surgen como representaciones de la propia psique de su autor para  hablar del asco y la pérdida como factores constitutivos de este raro rito de comerse el recuerdo hasta que este termina por alimentarse de sí mismo como una antropofagia. Las hormigas, mucho me temo, son la materialización de un trauma o de una pérdida irresoluble, el cuervo en el dintel de la puerta de Poe o la cucaracha que en La pasión según G.H. inaugura el menú de Lispector. Al final, el narrador sentencia: “He perdido la guerra. Las hormigas hacen sus campamentos en mi ropa, vibran como átomos negros a mi alrededor. Mi traje de novio es comido por los insectos y, en uno de sus bolsillos, brilla un anillo de oro”. 



Con un tono que nos deslinda de un primer momento lleno de la oscuridad de la habitación a solas de ese protohombre hecho de postales y renuncias, el siguiente cuento, “Mis oficios”, allana otro de los subtemas que atraviesan Culebrilla, la rutina. Esta rutina hecha de los diarios desencuentros termina por poner en relieve la hosquedad de un matrimonio y su hijo. Aparece aquí una sucinta crítica que más de una vez pondrá al lector a la defensiva, aquel policía que urge de deseo mientras su esposa lava los platos y que más tarde veremos arrodillada limpiando la moto del uniformado. En esa primera persona que nos pone al tanto de la visión, entre subjetiva y plana, de una mujer resignada, “yo soy una casa hecha con lo bueno y lo malo que me da la manteca de la vida”. Aparece el machismo como tabla de la ley y tras este, el denuedo de una vida de madre, esposa, amante muda, aparece de igual forma otro de los recursos que Ringo Cruz pone siempre en primer plano, la descripción a secas, sin sordina, de espacios y detalles cuya metafísica consiste en hacer parte de una escenografía a menudo sucia y directa: por aquí pasan las escenas de alcoba como rápidos flirteos con la animalidad y, una vez más, fluidos y animales diminutos, hasta llegar a otra presencia que anda por ahí, lagartijas, iguanas, lagartos. Tema para un psicoanálisis del libro. En el detalle, reaparece una obsesión del autor de Culebrillas, la manteca: 

“Yo sí he usado la manteca como ingrediente secreto para la vida. Las esposas no somos más que unas marraneras, cebamos a los hombres hasta convertirlos en esposos”.  

Hay, como en el relato anterior, la necesidad de una metamorfosis, de allí que a ratos se sublimen algunas ideas desde el recurso de los insectos, como en este caso las mariposas que coadyuvan a trasplantar en la mujer la idea de la maternidad:

“¿Y si vuelvo a recalentar el material con que formaron a mi niño, y logro convertirlo en mariposa?”.

La manteca como sustancia oleaginosa surte a este libro de la viscosidad necesaria para mostrar lo cotidiano como síntoma, como enfermedad convulsa y como problema ulterior. “Manteca  paterna”, por ejemplo, vuelve a la simiente como castigo, el padre, la figura recobrada de santos llagados y paternalismos truncos clavados en una cruz; entonces el objeto de este cuento se hace experimento, tiempo recobrado en donde no sabemos dónde termina la procesión y el viacrucis de un redentor y dónde empieza la leyenda del juglar vallenato que Ringo Cruz presenta como si se tratase de un semidios que canta Alicia adorada. A este cuento le sigue uno de los más mordaces lances del libro, “Falta de sueño”. Tendría que abstenerme del spoiler mencionando apenas dos aspectos fundamentales. Unido con la historia que se desarrolla a través de un monitor y una cámara web, este hombre presencia una calamidad grotesca y a la vez risible. Una escena de porno, un guiño al cine snuff y una psicopatía con muñeca inflable a bordo.

Como cuento que da nombre al libro, “Culebrilla” relata las peripecias de un aviador caído en desgracia en las inmediaciones del trópico colombiano. Relato que discurre entre la selva y la guerrilla colombiana, se nos contagia de esa enfermedad que el protagonista recrea en tanto narra los vicios del ritual profano de una mujer, mientras el apocalipsis se consuma. Sexo y muerte de nuevo como talismanes, fiembre enceguecida tras la que no sabemos si los crímenes que se relatan hacen parte de las alucinaciones o simplemente aparecen como si la ensoñación narcótica del mambe y la sangre de iguana los hubiera puesto allí para terminar de hurdir su crimen, el de la mesa de un cirujano que, como Ringo Cruz Gamba, va extrallendo cada órgano cono la paciencia de un alquimista. 

