Siempre he
considerado un privilegio poder conversar con testigos vivos de una Historia
que a las generaciones posteriores no nos es dado conocer sino a través del
trabajo de los historiadores. No es que tenga por más valioso el testimonio de
los primeros, pero sí lo creo un complemento indispensable de lo que leemos en
los libros. Desde luego la ocasión se ofrece pocas veces y poco tiempo y hay
que aprovecharla antes de que desaparezca para siempre la oportunidad. Es un
complemento porque lo que cuentan quienes vivieron los hechos o los testimonios
oculares inmediatos a los hechos no se encuentra en los libros de historia. La
crónica directa narra impresiones normalmente impactantes en tanto que se
acerca a las opiniones de la gente de la calle, la que ha sufrido las
consecuencias de una catástrofe, sea cual sea su naturaleza, es la descripción
de su día a día, se aproxima al padecimiento, a la desorientación reinante.
Este libro
de relatos de testigos oculares –reportajes- del último año de la Segunda
Guerra Mundial y de los primeros años de posguerra es un pequeño gran tesoro en
este sentido. Quien recopila estas crónicas, el renombrado periodista y
multilaureado escritor alemán Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, 1929-2022),
consciente del valor que tienen los testimonios que recoge, ha querido dejar
constancia escrita para la posteridad del estado material y espiritual de
Europa en aquellos aciagos años. Hay que agradecer el esfuerzo, aun cuando
aquella guerra nos parezca distante -aunque precisamente por ello tenga más
valor aún-, puesto que su lectura nos confirma lo que ya muchas veces se ha
observado –como ya apuntó Bertolt Brecht refiriéndose al personaje de su Madre Coraje-, que “el hombre aprende de
las catástrofes lo que el conejillo de Indias sobre biología” y que el recuerdo
de la desolación y el sufrimiento causados por el ser humano en el mundo debe
ser mantenido constantemente como alerta.
Si bien en
los años de la posguerra inmediata el género del reportaje en la literatura de
expresión alemana se cultivó con frecuencia, no sólo entre los periodistas,
sino también entre los escritores en general por ser el registro más adecuado a
la necesidad espiritual del momento, y aunque recopilaciones de estos textos se
publicaron algún tiempo más tarde en forma de libro, lo cierto es que son
escasas las traducciones que de aquellos reportajes han llegado fuera de los
países de lengua alemana. También aquellos documentos –reportajes, cuentos o
narraciones a caballo entre ambos géneros-, que reflejaban sobre todo la vida
cotidiana y la mentalidad de la Alemania vencida, escritos en su mayoría por
alemanes contrarios al nacionalsocialismo, merecerían darse a conocer fuera del
estricto ámbito de interés del específico erudito. Pero Enzensberger ha optado
con inteligencia por excluir a autores alemanes de los relatos por él
recopilados, para intentar transmitir una mirada emocionalmente menos implicada
en lo descrito, y ha extendido los lugares objeto de las crónicas más allá de
las fronteras de Alemania para ofrecer un abanico más amplio, objetivo y justo,
y dar una idea cabal de la destrucción. Así –con excepción de Döblin que como
judío y socialista tuvo que huir del país y adoptó en 1936 la nacionalidad
francesa- intervienen en el libro autores y periodistas extranjeros que
cubrieron las noticias de los últimos coletazos de la guerra así como de las
que siguieron al conflicto: Martha Gellhorn, A.J. Liebling, Norman Lewis, Janet
Flanner, Robert Thompson Pell, Edmund Wilson, Alfred Döblin, Max Frisch, Stig
Dagerman John Gunther. Los lugares: Nápoles, París, Nimega, Colonia, Londres,
Renania, Dachau, Roma Milán, Atenas, Creta, Suroeste de Alemania, Múnich,
Frankfurt, Núremberg,Varsovia, Berlín, Viena, Praga, Budapest, Belgrado,
Königstein. Ellos toman el pulso a lo que sucedía en las cámaras de tortura en
los sótanos de dependencias parisinas tomadas por la Gestapo, se acercan a la
opinión de algunos alemanes sobre las Fuerzas de Ocupación y de su política,
nos ayudan a comprender la farsa en muchos casos y la dificultad de los
llamados Procesos de Desnacificación,
nos acercan a la autojustificación de muchos ante lo injustificable de los años
de terror nazi, el abandono de tantos judíos a su suerte por parte de tantos
ciudadanos alemanes, nos permiten presenciar la amnesia colectiva de tantos, obstinados
repentinamente en ignorar y hasta en negar la realidad, asistimos a la negación
generalizada de la evidencia: ya en abril de 1945 Martha Gellhorn constata
cuando llega a Renania “nadie es un nazi. Nadie lo ha sido jamás. Tal vez había
un par de nazis en el pueblo de al lado y sí, es cierto, esa ciudad a 20 kilómetros de aquí
era un verdadero nido del nacionalsocialismo. Para decir verdad, en total
confianza, aquí había una gran cantidad de comunistas […]”. En definitiva, contemplamos
y reflexionamos contemplando la vida y la muerte entre aquellas ruinas, escenas
que en algunos momentos adquieren trazos de grotesco surrealismo. Quien quiera
conocer los repliegues de la Historia deberá documentarse en este tipo de
textos, que, por escasos, adoptan una relevancia especial. Son sencillamente
indispensables.
© Anna Rossell