Poesía ante la incertidumbre
Antología de nuevos poetas en español
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Visor libros
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158 páginas
Bogotá, 2012
El escritor francés René Guy Cadou dice en una de sus poéticas que el poeta se encuentra situado en el centro del poema de la misma manera que la araña en el centro de la tela. En este caso, la tela es la antología y los poetas aquellos que cayeron en la red del antólogo, cuyo nombre no aparece en la presente edición. Y aunque no sé quién es, me gusta el gesto de ponerse el puño en la mejilla mientras me dice desde su prólogo que “la poesía puede arrojar algo de luz para alcanzar algunas certidumbres necesarias”.
Entonces me sumerjo en el texto para ajustar cuentas con la realidad, parafraseando su cita de Luis García Montero. Ubico un taburete en alguno de los corredores de mi casa de campo y me dejo llevar por la cadencia de los versos. Bien, Luis García (Me toca hablar con García Montero ya que solo me imagino los gestos de quien ha escrito la presentación, y hablar con gestos no es del todo claro) le cuento que a diferencia de lo que piensa nuestro amigo, creo que la poesía de pedestal es una poesía que no puede emocionar, por eso los poeta contemporáneos ("Hablo de propuestas estéticas, no de fechas", García Montero) como Rabearivelo en sus magníficos hainteny, Diop, Samburg, entre muchos otros, han dicho que la poesía de forma, la que solo busca el preciosismo no puede emerger para "escuchar el reflejo de la luna en la alberca". No García Montero, el verso es del poeta colombiano Oscar Delgado. Pero tiene razón, mejor hablemos de los que figuran en este libro.
Jorge Galán, de El Salvador, me ha llenado de asombro al trasegar el imaginario que proponen sus versos. Por ejemplo, en el poema "Miniatura asombrosa" todo crece, vincula mundos, sensaciones de temporalidades diversas. Los sentidos se exaltan al ser impelidos por la droga maravillosa de sus imágenes. García Montero, fíjese qué talento para el fino humor con el que trabaja "Race Horse". "Hit the road, Jack" de la poeta española Raquel Lanseros, recuerda con sus sentencias que no se deben tener puntos de llegada sino puntos de partida, huellas que otros han dejado en la escritura para forjar con el viento los cimientos de una obra personal. Y no se imagina el sobrecogimiento que sentí al leer el poema "Beatriz Orieta Maestra Nacional". Allí habla del destino como litros de frío mojándole la espalda. La fuerza inusitada de este poema hace pensar que todo verso debería parecerse a la flecha Zen que da en el blanco. Aquí el primero de estos:
HIT THE ROAD, JACK
La autopista es el tiempo que tarda en convertirse
el principio en el término.
Entretanto en el día que me quieras.
No se pisan jamás las mismas huellas
–Heráclito dijo algo parecido–
sin embargo conducen al lugar donde estamos.
Nunca le tengas miedo al horizonte
no hay placer más sabroso que el trayecto.
Acepta el pan servido en cualquier parte
disfruta del asilo que te ofrezcan
pero ten preparadas las maletas.
Aprende por tu bien el arte de marcharte
siempre un segundo antes de que te hayan echado.
Prosigo por la red observando los títulos negros que aletean. Allí me encuentro a Federico Díaz-Granados en un patio, a oscuras, relacionando la vida con un "Hotel de paso". Y aunque persiste un extraño moho en la alacena, me voy tranquilo con las certezas que hallo en sus recintos. Como lo conozco de tiempo atrás me sorprendo con "Noticia del hambre". Cierto es que “uno se cansa de llenar la estantería de ausencias”. En sus poemas toma el objeto vivencial y lo examina a fondo y, como en una lección de topología, lo transforma, le da el giro que lo transforma en metáfora, como ocurre en "Canto
mineral".
¿A usted le gustaría ser Quevedo? A mí tampoco. A mí me gustaría algún día ser yo. Carlos Aldazábal viene de la Argentina con esa afirmación y con la angustia de que ya otros han dicho lo mismo. El poema me hace pensar que no es lo que se dice, sino cómo la voz se ha configurado para expresar con el poema los sentidos nuevos de la realidad que se diluye. En "Tumbas en Río Grande" la fuerza desgarradora de lo simple produce un espacio vacío inusitado, como también la producen los otros poemas que leí de él.
