Publicamos este texto del poeta portugués Fernando Pessoa a su amigo Mario de Sá-Carneiro, muerto en París el 26 de abril de 1916. Sá Carneiro nace en Lisboa un 19 de mayo de 1890.
Por Fernando Pessoa
Muere joven aquel a quien los dioses aman, es un precepto de la sabiduría antigua. Y por cierto la imaginación, que prefigura nuevos mundos, y el arte, que en obras los finge, son las señales notorias de ese amor divino. No conceden los dioses esos dones para que seamos felices, sino para que seamos sus iguales. Quien ama, ama sólo a su igual, porque lo hace igual con amarlo. Como, sin embargo, el hombre no puede ser igual a los dioses, pues el destino los separó, no intenta el hombre ni se altera dios por el amor divino: sólo se estanca dios fingido, enfermo de su ficción.No mueren jóvenes todos a los que dios ama, sino entendiendo por muerte el acabamiento de lo que constituye la vida. Y como la vida, más allá de si misma, la constituye el instinto natural con que se la vive, los dioses, a los que aman, matan jóvenes o en la vida o en el instinto natural con que la viven. Unos mueren; a los otros, sacado el instinto con que vivían, les pesa la vida como la muerte, viven muerte, mueren la vida en ella misma. Y es en la juventud, cuando en ellos se abre la flor fatal y única, que comienzan su muerte vivida.
En el héroe, en el santo y en el genio los dioses se acuerdan de los hombres. El héroe es un hombre como todos, a quien tocó por suerte el auxilio divino; no está en él la luz que refulge en su frente, sol de la gloria o plenilunio de la muerte, y le distingue el rostro de sus pares. El santo es un hombre bueno a quien los dioses, por misericordia, cegaron, para que no sufriera; ciego, puede creer en el bien, en sí mismo y en dioses mejores, pues no ve, en su propia alma que cuida y en las cosas inciertas que lo cercan, la operación irremediable del capricho de los dioses, el juego superior del destino. Los dioses son amigos del héroe, se compadecen del santo; sólo al genio, sin embargo, es a quien verdaderamente aman. Pero el amor de los dioses, como por destino no es humano, se revela en aquello en que humanamente no se revelaría el amor. Si sólo al genio, amándolo, lo vuelven su igual, sólo al genio dan, sin que quieran, la maldición fatal del abrazo de fuego con que lo ahogan. Si a quien dieron de la belleza sólo su atributo, lo castigan con la conciencia de su mortalidad; si a quien dieron de la ciencia sólo su atributo también, colocan con su conocimiento todo lo que en ella hay de eterna limitación; ¿qué angustias no harán pesar sobre aquellos, genios del pensamiento y del arte, a quienes volviéndolos creadores, dieron su esencia misma? Así en el genio cabrá, más allá del dolor de la muerte de la belleza ajena, y de la pena de conocer la universal ignorancia, el sufrimiento propio, de sentirse par de los dioses siendo hombre, par de los hombres siendo dios, exiliado al mismo tiempo en dos tierras.
Genio en el arte, no tuvo Sá-Carneiro ni alegría ni felicidad en esta vida. Sólo el arte que hizo o que sintió, por instantes lo turbó de consolación. Son así aquellos a que los dioses llamaron suyos. Ni el amor los quiere, ni la esperanza los busca, ni la gloria los acoge. O mueren jóvenes, o a sí mismos se sobreviven, habitantes de la incomprensión o de la indiferencia. Éste murió joven, porque los dioses le tuvieron mucho amor.
Pero para Sá-Carneiro, genio no sólo del arte sino de la innovación en él, se junto a la indiferencia que circunda a los genios, el escarnio que persigue a los innovadores, a los profetas, como Casandra, de verdades que todos tienen por mentira. In qua scribebat, barbara terra fuit.2) Pero, si la tierra fuera otra, no cambiaría el destino. Hoy, más que nunca, se sufre la propia grandeza. La plebe de todas las clases cubre, como una marea muerta, las ruinas de lo que fue grande y los cimientos desiertos de lo que podría serlo. El circo, más que en Roma que declinaba, es hoy la vida de todos; sin embargo, extendió sus muros hasta los confines de la tierra. La gloria de los gladiadores y de los mimos. Decide supremo cualquier soldado bárbaro, que la guarda impuesto emperador. Nada nace de grande que no nazca maldito, ni crece noble lo que no se define creciendo. Si así es, ¡así sea! Los dioses lo quisieron así.