Por Andrés
Gonzalez McDouglas
Freddy Ayala Herrera
Senderos editores
Bogotá, 2015
118 páginas.
Un narrador oral es un elegido de la humanidad para mantener la tradición y escribir lo que será narrado. En Colombia se celebran anualmente varios festivales y encuentros de cuentería: En Medellín, el Entre Cuentos y Flores, en Bucaramanga el Abrapalabra o el Cuentero con Boca, En Bogotá el Quiero Cuento, en Armenia el Había una Vez, entre otros. Lo que les contaré sucedió en el Festival Nacional de Narradores Orales Griots, en Jamundí.
El calor es abrumante. Jamundí, se dispone a celebrar una semana en torno a la palabra. El Tercer encuentro nacional de narradores orales Griots. No es una competencia, no se dispone de un premio para el mejor narrador. Griots es un encuentro que pretende llevar la tradición oral y los cuentos a diferentes comunidades y para ello invita a destacados cuenteros de diferentes partes del país. Bogotá, Pasto, Medellín, Armenia son las ciudades invitadas. Fabián David Ortiz, de alta estatura y un cabello largo y crespo, la envidía de cualquier mamá; camina dando grandes zancadas y en su mano izquierda lleva una botella de vodka. Al lado suyo los paisas, Sandro Burgos, Jharry Martínez y el pastuso Cristián Portilla, me acerco y los abrazos llegan. Abrazos que recuerdan encuentros de cuentería pasados, que aferran amistades que se mantienen por los cuentos. César Cano es el chico nuevo, un poeta que quiere contar historias. Sólo falta un narrador, Freddy Ayala. Yo tengo la expectativa de saber quién es y por fin verlo en escena. En cada encuentro que he asistido se nombra como una persona que representa por lo alto la narración oral colombiana. Una vez no me pude aguantar la curiosidad y lo busqué en Youtube. Fantástico. Un fragmento del Semáforo, ganador del proyecto Bogotá de cuento 2009, admirable su manera de jugar con el lenguaje.
Unos días antes de llegar al encuentro conversaba con Darwin Caballero, narrador colombiano que vive en Argentina. “El enano es un monstruo en escena” decía, mientras me dedicaba a ver fotos de sus actuaciones y fragmentos de sus espectáculos en internet. “Ayala hizo la maestría en literatura sobre la estética de la oralidad” conversaban. “Es imposible contar después de él” decían los demás. Por ser uno de los narradores con menos años en la escena estaba ansioso, las horas del reloj corrían lentas hasta llegar el atardecer.
El teatro de la Casa de la Cultura se dispone, la gente ingresa al auditorio y yo abro la noche de narración con el cuento "Locos Cuerdos". Una silla en la mitad del escenario. Detrás del cuentero, la tarima, se decide que no se contará allí por la lejanía que hay con el público, lo cual disminuye la complicidad de la palabra.
Freddy Ayala ingresa al teatro mientras el narrador inicia su historia, una persona pequeña recordaba a algún personaje de un cuento de hadas que mi tía me leía cuando era un niño. Se sienta. El narrador sigue con su historia. El público viaja por un cuento que recorre varias sensaciones y finaliza la historia. Freddy Ayala escuchó al narrador y luego se retiró para unirse a la charla con los demás cuenteros. Callado. Saca un cigarro, lo fuma. Habla despacio, es tranquilo, una mirada apagada y en su mano derecha una Poker en lata.
Noche de Gala
Los cuenteros se disponen a narrar los trabajos que más disfrutan al contar. Quizás el que más trabajo le costó para llevarlo a la gala. Hay quienes dicen que los cuentos son como hijos y el cuentero escoge a cual llevar al paseo. Estos cuentos son los maduros, los que deciden vivir en el cuentero y acompañarlo día a día.
Freddy Ayala sale a escena, del cuentero de 1.59 centímetros no queda nada. Sale entonces un imponente narrador, ahí entendí por qué le decían el titán, era inmenso en el escenario. Emana una energía que el público siente. Es como el “kí” narrativo. Nadie subiría al escenario a contar, ni Goliat lo retaría. Cuenta "La Pared", una historia de amor perfecta cuyo único obstáculo es precisamente ese, un muro de separación, una frontera. Del pequeño tímido no queda nada, fue arrasado por un titán de las palabras que con cada movimiento corporal dibuja una película oral. El público, ubicado en la media torta, no para de reír. Ayala crea situaciones únicas y el público lo ama. Baja del escenario, los aplausos agradecen su presentación. El callado Ayala aparece. Sonríe, está contento por su trabajo. Los colegas del teatrino lo felicitan uno a uno y luego se acercan personas que hicieron parte del público. Yo lo veo desde lejos, es El Curioso Caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde de la cuentería, reflexiono luego. La dosis de cuentos lo volvía un mostruo en escena. Ninguno de los comentarios escuchado había sido una exageración.
