El paisaje en Cien años de soledad

Conferencia dada por el comentarista bibliográfico Alonso Aristizabal el 17 de Noviembre de 2007 en el Jardín Botánico José Celestino Mutis por solicitud del editor Mario Torres Duarte en el marco de Desde el Jardín, El paisaje colombiano de la literatura, ciclo académico que para entonces se desarrollara en dicho espacio. Se publica por primera vez en su totalidad gracias al aporte de su autor, Senderos Editores y Punto de Convergencia, amigos y socios de esta casa.

Por Alonso Aristizábal



Fue William Faulkner uno de los grandes maestros de García Márquez y sin el cual se puede decir que no existiría su literatura. Este dijo que los autores no escriben más que un solo libro aunque publiquen muchos. Es lo que se puede aplicar a la obra del Nobel colombiano porque Cien años de soledad es la novela por la cual se hizo escritor, y por ella escribió las obras anteriores y posteriores de tal forma que incluso en estas últimas siguen apareciendo los rasgos macondianos, y en particular el tópico del paisaje como aire calcinante en un hecho inevitable de su expresión. Pesa tanto ella en su trayectoria que sus otras narraciones parecen haber sido escritas con el objeto de decir lo último de dicho mundo y así intentar abandonarlo. Más de una vez ha confesado cómo después la relación con Macondo ha sido la de algo que lo agobia y por eso ha debido librar una gran batalla para quitárselo de encima. Se trata de la posición del escritor empeñado en renovarse para llevarle cada vez al lector una historia nueva. Así en las que le siguen se encuentran la lucha entre primitivismo y modernismo, la descripción del mundo loco de los sueños, el enfrentamiento entre el amor ideal y el amor real, las referencias históricas. Incluso se hace evidente que sus características hipérboles son extensiones del gran paisaje de la obra citada.


Por todo esto, Cien años de soledad  es la creación que el autor ha estado escribiendo desde sus comienzos, y ya entonces presenta un desarrollo para la conformación de aldea ilusoria que luego se extiende al Caribe como en el caso de las historias de la segunda etapa de su narrativa, del modo que aparece en El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, El General en su laberinto, Del amor y otros demonios y Memoria de mis putas tristes. Por lo mismo, hablar del paisaje en Cien años de soledad significa ocuparse de gran parte de su literatura por la cantidad de sendas y caminos que esta ha dejado en las nuevas obras. Lo anterior se puede afirmar con certeza en particular en lo que tiene que ver con la primera etapa de su literatura, y de manera especial al tópico del paisaje como centro de su propia expresión, y que corresponde a la identidad con la cual lo reconocieron pronto sus millones de lectores en el planeta, como su sello que le da otro rumbo a las letras universales.



Por ello este paisaje con la atmósfera de su mundo, se convierte en el fundamento de cada uno de sus libros, con sus realidades y contradicciones, como el objetivo de su universo narrativo. Esa, la manera de expresarle al universo, entre otros aspectos, que en nuestro medio la realidad supera la ficción. Produce admiración pensar que esto lo alcanza el autor desde la distancia en la que ha vivido la mayor parte de su vida, igual que si la inspiración quisiera compensar su ausencia del país. Hablaremos del paisaje según el Diccionario de la Real Academia, como la extensión de terreno que se ve desde un sitio, y considerada también en su aspecto artístico, y del mismo modo en los demás elementos que tienen que ver con dicho medio como los animales, los árboles, la música y aun las leyendas porque definen su geografía y su ambiente humano. En este sentido, se puede aludir al paisaje Caribe en muchos aspectos que incluso no menciona porque sin dudas están allí sugeridos. Es cierto que la citada novela a la manera de las obras clásicas, posee muchos otros elementos, y el paisaje solo es uno de ellos pero en el cual convergen los demás porque su historia hace parte de la vida de un lugar como nódulo de la memoria, la invocación y la fantasía.


