De la veracidad y la imaginación o de Conrad en Costaguana

Por William Acosta Pedraza[1]


Del poder y la gramática
Malcom Deas
Ed. Taurus.


Historia secreta de Costaguana
Juan Gabriel Vásquez
Ed. Alfaguara


Del romanticismo al realismo social
Alejandro Gaviria
Ed. Norma


Introducción


Resulta llamativo que desde la historiografía y la literatura se haya intentado–más con imaginación y algo que podríamos llamar especulación histórica– llenar el mismo vacío o la misma sensación que queda tras leer Nostromo de Joseph Conrad: esto pudo haber sucedido en Colombia ¿será posible? Me refiero a los textos del historiador Malcolm Deas “El Nostromo de Joseph Conrad[2], al del economista Alejandro Gaviria “De un posible Joseph Conrad en Colombia[3] y a la novela “Historia Secreta de Costaguana” del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Y no les falta razón, pues es inevitable al leer Nostromo  no  sentir que se está  delineando con el dedo la Costa Caribe colombiana desde el golfo del Urabá hasta la península de la Guajira en un mapa cualquiera o de estar recorriendo las líneas de una historia patria cualquiera que nos hable de nuestras guerras inconclusas.

Sin embargo, como decía al principio ellos han ido más allá, y no conformes con esa sensación de que se está ante algo conocido han intentado verificar si pudo ser cierto que Conrad, que Joseph Conrad, el gran novelista inglés haya pisado territorio colombiano en algún momento de su vida. Este escrito intentará polemizar un poco por esa posición de ellos de tener que llenar (a su modo) ese vacío que queda más allá de los que nos ofrece la novela, o de tener que buscar pistas en la Historia rebuscando la certidumbre necesaria que nos ratifique que pudo haber sido cierto. Que hubo una vez un Conrad en Colombia –digo- en Costaguana.

Tras las pistas de Conrad

Parte del hilo argumentativo de los textos de Gaviria y Deas proviene de ese constante contrapunteo entre la Historia y la Novela, entre lo que con certeza conocemos y lo que la mente de Conrad creó en su novela. No obstante, pienso que  (y algo similar dejan escapar esos autores de manera más o menos explícita) en la novela misma pueden estar esas pruebas indiscutibles de que Conrad estaba pensando en gran parte en Colombia cuando escribió su novela, o como lo dice en algún entrevista el escritor Vásquez: “La república de Costaguana, donde ocurre la acción, es una mezcla de países latinoamericanos, pero en esa mezcla la historia colombiana tiene una cierta predominancia; la anécdota principal, la separación de la provincia de Sulaco por medio de una revolución patrocinada y protegida por las fuerzas armadas de los Estados Unidos, es un trasunto evidente de la revolución e independencia del estado colombiano de Panamá”[4]. ¡Sin embargo al parecer no bastaba!




Tal y como afirma Gaviria “no se necesita ser un lector muy perspicaz para reconocer en Sulaco una mezcla de los pueblos colombianos de Santa Marta y Cartagena”. En esta línea Deas sostiene que la corta visita de Conrad al Caribe colombiano (que según Gaviria debió darse entre el 18 de agosto de 1876 y el 25 de septiembre de 1876) treinta años antes del libro, ejerció un impacto muy fuerte sobre él. “Se nota ese impacto en la evocación geográfica, en los detalles de los muebles típicos de las casas, del ferrocarril, de oficina de tienda, en pequeñas narraciones del modo de ser la gente” y luego comienza a contrastar algunos de los paisajes de la novela con los de la costa norte colombo-venezolana: “Sulaco y su Golfo Plácido tienen algo de Puerto Cabello –tan plácido el mar que una nave se puede anclar con un cabello- y el Golfo Triste, algo de Barranquilla y algo de Cartagena y algo de Valencia. La península de Azuera en la novela es muy similar a la de Paraguana o a la Guajira. Higuerota puede compararse con la montaña venezolana, pero la descripción en la novela es evidentemente realizada por alguien que ha visto desde el mar a la Sierra Nevada de Santa Marta”.



