Les cahiers ocultos de Paul Valéry

 Por Celedonio Orjuela Duarte

Los principios de la An-arquía pura y aplicada
Paul Valery
Tusquets Editores
211 páginas
1987


En las reflexiones que he hecho en algunos de mis escritos sobre los principios de la anarquía, se desprende que el anarquismo es rico en fundamentos filosóficos, éticos, estéticos, es decir, todo aquello que alimenta siempre ese pensamiento móvil donde tienen cabida aquellos que profesan honda preocupación por la condición humana, por tanto sus postulados vienen desde la misma cultura greco-romana para la cultura occidental, al igual que filósofos y poetas de la cultura oriental lejanos a la filosofía de Confucio, fiel representante del establecimiento. Ese espíritu de libertad no debe confundirse con aquello de que allí cabe todo, al igual que la pretendida expresión de anarquista, vocablo pronunciado en actitudes muchas veces sospechosas, bien sea con el ánimo de confundir o la actitud de quienes sueltan la expresión de manera irresponsable, dando a entender que anarquismo significa relajo o irresponsabilidad o incluso alguna postura kitsch, para algunos artistas huérfanos de consistencia tanto en su vida como en su obra.

Decíamos de la no persistencia en el pensamiento sistemático para el accionar anarquista, eso hace que entren en el acervo de su literatura libros como Los Principios de an-arquía, pura y aplicada, del poeta Paul Valéry, (Francia, 1871-1945) a quien el común de sus lectores conoce más como poeta de El cementerio marino, donde poetiza el destino de la muerte como ley de la vida; o La joven parca, poemario que –como lo expresa su circular nombre, el eterno retorno– entrevé el hilo de los destinos, porque no hay otra vida más que esta, movida, arriesgada, salvada según sus propias tormentas y las mareas de sangre, según las leyes puras del mundo, en detrimento de la historia; y joven porque todo lo épico es casi un nacimiento. Por tanto, todo lo épico es fuerza, emprendimiento, riesgo, aventura, no la vida desgarrada que se transmite casi que desde lo genético.



Otro libro poco sugerido pero igualmente valioso, amén de otros libros de poemas y ensayos, es Filosofía de la danza. Aquí, sostiene el poeta que tanto la danza como la poesía liberan al hombre como ser utilitario. El poema, por el contrario, recupera el tiempo cíclico frente al tiempo lineal y a la acción dirigida a un fin. El poema danza en el papel, nos lo sugiere Valery. Cada una de las estrofas reúne la música y la danza y, en su propio final, invita de nuevo al comienzo como lo hace siempre una bella canción. También en él, como en la danza, lo esencial es la primicia de la expresión sobre la función.

Los principios de la a-narquía… es un libro póstumo encomendado a su hijo, François Valéry, quien por la década de los ochentas decidió hacerlo público, no sin antes presentarnos el contexto del por qué del libro, y más en el ambiente de trabajo en el que vivía su padre cuando estaba al servicio del ala más conservadora del Estado francés , de ahí podemos colegir algunas precisiones que su hijo François deja a los lectores en su epílogo después de leer sus contundentes cápsulas brotadas desde lo más profundo de su entelequia, apuntan a todos los órdenes de los que tiene que dar cuenta un Estado a sus ciudadanos, por ello François inicia su texto con una nota de sus cahiers, de donde resulta el libro en cuestión:


...Gide viene a las 16h 30. Hablamos dos horas. Gide me dice con toda seriedad que yo debería hacer algo. Nos precipitamos en el abismo. Reunir gentes notorias. Russell, Einstein, Wells… para un llamamiento, ­a quién­ a qué le digo, Einstein, para mi sorpresa, se ha declarado contra el Estado, cosa que me complace, pues en el fondo el Estado siempre son unos cuantos, y en absoluto los que nosotros elegimos. Le señalo la vanidad de tales manifestaciones, y por lo que a mí se refiere, la imposibilidad de hacer algo distinto de lo que hago, es decir, antipolítica lenta… 






Se estaba al borde de la primera guerra mundial, Valéry en sus cuadernos afirma la negación de cualquier compromiso a través de la firma de manifiestos, cartas y cualquier otro comunicado, al respecto dice:

No hago política. Para mí el intelectual es siempre un solitario cuya función, cualquiera que sea su oficio, es la de incrementar el capital de los negocios del espíritu.

El poeta en esa suerte de torre de marfil ignoró por momentos lo que ocurría a su alrededor o como suele acontecer hasta cuando no estalla esa fuerza del mal, porque eso es una guerra, no lo acepta, mientras ocurría la batalla de Verdún, previa a lo que sería la primera guerra mundial en la que morían alrededor de un millón de personas entre el bando de los alemanes y los franceses nuestro poeta se dedicó a escribir el poema extenso La joven parca:

“Con el sentimiento íntimo de llevar a cabo una obra inútil y desligada del tiempo, homenaje a una tradición literaria agonizante, a semejanza de un monje del siglo IV o V”, se ve a sí mismo erigiendo un monumento a una cultura que cree, o teme, en peligro de desaparecer”.

