Canallas: Dos Ensayos Sobre la Razón.
Jacques Derrida
Editorial Trotta
Madrid, 2005
188 Páginas
Como el ánimo de
toda invitación a una lectura siempre ha sido, eso creo (eso deseo creer y creo
en el sumergimiento misma del deseo) es abrir al debate, al coloquio,
escucharnos, interrogarnos sobre temas que de alguna forman nos convocan, es
decir, nos sujetan a la palabra, la intención misma de pensar a Jacques Derridá
en las problemáticas actuales de la razón del Estado (que es en últimas, tal
parece concluir el autor francés, principalmente pero no únicamente una razón
ético-jurídica), apunta, en primer lugar al intento de acercarnos a su obra y a
su legado, y en segundo lugar, a pensar en la democracia como conciencia posible, o en palabras de
Derridá, como posibilidad imposible o
como imposibilidad posible.
En Canallas: dos ensayos sobre la razón,
encontramos las dos últimas conferencias que pronunció públicamente Derridá,
antes de su muerte. Su valor, más allá de su actualidad, radica en que de
alguna forma Derridá hace una confrontación (breve pero contundente) de sus
obras en el marco de su propuesta de la de-construcción del concepto de democracia y la asunción del concepto de
la democracia por venir (aquí y
ahora), aquella que nos dará el tiempo
que no hay.
Esto puede suponer, una probable aproximación retrospectiva a la magnitud de su obra y a su vez, una promesa de lo que vendrá (a pesar de su muerte física), ya que nos ubica en la doble posibilidad de la metáfora de la rueda: en cuanto volver en sí, re-tornar y en el acto de (re)correrse, desplazarse en el espacio y en el tiempo, hallar permanencia en la errancia del concepto, de la imagen propia y de la del otro.
Para Derridá, existe
una democracia cuya virtud es paradójica: la “ipseidad”. La
Ipseidad de la democracia puede entenderse como el fuero que
vincula una realidad a una soberanía (esa realidad es, puede ser: un Estado, un
individuo, una masa de individuos, un concepto, una idea, etc.), esa soberanía
nos permite ser sujetos del derecho cuya soberanía a su vez es ganada por la
legitimidad que históricamente ha trazado la geometría de su permanencia. La
primera paradoja es el hecho de que la racionalidad jurídica (desde el Contrato
social) sostiene que la fuerza del derecho está sostenida en la soberanía que
radica en el “demos”, pero a su vez,
es el derecho el que se auto-atribuye el derecho a negar el derecho, y a decir
quiénes, cuántos y cómo, somos soberanos y por ende, tenemos un fuero de
libertad y de auto-nomía. A esta paradoja se suma otra: la de la democracia
como ámbito de la auto-crítica, de la posibilidad del diálogo y el camino del doxa, donde está incluido hablar mal de la democracia, criticarla
en su concepto, en su historia y en su nombre, es decir, negar a la democracia
en el marco mismo de sus diálogos. Allí: una aproximación al carácter suicida
de la democracia y a su condición de ficción, simulacro o proyecto, toda vez
que en su seno, convergen las posibilidades del demos y su deslinde:
¿gobierno de la multitud, de la mayoría, de la plebe, de la totalidad, de un grupo aparentemente legitimado por las urnas? ¿aristo-democracia, seguridad democrática? ¿Posibilidad de que lo informalmente totalitario o anti-democrático llegue formalmente a la democracia y la destruya por decreto o “plebiscito”?.
A lo anterior se
suma, el hecho de que desde Kant (Hacia La Paz perpetua), se afirma
el carácter cosmopolita de la democracia, su carácter transnacional que da
nacimiento al denominado “Orden mundial”, cuyas normas están aún vinculadas con
una racionalidad parcializada (la económica). Sin embargo, la fricción es
clara: lo cosmopolita en su génesis y estructura, riñe con la noción clásica de
soberanía (como ficción
onto-teológica) en cabeza de los estados-nación. Y a su vez, el concepto de
soberanía sirve para dos cosas en el llamado Orden Mundial: para sostener que
el régimen democrático formal (en palabra y no en acto) es el único probable en
el por-venir de la humanidad y que el orden mundial es altamente democrático,
lo que trae consigo una nueva paradoja: la soberanía es “una instancia (que) en si instante propio, debe y puede, por fuerza,
poner fin de una sola vez indivisible a la argumentación infinita” (pp. 27)
en un contexto donde “reina” la ipseidad,
a saber: el reconocimiento de la auto-nomía de sí, del “ipse… del sí mismo que se dicta a sí mismo
su ley, su auto-finalidad” en la “simultaneidad
del ensamblaje o de la asamblea, del estar juntos, del vivir juntos” (pp.
28).
Desde la
etimología de la palabra en francés (voyou) y en inglés (rouge), Derridá nos permite pensar en que el canalla es el proscrito, el que “mal versa las vías de comunicación”, y en cómo, políticas
supra-soberanas como las de Estados Unidos, usan la razón de la fuerza para
darse el derecho a decir qué democracias son soberanas y qué Estados no, en el
entendido de que el universo político se va reduciendo a la autoridad en la que
se es totalitario en pro del sostenimiento de la propia versión de democracia. Se abre la discusión cuya
actualidad es inminente: tras el discurso de la protección democrática, vienen
la razón de la fuerza y las amenazas bélicas del tipo ocupación. Entonces vemos
a un gobierno que tilda de irresponsable
a otro gobierno que insiste en ensayos nucleares, pero no se auto-denomina “canalla” en cuanto a sus políticas de
ocupación. ¿Quién es entonces el canalla? ¿El que tilda a otros de canalla, los
somete a la tortura generalizada en pro de la democracia? ¿El qué es llamado
así por separarse de la racionalidad imperante cuya fuerza no es sólo la
racionalidad sino – principalmente - la
fuerza? ¿Qué tan democrática es la política de exclusión en masa que llama
canallas a ciertos Estados, si en últimas, la democracia – y esa es la razón de
su suicidio y de su porvenir (si el yo, el logos,
el ontos salen de su mismidad y se anticipan a “pensar” a
“ser” en el otro) – es el espacio de la diferencia, de lo heterogéneo, cálculo
de lo incalculable? Derridá nos ofrece la posibilidad-promesa de una Democracia por-venir que ponga las cosas del hombre en su lugar, al derecho, que reconozca la soberanía
de lo (supuestamente) canalla, de lo
marginal y periférico (social, político, cultural, económico, etc.), y funden en ello, una versión verdadera de lo
democrático donde hay más preguntas que respuestas, estrategia antigua, por lo
demás, que exige en nosotros la asunción en acto.
Fernando Vargas
Valencia. Es
poeta, abogado y auxiliar de la cátedra de sociología jurídica en la
Universidad Externado de Colombia.