Ana Wajszczuk, también de la Argentina, trae la nostalgia, García Montero, el dolor del pasado, sus abuelos que recorren las sombras y le dicen cánticos desde la memoria, desde otro país que está en el rostro y
que no se reconoce. Y entonces llega la guerra, se percibe en sus versos el olor de las horas, los vestigios de la otredad que alberga todo menos paraísos. Contundentes poemas basados en la fuerza evocativa de un grito que se cuelga. No tambalean sus imágenes. Parafraseándola afirmo que el calor de sus versos me abre transparencias. Tiene una forma inusual de tejer la realidad en el poema.
García Montero ¿Usted sería capaz de resumir la historia de occidente en unas cuantas líneas? Yo también en una palabra: fracaso, pero eso no sería poesía, como sí lo hace la poeta chilena Damsi Figueroa en el poema "Historia del hombre de occidente". Todo está contenido en cinco estrofas, de principio a fin con versos irónicos. Este poema es un vivo ejemplo de cómo funciona la teoría de los espacios vacíos en poesía. Es en lo que no se nombra donde podemos hallar el sustento. Además, la calidad de sus sentencias aunadas a colofones perfectos le imprime a sus poemas certezas poco comunes, como acontece en el poema "Estatuas vendadas".
La poesía de todas formas debe decir algo, no solo giros sin sentido en torno a imágenes cojas, versos sin sustento en la experiencia real o imaginaria. He aquí que Daniel Rodríguez Moya, de España, tiene un talento especial para encadenar la historia que lo conmueve con metáforas tan contundentes que es posible habitar sus versos como uno de sus personajes. Se descansa al leer sus poemas gracias a los giros sorpresivos que descartan lo evidente. En su poesía habla el misterio que se oculta "Tras la puerta", encarna el recuerdo y desde ese aliento entrega el verso para que se escuche el llamado que puede estar en "El árbol" o en "Guardado en los bolsillos".
Parece que José Carlos Yrigoyen, de Perú, al escribir sus poemas que tienden a la prosa, recuerda de Eliot que Nada tiene tantas reglas como el verso libre, pues es que no los deja caer en lo prosaico. Habla de la intimidad sin derivar en facilismos, lo intimista se torna una voz profunda que avisa de las estancias recorridas por la memoria al otro lado del tiempo.
Ahora me balanceo en uno de los hilos que sostienen la red, un viento que viene de Nicaragua mueve las hojas de la antología como si hubiesen abierto la puerta. Entonces entro a la poesía de Francisco Ruiz Udiel donde la nostalgia se hace fuerza y la fantasía, esa herramienta imprescindible para construir metáforas, conversa con la realidad sobre los mundos que emergen de la imaginación. Con un estilo sosegado se burla de la muerte, me hace sonreír y pensar en que "cada cuatro años nace un poeta suicida".
Con Fernando Valverde, de España, descubro en el poema "La caída" que el vacío tiene dignidad y que los pelícanos son la semblanza de un destino que parte hacia el recuerdo. Allí se percibe el vértigo como una esencia que elabora lo etéreo, ese agregado que recorre sus versos: la vacuidad. Al ir despacio por las historias que poetiza, al lector le queda fácil construir un recinto en el que puede albergar sus pasos. Con sencillez elabora el tono tranquilo y acogedor para que se pueda habitar la hoja, como en el poema "Los pájaros".
García Montero, ¿ha ido de paseo a un puerto calcinado? Pues de sus aguas en fuego recuerdo "La merienda" de la colombiana Andrea Cote. En ese poema la magia sube con su aroma por la cadencia de los versos fundando el sentido de lo antiguo. La amistad y la familia manan de un plato de cebollas como la tristeza que se conjuga en un tiempo indefinido. Y es que la realidad poética que plantea transforma lo ordinario y cotidiano de los habitantes y su memoria, los lleva hacia nuevos tópicos. Las sensaciones
que plantea a lo largo de sus poemas invitan a sentir que allí hay un lugar para el misterio, o como lo afirma en "Desierto":
Terminamos con Alí Calderón de México. A parir de la experiencia directa se ubica el poeta para contar sus asuntos, da signos y señales de aquello que lo inquieta: invocaciones para que lo nuevo suceda, y no está lejos de que se le cumpla ya que, como lo ha expresado Robert Graves en La Diosa Blanca, la poesía también puede ser un oráculo que no sólo vaticina sino que alberga esencias indispensables para que el tiempo se someta a los deseos. Son sus versos una apuesta a la musicalidad con la que enmarca hechos y vivencias.
Como ocurre en las antologías que no son temáticas siempre hay exclusiones o inclusiones innecesarias, por ende no hablé de sus falencias, porque toda antología que se respete adolece de ellas, ¿Cierto García Montero? Preferí centrarme en los aciertos poéticos de sus participantes. Además, es bien sabido que toda antología es el café en el que se reúnen los amigos a compartir las experiencias que han poetizado. También puede ser un local más amplio al que concurren los nombres sugeridos por otros.
