Por Celedonio Orjuela
Duarte
El último inquisidor
Jorge Andrés Hernández
Ediciones B
Bogotá, 2014
157 páginas
El último inquisidor
Jorge Andrés Hernández
Ediciones B
Bogotá, 2014
157 páginas
Todo pueblo oprime a quienes elevan por encima de su
majestad; el ostracismo amenaza al ciudadano demasiado poderoso, la inquisición
de la iglesia, espía el herético, y la inquisición, igualmente,
espía al traidor al Estado…
Max Stirner
El último inquisidor se divide en cinco capítulos fundamentales que explican de
manera fidedigna de qué material espurio está hecho este engendro engolosinado
en mandar al cadalso a todo aquel que vierta algún asomo de pensamiento
libertario. El primero de ellos hace referencia a aquella risible boda real de una
de sus hijas, condenadas a vivir bajo costumbres medievales (pobres criaturas
que verán pudrirse los líquidos del deseo, bajo la soga del purismo de su
padre) al lado del jet set criollo. Observando desde lejos un paisaje con más
de cinco millones de desplazados y más de un millón de personas en pobreza
extrema (los que se mueren de física hambre.) Este capítulo debió ocupar la
parte final del libro, como síntesis de un personaje que aspira a que el
palacio de Nariño se convierta en una réplica de los Carlistas Borbones de su
apetencia, cuando llegue aquel ansiado 2018 en que será lanzado por el partido
conservador de la corriente Lauriano-uribista a la presidencia de la República
que lo espera cuando ya no esté su principal contendor, el pagano Gustavo Petro
Urrego, a quien aspira retirar de la contienda política a nombre del derecho de
Dios y no el de los hombres. Junto con los monarquistas y su endemoniada
Comunion tradicionalista, aquella que le diera el título de Caballero de la
orden de Legitimidad Proscrita. Todos estos correligionarios llegarán a
Palacio, una vez se siente en el trono y lo traten como su Alteza Real, todos
ellos serán homenajeados, como lo hiciera su amigo Álvaro Uribe Vélez con el
utra-derechista tartamudo José María Aznar, miembro de iguales logias,
perseguidores de ateos, librepensadores, comunidades homosexuales, musulmanes, gitanos…
a quienes considera improductivos que apenas alcanzan la condición humana, por
tal razón deben ser tratados como siervos, con una miga de aceptación en este
mundo.
Por tal
razón, la altura de la boda de la hija de Alejandro Ordoñez, militante y
antiguo seminarista de la organización católica tradicionalista Fraternidad
sacerdotal de San Pío X, fundada por el obispo francés Marcel Lefebvre, tenía
que celebrarse con una misa latina tradicional o tridentina. Se trata del rito
practicado entre 1570 (Concilio de Trento, que rompe con la Reforma luterana) y
el Concilio Vaticano II (1970), impartida en latín y con rituales diferentes a
los modernos.
El cardenal Darío Castrillón, del ala
ultraderecha de la iglesia, casó a otra hija de Ordoñez. Castrillón fue el
responsable político del Vaticano, bajo los papados de Juan Pablo II y
Benedicto XVI, en los diálogos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, la
orden en la que Ordoñez milita. Sucesos de puntual recordación en este libro.
El arraigo cristiano medieval de Ordoñez y el odio a la modernidad
En este país llamado Colombia aún se debate, o mejor se pedalea como en una bicicleta estática, el atraso y el comportamiento virreinal de una sociedad que se niega a entrar en la modernidad, y de ellos son culpables parte de los políticos y las instituciones educativas que en los últimos treinta años terminaron por convertirse en máquinas de hacer dinero, a través de universidades privadas que traen su propio sello secreto, Universidad de la Sabana (opus Dei), Universidad del Rosario (conservadora como su hermana menor la Universidad Católica), Universidad Sergio Arboleda (Lauriano-Uribista) Universidad Distrital (Antiguo PIN, hoy Opción Ciudadana, cartel paramilitar), lo que quiere decir que tenemos una o dos generaciones de jóvenes casi que autistas políticos, debido a la bajeza en que ha caído la educación pública y privada en Colombia. Y desde luego la religión ha estado allí presente haciendo mella en las mentes de nuestros jóvenes en su visión retrógrada de la mayoría de sus gobernantes, llamadas a mantener el bozal de la tradición (llámese la aplicación al dedillo de La Doctrina de la fe de Joseph Ratzinger, ideólogo del dogmatismo católico. En toda la corriente católica anida la creencia de que del alma deriva la aspiración a la divinidad que habita el ser humano: la inmortalidad. Si el mundo terrenal es despreciable y el cuerpo solo revela la finitud y la pequeñez humanas (la enfermedad y la muerte son sus expresiones más notables), la salvación del alma inmortal se convierte en el objetivo central de la existencia.
Por eso, para los católicos más conservadores, opus dei, lefebvristas y otras alimañas, el mandato nacional es una traslación del orden natural y cualquier intento de transformación implica una afrenta a Dios, que debe ser castigada de manera severa como bien lo estipulan esas logias, recuérdese que para el caso de Opus Dei el castigo físico implica la absurda autoflagelación con cilicio.