Cien años de soledad fue madurada en su cabeza durante más de veinte años, en el período más grande de elaboración que no le requirió ninguno de sus demás libros. Igualmente se puede demostrar que los cuentos y novelas que la anteceden, fueron la formación de su mundo. Su paisaje o atmósfera se construye con el desarrollo a través de la evolución que le permiten La hojarasca, El Coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mamá grande y La mala hora. En estos se comienza a definir a Macondo como medio de la historia y la imaginación, y se empiezan a formar los personajes y su espacio. Incluso en el paisaje de Los funerales de la Mamá grande con su fantasía, se abren las puertas definitivas de ese medio de ensueño desbordante que es Cien años de soledad. No obstante, para el caso el paisaje en cada una de las obras mencionadas es fundamental porque constituye el lugar en el cual se asientan estos personajes y de ese modo se define su vida. Se puede asegurar que aquel habla a través de ellos, y su lenguaje posee relación directa con el sitio en el que habitan. Esta es una de las razones para que en su obra se pueda hacer diferencia, como lo han afirmado varios críticos, entre la voz de los protagonistas y la del autor o narrador.

El paisaje es tan importante en el momento de su aparición en la literatura latinoamericana, que muchos hablaron de las novelas como la historia de un espacio, y que propiamente define a Cien años, en particular al caso de Macondo como la historia de un pueblo imaginario que impone su realidad ante el lector. Pero es un medio de hechos y de imágenes antes que de las grandes descripciones de otras novelas de diferentes autores. El paisaje está presente en ella incluso empezando por el título. Así ocurre desde el comienzo y hasta el final, con el lugar endogámico que solo es visitado y transformado por los gitanos. De esta forma presenta una relación con el mundo bíblico de arenas y polvo que provoca el huracán del epílogo del libro, que se convierte en destrucción. De otra parte, ya está ratificado incluso por las memorias del autor que Macondo es el nombre de un árbol tropical. Además, se llamó así una de las haciendas bananeras por las cuales debía pasar en los días de su infancia. De esta manera, el lector se remonta al sentido proustiano de imágenes y símbolos de la obra porque allí está el paisaje de sus recuerdos antes de los ocho años, y que le hizo decir que lo más importante le había ocurrido antes de esa edad. También se podría hablar del medio animal y vegetal como partes esenciales de su reflejo del campo colombiano y latinoamericano que son otros objetivos primordiales para el autor, como sus raíces más caras. Se hacen parte esencial del relato el castaño, los almendros, la malanga, el mangle, lo mismo que los micos, chivos y vacas. Esta novela de García Márquez en su afán de resumir el pasado, retoma dicho rasgo que es de origen romántico y logra con este una obra que se convierte en expresión del alma y esencia de nuestro continente, y que por lo mismo constituye la reafirmación de un lenguaje que entra a dominar la esfera del español.

Obviamente se trata de un paisaje de tierra caliente como el trópico que nos identifica ante los cinco continentes. En muchos casos, este se vuelve un desierto, así ocurre con el Manaure de los wayús, nombre del cual habla en forma expresa a fin de afincar su geografía en el texto. Además, el castaño hace parte de la narración, se parece al árbol del paraíso de La Biblia o el Igdrasil de la mitología germana, y como tal constituye el eje del mundo y la vida que al final se rompe y se produce la catástrofe. No es gratuito que José Arcadio y Aureliano, el menor de la familia, como símbolos de su relación con la vida y su medio, terminen, el primero encadenado a un castaño, y al segundo se lo coman allí las hormigas.