Así como en los cuadros uno aprende a oír lo que está pintado, en la realidad se aprende a ver lo que hay escrito. Es así que en los contornos de Poesía ante la incertidumbre hallé en las metáforas los instintos que
invitan a la sensación de lo visual y de lo novedoso, como cuando se subvierte para burlarse de lo cotidiano y de las cosas que no ve la mayoría, o como lo afirma Calvino:
En los poemas que se alejan de lo prosaico hallamos que detrás de cada verdad, detrás de cada una de las figuras trabajadas y propuestas por el poeta se halla una materialidad que transcurre y que abarca todo un universo de significados que no están demarcados por la letra.
A esos lugares donde nada se nombra, pero donde todo ocurre, los denomino espacios vacíos y silencios, dependiendo de su función dentro del ritmo y dentro de la historia que se cuenta en el poema. Cabe aclarar que no necesariamente los espacios en blanco que se dejan antes o después de los versos son espacios vacíos o silencios, son espacios tipográficos que se usan como medio para la elaboración visual de la imagen. José Saramago se equivoca en el comentario crítico "Bestias en un hotel de paso" al afirmar que “No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”. Pero entonces el poeta mide el tiempo en versos y entre verso y verso hay infinitas eternidades.
Quien pretenda rellenar esos espacios contando todo lo que se le antoja de la realidad no hará otra cosa que fragmentar la vivencia en miles de universos que, por lo incomprensibles, ayudarán a sumar polvo en los anaqueles donde aguardan los libros anónimos. Y en este sentido es que me dejé llevar por las propuestas de los poetas que escriben en Poesía ante la incertidumbre.
¿A usted le gustaría ser Quevedo? A mí tampoco. A mí me gustaría algún día ser yo. Carlos Aldazábal viene de la Argentina con esa afirmación y con la angustia de que ya otros han dicho lo mismo. El poema me hace pensar que no es lo que se dice, sino cómo la voz se ha configurado para expresar con el poema los sentidos nuevos de la realidad que se diluye. En "Tumbas en Río Grande" la fuerza desgarradora de lo simple produce un espacio vacío inusitado, como también la producen los otros poemas que leí de él.
Ana Wajszczuk, también de la Argentina, trae la nostalgia, García Montero, el dolor del pasado, sus abuelos que recorren las sombras y le dicen cánticos desde la memoria, desde otro país que está en el rostro y
que no se reconoce. Y entonces llega la guerra, se percibe en sus versos el olor de las horas, los vestigios de la otredad que alberga todo menos paraísos. Contundentes poemas basados en la fuerza evocativa de un grito que se cuelga. No tambalean sus imágenes. Parafraseándola afirmo que el calor de sus versos me abre transparencias. Tiene una forma inusual de tejer la realidad en el poema.
García Montero ¿Usted sería capaz de resumir la historia de occidente en unas cuantas líneas? Yo también en una palabra: fracaso, pero eso no sería poesía, como sí lo hace la poeta chilena Damsi Figueroa en el poema "Historia del hombre de occidente". Todo está contenido en cinco estrofas, de principio a fin con versos irónicos. Este poema es un vivo ejemplo de cómo funciona la teoría de los espacios vacíos en poesía. Es en lo que no se nombra donde podemos hallar el sustento. Además, la calidad de sus sentencias aunadas a colofones perfectos le imprime a sus poemas certezas poco comunes, como acontece en el poema "Estatuas vendadas".
La poesía de todas formas debe decir algo, no solo giros sin sentido en torno a imágenes cojas, versos sin sustento en la experiencia real o imaginaria. He aquí que Daniel Rodríguez Moya, de España, tiene un talento especial para encadenar la historia que lo conmueve con metáforas tan contundentes que es posible habitar sus versos como uno de sus personajes. Se descansa al leer sus poemas gracias a los giros sorpresivos que descartan lo evidente. En su poesía habla el misterio que se oculta "Tras la puerta", encarna el recuerdo y desde ese aliento entrega el verso para que se escuche el llamado que puede estar en "El árbol" o en "Guardado en los bolsillos".
Parece que José Carlos Yrigoyen, de Perú, al escribir sus poemas que tienden a la prosa, recuerda de Eliot que Nada tiene tantas reglas como el verso libre, pues es que no los deja caer en lo prosaico. Habla de la intimidad sin derivar en facilismos, lo intimista se torna una voz profunda que avisa de las estancias recorridas por la memoria al otro lado del tiempo.
