Por Julián Contreras
La torre y el jardín
Alberto Chimal
Ed. Oceano
México, 2012
420 págs.
“Con el sol quemando en la roca y la carne y el viento erizando el pasto y el cabello,
hay una conciencia de que las fuerzas neutrales, impersonales, grandes y ciegas perdurarán
y que el organismo frágil y milagrosamente tejido que las interpreta y las dota
de significado se moverá por allí un poco, luego decaerá,
fallecerá y se descompondrá al fin en el suelo anónimo,
sin voz, sin rostro, sin identidad”.
hay una conciencia de que las fuerzas neutrales, impersonales, grandes y ciegas perdurarán
y que el organismo frágil y milagrosamente tejido que las interpreta y las dota
de significado se moverá por allí un poco, luego decaerá,
fallecerá y se descompondrá al fin en el suelo anónimo,
sin voz, sin rostro, sin identidad”.
Plath Silvia
The Unabridged Journals of Sylvia Plath;
Anchor (October 17, 2000)
En el centro de la ciudad de Morosa, hay un edificio. Aunque la placa en la parte inferior de la puerta lo denomina Torre de Progresión y las características de su intrigante técnica de construcción le hacen honor al nombre, el edificio es realmente conocido por su sobrenombre, El Brincadero, un burdel clandestino cuyo atractivo principal entre la particular clientela va desde la posibilidad de recrear fantasías hasta realizar sus obsesiones sexuales o violentas con casi todo tipo de animales. No obstante, no es una historia centrada en la zoofilia, ni el autor recurre al morbo enfermizo para captar la atención de espectadores ávidos de detalles demasiado descriptivos o repugnantes. Al igual que detrás de la fachada, en La Torre y el Jardín hay mucho más allá de lo que alcancen a suponer las descripciones generales. Si bien hay clientes que experimentan plenitud al pagar por una porción de realidad, podría decirse que no son muchos quienes realmente se hacen preguntas acerca de la naturaleza del edificio; y tanto sus misterios como sus secretos continúan casi de forma indefinida, disimulados bajo las polvorientas calles de la ciudad.
“Si todo esto lo tuviéramos, si hubiera esos mapas o representaciones, la voluntad de éste edificio que vamos a hacer aquí se vería como una jabalina, recta, enorme, clavada en medio de puros dibujos, es decir planos: los otros edificios” (Juan de La Cruz, Arquitecto de El Brincadero).
En el Brincadero, más allá de las historias de los visitantes, Chimal nos permite vislumbrar dilemas relacionados con nuestra interacción con el mundo, pues el hecho de que los objetos del intercambio sean animales, alude a la voraz instrumentalización que como especie hacemos de la naturaleza, la desorientación generacional que sufrimos y el rol que podríamos llegar a tener. Esto, además de revelar una tendencia que no parece ser muy adaptativa, evidencia la ingenua sobrevaloración de la imagen que establecemos como representantes de nuestra especie. Nos escudamos en que nuestras intenciones hacia la naturaleza son buenas y miramos para otro lado cuando se evidencian las consecuencias, conformándonos con creer que de todos modos, es imposible pasar por ella sin dejar huella.
Recorriendo los capítulos de La Torre y el Jardín, es posible encontrar una reflexión anónima pero universal sobre los apetitos y caprichos de la especie humana. Vanidosamente alejada de su esencia e ingenuamente convencida de su efímero dominio sobre la naturaleza y las demás especies, insistiendo en negarse la percepción de sí misma, como quien no admite ser un huésped portentoso y casi siempre molesto.
En la novela se encuentran referentes que hacen un justo homenaje a la literatura fantástica en general, pero con un estilo propio e ingenioso, conjugado en el desarrollo de los personajes a lo largo de la historia, sin que el autor se vea en la necesidad de ubicarlos en un trasfondo fiel a realidades sociales o políticas, evitando representar a la identidad latinoamericana en el consabido estereotipo de la violencia política, el subdesarrollo o el desfavorable contraste con otras latitudes.