En la literatura de García Márquez el paisaje es todo pese a que apenas se enuncia en sus imágenes en forma de chispazos o resplandores que le dan vida a la poesía de la novela. Hay un espacio esencial que se concentra en la historia fantástica de Macondo y se proyecta a otras narraciones y relatos. Corresponde a la descripción de los lugares imaginarios de la novela con seres extraviados por los desfiladeros de niebla.  Se refiere a la niebla opresiva de octubre, a hallazgos blancos y polvorientos en la silenciosa luz de la mañana, o la llovizna de minúsculas flores amarillas, caserones decrépitos que parecían abandonados en una esquina de la plaza y al dragón multicéfalo que impregnó de un vapor pestilente la claridad del mediodía. Sin embargo, dentro de su equilibrio de fantasía y realidad, la novela hace del paisaje atosigante de Macondo, entre los gritos de los pájaros y la bullaranga de los monos, con su sendero de naranjos silvestres, también el marco de una historia vivida en el trópico ardiente del Caribe.  Se encuentra allí el campamento de casas de madera con techos de cinc. Estas tienen ventanas con redes metálicas y mesitas blancas en las terrazas y extensos prados azules con pavorreales y codornices. A lo anterior se añaden cobertizos de hojas de banano. Son aspectos que cada vez descubre una segunda lectura porque en la primera el lector se encuentra rebasado por el vértigo de la narración.




Estos elementos enriquecen la literatura de García Márquez, ya que él convierte su creación de cuentos y novelas en ritual de celebración de la tierra de sus orígenes más entrañables, como un sueño hecho de pasado, presente y futuro. También, recuérdese que solamente en el año 92 con Doce cuentos peregrinos se permite cambiar su espacio de inspiración literaria a Europa para escribir sobre su experiencia allí, con el propósito de mostrar facetas representativas de la experiencia de los latinoamericanos en el viejo mundo.  Pero aun esta vez, tal obra es la demostración de la manera como el Caribe se traslada con sus personajes a otro mundo y propicia cambios y trasformaciones que luego incluso llegan a mimetizarse con las nuevas realidades.

Quiere decir que siempre ha vivido pensando en nuestro paisaje como el contexto que ha activado su alucinante imaginación, perseguido por nuestras flores en medio de escarabajos, rosas, begonias, geranios, nardos, cipreses, dalias, helechos y palmeras. En varias ocasiones se ha referido a dicho aspecto como un acto de fidelidad con su medio, primero basado en la conciencia política y reivindicatoria como colombiano y latinoamericano que marca la primera etapa de su narrativa. Así el Caribe es un olor y sabor de dicho paisaje como cuando en la recordada entrevista con Plinio Apuleyo Mendoza aludió al olor de la guayaba y que era el símbolo de lo que en verdad le hacía falta en la distancia con su país. Luego ello es la forma de darle validez internacional a este universo que no lo deja desprenderse nunca. En definitiva, ha sido otro viajero inmóvil, esta expresión la aplicó antes Emir Rodríguez Monegal a Pablo Neruda, de esos que van por el planeta entero mirando paisajes que cada vez se contraponen a los de sus recuerdos. En el prólogo a En canoa desde el Amazonas hasta el Caribe (Fondo de Cultura Económica, México D.F.1993) de Antonio Núñez Jiménez, se refiere a mecedoras de navegar y poltronas de tierra firme en las cuales la misión es la contemplación, y que en su caso tiene que ver con su oficio obsesivo de mirar su realidad y que ha hecho parte de su trabajo como escritor y periodista.

Hay un cuento titulado El último viaje del buque fantasma, y que forma parte de la colección de relatos que acompaña La increíble y triste historia de la Cándira Eréndira y su abuela desalmada. Dicho texto me parece importante por cuanto allí se plasma la estética de García Márquez, la definición de la realidad increíble del Caribe que se propone contarles a los cuatro continentes. Son páginas muy ricas en esta visión real e imaginaria, y en particular del mar de esa región como universo integral más allá de la mirada, y con muchos sentimientos y emociones. Ello significa que es muy consciente por parte de García Márquez la magia de hacerle vivir al lector su medio como la condición que no puede ser olvidada o ignorada, y que por lo tanto marca al autor para hacerlo que la cuente y trasmita su propio asombro. Tales elementos muestran sus caminos y cada una de sus formas reflejadas en el alma de los protagonistas. Por ello debo afirmar que estos aspectos se hacen capitales por cuanto hay una clara consonancia entre sus personajes y su contexto espacial, hecho que lo hace más real. Trasciende tanto esto en la obra que involucra a sus actores, y de ese modo ellos son parte de su paisaje como si fueran otros lugares o árboles de esos que se guardan para la contemplación a través del tiempo. De esta manera se convierte en expresión de su realidad, y así desde la óptica moderna, asume el sentido vivencial que los define.





