La vida traicionada

Por Cristian Soler

Los informantes
Juan Gabriel Vásquez
Alfaguara
Madrid, 2004
338 páginas


Los informantes (2004), la primera novela “oficial” de Juan Gabriel Vásquez, es un recorrido por la historia de Colombia, pero no por esa historia que aparece en los noticieros y en los periódicos o en novelas galardonadas, donde predominan las masacres, los atentados y donde la violencia es retratada con un amarillismo descarado y oportunista. En esta novela la violencia juega un papel central, pero es vista desde una perspectiva desconocida, íntima, donde las líneas que dividen a las victimas de los victimarios se van borrando poco a poco hasta hacerse casi invisibles.

La historia comienza a principios de la década del noventa en una tarde lluviosa en Bogotá, ciudad donde acontecen la mayoría de los hechos narrados, cuando Gabriel Santoro, un periodista y escritor, visita a su padre, aquejado de una grave enfermedad, en su apartamento en Chapinero después de llevar varios meses en los que se han dejado de hablar. El conflicto entre  padre e hijo nace a raíz de un libro que este último publicó un tiempo atrás, Una vida en el exilio, el cual narra la historia de Sara Guterman, una amiga de la familia de descendencia judía que escapó de la Alemania Nazi poco antes de la guerra y que se radicó en Colombia. La pelea entre ellos se daría luego de que el padre de Gabriel, quien tiene su mismo nombre y es un eminente profesor de retorica en una universidad de la capital, decide publicar en uno de los periódicos más  importantes del país una reseña en la cual descalifica fuertemente su libro. El rencuentro, entonces, le sirve a Gabriel hijo no sólo para reconciliarse con su padre sino también para indagar los motivos por los cuales éste decidió descalificarlo públicamente, en el camino sin embargo descubrirá un secreto familiar que parecía enterrado en el pasado y que lleva consigo todo un legado de violencia.

Lo que en principio parecía para Gabriel una simple historia de una alemana viviendo toda su vida exiliada en un país cuya lengua en principio ni siquiera hablaba, termina siendo una historia de abusos y traiciones. Si Sara Guterman y su familia viajaron de Alemania a Colombia escapando de la guerra no por ello dejarían de pasar ciertas dificultades, mientras en Alemania eran señalados de judíos, en Colombia todos los Alemanes serian vistos con malos ojos ya que, sin importar si eran judíos o protestantes, simplemente no eran católicos. Igualmente, si lograron escapar de los campos de concentración en Alemania, pronto se darían cuenta de que los japoneses, italianos y alemanes radicados en Colombia, por el solo hecho de haber nacido en países enemigos de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, eran incluidos en listas negras que tenían como consecuencias el que no se pudiera negociar con ellos o el que terminaran confinados en un campo de concentración en Fusagasugá.



Lo que hace Gabriel Santoro, el periodista y escritor, es revivir una porción de la historia nacional que ha sido opacada por la narrativa de la época de La Violencia, esa que nos cuenta las luchas entre liberales y conservadores y la muerte de los grandes caudillos como Gaitán pero que tiende a borrar esas historias que aunque suceden en esferas privadas no por ello dejan de ser el testimonio de un drama afín a cualquiera de nosotros. ¿Pero qué genera la reacción tan airada de su padre? “La memoria no es pública, Gabriel. Eso es lo que ni tú ni Sara han entendido. Ustedes han hecho públicas cosas que muchos queríamos olvidadas”. ¿Quién tiene derecho a recordar? ¿Qué cosas pueden ser recodadas? Lo que generó la ira del padre de Gabriel, aquel orador insigne y hombre ejemplar, que ha sido condecorado por el gobierno y que fue el encargado de dar el discurso en conmemoración de los 450 años de fundación de Bogotá, es que remueve una historia de violencia en la que él jugó un papel central y cuyo mayor testimonio se encuentra en su propia mano, la cual perdió varios dedos a raíz de un machetazo.

