Por Sophia Vázquez Ramón
En tierras del Cóndor
Colombia- Perú
Muestra de poesía
Selección de Colombia: Juan Manuel Roca
Selección de Perú: Jaidith Soto.
Taller de Edición Rocca.
Bogotá: 2014.
278 páginas.
278 páginas.
Poeta Domingo de Ramos |
Uno de los lazos más importantes que los bibliófilos colombianos
pudieron tener hace apenas unos tres o cuatro años atrás con las literaturas
peruanas significó sin duda también la mejor forma de acercarse a una vasta
summa de autores que daban cuenta de una cultura con la que, como suele ocurrir, a menudo se tiene
tan solo noticia de tres o cuatro de sus escritores, léase César Vallejo, Oquendo de Amat, el mismo Julio Ramón Ribeyro,
quizá el autor de relatos breves de más relevancia subcontinental del que la
crítica bien informada tenga noticia. En ese entonces, la Universidad Católica
del Perú entregaba a la imprenta una serie de publicaciones de bella factura
que a su vez se acompañaba de ensayos académicos, todos bajo la coordinación
editorial de su editor, el poeta y catedrático limeño Ricardo Silva-Santiesteban,
dicho sea de paso uno de los ensayistas mejor relacionados con la literatura latinoamericana.
La colección “El manantial oculto” –quizá la principal dentro de otras que se
dedicaron por igual a rescatar ya no la producción universal como sí, en este
caso, la de peruanos como Martín Adán o el mismo César
Vallejo–, se dio en su momento a la tarea de compilar
traducciones cuidadosas y muchas veces en versiones bilingües , toda vez que
esta empresa cultural contó con traductores como el mismo Silva-Santiesteban,
junto a gran cantidad de escritores insignes vertidos de diversas lenguas, desde Mallarme,
Pound, Alan Poe hasta Li Tai Po . La literatura peruana se nos entregó así por
un buen tiempo en su concepto gráfico algo minimalista -y digo entregó por que conté en lo personal con la suerte de recibir en Brasil los libros de la colección-, libros envueltos en un
pergamino blanco que daba a estos volúmenes la apariencia de objetos de
conservación. Hoy por hoy, la empresa que llamó a esta colección ha
desaparecido repentinamente y nos queda apenas la garantía de varios nombres
que se preservan más allá de las fronteras del Perú como una forma de mantener
la memoria escrita y, sobre todo, como una manera real de visibilizar
literaturas locales que por una u otra razón bastante tardan en cruzar los
Andes.
Resalta aquí la responsabilidad que la academia, las
editoriales independientes, las grandes y corporativas empresas del libro, han
de tener frente al promoción e impulso editorial, los clásicos, las
generaciones, las escuelas, los que responden a minorías étnicas, identitarias,
todo junto a los nuevos, las parroquias de turno allegadas a un santo patrón de
las letras, acaso de los oficiales que van a todo encuentro literario y que
ministros y diplomáticos muestran en sus viajes y como parte de colosales
exposiciones pro-turísticas, estos otros también han de compartir el escenario
de un análisis justo y llamado más que todo a develar el decurso de una cultura
que en muchos casos se exporta de manera parcial y coyuntural. En Colombia,
bien conocido es el caso de las pocas colecciones que vienen publicando
estudios y compendios sobre poesía o literatura colombiana con miras más
analíticas y de preservación que comerciales, ejemplo de libros como los que la
Universidad Javeriana en Colombia realizara hace apenas dos años alrededor de
varias figuras un poco minimizadas de la historia literaria colombiana, uno de ellos,
el dedicado a los poetas afrocolombianos Candelario Obeso y Jorge Artel. Paulatinamente,
el panorama ha mutado tanto como las herramientas de las que los autores se
sirven para mostrarse, crear lazos, buscar empatías o lectores, hablar a través
de canales distintos al libro o las publicaciones seriadas. Sin embargo, parece
ser que la misión principal de un autor no deja de ser la de ser escuchado y,
sobre todo, la de dar a su obra un carácter menos inmediato, las letras de
molde del señor Gutenberg pesan por lo general más que el voz a voz o la efímera
intangibilidad de un ordenador.