Ahora me balanceo en uno de los hilos que sostienen la red, un viento que viene de Nicaragua mueve las hojas de la antología como si hubiesen abierto la puerta. Entonces entro a la poesía de Francisco Ruiz Udiel donde la nostalgia se hace fuerza y la fantasía, esa herramienta imprescindible para construir metáforas, conversa con la realidad sobre los mundos que emergen de la imaginación. Con un estilo sosegado se burla de la muerte, me hace sonreír y pensar en que "cada cuatro años nace un poeta suicida".
Con Fernando Valverde, de España, descubro en el poema "La caída" que el vacío tiene dignidad y que los pelícanos son la semblanza de un destino que parte hacia el recuerdo. Allí se percibe el vértigo como una esencia que elabora lo etéreo, ese agregado que recorre sus versos: la vacuidad. Al ir despacio por las historias que poetiza, al lector le queda fácil construir un recinto en el que puede albergar sus pasos. Con sencillez elabora el tono tranquilo y acogedor para que se pueda habitar la hoja, como en el poema "Los pájaros".
García Montero, ¿ha ido de paseo a un puerto calcinado? Pues de sus aguas en fuego recuerdo "La merienda" de la colombiana Andrea Cote. En ese poema la magia sube con su aroma por la cadencia de los versos fundando el sentido de lo antiguo. La amistad y la familia manan de un plato de cebollas como la tristeza que se conjuga en un tiempo indefinido. Y es que la realidad poética que plantea transforma lo ordinario y cotidiano de los habitantes y su memoria, los lleva hacia nuevos tópicos. Las sensaciones
que plantea a lo largo de sus poemas invitan a sentir que allí hay un lugar para el misterio, o como lo afirma en "Desierto":
“Es para el dios de lo desabitadoque se alzan templos invisibles en la borrasca del desierto”.
Terminamos con Alí Calderón de México. A parir de la experiencia directa se ubica el poeta para contar sus asuntos, da signos y señales de aquello que lo inquieta: invocaciones para que lo nuevo suceda, y no está lejos de que se le cumpla ya que, como lo ha expresado Robert Graves en La Diosa Blanca, la poesía también puede ser un oráculo que no sólo vaticina sino que alberga esencias indispensables para que el tiempo se someta a los deseos. Son sus versos una apuesta a la musicalidad con la que enmarca hechos y vivencias.
Como ocurre en las antologías que no son temáticas siempre hay exclusiones o inclusiones innecesarias, por ende no hablé de sus falencias, porque toda antología que se respete adolece de ellas, ¿Cierto García Montero? Preferí centrarme en los aciertos poéticos de sus participantes. Además, es bien sabido que toda antología es el café en el que se reúnen los amigos a compartir las experiencias que han poetizado. También puede ser un local más amplio al que concurren los nombres sugeridos por otros.
Así como en los cuadros uno aprende a oír lo que está pintado, en la realidad se aprende a ver lo que hay escrito. Es así que en los contornos de Poesía ante la incertidumbre hallé en las metáforas los instintos que
invitan a la sensación de lo visual y de lo novedoso, como cuando se subvierte para burlarse de lo cotidiano y de las cosas que no ve la mayoría, o como lo afirma Calvino:
“La palabra une la huella visible con la cosa invisible, con la cosa ausente, con la cosa deseada o temida, como un frágil puente improvisado tendido sobre el vacío”.
En los poemas que se alejan de lo prosaico hallamos que detrás de cada verdad, detrás de cada una de las figuras trabajadas y propuestas por el poeta se halla una materialidad que transcurre y que abarca todo un universo de significados que no están demarcados por la letra.
A esos lugares donde nada se nombra, pero donde todo ocurre, los denomino espacios vacíos y silencios, dependiendo de su función dentro del ritmo y dentro de la historia que se cuenta en el poema. Cabe aclarar que no necesariamente los espacios en blanco que se dejan antes o después de los versos son espacios vacíos o silencios, son espacios tipográficos que se usan como medio para la elaboración visual de la imagen. José Saramago se equivoca en el comentario crítico "Bestias en un hotel de paso" al afirmar que “No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”. Pero entonces el poeta mide el tiempo en versos y entre verso y verso hay infinitas eternidades.
Quien pretenda rellenar esos espacios contando todo lo que se le antoja de la realidad no hará otra cosa que fragmentar la vivencia en miles de universos que, por lo incomprensibles, ayudarán a sumar polvo en los anaqueles donde aguardan los libros anónimos. Y en este sentido es que me dejé llevar por las propuestas de los poetas que escriben en Poesía ante la incertidumbre.