En busca de Ítaca: la publicación de Ulises
Darío Sarago
Ensayo
Caza de Libros Editores
Bogotá, 2022
74 páginas.
Por Renson Said*
Fue censurada, perseguida, llevada a la hoguera, decomisada, maldecida, ignorada por un sector de la intelligentsia de su época, llevada al escarnio púbico y a los estrados judiciales. Fue mutilada y señalada de maldita por “satánica”. Las mecanógrafas que transcribían la novela enfermaban o se lanzaban por las ventanas. Veintidós editores la rechazaron; Hemingway se la llevó de contrabando a Estados Unidos; Virginia Woolf la despreció y, tiempo después, Borges dijo que era ilegible. Estuvo a punto de ingresar al Index Expurgatorius y de morir de asfixia. Se trata de Ulises, de James Joyce, esa bomba polifónica superior al lenguaje mismo y cuyo estallido todavía retumba en todos los rincones del planeta.
La monumental novela que cuenta la vida de Leopoldo Bloom, un hombre común y corriente al que no le sucede nada extraordinario, cumple cien años. Salen nuevas ediciones, nuevas traducciones, nuevos prólogos: prólogo del traductor, prólogo del editor, prólogo de la primera edición, prefacios, postfacios, nota preliminar, epílogos, apéndices, notas aclaratorias, notas eruditas sobre el monólogo, el lenguaje, el cuerpo. Homero.
Las bibliotecas están inundadas de tesis doctorales. Se dictan conferencias sobre lo divino y humano acerca del Joyce novelista, el Joyce epistolar, el Joyce homérico. Y sobre Ulises, esa vasta, oceánica, inabarcable obra que, cien años después, tiene a los críticos literarios rompiéndose la crisma.
¿Cabe entonces escribir un ensayo más sobre Ulises?
Por supuesto. Todavía se escriben textos sobre Homero, Shakespeare o Milton. La literatura tiene la particularidad de su lenguaje polisémico, inagotable. Y en lo que tiene que ver con Joyce y su Ulises, todavía hay cosas por decir.
Las dice Darío Sarago, por ejemplo, en esta pesquisa sobre los pormenores por los que atravesó la novela para poder ver la luz de la imprenta. Un itinerario tortuoso, complejo que, si no fuera por la terquedad de Joyce y del respaldo de un grupo de mujeres, no existiría la novela, tampoco este ensayo, y menos esta reseña. Darío menciona a la mítica Gertrude Stein, pero también a Margaret Anderson y Jane Heap, dos valientes mujeres que arriesgaron todo para publicar por entregas la novela de Joyce. Y Miss Harriet S. Weaver mecenas que asistió a Joyce en momentos de penuria. En fin, lean mejor el ensayo que está bien documentado, bien escrito, en que los asuntos más complejos son tratados con naturalidad, con ese fluir de conciencia joyceano del que venimos hablando.
Un ensayo, es decir, una investigación que da cuenta sobre la inmensa montaña de trabas que tuvo que sortear Joyce para ver su novela publicada: los enfrentamientos con la Iglesia, el pudor, la envidia, los prejuicios y la moral de una época que no estaba preparada para ver en letra impresa sus órganos genitales o sus urgencias fisiológicas. Lo que queda demostrado en esta investigación es que Joyce no abrió puertas para la literatura, sino que las tumbó a patadas para que la novela de su siglo, y la de los siglos siguientes, contaran las verdades humanas sin temor y sin hipocresía.
Ese es el aporte del Gran Dublinés: haber borrado la frontera entre la literatura y la vida.
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*Profesional en Estudios Literarios de la Pontifica Universidad Javeriana de Bogotá.