Por su parte, Gaviria, como lo anticipaba, realiza un ejercicio muy similar sólo que ahora el foco es menos geográfico y ahora es más circunstancial si se quiere: “Conrad fue particularmente crítico de la intervención norteamericana en la separación de Panamá (…) No coincidencialmente, la intervención norteamericana en Panamá aparece fielmente recreada en Nostromo. En la novela, Sulaco decide separarse del resto de la republica de Costaguana en una decisión favorable a los intereses de los Estado Unidos que, tal como ocurrió en la realidad, fue el primer país en aceptar la nueva republica y el artífice de su independencia: “una demostración naval puso fin a la guerra entre Sulaco y Costaguana y el crucero americano Powhattan, fue el primero en saludar la bandera de la nueva republica”. La única diferencia entre ficción y realidad es el nombre del crucero americano: Powhattan en la primera y Nashville en la segunda”.

Claro que hay contradicciones entre la reconstrucción que intenta Deas (que digamos fue la precursora) y Gaviria. Por ejemplo, mientras Deas afirma que Conrad “estuvo en las islas del Caribe, en Venezuela y en Colombia, en su primer viaje fuera de Europa, antes de haber estado en Inglaterra” (p. 275),  Gaviria afirma que el viaje que hizo Conrad en 1876 hacia el Caribe fue el tercero. Sin embargo pesan más las coincidencias. Ambos, por ejemplo, reconocen que Conrad tuvo que recurrir a otros tipos de fuentes; y conocía más allá de lo simplemente geográfico y paisajístico producto de su estadía en el Caribe o en los mismísimos puertos colombianos y venezolanos como se intenta constatar.



Y en esto el ensayo de Deas se explaya mucho más, pues afirma que debieron ser principalmente algunos libros de aventureros, pero por sobretodo (y en esto coincide no sólo con Gaviria, también con Vásquez y su novela) dos personas: Cunninghame-Graham, amigo inglés del novelista, y el colombiano Santiago Pérez Triana, hijo del ex presidente Santiago Pérez y exiliado en Londres, de hecho, y que como comenta acertadamente Gaviria todo apunta a que “Pérez Triana no sólo compartió con Conrad su holgado conocimiento de la política y la historia de Colombia, sino que también le sirvió de modelo para uno de sus personajes de Nostromo, el inefable don José Avellanos”. ¡Pero no bastaba!

De la veracidad y la imaginación

Cuando se lee el ensayo “La novela como historia: ‘Cien años de Soledad’ y las bananeras” de Eduardo Posada Carbó, no es difícil hacer eco de su reclamo y estar a su favor: no es prudente que la gente del común y en especial los historiadores tomen como fuente histórica la novela de García Marquéz[5]. La razón es obvia: la novela está plagada de exageraciones y el hecho de las bananeras es la prueba de ello. Hay otra cuestión que se desarrolla allí: de la novela surge la historia. Aquí de algún modo intentó emular la cuestión, sólo que no es un movimiento único, es un doble movimiento: de la novela surge la historia, y de la historia surge otra novela.



El ensayo de Gaviria intenta en un primer momento a partir de las biografías escritas sobre Conrad esclarecer qué fue de la vida de éste entre agosto y septiembre de 1876 cuando se encontraba en su época de marinero de paso por el Caribe. Afirma Gaviria que  “si Joseph Conrad pisó alguna vez los Estados Unidos de Colombia, probablemente lo hizo en este lapso. Los biógrafos de Conrad han descubierto, a veces con más imaginación que disciplina, muchos detalles sobre sus andanzas en aquellos días”. Aquí la interrelación entre la historia y la imaginación empieza hacerse visible. En un segundo momento luego de plantear ciertas conjeturas, y considerar que son limitadas escribe: “Las cartas de Conrad llenan ocho volúmenes y sus escritos autobiográficos son extensos, pero por mas que se hurgue y se esculque, cosa que ya han hecho hasta el cansancio los biógrafos de Conrad robándole a esta actividad cualquier pretensión de aventura, poco más puede encontrarse. La alternativa sea tal vez recurrir a las novelas en busca de paisajes y alusiones que brinden nuevas pistas, así estén trastrocadas por el olvido y la imaginación”. Es poco entonces lo que aportan las respuestas presuntamente basadas en la Historia, y la veracidad y rigurosidad  de unas biografías que incluso han husmeado en los registros navales de la época. Digámoslo de una vez (de nuevo) tal vez todas las respuestas se encuentran en la novela.




