Doble fondo: séptimo título en la Filbo 2014

Norberto Codina, y Celedonio Orjuela Duarte




Doble fondo VII
Antologías
Norberto Codina, Celedonio Orjuela
Biblioteca Libanense de Cultura
Colección Musgonia
Bogotá, 2014
109 páginas



Una cáscara de cebolla puede ser

Por Alberto Rodríguez Tosca



¿Dónde se encuentra,

en qué pasado remoto y familiar,

esa casa encendida,

cuya esencia es el tiempo, el azar, las dudas?


N.C.


Norberto Codina es venezolano, Norberto Codina es cubano, Norberto Codina es poeta. Entre esas tres condiciones, que entre el Cristo y escoja. Yo escojo al poeta, y al amigo. Pero no es el amigo del poeta quien redacta estas líneas, sino el lector. Un lector que ha convivido con la poesía de Norberto Codina desde su primer libro (A este tiempo llamarán antiguo, 1974) hasta el último (El leve viaje de la sangre, 2014), pasando por los poemas inéditos que aparecen en esta colección.

Cuarenta años en intermitente pero siempre intenso contubernio con la poesía. En el prólogo a su libro Convexa pesadumbre, escribí en el ya remoto octubre de 2005: “So pena de ser confinado de inmediato a cursilería perpetua en cárcel de máxima teatralidad, me atrevería a afirmar que, entre los libros-lagunas (donde no pasa absolutamente nada), los libros-cataratas (donde todo se desborda a borbotones) y los libros-mares (donde todos lo deciden las mareas: altas, bajas, medianas, siempre con algo de catarata y algo de laguna), el de Codina pertenece a la estirpe de los libros-ríos”.

Poemas-ríos son los se leerán en estas páginas. Como tímidos valses rumorosos, desfilan por ellos la familia, los amigos, la casa, la ciudad, los vecinos, la infancia, el beisbol, los pájaros, la música, y un bronco ronroneo de voces donde lo doméstico y lo universal, lo atemporal y lo inmediato, lo manifiesto y lo impalpable, se enfrascan en una suerte de paseo sigiloso por calles pobladas de ojos fisgones condenados a revelar con palabras tranquilas todas las sutilezas de su alrededor. Sutiles son los versos de Norberto Codina, imágenes de carne y hueso que resbalan por la página en blanco como lo harían por un rostro las lágrimas o el sudor.

Una cáscara de cebolla puede ser
el atlas donde mi madre quiere descubrir mi paradero,
el destino que la hace llorar de un modo manso
por mi prolongada ausencia
mientras funda con sus provisiones
la sabiduría diaria de la cocina.

Nuestro poeta cubano-venezolano pasea por las palabras como por la cocina de su casa. Las aparentes pequeñas cosas reviven en rotundas metáforas que trascienden las rutinas de la cotidianidad. Atisba en las minucias de cualquier rincón con tanto goce como en los trazos más insondables de una constelación. Construcciones dialógicas que no se regodean en malabarismos lingüísticos, experimentaciones vanas o simbolismos en desuso. Sus temas son los nuestros y nosotros somos parte de la materia prima de su poesía. Habla consigo mismo, al tiempo que, mientras camina, habla con el lector. Conversa con él como con ese amigo que acaba de conocer y sabe que lo acompañará hasta el final del impredecible paradero.


Algunas pequeñas historias
se desarrollan en las estancias, las lenguas,
las escenas domésticas
de culturas contemplativas por su sencillez
o sus enigmas.

Entre “el resplandor pasajero” y “la luz perdurable”, entre “el fruto maduro” y “la naturaleza muerta”, serpentean sus metafísicas de la intimidad. La historia personal del poeta fluye a instancias de un coloquialismo bucólico y gentil que involucra en su anhelante acontecer un mundo más o menos real pero siempre realizado a través de las invisibilidades del lenguaje, llano y contemplativo, a la vez que profundo y misterioso. Estremecimiento de las horas que salen a su encuentro y lo rodea de imaginarios íntimos y colectivos. No se deja deslumbrar por los deslumbramientos de la moda. “Palabra muerta, realidad perdida”, escribió Ángel González, poeta español tan caro a los afectos de Norberto Codina, cuya palabra viva (la de Codina) se aferra a la realidad e irrumpe en ella como “los árboles y el césped,/ y las bacterias, y los ratones/ y las aves acuáticas,/ y los frutos podridos y el helecho pujante/ declaran su cadencia particular”.

“Cadencia particular” que siempre desemboca en música. Como “la voz devuelta/ que se quiebra en el eco”, Codina escribe respirando. La autenticidad no es una categoría estética, pero sí una condición humana. Lo auténtico en la poesía de Codina radica en lo auténtico de su respiración, ora verbal, ora emocional. Se juntan aquí el verbo y la emoción para configurar una cosmogonía de sombras que se reúnen en la esquina de un barrio para hablar de amor, o de pelota. Bien lo dijo Joyce: “Si Judas sale esta noche sus pasos le llevarán hacia Judas. Cada vida es muchos días, día tras día. Caminamos a través de nosotros mismos, encontrando ladrones, fantasmas, gigantes, ancianos, jóvenes, esposas, viudas, hermanos enamorados. Pero siempre encontrándonos a nosotros mismos”. Se encuentra a sí mismo Norberto Codina en cada uno de estos poemas, mientras nosotros nos reencontramos en ellos.

Y me devuelvo a aquel prólogo del remoto octubre de 2005: “En ese mismo tono sereno y cordial, regresa Codina para legarnos nuevos testimonios de honestidad lírica y humana; sin trascendentalismos o palabras de más. A su modo regresa, cómodo en su salsa, vomitando ideas que son vísceras, angustias que son úlceras, tripas que son a todas luces corazón”.