Independientemente de que la historia se desarrolle en una ciudad ficticia, como en muchas de las mejores historias de éste género, el autor nos recuerda que los ingredientes y las fuerzas necesarias para engendrar ésta clase de realidades dantescas pueden encontrarse latentes en cualquiera de nuestras ciudades.
Chimal nos brinda la posibilidad de disfrutar una historia, que cuenta con elementos tecnológicos tales como la técnica de expansión de altura, y fantásticos como el agua quieta entablando un paralelo entre la ficción y la fantasía el cual enriquece con originalidad, la calidad de las visiones imaginadas.
La Torre y el Jardín se desenvuelve página tras página como un relato interesante y ambicioso, escrito en un tono contemporáneo que prescinde de la linealidad, conservando la autenticidad característica de la narrativa latinoamericana. El Brincadero, como escenario vivo y dinámico se va transformando en Zhenya uno más de los protagonistas y uno de los exponentes más claros, que confrontan al lector con muchas de las reflexiones que se encuentran a lo largo de la novela.
Resulta sobresaliente el hecho de que la prosa y algunos efectos tipográficos aparentemente sencillos nos permitan abarcar de manera casi simultánea distintas dimensiones espaciales, además de oír distintas voces y situarnos en diversos momentos de la trama. Ya sea enmarcando algunos párrafos específicos en cuadros o desplazándose entre épocas y geografías, logra que la expansión de altura no sea solamente la técnica de construcción del edificio, sino también de los capítulos del libro.
En esta obra es interesante notar cómo el autor mexicano, valiéndose de representaciones de brutalidad animal y demás extravagancias, invita al lector a sondear en las profundidades del exceso y el absurdo. Estableciendo, además, un paralelo con sus propios escrúpulos y apreciando más allá de los prejuicios el sentido de una novela en la que, sobre todo (y espero no contar demasiado), se rinde tributo a la belleza, a lo inalterado, a una porción de naturaleza que aunque sea en la ficción, no ha sido mancillada por la mano del hombre ni por el espectro egoísta de su progreso.
Si como lectores decidimos averiguar qué hay en el Jardín del último piso, basta con llegar a la Torre de Progresión (Estancia y Discreción), tocar tres veces despacio y luego dos tan rápido como nos sea posible. Luego, si tenemos la determinación necesaria, y pacientemente oímos el rumor de muchas voces y cantos seguramente veremos a Isabel, una mujer sólida, enigmática y completamente vital para el Brincadero. Ella, con los indispensables apuntes del Libro Azul que heredó de su padre, nos ayudará a recorrer un edificio en el cual son mucho más seguros los ascensores que la escalera.
Junto con Isabel conoceremos también a Horacio Kustos, un aventurero internacional e instrumento de una especie de sociedad secreta, y Francisco Molinar, un proctólogo lleno de incógnitas que a través de las páginas va encontrando a golpes de percepción, claves de la historia personal de su familia.
De ésta manera, con oído atento y mucho cuidado en la escogencia de las palabras adecuadas, estaremos en capacidad de averiguar, incluso sentir, la sabiduría del elefante, saber qué usos le dan en el edificio a los gatos, a las hormigas y a los lemmings preferiblemente antes de que lleguen a la Mesa de Los Recuerdos.
Además, podremos saber qué fue todo lo que ocurrió en la noche del niño y el muerto y, si nos atrevemos, a darle un vistazo al pozo de La Escalera. Manteniendo la mente abierta, seguramente podremos asumir todos los riesgos y sorpresas que espontáneamente germinan en la fértil inventiva y determinada habilidad del éste autor mexicano. Para quienes disfrutan de la ficción y la fantasía es definitivamente un libro para aprovechar, una obra que demuestra una gran destreza narrativa y se erige como un buen ejemplo del talento latinoamericano que permite a los lectores dimensionar realidades en nuevos planos, reivindicando a la lectura como un gran ejercicio imaginativo.