El ensayo de Deas, aunque no tiene la pretensión exhaustiva del de Gaviria de corroborar y hallar concordancia entre fechas y lugares, e intenta más bien en ultimas mostrar la relación existente entre Nostromo y la realidad latinoamericana, también deja zafar un comentario en que más de lo que se pueda especular en la historia, lo relevante es el poderío imaginativo del narrador inglés “El destino de tal vuelo fue fruto de la memoria, de lectura, de conversación, pero por sobre todo de la imaginación de Joseph Conrad. “La imaginación, no la invención, es maestra suprema del arte como de la vida”, escribió.”
Hasta aquí el primer movimiento. Y aunque no se toma la obra como fuente histórica, sino que al contrario, se intenta hallar la verdad histórica tras la confección de la novela, sí se explora ese espacio en razón de Nostromo. Ahora bien, como lo admite Vásquez el germen de su novela se halla  en principio con la lectura de los textos de Deas y Gaviria, además claro de la lectura de Nostromo y de una pequeña biografía que por encargo hizo sobre Conrad[6].

Precisamente en esa biografía se lee: ““Me impacientan tu desorden y tu manera fácil de tomarte las cosas”, le escribió su tío Tadeusz hacia 1876. “Me recuerdas a la familia Korzeniowski, siempre arruinando y desperdiciándolo todo”. Digamos que el tío no estaba totalmente equivocado: poco después de esa carta vino el viaje en el Saint-Antoine, con el que Conrad tocó tierra venezolana (desembarcó en Puerto Cabello, conoció La Guaira) y avistó Cartagena, o quizá llegó a visitarla. En La flecha de oro, Conrad habla de las varias actividades “legales e ilegales” a que se dedicó durante ese viaje; entre las últimas puede estar el contrabando de armas para los conservadores colombianos, que por esos días intentaban echar abajo el gobierno liberal de Aquileo Parra. Las batallas de Costaguana, la republica bananera avant-la-lettre que Conrad inventó en Nostromo, deben mucho a su percepción de los enfrentamientos políticos colombianos. Sulaco debe mucho a Cartagena; don José Avellanos debe mucho a Santiago Pérez Triana”[7]. Aquí la especulación histórica de Deas y Gaviria, Juan Gabriel Vásquez la transforma en Historia, esta biografía  (que como Cien Años de Soledad, como el texto de Álvaro Tirado que nombra Posada Carbó en su ensayo) puede ser más fácilmente consultada por cualquier estudiante o persona en una biblioteca que busqué información sobre el personaje en cuestión que cualquier otra y no dudara en tomar esto como algo veraz, como parte de la verdad histórica.
Cuando Vásquez intenta llenar con imaginación a lo que con especulación y algo de tratamiento histórico se aproximan Deas y Gaviria, lo que resulta es una novela no en la que Conrad se apoya en lo dicho por Pérez Triana, sino que se apropia de la vida y aventuras del personaje ficticio creado por Vásquez: José Avellanos. Avellanos en la novela, como al parecer sucedió en la vida real entre Cunninghame-Graham y Pérez Triana, es presentado por este último a Conrad, en la novela es Avellanos quien le relata su historia personal y patria a Conrad no es Pérez Triana como se ha comentado es factible haya sucedido en la realidad, y todo lo que le cuenta Avellanos a Conrad es lo que el lector conoce al leer Historia Secreta de Costaguana. Vásquez respecto a su novela afirma que la considera más una novela sobre la historia en que es posible tomarse ciertas libertades frente a las cronologías y lo dicho por la historiografía, y llenar vacios sobre los que no hay pruebas. Es decir y como el autor admite “la novela es para mí la herramienta mejor dotada para iluminar los rincones oscuros de nuestra historia, y así tratar de decir algo importante sobre lo que somos y cómo hemos llegado a ser así”[8].