Toda su escritura de la guerra y la posguerra fue un sentimiento de evasión, por tal actitud se le juzgó severamente. Pero dada su talla de intelectual influyente y su cargo de redactor en el ministerio de guerra le sirvió para persuadir mediante conferencias y en visitas a los gestores de la guerra como Mussolini, quien le dijera que el fascismo se iría “suavizando”, al igual que una visita al general De Gaulle. A Valéry le alegró su encuentro con De Gaulle, cuya figura consideró bastante enigmática. Entre estos dos hombres, sin duda en los antípodas el uno del otro, y separados por casi una generación, se podría establecer cierto paralelismo. Aquel que resulta de una educación similar, de las categorías morales e intelectuales de la Europa anterior a 1914, el paralelo es de François.

Todo este malestar de su tiempo lo fue registrando en sus cuadernos a manera de axiomas anarquistas, aunque el poeta tenía su postura, no muy cercana con el pensamiento ácrata, pero se entronca con la movilidad que el trabajo anarquista posibilita, es decir, la reflexión ácrata, así lo ve Valéry:

El poeta solo ve dos sistemas políticos el socialismo y la anarquía. Según él, del primero forma parte la monarquía del segundo, la república, lo argumenta de la siguiente manera:Evidentemente, en relación con el principio monárquico (sólo podía emitir un juicio retrospectivo, es decir, histórico, lo que no deja de ser un poco contradictorio por su parte) “Implica entre otras cosas”, dice, “que son admitidas al trono personas incapaces de conquistarlo”.
Sentía por el monarca absoluto Luis XIV una antipatía absoluta que no perdonaba a Versalles, al que encontraba teatral y vulgar, oponiéndole la perfección armónica del Petit Trianon. Fue uno de los primeros, quizá el primero, en sugerir que la Opera Luis XV fuera restaurada y recuperarse su primitivo destino. Además la monarquía centralista fue, según él, “un gran sistema de destrucción de los valores individuales”. Hay que tener en cuenta que Valéry era un poco occitano y que para él la monarquía de los Capetos representaba la dominación por parte de aquellos a los que a veces llamaba “vosotros, bárbaros del norte…”refiriéndose a los parisinos y a todo cuanto está más arriba de Loire, incluida su familia.

Valéry fue un lector muy selectivo, tanto de su coterráneos como de pensadores universales, del filósofo Bergson decía “ya parece pertenecer a una época desaparecida, y su nombre es el último gran nombre de la inteligencia europea”, pronunció un discurso que llegó a América Latina. Jouvet lo leyó en Bogotá. Europa iba camino a la destrucción, lo que efectivamente ocurrió, al poeta lo atraparon prácticamente las dos guerras, por eso decía que le parecía que había vivido como cinco siglos y de Francia, no me gusta mucho que se hable de reconstruir a Francia, lo que me gustaría es que se quisiera construir una Francia.

Estos cuadernos son testimonio de lo que no pudo ser en su vida, en todo caso significan un legado fundamental de los fracasos del hombre por tratar de vivir en sociedad y en sana convivencia, tratando de cumplir los mandatos desde que se crearon las repúblicas, sus gobiernos y sus partidos, de este último descreía. “Cuanto más inteligente es un hombre”, dice, “menos pertenece a su partido”. Y también, “el odio, la crueldad, la hipocresía, la rapiña, no pertenecen en exclusiva a ningún partido, la estupidez, a ningún régimen, el error a ningún sistema”. No se sitúa pues en un terreno en el que pueda ser lícitamente utilizado el criterio “derecha–izquierda”, juicio que para muchos sustituye a todos los demás y les dispensa de llegar al fondo de las cosas. En cualquier caso, él lo hubiera recusado.

Paul Valéry se separaba mucho de la derecha histórica, aunque no lo pareciera. Fue un hombre independiente de pensamiento, un inconforme aunque entendiera lo contrario. Como no fue afecto a los partidos, nadie podía reclamarlo como suyo. Digamos que se preocupó por una suerte de meta-política, se consumía en sus indagaciones que muchas veces no llegaban a ninguna parte, como suele ocurrir con los buscadores de utopías.