El presente libro, En tierras del Cóndor, resulta ser una antología –su carátula reza ‘Muestra poética’- que responde a buena parte de las cuestiones arriba señaladas. Por un lado, resulta de la necesidad de crear vasos comunicantes entre autores de Colombia y el Perú, por el otro, pone en contexto dos generaciones de cada país –de 1927 a 1986–, que comprenden edades que oscilan entre los 60 y los 25 años –en el caso colombiano– y los noventa y los 25, en el peruano.
Por lo tanto, no se trata en nuestro caso de una antología que puntualice una estética determinada por lo que se demuestra de entrada el ánimo de una complicación de estas características, abierta y dada a la diversidad, lo transversal, lo no sintomático. Su publicación se debe sobre todo a la participación que el Perú tuvo como invitado de honor en la pasada Feria Internacional del libro de Bogotá (su versión 27); fue publicado al tiempo que otro libro, ya de cuentos, Denominación de origen, donde por igual se da una conversación literaria entre los dos países, todo como parte de una interesante propuesta llevada a cabo por la editorial Taller de Edición Rocca.
Fernando Linero Montes. Foto: Eugenia Sánchez Nieto. |
A manera de doble libro, se inicia por un lado con la antología de autores
colombianos y el prólogo que el poeta Juan Manuel Roca hace de los antologados
mientras realiza, casi a vuelo de pájaro, una somera mirada a las letras
colombianas con el paneo de su historia y sus principales escritores. Se trata
de una introducción muy a propósito que sin embargo pudo haber tomado más vuelo
en un análisis que saliera de la coyuntura del momento para plantearse la
revisión del caso, esto en la medida que sabemos que esta parte del libro ha de
ser leída por peruanos, y lo mismo en el caso contrario. La antología recoge, sin
demeritar a ninguno de los convocados, obras de las que incluso en Colombia se
conoce poco o nada, aparecen las firmas de siempre junto a los novísimos, de
allí la necesidad del mencionado estudio. Del otro lado, Judith Soto Caraballo,
una periodista y gestora cultural de Cereté, Córdoba, Colombia, es la encargada
de la segunda parte del libro, ahora la dedicada a los autores de ese país invitado. La
presentación de Soto nos pone al tanto de la literatura del Perú, ese “país de
todas las sangres”, como lo cita al referirse a José María Arguedas. Nos habla
de Ciro Alegría, Ribeyro, Cisneros, Watanabe, y un centenar de autores a
quienes menciona de paso. Repito, queda por realizar para estas antologías un
texto que se tome más tiempo en tales revisiones literarias.
La antología, como ya se dijo, hace su apuesta de
forma un tanto general cuando recoge poetas de diversas escuelas y estéticas
con quienes el repaso a la poesía entrega no un solo cuadro de costumbres sino
un variado cadáver exquisito de la literatura de cada país. De la poesía colombiana
recogida en En tierras del Cóndor, nombraré
apenas autores como Fernando Rendón –director del Festival de Poesía de
Medellín-, Samuel Jaramillo, Omar Ortiz, Piedad Bonnett, Jaime Londoño -director de la editorial Domingo Atrasado-, Santiago Mutis, Fernando Linero Montes o Celedonio
Orjuela Duarte –subdirector de este periódico-; hasta jóvenes autores como Fátima
Vélez, Leonardo Gil, Lauren Mendinueta –autora que hoy día viene realizando una
gran labor cultural en Portugal-, Cristian Torres –poeta, músico y colaborador
por igual de este medio-; o Lucía Estrada; varios de estos merecedores de
premios literarios y algunos vinculados a talleres de creación y publicaciones culturales
en el país y el exterior. Del Perú, valga la pena recordar a maestros como
Carlos Germán Belli, Arturo Corcuera, Marco Martos, Rocina Varcalcel Carnero, Carmen
Ollé o Roger Santibáñez; de la generación de los nacidos en los sesenta resulta
una grata sorpresa para mí el encontrarme con la poesía de Domingo de Ramos,
cofundador del movimiento Kloaka, grupo contestatario que cerca estaba de
posturas contraculturales como la que para esos mismos años abanderara en Colombia
Gonzalo Arango y su Nadaísmo. Entre cada poeta se sigue respirando un lenguaje
común y una necesidad externa a toda pretensión que no conlleve a una forma de
seguir exhalando el mismo aire: una poesía que lejos esté de morir en las manos
de sentencias como las del brasileño José Paulo Paes, “la poesía está muerta,
más juro que no fui yo”. Buena forma de probar que lejos está de morir.