En esta alquimia, lo subrayo, los cuerpos desenfocados terminan por remedar sendas plagas o por convertirse en animales que el ritual de la selva abriga para subrayar el mito y el símbolo, instrumentos de médico que aquí convienen en crear una interesante simbiosis entre los cuentos de Culebrilla, aunque no tengan estos una expresa relación o abarquen las mismas estéticas y recursos narrativos.ejemplo de ello, puede verse en el cuento “La sal de la tierra”, en la que persisten elementos como la selva, la vorágine, la materia que constituye ese imaginario propio de la humedad y los territorios salvajes. En este cuento, aparece un recurso metahistórico, acaso metaficcional, como el que se nos cuentan las proezas y viajes de un sacerdote e investigador en procura de datos sobre un predecesor, candidato a santo por cuenta de sus santos oficios. Luego aparece la desmesura, de nuevo la carne como condena, la selva, “sombra enferma” que a todos transforma en figurantes de una tragedia épica. Entonces volvemos al cuerpo como calabozo, como lugar de supersticiones y como caída. Al final, los insectos, como de costumbre, lo invaden todo para completar el ritual de sombras, “los insectos a mi alrededor se multiplican formando una nube negra”.

En “Corte para caballero”, por ejemplo, se nos anuncia la muerte desde el espejo de una peluquería, la sangre, los fluidos viscosos, el cabello y la piel como parte de un fresco de Francis Bacon. He aquí que vuelven a escena personajes del barrio, vuelven también los agentes del orden a quienes no les va muy bien que digamos en Culebrillas. En esta visitación a los lugares populares, no podría faltar el asadero de pollos y en este, la manteca. También, como en su cuento “El pollo frito”, reaparecen las descripciones minuciosas de los rincones non sanctos o alejados del estereotipo de belleza: 

“En sus paredes una huella de cascos de papa y un charquito grasoso y amarillento donde flotan los culos de los animales. Detrás, un horno untado con jabón para que no se le pegue la grasa y un agujero que parece una cocina. Pegado a uno de los muros, un televisor lanza destellos contra el anaranjado vacío”. 

Dos hermanos robando una pollería, grasa en todas partes y, desde luego, policías. Entonces el absurdo nos confronta más allá del simple robo como tema, aquí hay una conversación sobre cosas sin importancia, Godzilla, Toy story, Barney el dinosaurio, hasta que la pornomiseria, acaso como crítica social o como tinte para la ironía, revelan de nuevo sus dientes: el amor, la traición, el sainete de la telenovela de los domingos y la condición humana puesta en tela de juicio tras una simple disputa sobre si fue primero el huevo o la gallina. Cierran el libro tres cuentos, “Asfixia”, como un breve ejercicio de cadáveres que mantiene el diálogo constante de Ringo Cruz con la muerte, “Nazareno radiactivo”, una suerte de guiño fonsequiano donde resulta difícil no recordar su “cobrador”, y con quien comparte el gusto por la venganza, el crimen como oficio y la genitalidad como ofrenda e instrumento de poder, hombres orgullosos de su virilidad, aquellos cuyas armas para delinquir van del gatillo a la grosera masculinidad. 

Para cerrar, Culebrilla y otros relatos incluye el cuento “Corazón esférico”, declaración de amor por el fútbol y, tras este, por la marginalidad, la calle, la violencia de barriada como parte de la idiosincrasia que RIngo Cruz ha querido poner de manifiesto mientras cada cuento explora sus propios precipicios. Entonces el barrio no es solo eso, es por igual la iglesia, las canchas y los equipos, los colores de las calles y las friterías y tiendas de abarrotes, es el recuerdo de una Bogotá trastocada e inmunda, es la visceralidad hecha fogata para el holocausto. Al final, muerte y más muerte y, para nuestra sorpresa, una traición que viene a cerrar el último cuento de Culebrilla, como alentándonos a seguir descreyendo del amor en todas y cada una de sus facetas.

______________

El libro puede adquirirse en este enlace de Buscalibre.


PdL