No obstante, debo repetir claro que este paisaje no se encuentra descrito en forma explícita y amplia pero se respira a través de las cinestesias con sus calores y sudores en el libro y en los que le siguen como una condición o realidad ineludible en la cual se asientan los personajes. Cada uno de los escritores modernos halla su propio paisaje como el mundo que debe contar, y su lente constituye otra manera de mirar para descubrirle al lector otras posibilidades de la vida. Tales creadores que son los pintores y escultores del siglo XX,  forjan lo que definen como su expresión más allá de la objetividad y con numerosos elementos de lo que puede denominarse su forma de sentir y vivir. El arte de la última centuria es una manera de mirar que involucra a modo de un solo destino sujeto y objeto. Esto también se aplica al paisaje aéreo de la citada novela, y que tiene que ver con la imaginación y la poesía de muchas alas y mariposas que propone esta saga. Por eso posee tanta importancia el aire de vuelo que hay en ella, y que le da a muchos seres el carácter de anuncio de nuevas realidades. En este sentido ellos son tan visibles como los lugares y las leyendas que se tejen en su entorno. Así mismo, la música está presente como otra fusión entre cielo y tierra, un hecho que ha obligado a muchos a decir que se trata de un vallenato de cuatrocientas y tantas páginas. Ciertamente el vallenato que comenzó como música guasca, en los años sesenta empieza tener categoría social gracias a la obra de García Márquez. Otros aires son el merengue costeño, la puya, el bullerengue, el fandango y que el creador de Macondo también utiliza como denominación de fiesta. Por otra parte, el autor ha dicho que su lenguaje proviene de los principales boleristas de la Sonora Matancera como Celio González, Daniel Santos, Leo Marini, Bienvenido Granda, Nelson Pinedo, Celia Cruz. Este elemento se une en Cien años con la leyenda de Francisco el Hombre que se confunde con el origen del vallenato. Ello se hace fundamental porque nadie puede desligar del paisaje de dicha novela la  poesía de sus palabras, la música de su ritmo y sus historias.
   
Es necesario también hablar de un paisaje terrestre que está construido en torno a un aire concreto, para constituir la dualidad de cielo y tierra en García Márquez. Ambos poseen una misma vida y una misma senda, y  sus aires fragorosos se encuentran unidos aunque haya notorias diferencias en su esencia. Entre las aves hay que destacar algunas que tienen significativo sentido en esta novela por su papel en la vida doméstica. Del alcalaraván se dice que da las horas, y en la citada región quien no tiene para comprar un reloj se consigue uno. Su importancia en la obra de García Márquez se da por su presencia nocturna y su relación con la noche. Igualmente, el gallo de pelea como compañero de las luchas de la vida del hombre hasta convertirse en un símbolo de ellas del modo que ocurre en la obra del Nobel colombiano. Este animal tiene un patio exclusivamente para él donde lo mantienen amarrado porque si lo sueltan se vuelve correlón y no pelea sino que huye. Ello también demuestra su importancia para el pueblo, otra de cuyas fuentes de subsistencia es la suerte. Además, el loro porque según la tradición allí, la vida de una solterona no está completa si no tiene uno. Los periquitos salvajes de color verde, y se utilizan en las plazas de mercado para dar la suerte; la cocinera  semejante a la mirla; la tierrela, la misma torcaza pero más pequeña; el garrapatero, ave blanca parecida a las garzas y la maríamulata; la guacharaca es una especie de paujil, que le quita la comida a otros animales como la gaviota; el morrocoy o morrocoyo, las palomas y el sinsonte. 


