Por Karla Sandomingo*
Nada
Janne Teller
Seix Barral
España, 2011
160 págs.
Nada importa. /Hace mucho que lo sé. /Así que no merece la pena hacer nada. /Eso acabo de descubrirlo.
Esas líneas componen en su totalidad el primer capítulo de “Nada” de Janne Teller. Pierre Anthon lo dijo el primer día de clases, se salió y nunca volvió. “Con entera tranquilidad se agachó, recogió sus cosas, que precisamente acababa de sacar, y las volvió a meter en la mochila. Se despidió con una inclinación de cabeza acompañada de un gesto de todo me da igual y abandonó la clase sin cerrar la puerta tras él. Y la puerta sonrió.” Entonces Anthon se monta en un ciruelo y, desde las ramas, les echa verdades y ciruelas verdes a sus compañeros cada que pasan por ahí.
“Íbamos a convertirnos en algo”. Esta frase completamente inescrutable en esa página, en esa justa línea, se vuelve avasallante al final. Todos se sienten confrontados, porque para Anthon la existencia misma no tenía significado alguno, y tenían que conseguir algo: bajarlo del ciruelo. Y comienza entonces una cadena de hechos que, como las bolas de nieve que ruedan, se van volviendo monstruos gigantescos, que nadie ve, porque los niños se reúnen en una serrería en desuso de esa ciudad mediana después de clases.
“Pierre Anthon llevaba un poco de razón en eso de que no importaba nada, y no era nada fácil juntar cosas que sí importaran”, pero “tenemos que demostrarle a Pierre Anthon que existen cosas que importan”. Entonces deciden llevar todo aquello con significado a la serrería: tus sandalias, dijo uno, pero me costó mucho trabajo conseguir que mi madre me los comprara, dijo una, por eso, dijo el otro, te importan, que vayan al montón de significado tus sandalias. La dueña de las sandalias es la narradora de la historia, una narradora directa, con cierto sarcasmo, con mucha lucidez y fluidez en esa prosa inquietante. La dueña de las sandalias, después de dejarlas en el montón, nos dice que piensa: Gerda me las pagará. Y buscó el punto flaco de Gerda, y le pidió dejara en el montón algo que le importaba.
La avalancha de resentimientos volvían más importantes las cosas que había que dejar en el montón, y entonces se vuelve material, tangible, una rabia inconmensurable en el corazón de cada uno que se volvió inconmensurable sutilmente, poco a poco, con cada cosa que se pedían en cadena. Ahora te toca a ti que perdiste lo que te importaba para dejarlo en el montón de significado, pedirle al otro algo importante para dejarlo en el montón de significado. Lo que fueron pidiéndose los unos a los otros devela en cada página y en cada turno que es posible más. Más, más, más.
Y cuando le piden lo suyo al siguiente y cada vez así, pasan cosas en el espíritu de la tribu que son los chicos en este proyecto de juntar significado, “algo en Hussain parecía haber sido destruido. Andaba por ahí arrastrando los pies y con la cabeza gacha, y mientras que antes había sido más bien bueno repartiendo golpes y empujones, ahora ni se defendía aunque otros lo buscaran”. Y luego otra página más, otro capítulo que termina así: “Sofie fue una de las que más presionó. No debería haberlo hecho”.
Cómo no seguir leyendo.
El desarrollo del conflicto es vertiginoso, y el narrador en primera persona pone al lector desde el principio en el meollo del asunto, lo introduce en ese terreno del que nos creemos ajenos: la propensión o inclinación a lo malo. ¿Pero qué es lo malo? ¿Cómo algo que tiene significado y altos valores para el corazón de un niño puede convertirlo en un ser que odia. El odio. La nada.
¿Qué cosa más atroz puede contarnos la novela? Sí, hay más todavía. Después de meter al lector en semejantes perversiones obligándolo a pegar los ojos en las páginas, en cada renglón, sin soltarlo en ningún momento, también expone, no solo los cuestionamientos sobre el sentido de la vida que pueden perder los jóvenes o no tan jóvenes, o sobre la nada, al sentimiento humano, malo o bueno, que se engrandece con ciertas acciones, lanza también un cuestionamiento en torno al arte contemporáneo, al significado que se gana o se pierde en un tris, al consumismo, a la necesidad de ser mirado, a la necesidad de poner un significado donde lo hay y luego desaparecerlo por otro significado que no significa.
El giro de la historia es inusitado, y deja suspendido al lector, en la zozobra. “Nada” es un libro oscuro, confrontador, que en un inicio fue vetado en Dinamarca, país de origen de la autora, quien se preguntó por qué estamos aquí.
¿Y por qué estamos aquí? ¿Qué significa? La violencia contenida en este libro no termina en la última página, continua de manera irreversible fuera de su tiempo, fuera del último capítulo, dentro de este presente, dentro del mismo futuro, aquí en la mano al cerrar el libro, en estas líneas que escribo, allá en tus ojos mientras lees. Pero no importa nada. No importa si lees o no este libro, en realidad. Sé que no podrás despegarte si lo tomas una sola vez, pero qué importa.
Nada importa.Hace mucho que lo sé.Así que no merece la pena hacer nada.Eso acabo de descubrirlo.
Karla Sandomingo. Poeta y narradora mexicana. Imparte cátedra en una escuela de medios audiovisuales. Es funcionaria del Poder Legislativo del Estado de Jalisco, en su país, aprendiz de Ikebana y amante de los zapatos.