La investigación de Jorge Andrés Bustamante habla de Alejandro Ordoñez como un jurista que defiende el origen divino de las normas y rechaza la norma constitucional de la que se rige cualquier nación respetuosa de los derechos del hombre. En su criterio, las normas deben someterse al derecho divino, por tanto añade nuestro autor:
Pero, como se demostrará en este libro, fundar la república en este tipo de criterios abre la puerta a decisiones personalistas y arbitrarias. Pues la existencia de las normas de la república está fuera de toda duda razonable y se demuestra con su promulgación y su expedición, de acuerdo con los criterios formales predeterminados para las mismas. Por el contrario, la demostración de la existencia de normas divinas es un asunto de fe personal y no se funda en ningún criterio objetivo.
La ortodoxia y el ala moderna de la ciencia
Summa teológica (Santo Tomás Aquino), obra fundamental de la escolástica medieval (siglo XIII), comienza con una disquisición sobre los atributos de Dios. Dios uno y Dios como trinidad (Padre, Hijo, Espíritu Santo), para adentrarse luego en la creación y las creaturas , los ángeles y los demonios, la creación del mundo. Tan solo aparece el hombre en un lugar secundario. En cambio El discurso del método de Rene Descartes (1637), la obra inaugural de la filosofía moderna, se inicia con una reflexión sobre la facultad del buen sentido, la razón, que está distribuida por igual entre todos los seres humanos. Luego, en un ejercicio introspectivo y autobiográfico, Descartes realiza un ejercicio de búsqueda de un método para hallar la verdad basado en la pura experiencia humana y en la duda racional. La expansión del capitalismo, en las centurias siguientes, acelera este proceso de racionalización creciente de la naturaleza y del hombre. La revolución científica de Galileo, pero sobre todo de Newton, acompaña la fe del hombre en sí mismo. El siglo XVIII, llamado el siglo de la razón, es la consecuencia de esta hominización del cosmos. Surgen, a partir del siglo XIX, las distintas ciencias humanas. Los estudios universitarios lo posibilitan. En esa misma centuria, Nietzsche proclama la célebre frase “Dios ha muerto”, que ya se encontraba previamente en la obra de Hegel. Aquí habría que añadir en esta relación filosófico-religiosa, el papel jugado por Los Jóvenes Hegelianos, pensadores que después se fragmentaron en una diáspora y en esta discusión del devenir del pensamiento filosófico después de Hegel, aparece un incómodo personaje contemporáneo de Engels y de Marx, se trata del filósofo existencialista para unos y anarquista para otros, pero por sobre todo, el guía de la filosofía de Nietzsche, así el filósofo no lo reconociera, se trata de Max Steiner y su libro El único y su propiedad, en el que sostiene a propósito del Cristianismo:
Dios y la humanidad no han basado su causa en Nada que no sea ellos mismos. Yo basaré, pues, mi causa en Mí; soy como Dios, la negación de todo lo demás, soy para mí Todo, soy el Único.
De ahí que tanto para Nietzsche como para Steiner el hombre es el nuevo Dios, se impone una nueva visión antropocéntrica o mejor decir que a la cosa en sí, de la que hablara Kant le queda muy poco porque ya casi toda la cosa es para sí, por ese sapiens sapiens que es el hombre de ahora. Por tanto para ese hombre de ahora ya la idea de Dios es algo que se difumina en el hombre mismo. Para un tradicionalista y reaccionario como Alejandro Ordoñez, la cuestión se ha invertido de modo inaceptable. El hombre moderno, en un ataque de soberbia y orgullo, ha osado cuestionar a Dios y pretende erigirse él mismo en el nuevo Dios. El antropocentrismo moderno es un insulto a la grandeza del Creador y una negación de su pequeñez respecto a los misterios de Dios y del universo. El pensamiento reaccionario pretende no sólo detener la rueda de la historia, sino también regresar el curso histórico de siglos: restaurar la Edad Media.
D:R. Mario Torres Duarte |
Por fortuna, la Instauración de esos rezagos de la Edad Media pareciera que ya no son posibles en ningún país donde haya un asomo de democracia, por cuanto por esas sociedades merodea el alma de Rousseau, Marx y su materialismo histórico, Freud y el psicoanálisis, las drogas alucinógenas y la liberación sexual, todo esto como ruptura al pensamiento medieval y brotarán otras formas de la condición humana, es decir la modernidad.
Alejandro Ordoñez a este hombre nuevo lo ha llamado libre desarrollo de la animalidad, para parafrasear irónicamente el artículo constitucionalque habla de la personalidad. Eso no cabe sino es su conducta anti-erótica y quizá asexuada.
Un libro, en fin, que nos traslada en esa puja del hombre por quedarse amordazado en los rezagos medievales a través de su mejor vehículo que es la religión y si ello significa acudir al ala más conservadora tanto mejor, como es el caso del Lefebvrismo, guía espiritual del personaje de este libro, obispo francés que glorificó las dictaduras junto a los canallas más feroces de Europa y de América Latina, al igual que su discípulo en estas latitudes al lado del Laurano-Uribismo, doctrinario de los juventudes autistas de las Universidades de nuestra querida Colombia.