El paisaje presenta en el Caribe un entorno de agua torrencial y lluvia inclemente que también hace parte de cuanto sucede en el alma de los protagonistas, y personajes como Remedios la bella y su ascensión al cielo, al igual que los pájaros y demás aves que determinan el desarrollo del relato de principio a fin en varias de sus obras. De esto parece surgir el huracán del final y que da lugar a esa tempestad que viene del cielo y todo lo cubre a modo de maldición bíblica. El medio terrestre gira alrededor de la casa, centro de la vida personal y familiar donde vive la madre o matriarca como fuente de poder y reunión. Recuérdese que es matriarcal la sociedad migratoria que posee tanto significado en la novela. Macondo se funda como parte de una migración, y en particular los hombres son aventureros que deben ir sin descanso por muchas regiones, y las mujeres se ven frustradas al verse confinadas a su hogar. Estos aspectos definen el ambiente campesino de la costa colombiana de acuerdo con la época que describe la novela, viviendas de barro y cañabrava, con patios grandes y los traspatios con animales. Entre los frutos más visibles se encuentran la patilla, la malanga, la yuca, el maíz y en particular el banano como producto que crea una época de bonanza base de la historia de Macondo, con el consecuente desastre a causa de la desaparición de dicho período luego de la llamada masacre de las bananeras. Los perros, las vacas y los cerdos tienen, además, un lugar determinante en este paisaje, poblado también por murciélagos y lagartos que a veces toman dimensiones de cíclopes mitológicos.

Las casas son de bahareque, techo de paja, enea y zinc, piso de tierra o mosaico, con corredores donde cuelgan las hamacas, y constituyen el sitio de reunión. La ropa la tienden en alambres o sobre el techo de zinc. Las cocinas tienen fogones de leña que todo lo invaden de humo. En el patio predominan los árboles frondosos como el matarrratón rico en clorofila que se usa contra la viruela y el sarampión, y las mariposas amarillas tan importantes en Cien años de soledad, surgen de las larvas que se desarrollan en sus ramas. El trupillo como el macondo tiene la curiosidad que no da flores y ni frutos, y esto posee un sentido especial en un contexto en el cual la reproducción constituye la clave de la surpervivencia; el guamacho es espinoso; el tamarindo del que sale la fruta del tamarindo. También, importante el almendro; la guinda con pepa que posee sabor ácido; el icaco del que se hace dulce; otros, el acacio, el níspero, el mango, el caimito, el ciruelo, el papayo, el coco. Junto a los troncos de los árboles y sus ramajes se reúnen sobre todo de noche los espantos que con frecuencia dan lugar a las procesiones de las ánimas. Se trata de un tema al que el autor le da el carácter de cargo de conciencia porque los muertos regresan para recordar una culpa. Además,  parte del folclor, el Garabato que representa un vivo enfrentado con la muerte a machete limpio. Es otra forma de mostrar la lucha por la vida que está en el alma de las tradiciones culturales de Colombia. Los árboles frondosos hacen parte de la casa y del abrigo que esta brinda, y de allí igualmente se cuelgan las hamacas, amarran el gallo de pelea, se hacen columpios, atan el toro criollo o sinuano. A un lado se encuentra la caballeriza que se integra al traspatio abierto, con albercas donde beben y comen animales como las bestias, toros y bueyes o las vacas de ordeño. Los alrededores corresponden a potreros y ciénagas. Estas son espacios de agua salobre y su ambiente constituye el hábitat de los personajes, campesinos por cuanto han constituido su modus vivendi lejos de los centros urbanos. A este paisaje se le deben agregar los medios de transporte, y en especial el tren que cambia entonces para siempre la vida de la región como ocurre con Macondo. Representa la presencia de la tecnología que se convierte en dominación económica y social.

