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Me siento impelido al trabajo literario: por el deseo de suprimir lagunas de la vida real; por mi obstinación en rechazar los "avisos” de la muerte (tontería: como si ella usara el verbo aplazar); por la falta de tiempo y de ideogramas chinos; por mi aversión a la tiranía –manifiesta o encubierta–, a la guerra mayor o menor; por mi congénito amor a la libertad, que se expresa justamente en el trabajo literario; por mi no reconocimiento de la frontera realidad-irrealidad; por mi don de asimilar y fundir elementos dispares; por mi certeza de que jamás seré guerrillero urbano, mucho menos rural, aunque me gustaría derribar unos diez o quince gobiernos, de los cuales omitiré aquí los nombres:
Sospecho que otros gobiernos excluidos de mi lista negra pensarán que los admiro, cosa absurda; porque me siento traumatizado por la precipitación diaria de los hechos internacionales; porque he visto danzar a Nijinski; por mi apoyo a lo ecuménico, y no solamente en lo religioso; por manejar una pluma que, desacompañando mi idea, no consigue viajar a una velocidad de 1.000 km. por hora; por mi odio físico, cerebral, al fascismo, al nazismo y sus ramificaciones; por mi tendencia a preferir a Aliocha, a lvan y Dimitri Karamazov; porque dentro de mí discuten un mineiro*, un griego, un hebreo, un hindú, un cristiano pésimo, relajado, y un socialista ‘amateur’; porque no separo Apolo de Dionisio; por haber comenzado a leer en mi adolescencia a Cesário Verde, a Racine y a Baudelaire; por considerar que los textos son tan importantes como los testículos; por sufrir ante la enorme confusión del mundo actual, que hace de Kafka un satélite de la condesa de Segur; por mi tristeza al no poder conversar con esquimales y mongoles; por la noticia de que Dios, ante la idiotez y la crueldad sueltas, dimitió de su cargo de administrador de los negocios del hombre; por el encanto operante de las mujeres de cabellos largos y piernas largas, de las “sexy a reacción” y de las menos ‘sexy a tílburi’; por la furia galopante de los cuadros y ‘collages’ de Max Ernst; por la obstinación de Casimir Malevich en pintar un cuadrado blanco sobre campo blancos; por la semejanza, a través de los siglos, y a pesar de las sucesivas técnicas y rupturas estilísticas, de Schonberg y Palestrina; por mi amor platónico a las matemáticas; por el mudable destino y las increíbles distracciones de Saudade*; por mi ‘No’ rígido a las propuestas de determinados apoetas, impuestas en el sentido de liquidación de la poesía; por mis remotos y actuales viajes al cinematógrafo, palabra de mi infancia; porque temo al diluvio de excrementos, a la bomba atómica, a la degradación de las galaxias, a la explosión de la vesícula divina y al Juicio Universal; porque, a través del lirismo, soy propenso a la geometría.
Murilo Mendes, por Alberto da Veiga Guignard, 1930 (Acervo ...) |
Pertenezco a la categoría no muy numerosa de los que se interesan igualmente por lo finito y por lo infinito. Me atraen la variedad de las cosas, la migración de las ideas, el giro de las imágenes, la pluralidad de sentidos en cualquier suceso, la diversidad de los caracteres y temperamentos, las disonancias de la Historia. Soy contemporáneo y partícipe de los tiempos rudimentarios de la materia –¿desde hace 900 billones de años?–, del diluvio, del primer monólogo y del primer diálogo del hombre, de mi nacimiento, de mis sucesivas energías, de mi muerte y mínima resurrección en Dios o en una franja de la naturaleza, bajo cualquier forma; del último acontecimiento mundial o del último acontecimiento anónimo de mi calle.
En la gruta de Altamira dije:
"Yo estaba aquí en la época en que pintaron estos bichos”.
Las puertas de la percepción se abrieron en el momento-luz inicial de los tiempos; tal vez nunca se cierren. El minúsculo animal que soy está inserto en el Cuerpo del Animal que es el universo. Excitante, mi fragilidad se alimenta de un foco de energía en continua expansión. De sustrato pagano, cobarde, titubeante, incapaz de habitar el hambriento, el leproso o el paria; aterrorizado ante la cruz trilingüe, máximo objeto realista –oculta a los ojos de los doctores, travestida por el montaje teatral de Roma barroca–, poliédrica; obsesionado por el Alfa y el Omega; ebrio de literatura, religión, artes, música, mitos. No embriagado de política, economía, tecnología; expulsado de los teoremas; considerado analfabeto por el físico nuclear y por la Historia, dama agitadísima; consciente de la fuerza agresiva del mundo moderno, de la espantosa ambigüedad de la naturaleza humana, siempre indecisa entre adorar la materia o destruirla; dinámico en la inercia, inerte en el dinamismo soy.
Manejo siempre, además del verbo comprar, el verbo perder; dialogo con mi propia negación; le temo alternativamente a la silla eléctrica y a los fuegos artificiales; fomento el conflicto entre inspiración y estructura; me siento empujado por el motor de las musas (terrestres) inquietantes; huésped de los enigmas; protegido por el sentido del humor, mi ángel de la guarda; espero en vano al escafandrista o al cosmonauta fuera de serie capaz de manifestar los tesoros ocultos de la poesía, esa máquina constructora-demoledora; sé que don Juan y el convidado de piedra se complementan; observo la novedad de las cosas bajo el sol. Tengo odio de Aristóteles, ando en torno a Platón. Estoy reconocido a Job, a San Pablo, a Heráclito de Efeso, Lao Tse, Dante, Petrarca, Shakespeare, Montaigne, Cervantes, Camóes, Pascal, Quevedo, Lichtenberg, Chamfort, Voltaire, Novalis, Leopardi, Stendhal, Dostotevski, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, Lautréamont, Nietzsche, Ramakrishna, Proust, Kafka, Klebnicov, André Breton; a Ismacl Nery, Machado de Assis, Mario de Andrade, Raúl Bopp, Manuel Bandeira, Oswald de Andrade, Guimaraes Rosa, Drummond, Joao Cabral de Meló Neto. A Monteverdi, Bach, Mozart, Beethoven, Stravinski, Antón Werbern, a los inventores del jazz; a los “primitivos” catalanes, a Paolo Uccello, Piero della Francesca, Vittore Carpaccio, Breughel, Van Eyck, El Greco, Rembrandt, Vermeer de Deltt, Goya, Mondriani, Picasso, Paúl Klee, Max Ernst, Arp; a Chaplin, Buster Keaton, Einsenstein; convencido de que, por encima de las iglesias, de los partidos, de las fronteras, todos los hombres conscientes, y en particular los escritores, deben unirse contra la guerra, la masificación y la bomba atómica.
Roma, 14 de febrero de 1970
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* Natural de Minas Gerais.
**Nombre de su esposa, Maria da Saudade Cortesão.