En cuanto a la corriente científica y literaria de su época aparentaba ignorarlas. Ae Freud, cuya influencia en los pensadores de la primera mitad del siglo XX fue enorme, Valéry no llegó a determinarlo demasiado La misma actitud asumió con los surrealistas, a pesar de haber compartido con Breton algunos encuentros. A su vez, los surrealistas, por su lado, lo excomulgaron, no sin apropiarse del nombre de la revista Littérature.
La moción de que escape a un concluyente tipo de clasificación no hace más que poner de manifiesto la autonomía de su pensamiento. Y eso ocurrió con Valéry en todos los órdenes de su existencia, incluso cuando tuvo que acepar lo más atroz, la dictadura, la definió como:

 “La respuesta inevitable del espíritu cuando ya no se reconoce en el gobierno de los asuntos públicos la autoridad, la continuidad, la unidad, que son signos de la voluntad reflexiva y del imperio del conocimiento organizado”. En otro lugar observa “Se quejan de las Dictaduras. Pero ¿Quién ha llevado la noción de Estado al absoluto? ¿No es imprescindible, para Marx, un Estado absoluto, como para Luis XIV?

Sobre los principios democráticos argumentaba: “dos grandes peligros amenazan al mundo, el orden y el desorden”, sólo veía en ella el inevitable compromiso entre estos dos principios. En su opinión, consiste no tanto en el gobierno del pueblo como en el gobierno de “aquello que conduce al pueblo”. Previó que la democracia “perecerá con el reino exclusivo del dinero”. Probablemente se refería a la democracia liberal, lo que está relacionado con otra de sus observaciones, “la burguesía, hija y madre de la economía política”. Pero su reserva se basa sobre todo en la pretensión de querer “resolver el problema paradójico de extraer la calidad de la cantidad, a partir de la mera acción de esta última”, pretensión que, según él, caracteriza a toda democracia y que considera falaz.

Como se puede observar en estas notas, su pensamiento siempre estuvo atento a toda la retórica política que va acomodando el establecimiento de ciertos regímenes, bien sea a través del voto popular o en acciones de facto, Valéry según estos cuadernos fue un pensador oculto de todo lo que aqueja la barbarie del hombre moderno, no se le escapó ningún tema para ponerlo en cuestión. Haciendo un paralelo entre capitalismo y socialismo, escribe:

Nada se parece tanto al régimen capitalista, cuyo rasgo esencial es el abandono de la gestión del capital a terceros y el desconocimiento acerca de lo que hacen con él, como el sistema administrativo de máxima centralización, que sustrae a la mirada la correlación entre los servicios prestados y las prestaciones exigidas por los particulares”.

En su demoledora crítica a toda forma de poder o avasallamiento, piensa que “todo régimen es absurdo o inhumano, o ambas cosas”, puesto que prácticamente la única lección que podemos extraer de la historia es que no puede dar ninguna, es preciso buscar otra cosa, aunque solo sea intentar una experiencia mental diferente. Dicho de otro modo, partir de la observación “ingenua”, como le gustaba decir, para ir a contra corriente, poner a prueba las ideas recibidas, los valores tradicionales, los mitos y los dogmas, cualesquiera que sean, por lo tanto “nada hay sagrado en sí mismo”, afirma. Así pues, todo puede, debe ponerse en tela de juicio, y en eso consiste precisamente la función del espíritu.

Incluso la política en tanto que tal, la palabra “política” tiene dos significados, escribe “conquista y conservación del poder, organización de la ciudad, el segundo sirve enteramente de disfraz al primero”. En cuanto a las luchas políticas, tienen como resultado “oscurecer, falsear en los espíritus la noción del orden de importancia y el orden de urgencia de las cuestiones”.

En todo caso pensar que Valéry fue un anarquista sería un poco desmedido, más viendo de un hombre tan ponderado y tan inserto en la sociedad de su tiempo. Tal vez la reflexión anarquista le vino hacia el final del siglo XIX, al ver como salían estos libertarios a las calles y eran duramente reprimidos, pero parece que no le debe mucho o casi nada a teóricos anarquistas como Proudhon o Bakunin. De ahí que su definición de anarquismo sea meramente personal. “Anarquía es el intento de cada cual por rechazar toda sumisión a la imposición de lo inverificable”.

François Valéry, recuerda así momentos finales de su encuentro con su padre:

Durante el transcurso del invierno de 1944, Jacques Ruef, que dirigía la sección económica de la sección militar para las relaciones con Alemania, nos invitó, a mi padre y a mí, a un almuerzo al que estaban invitados, otros, escritores. El nacionalsocialismo aún no había sido definitivamente destruido y la bomba atómica aún no había estallado sobre Hiroshima. Sin embargo, uno de los principales temas de la conversación fue la posibilidad, es decir, la inminencia, de la utilización de tal arma, y las consecuencias incalculables del acontecimiento.
Al evocar este recuerdo, me viene a la memoria una frase escrita por Valéry en 1939 “cuando suene la señal, será exactamente el fin del mundo”.

PdL