En Los informantes el narrador nos habla del proceso de escritura de su libro Una vida en el exilio, nos suministra las grabaciones de las entrevistas que le realizó a Sara Guterman e incluso llega a incluir varios extractos de este libro en la novela. Una y otra vez se nos recuerda que este narrador es un escritor hasta el punto en que se hace visible que esta novela que estamos leyendo es un libro escrito por el narrador: “Un año después de terminarlo publiqué el libro que usted, lector, acaba de leer”. Este libro publicado por el narrador también se llama Los informantes, pero su proceso de escritura difiere con el anterior libro en que su padre ha muerto en un accidente de transito y en que a raíz de este hecho varios aspectos de su vida han salido a la luz.

La historia que se le revela al lector es la de una traición y se remonta a la Bogotá de los años de la Segunda Guerra Mundial, aquellos años previos al Bogotazo, cuando la ciudad se encontraba aún agazapada en lo que hoy es el centro histórico. Esta traición tiene como consecuencia el que un hombre nacido en Alemania pero que lleva varios años radicado en Colombia sea separado de su familia y confinado en el campo de concentración de Fusagasugá, allí será abandonado por su esposa y por su hijo y cuando finalmente sea liberado se encuentre en la miseria y deba buscar la muerte deambulando por las calles de esa Bogotá provinciana, mas parecida a un pueblo que a una ciudad, bajo los efectos de un coctel de pastillas para dormir y alcohol con pólvora.


Lo que esta novela pone de presente, y que el narrador sistemáticamente pasa por alto, es a quién le pertenecen los recuerdos, quién tiene derecho a indagar en ellos y hasta que punto se puede llegar con tal de descubrir la verdad, sea cual sea esta verdad.

Pero esta historia que se le va revelando al lector es la misma historia que Gabriel Santoro va descubriendo acerca de su padre y para escribirla debe no solamente escuchar los testimonios de la gente que conoció a su padre sino también recorrer sus pasos, caminar por el centro de la ciudad, mirar los rieles del tranvía que atraviesan la carrera séptima con avenida Jiménez y que no van a ninguna parte, testigos fieles de los estragos del tiempo y la violencia que parece no tener fin, debe visitar el sitio donde murió Gaitán, hombre al que su padre admiraba, y llegar hasta la droguería ahora inexistente en la que Deresser, aquel alemán victima de la traición, compró las pastillas para dormir. Finalmente, las huellas de su padre llevaran a Santoro hasta Medellín, lugar en el que sucedió el accidente de transito que lo mató.

La investigación que Gabriel Santoro realiza puede tener como finalidad comprender la figura de esta persona que al final de sus días resultó siendo tan enigmática, igualmente puede haber en ello una intención de redimir a aquel hombre caído en desgracia después de su muerte, pero podría verse también como una traición. ¿Sería capaz de publicar Gabriel el libro sobre su padre si éste siguiera vivo? Seguramente no, al igual que a varios de los personajes que intervienen en esta historia y que le piden en contadas ocasiones que no publique las cartas escritas por ellos o que no cite sus palabras, Gabriel constantemente rompe estos compromisos de silencio en pro de la verdad. ¿Pero existe realmente una verdad? ¿Y si existe quién la tiene, Gabriel padre, Gabriel hijo, Sara, Deresser, el alemán que se suicidó, o el hijo de éste, aquel que vio cómo su familia se desbarató tras algunas palabras imprudentes de uno de sus mejores amigos? Lo que esta novela pone de presente, y que el narrador sistemáticamente pasa por alto, es a quién le pertenecen los recuerdos, quién tiene derecho a indagar en ellos y hasta que punto se puede llegar con tal de descubrir la verdad, sea cual sea esta verdad. En cualquier conflicto los actores no simplemente se dividen entre victimas y victimarios y quien narra los hechos no puede pretender estar por encima de ellos, él también hace parte del conflicto.

PdL