En la obra del autor, el paisaje básicamente se concentra en la imagen como visión o mirada. En el prólogo a Una jornada en Macondo (Villegas Editores, Bogotá, 1995) del fotógrafo inglés Hannes Walhafen, García Márquez afirma que al repasar el libro sufrió una conmoción porque el clima poético de las imágenes es el mismo de su novela, que allí también el Caribe ha sido sometido a las transparencias poéticas. Al respecto, está de acuerdo en la importancia visceral de estas en su obra, y por eso debe confesar que grandes fotógrafos han inspirado sus novelas. Uno de ellos le sugirió el tono de El otoño del patriarca, con la fotografía de un palacio imperial  en algún lugar de la India, destruido por la intemperie. Esta afirmación significativa revela su técnica como narrador que confronta su propia mirada con las miradas de otros e incluso de otras técnicas a nivel universal, y que constituyen un elemento adicional dentro de los fundamentos de sus logros literarios. 

Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y la crianza de los niños y animales, y colaboraba con todos, aun en el trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad. Puesto que su casa fue desde el comienzo la mejor de la aldea, las otras fueron arregladas a su imagen y semejanza. Tenía una salita amplia y bien iluminada, un comedor en forma de terraza con flores de colores alegres, dos dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un huerto bien plantado y un corral donde vivían en comunidad pacífica los chivos, los cerdos y las gallinas. Los únicos animales prohibidos, no solo en la casa sino en todo el poblado, eran los gallos de pelea. (Cien años de soledad, P.19 y 20)

Este es un paisaje mimético porque cada una de sus presencias son imágenes de los propios sueños de los personajes, como lo afirma el mismo autor en Cien años de soledad, o sea que ellos ven lo que desean ver y que es parte de su propia identidad. Lo anterior, también le da el carácter idílico que hace de Macondo incluso la Arcadia del Caribe, y ello tiene relación con el nombre de este protagonista llamado José Arcadio Buendía, en demostración del vínculo entrañable del personaje con su medio, y que hace parte de la concepción del autor sobre la región. Allí se puede hablar de una atmósfera  ideal conformada por la vida misma de los personajes inmersos en su medio, al igual que de la realidad concreta que va a aparecer en forma clara en las obras posteriores.

Hay que decir que Cien años de soledad, la más divulgada e importante novela de la literatura colombiana y latinoamericana del siglo XX, tiene en el paisaje y la atmósfera, su propia identidad y la base de su asombroso realismo y fantasía. Aun en aquella el paisaje es la realidad misma que determina la existencia de sus seres. Por ello constituye una obsesión en la obra de García Márquez. En varias ocasiones él ha hablado de la esquina de los dos grandes océanos, y este aspecto corresponde a un punto de vista geográfico. Pero es necesario decir que el paisaje está presente en esta novela sin que su autor sea un paisajista como lo fueron los pintores del siglo XIX o Jorge Isaacs y José Eustasio Rivera. Incluso, que son pocos los momentos en los cuales este tiene una presencia real más allá de la imagen a modo de fotografía, sobre todo porque no se trata de una obra de descripciones como si lo han llevado a cabo otros autores a la manera de Alejo Carpentier. Sin embargo, el paisaje está allí como atmósfera con su presencia definitiva, y es uno de los principales logros de la obra. Igualmente, así lo entienden los directores de las películas que hasta ahora se han hecho de sus obras. Y esa es la cruz de dichas versiones cinematográficas porque en esta han crecido o fracasado. Pero hay que decir que su multitud de personajes constituyen otra parte importante de su paisaje, son seres en muchos casos montaraces y duros como si fueran árboles o animales. El Nobel colombiano dijo que en esta novela se propuso resumir toda la literatura, y creo que el tema del paisaje se encuentra latente en ella aunque no sea un aspecto que se pueda señalar común en la literatura del siglo XX. Quiere decir que asume el tema del modo que se lo permite la estética del momento. Dicho aspecto en Cien años de soledad corresponde a la manera como la novela se convierte en síntesis de un pasado literario, y más en este caso en particular. Considero que en tal sentido la obra mencionada es deudora de la tradición que forman María y La vorágine, marcadas por la necesidad de reflejar su propio medio. En estas se halla el paisaje como un elemento primordial que debe ser tenido en cuenta para comprender cada una de ellas pero dentro de una concepción exclusivamente ideal, según la costumbre de los autores románticos, como expresión individual y lírica.

