Por Anna Rossell
Alfonso Levy,
Al calor de los
errores
In-Verso, ediciones de poesía,
Barcelona, 2013,
102 págs.
En la breve nota que Alfonso Levy escribe como epílogo de su
poemario Al calor de los errores el
autor nos confiesa su amor por las palabras de las que dice que le han “salvado
por lo menos una vez” y que ha vivido contando con las palabras, como se cuenta
con la madre o el amor”. Sin embargo también afirma: “Todo empezó en el
silencio […]”. Y es que silencio y palabras conforman un binomio dialéctico
cuyas partes se justifican mutuamente: Me
hablo del silencio / para saber vivir con las palabras, o El silencio me advirtió / de tanto juego
vano, […], o bien: Hay un silencio
que madura / frutos del pensamiento, […]. Consciente de ello, Levy
desarrolla una escritura breve y concisa, sus poemas son cortos, la estructura
sobria. El lenguaje poético de Alfonso Levy es lacónico, lapidario, busca en la
parquedad lo esencial, escoge su léxico con la recelosa cautela de quien teme
errar la elección para dejar sutil constancia de un estado de ánimo, de una
emoción, de una verdad. Su poesía tiende a la captación instantánea del momento
emocional o paisajístico, rehúye las voces contundentes, desprende el sosiego
de un espíritu que sabe de la importancia de la lentitud para percibir y
transmitir lo auténtico, lo importante, lo que proviene de su propio interior y
cumple escuchar con atención para interpretarlo, como sugiere este poema de un
único verso: ¿A qué esta prisa de
cazador? Levy sabe de la importancia de las palabras, pero no ignora las
limitaciones del lenguaje, que contrapone a la extraordinaria riqueza de la
comunicación sensitiva: dejo correr el
agua en las manos, / apoyo durante minutos / la frente en el cristal / como una
aventura, […]. Como hitos de la idiosincrasia del alma poética son
recurrentes sintomáticamente luz,
claridad, párpados, mirada, triste, pena, olvido, dolor, muerte, palabras que remiten a una
gestualidad suave, apenas perceptible, apenas insinuada, como rozar, asomar: Como si lo mereciese / rozo
el secreto / del que no se espera una señal, […]. O bien: Hay una piedad / que asoma en la mirada, […]. Gusta de fijar el feliz instante
efímero: Escasos son los momentos / en
que a solas / uno cree estar junto a la luz, / una brevedad dulce / de la que
no se bebe / su poso amargo, / por no empañar una dicha / que se sabe, no puede
retenerse. // […]. La discreción, que el sujeto poético reclama como divisa
de un modo de vivir, envuelve también lo formal: No conozco otra felicidad / que no haber olvidado; / y adentrarse en la
muerte / con las mismas carencias / que llenaron la vida. […].
Y con toda la prudencia y el minimalismo con que la voz
poética parece acercarse a las palabras, la poesía de Levy es sentenciadora,
desprende la convicción del aforismo, condensa en pocos versos una verdad, que
se intuye largamente buscada y defendida ahora con la seguridad de una máxima,
como en estos poemas de dos, tres o cuatro versos: La claridad del recuerdo / es la insistencia de la luz. O: La poesía / es asistir, todo quietud, / a
como pasa. O bien: ……… / de repente
basta un nombre / y duele una vez encontrado / lo que no sea pronunciarlo.
Peculiar es a menudo el uso que Levy hace de los signos de
puntuación, no siempre de acuerdo con el uso tradicional y que parecen
responder a la importancia que el autor otorga a la pausa, al silencio que
sugiere tras una palabra o un pensamiento, como invitación a la reflexión: Más que la pena de decir adiós, / duele,
oírte negar / al hombre otro que tú fuiste, / entre sus brazos / donde no
llegaban los dolores de la Tierra.
© Anna Rossell