Viernes, es momento del espectáculo de Freddy Ayala. Los primeros que deberían narrar son Sandro Burgos y Jharry Martínez, de la Universidad de Antioquia, con el espectáculo a dos voces DAS. Pero la hora de la función se acerca y no han terminado función en el espacio de cuentería El Perol, de la Universidad del Valle. MrDouglas cubre parte del espacio de los cuenteros que tienen problemas por llegar, el trancón no se apiada de la palabra. Cuenta un cuento de tradición oral de Senegal Amor de Madre. Terminada la función llegan Sandro y Jharry de Cali. Sandro se sube al escenario a contar un cuento sobre una madre que no quería al amigo imaginario de su hijo. Freddy se encuentra detrás del teatro al aire libre. Pensando en el cuento que va contar. Camina lentamente. Termina Sandro. Sube Dalberto Balanta y presenta a Freddy Ayala. Al subirse al escenario vuelve el titán. Esta vez cuenta una fábula titulada la zorra. Después de dialogar con el público llama al escenario a Cesar Cano, el poeta y ahora músico del parche. Sube con guitarra y juntos empezaron a improvisar al son de la fábula. En el momento en que Freddy va a actuar como el León, se voltea y empieza a revolver su larga melena y moldea su cabellera de tal modo que queda completamente despeinado y alborotado: un león. Termina la historia. El público aplaude y César vuelve a su sitio. Para finalizar el espectáculo, Ayala hace algo único. Algo que quiebra toda linealidad en el montaje escénico: Pintura oral escénica. El narrador se dispone a contar la obra de Munch. Pone sus manos en cada una de sus mejillas y empieza el grito. Un grito estridente, agudo, grave, largo ¿Cuánto tiempo podría aguantar? No habían pasado 20 segundos cuando el público estalla en aplausos. La función acaba y termina una función magistral del que muchos dicen es el enano maldito.
De lo oral a lo escrito
Con maestría en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana, Ayala se atrevió a escribir sus obras de narración oral. Compiló 15 años de vida artística en cinco obras de narración oral en un libro llamado: Lo sentimos, los lunes no hay función. (Senderos Editores).Debía leer ese libro. Debía conseguirlo. En una visita a Medellín lo vi, allí estaba ese libro con esos zapatos amarillos que lo han acompañado a diferentes funciones por muchas partes del país incluso hasta Costa rica y Paraguay. Lo leo. Es inevitable no escuchar su voz. Si usted no la conoce, no se preocupe, es la que se imagine. Freddy Ayala volvió a sorprender. Esta vez ya no lo tenía al frente, en el escenario. Si no que esta vez, es él a través de las páginas que transporta a un teatro de Bogotá que presenta una temporada de narración oral a cargo de Freddy Ayala, empieza un miércoles y día a día narra una de esas historias que se escucharon en Jamundí. Sus cuentos salen de lo común, con imágenes y escenas que rompen de un tajo el imaginario colectivo. Woody Allen lo leería o saldría a tomar café con Kafka. Exageraciones, juegos en el lenguaje. Freddy logra en el lector reconocer su estilo como narrador y esta vez como escritor. La Pared versión I y II, dos versiones muy opuestas que logra seducir al lector en ese juego con el lenguaje.
Ahora es jueves, ahora las páginas del libro nos muestra la responsabilidad con la academia de un niño que debe cuidar un pollo hasta ser una gallina. Es viernes y mientras todos piensan en cuánto poner para la vaca del aguardiente, yo decido continuar en el viaje del libro. Ayala nos cuenta "El Perro y la Laguna" y además de llevarnos al barrio La belleza nos devuelve al momento de la tesis. Al tedio de empezar a escribir una palabra para hacer una idea. Con esta historia nos prepara para un fin de semana lleno de historias.
Efectivamente, el sábado, nos deleita con El Semáforo. Claro, de ahí tanto reconocimiento. Leer y ver la obra dan un complemento único. Un sentimiento que ni el comparar una película con su libro dejaría. Domingo familiar, Ayala lo sabe y nos narra Moraleja, una serie de fábulas que nos harán volver a nuestro niño interior. Pero al día siguiente todo cambia. El ritmo del libro, la temporada de narración, la pared, la belleza, el bosque, todo cambia, porque para pesar de todos nosotros, incluyendo al narrador es que la portera del teatro al llegar al día siguiente: Lo sentimos, los lunes no hay función. Con razón Garfield odia los lunes, con razón yo odio los lunes.
Cierro el libro. La nostalgia de acabar un libro siempre es la misma. Ese vacío que queda y esas ganas de continuar algo que por más que se quiera ya terminó. Eso es lo que logra Freddy cuando escribe o se sube al escenario, logra una conexión espectacular, la misma que lo llava a presentarse en el XIV Festival Iberoamericano de Bogotá, frente a 5.000 personas.
Ese es Freddy Ayala, profesor de un colegio femenino y una universidad de la capital, el cuentero tímido a la hora de entablar una conversación pero un coloso cuando de pararse en el escenario se trata.