En María y La vorágine se habla de lo que se denomina en América “la novela de la tierra”, una literatura empeñada en mostrar su propio medio, esto quiere decir su paisaje como espacio, geografía, naturaleza y demás. Estas obras son expresión del autor romántico, una dualidad entre sujeto y paisaje. En la primera este parece nuevo, apenas acaba de ser descubierto y por ello su naturalidad y aun ingenuidad. Por eso está lleno de asombro y vida con toda la fuerza de la naturaleza a la que se enfrentan los personajes. En la segunda, se sabe que el paisaje más que escenario es protagonista. De hecho a los personajes los absorbe la selva con su violencia y se los traga como la verdadera realidad que los hace desaparecer. Sin dudas, la obsesión con el paisaje es una costumbre que proviene de los mismos conquistadores deslumbrados por las maravillas que encontraban en el suelo americano, y que en el XIX fue reforzada por el movimiento romántico que tanto asidero encontró entre nosotros. Se trata de una época en la cual la novela era primero que todo paisaje, y de allí se derivan movimientos como el costumbrismo con el fin de descubrir al ser humano en su medio. 

Todo lo anterior, hace referencia a la realidad que había que contarle al mundo, y eso fue lo que ellos aprendieron a ver de nosotros, y sabían que esto era lo que los esperaba en este continente. El tema tuvo tanta trascendencia por el fundamento político que se le dio, y por lo mismo en algunas novelas como las indigenistas el medio era de la explotación y pobreza que convertía la literatura también en alegato. Entonces el paisaje tenía que ser visto como espejo de nuestra realidad. Aun ello se da en el lenguaje como manifestación del medio o la manera de descubrir nuestro entorno, y es lo que se afirma también de la obra de García Márquez, como la novela que actualiza el lenguaje universal con la expresión latinoamericana.

José Arcadio Buendía ignoraba por completo la geografía de la región. Sabía que hacia el oriente estaba la sierra impenetrable, y al otro lado de la sierra la antigua ciudad de Riohacha. Era, pues, una ruta que no le interesaba porque solo podía conducirlo al pasado. Al sur estaban los pantanos, cubiertos por una eterna nata vegetal, y el vasto universo de la ciénaga grande, que según testimonio de los gitanos carecía de límites. La ciénaga grande se confundía al occidente con una extensión acuática sin horizontes, donde había cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el hechizo de sus tetas descomunales. (P.21, 22). Este es el paisaje del mito como los lugares a través de los cuales la obra hace el puente con el pasado. Por eso en momentos como este se siente que el autor nos está contando otra vez una aventura como la de La odisea.

El paisaje tiene su máxima expresión en el viaje que hace José Arcadio Buendía en busca de una salida. Es un elemento clave porque está allí la idea de la fundación del pueblo como los conquistadores y colonizadores de los nuevos tiempos. ... él y sus hombres, con mujeres y niños y animales y toda clase de enseres domésticos, atravesaron la sierra buscando una salida al mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo... Pero también es el encuentro con su propia cultura rural como realidad que debe afrontar, el escenario  con su flora y fauna tropical. A partir de allí tendrán mucha importancia en el relato las casas grandes y los patios y traspatios.  Otro aspecto básico del paisaje, el río como  presencia del agua que da vida. Por eso el autor, más adelante tendría que hablar del río de la memoria como la definición de El Magdalena. Por lo mismo tiene mucho sentido el mar como realidad en la novela. Igualmente, los aguaceros descomunales que se convierten en otro símbolo. Se trata de una realidad exuberante y sin control. Dichos elementos son siempre manifestaciones del paisaje y marcan la vida de los personajes.