Conclusión

Esto último me permite volver al interrogante del principio: ¿es necesario de una manera u otra llenar el vacío, o por ponerlo un poco en palabras de Vásquez, es necesario tener que iluminar ese espacio oscuro con una verdad historiográfica o una verdad literaria? Considero que en este caso no. Qué la novela, Nostromo, se explica e ilumina por sí misma. Y aunque reconozco lo valioso e interesantes de los aportes de Deas, Gaviria, y Vásquez, creo que como lo nombré algunos párrafos atrás, todas las respuestas se encuentran en la novela. Si Conrad vino o tuvo presente a Colombia, salta a la vista que sí y eso nos debe bastar. Ello en razón que para el caso (y aquí quisiera apoyarme en una frase de Germán Colmenares) “aun si fuera posible establecer la verdad sobre este episodio sin dejar lugar a dudas, su esclarecimiento no arrojaría más luz sobre los datos que poseemos acerca de todas las circunstancias que lo rodearon”[9]. La verdad histórica en este caso, comprobar que Conrad pudo ir de paso por algún puerto colombiano, por ejemplo, contrabandeando armas, como afirma Vásquez en su biografía de Conrad y considera factible en su ensayo Gaviria, no nos podría decir mayores cosas de las que ya conocemos sobre este hecho, o sobre las dinámicas de las guerras civiles y la política colombiana. Conrad en su novela, más allá de la veracidad de los hechos, con un poco de imaginación, pudo transportarse –y transportarnos- y estar –y dejarnos noticia de un Conrad en Costaguana. 





[1] Politólogo-Universidad Nacional de Colombia, Especialista en Economía-Pontificia Universidad Javeriana.wacostap@outlook.com
[2] Todas las citas del texto de Deas provienen de: DEAS Malcolm. “El Nostromo de Joseph Conrad” En: DEL PODER Y LA GRAMÁTICA. Edit. Taurus. 2da edición. Bogotá. 2006.
[3] Todas las citas del texto de Gaviria provienen de: GAVIRIA Alejandro. “De un posible Joseph Conrad en Colombia”. En: DEL ROMANTICISMO AL REALISMO SOCIAL. Edit. Norma. Bogotá. 2005.
[4] VASQUÉZ Juan Gabriel. “El camino de Costaguana” En: Revista Pie de Página. No. 12. Agosto de 2007.
[5] POSADA CARBÓ Eduardo. “La novela como historia: ‘Cien años de soledad’ y las bananeras”. En: EL DESAFÍO DE LAS IDEAS. EAFIT-Banco de la República. Medellín. 2003.
[6] VASQUÉZ Juan Gabriel. “Nota del Autor” En: HISTORIA SECRETA DE COSTAGUANA. Círculo de Lectores. Bogotá. 2007.
[7] VASQUÉZ Juan Gabriel. JOSEPH CONRAD: EL HOMBRE DE NINGUNA PARTE. Norma. Bogotá. 2007. p. 28-29
[8] WIENER Gabriela. “El escritor debe ser un aguafiestas: entrevista con Juan Gabriel Vásquez” En: http://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/el-escritor-debe-agua-fiestas/20691
[9] COLMENARES Germán. PARTIDOS POLÍTICOS Y CLASES SOCIALES. La Carreta Editores. Medellín. 2009.

PdL