No hay mejor momento que este para volver al Mago de Oz

"Transportado a través de kilómetros y kilómetros de gris soledad, el ímpetu del viento avanzó precipitadamente hacia la única y pequeña casa del paisaje de Kansas, a través de aquellos campos enormes y tristes que dibujaban una familia conformada por el tío Henry, la tía Em, Dorothy y Toto, el perrito más feliz del mundo", una reseña de Jahir Camilo Cediel Rincón para volver al Mago de Oz de Frank Baum.


Por Jahir Camilo Cediel Rincón

*Ilustraciones de Mónica Peña


Desde el hogar, a lo lejos, se vislumbra la horrorosa magnitud de la borrasca que prometía destruir cualquier estructura. Es así como la pequeña Dorothy conoce el ciclón, la ventana mágica al mundo de Oz. A través de una preciosa edición es traído el clásico de 1900, El maravilloso Mago de Oz del autor Lyman Frank Baum, editado ahora por Panamericana Editorial en una traducción hecha a partir del original, a cargo de Carolina Abello Onofre. 



Es usual que pensemos en los cuentos o novelas infantiles como coloridas narraciones que nos dejan una moraleja o enseñanza a través de usos como la metáfora o la alegoría, pero este no es el caso. Frank Baum introduce al mundo de Oz como una entretención más, sin ningún fin en específico, lo que no solo revela una humildad encomiable del autor sino también la oportunidad de interpretar de mil modos la obra; sin intención original, la novela gana más interpretaciones en el tiempo. Quizá es por ello que la obra se ha mantenido a lo largo de los años, no solo como un libro imaginado por su autor, sino imaginario ya por todos en el colectivo social a partir de distintas reinterpretaciones y películas. 

Panamericana Editorial trae este clásico en una bella edición con detalles dorados en su portada, ilustraciones coloridamente inmersivas, a cargo de Mónica Peña y un diseño editorial que invita a una lectura pausada, curiosa y constante. Así, creo que no hay mejor momento que ahora para volver a la obra; siempre es bueno maravillarse con un mundo de magia y bondad, un mundo que mira hacia nosotros.




El gran huracán que llevó por los aires la pequeña casa de Kansas, transportó a Dorothy al maravilloso mundo del Mago de Oz, un lugar donde todas las criaturas hablan, donde los caminos son de colores y conducen a naciones llenas de vida; donde existe un pueblo hecho de porcelana donde el más mínimo movimiento puede generar la peor de las tragedias. La inesperada visita de Dorothy y su perro a este lugar ha de llevarla a esa búsqueda por el camino de regreso a casa, lo que solo será posible hasta que la pareja de Kansas encuentre al Mago de Oz en el centro de aquél país de los ensueños. Pero esta búsqueda no la harán solos. Sin buscarlo, y alegrándose en el hallazgo, Dorothy conoce a un espantapájaros con una vida muy corta que busca la capacidad de razonar, un leñador de hojalata que desea amar tanto como antes y un león que ya no quiere ser un cobarde. Es entonces cuando esta aventura motiva la exploración y da sentido a largos episodios llenos de dificultad y de pintorescas eventualidades. 



Emprender el viaje hacia parajes desconocidos es otro modo de ver el interior de cada uno de nosotros. Cada obstáculo en la aventura, fruto del tiempo impredecible o la más malvada de las intenciones no solo configura una narrativa que avanza dinámicamente, sino que también ayuda a que cada personaje se haga y se sienta indispensable para el desarrollo de la historia, decisiones que nunca son tan obvias, por cierto. 


Me sería imposible pensar en El Maravilloso Mago de Oz sin los personajes que lo conforman, ya que, al mostrarse irremplazables construyen todos juntos una obra sólida, redonda y sumamente divertida por el sinnúmero de situaciones creadas. 


De este modo, la obra ofrece una narración muy divertida que no se detiene en intrincadas implicaciones descriptivas o largas reflexiones que impiden las acciones; el libro es imperdible para todos los públicos y momentos.

Personalmente, leer sobre los enormes campos de amapolas que esconden una fatalidad en su olor, los largos trayectos sobre adoquines de colores que interconectan las naciones o sobre el Mago de Oz que no ha sido visto por  mortal alguno, me ha dado una sensación solo equiparable a ver las nubes cuando simulan figuras extrañas con los colores del atardecer. Sin lugar a dudas volvería a este maravilloso mundo, convencido de encontrar otra narración, otros sueños, otro yo. 


PdL