Cien años de soledad muestra dos etapas, una primera en la que el relato es presente marcado por los inventos que trae el mago Melquíades, y que anuncia otra época con sus nuevas realidades. La segunda, el pasado que la gente desea evitar para salir del círculo vicioso de su realidad que los encadena. Esto se muestra en la mencionada travesía, y cuando supieron que Macondo estaba rodeado de agua, y además encontraron el bajel español abandonado, y que parece otra forma de claudicación. Este pasado corresponde a una realidad primitiva como la del mundo de los Wayuu de la Guajira colombiana, y que se expresa mejor en La increíble y triste historia. Dicha narración es una página de Cien años de soledad que se convierte en este relato, una obra magistral en lo que se refiere a la expresión o testimonio de una realidad. La abuela muestra una clase social que vive a costa de los que le sirven. Escuchemos lo que dice en esta última novela corta: Al amanecer, cuando por fin se acabó el viento, empezaron a caer unas gotas gruesas y separadas que apagaron las últimas brasas y endurecieron las cenizas humeantes de la mansión. La gente del pueblo, indios en su mayoría, trataba de rescatar los restos del desastre del cadáver carbonizado del avestruz, el bastidor del piano dorado, el torso de una estatua. (P.80 Editorial Norma, 1997) En aspectos como este, la mencionada obra se convierte en uno de los relatos en los que Cien años de soledad sigue existiendo en las creaciones posteriores y que el autor debe escribir como otra manera de intentar desprenderse de ella. Es el mismo paisaje de de Macondo convertido en otra forma de la hipérbole inagotable de su literatura.


En fin, en esta novela el paisaje más que un lugar que puede ser descrito, es un aire como el de la evocación que proyecta el relato hacia delante y hacia atrás. Este aspecto se advierte en la primera frase que se repite a lo largo de la narración, y que dice: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía  había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Esta se repite en dieciocho oportunidades con alguna variación, y una de ellas es la siguiente: Muchos años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo había de recordar la lluviosa tarde de junio... Estas referencias hacen parte de la fusión espacio temporal que se da en la novela y que se transforma en atmósfera. Así mismo, todo se convierte en paisaje, por ejemplo, la guerra en la obra es primero un aire. El martes del armisticio amaneció tibio y lluvioso... El paisaje hace parte de la maravilla que se esconde detrás de la fábula que domina la narración. Esto es posible por las epifanías o imágenes con las cuales se encuentra tejida la obra. Mencionemos algunas de estas y en las cuales el elemento descriptivo es evidente: ...un revuelo de palomas asustadas por la lluvia...  un resplandor lúgubre en el rostro color de otoño... y vio otra vez la cara de la soledad... toda la vida había sido para ella como si estuviera lloviendo...     

A tales imágenes se pueden agregar aquellas que hacen parte de la visión universal de su literatura con referencias concretas a los grandes maestros como Carlos Fuentes o Alejo Carpentier, y que le dan al relato el tono global que desea asumir. Estas son como juego de espejos a manera de caleidoscopio que recrea paisajes de las obras que están detrás de la gran creación del Nobel colombiano. PdL

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ALONSO ARISTIZÁBAL


Ha sido comentarista bibliográfico de las revistas Avianca y Sam, El Espectador, la revista Diners, el Instituto Cervantes de Madrid y El Tiempo de Bogotá. Sus cuentos han sido incluidos en las antologías, La horrible noche, en español, y Und träumten von leben (Y soñaron con la vida) en alemán. Obras: Sueño para empezar a vivir, 1973, Un pueblo de niebla, 1976, Escritos en los muros, 1984, Colcultura, 1985, Oveja Negra.  1985, Una y muchas guerras, novela, Planeta. 1992, Vida y obra de Pedro Gómez Valderrama, Procultura 1997, Y si a usted en el sueño le dieran una rosa, novela, Arango Editores. 2000, Prólogo a la edición de Aire de Tango de Manuel Mejía Vallejo, obras completas, Biblioteca Piloto Medellín. 2002, Mito y trascendencia en Maqroll el gaviero, Mincultura y La U. Nacional de Colombia.

PdL