Tu infancia pudo seruna suave paz de animales domésticos.Lecturas sobre lecturasa la sombra de los árboles de un patio de provincia.Norberto Codina es venezolano, Norberto Codina es cubano, Norberto Codina es poeta.



El baile de Celedonio

Por Gabriel Arturo Castro



La escritura de Celedonio Orjuela proviene primero de su oficio como lector, trabajo valioso y libre que se vuelve luego exaltación y reflexión creativa, una serie de imágenes hondas, vivencias personales, preocupaciones intelectuales y estéticas, las cuales han vencido toda resistencia procurando la comunicación. Vuelca al mundo sus enigmas, vértigos, angustias, ilusiones y silencios. Escritura que es un rito destinado a expulsar los demonios del tiempo histórico y del espacio fluyente, ceremonia de regreso a la edad temprana, a la memoria que se actualiza y proyecta al futuro. Es el mito del retorno a la infancia por medio de figuras sugestivas, misteriosas, capaces de hacer sentir lo insólito, el lenguaje vehemente, apasionante . Así la poesía se adueña de la imagen interna, meditada, íntima, dramática, alterada, tajante y sugestiva. 

De esta manera la poesía de Celedonio Orjuela Duarte posee condiciones estéticas (junto a la intuición) para su captación a través de la lectura. Además su altura está dada también por la fuerza de su composición, es decir, el cómo se estructuran todos los elementos significativos que intervienen en el hecho literario.

El autor concibe al poema como un todo orgánico; en su interior aparecen imágenes sugerentes o sugestivas, sensaciones o percepciones interesantes, llamativas. Los textos nos brindan una serie de acontecimientos mágicos, enigmas, iluminaciones que hablan de la emoción, de la exaltación e inquietud del creador. Allí radica su principal acierto: brindar al lector precisos momentos, instantes poblados de reflexiones, símbolos, fuerzas anímicas y evocaciones. Por lo tanto el poeta manifiesta que “las palabras esperan ser tocadas / cuerpo de en las pasiones de los hombres / /arcabuz o candil o bailarina / casi toda la materia para sí)”.

Acción donde al poeta le importa la creación de la urgente atmósfera que envuelve toda la obra: el aire del pasado, las devastaciones, las cenizas, la casa solitaria, los recodos del cansancio, la noche sucia, el olor a hierbas silvestres, la vieja música que se repite.

El conjunto de ideas fundamentales de la presente Antología proviene de un tiempo antiguo, materia prima de la introspección poética. Aquella injerencia e intromisión por otros tiempos es atractiva y sugerente, colmada de intuiciones profundas: 

“La infancia llena de bosques / leños que arden desde siempre”.
El buceo al interior de las imágenes ahondan las entrañas, el corazón, la médula de la memoria que el poeta procura convocar, la ruina convertida en campo minado, los seres desventurados que cantan melodías de ladrones, “paisajes de mortajas / sin risas y sin cantos”.

Su escritura tiene así consecuencias expresivas, propias de un lenguaje propio, macerado por el tiempo. Dominio literario colmado de poemas cuyos temas son muy atractivos, pues los textos suscitan encanto, sugestión y fascinación cercana a la magia, líneas llenas de posibilidades. 





Tales invariables descritas a través de los ejemplos se pueden aplicar a los textos de la actual Antología: El motivo de la mujer danzarina y su tono erótico; el escudriñar algunos lugares urbanos como la taberna, la patria, el barrio, los parques, las calles, el hospicio, la casa, la terraza, las criptas, las galerías, la cárcel, espacios que sirven de asidero para explorar las potencialidades poéticas de sus espacios y sus personajes; la vuelta al pasado, a sus imágenes arquetípicas: el paraíso perdido, la infancia repleta de sombras y bosques, la guerra en la montaña, los cazadores de odios políticos, los paisajes de mortajas, el errante que se enfrenta a la ruina.

Siendo coherente con el fundamento de su obra, el poeta cree en “el ritmo de la sangre” y en el tiempo como un “sitio de baile”, la danza posible a pesar del cielo cerrado, del “precario equilibrio”, de la ausencia de los “animadores de presagios”.

La Antología transita de la evocación autobiográfica (afectos, recuerdos de la infancia) a la sublimación de la realidad cotidiana y psíquica, tal como lo escribiera un día Ricardo Silva-Santiesteban:

“Celedonio Orjuela intenta dejarnos ese testimonio: el de una vida y un verbo. El poeta ofrece la experiencia de su paso vital sobre el planeta mediante su acercamiento a la mujer, al paisaje y al tiempo, textos insustituibles sobre la fraternidad humana”.

Silva-Santiesteban destaca la ideas de Celedonio Orjuela acerca de la mujer, su desvelo y presencia arquetípica; la travesía por la ciudad; la contemplación y juicio de ciertos estados existenciales como la soledad, la desesperanza, la melancolía o el desasosiego; la evocación del tiempo; el destierro; la errancia; la alucinación del hombre. Sin embargo y a pesar de la angustia, llega la poesía que nos redime o consuela, reconciliándonos con el mundo a través de un rico y fuerte universo personal:

Cae el pensamiento en la pereza de la tarde
las cosas retoman la intimidad
las sombras traspasan las cortinas
por ellas entra el chasquido de los autos
ulular de sirenas en la misma avenida
en que hago y deshago los días.
Después
una sensación de quietud en las alcobas
Voy en busca de tu cuerpo.

PdL