Jordi Jané-Lligé
Del
jardí botànic i altres balades
(Del
jardín botánico y otras baladas)[1]
Emboscall, Tordera,
2011, 93 págs.
Peculiar y original este libro de Jordi Jané-Lligé, que
sigue la misma pauta de escritura personalísima a que nos tiene acostumbrados.
También ésta es una obra difícilmente clasificable. Al autor le gusta
sorprender a los lectores dándonos expectativas que no se cumplen, llama
baladas a textos que difícilmente se avienen con las definiciones tradicionales
del término, replantea la definición. Sus escritos no encajan con la concepción
que tenemos de la poesía y, a pesar de todo, lo son en lo esencial. Pero la
singularidad de Jané-Lligé no se agota en lo formal, por el contrario, si la
forma nos resulta sorprendente, mucho más el contenido, que se resiste más aún
a cualquier descripción.
Como insinúa el título, el libro está dividido en dos
partes: la primera, que inicia La Balada
del Jardín Botánico, y la segunda -más extensa-, que el autor dedica al
personaje más presente, La Mosca, que reside en Copons Street -Balada de La Mosca y Copons Street-, de
ambientación inspirada en la calle Copons de Barcelona. Si bien ambas partes
están claramente diferenciadas, hay conexiones entre ellas. Como si nos
quisiera dar una clave de orientación para el recorrido de la lectura, la voz
poética nos anuncia que
De los espacios urbanos protagonizados por la vida vegetal, / siempre he sentido especial atracción por el Jardín Botánico. Entregado / a sí mismo, en estado de perpetua reflexión y auto-/ contemplación, el Jardín Botánico es un espejo ideal para / el autoconocimiento. (La Balada del Jardín Botánico).
Así el jardín botánico se nos presenta como metáfora de
la diversidad de la vida, no sólo vegetal, que sirve al sujeto poético y, con
él, a los lectores, para la reflexión y el autoconocimiento. El hilo conductor
de todo este libro de baladas es sin duda éste, la capacidad de la voz poética
para ponerse en el lugar del OTRO, del otro ser vivo -planta o animal-, pues a
menudo la voz se desdobla en dos sujetos en un ejercicio de ver y conocer desde
la perspectiva del otro:
Soy orquídea. / / [...]. / / Si me despeino al viento. Si el viento me desnuda. / / Soy cactus. / / Soy baobab. [...] (La Balada del Jardín Botánico), o bien: Alguien grita su nombre en medio de la calle: ¡Mosca! Alguien llama / mi nombre en medio de la calle: ¡Mosca! Bien fuerte, ensordece-/ me: ¡Mosca! [...] (Final de la Mosca), o: La pulga, mientras saltaba inexorablemente, se preguntaba: / ¿Por qué tú, que me miras, no saltas? (Balada de la pulga).
Aunque existe alguna
otra conexión entre ambas partes: es la experiencia de la voz poética de
estancias en diferentes partes del mundo, que se convierten, a través de la
evocación emocional y de la reflexión derivada, en una sola y única
experiencia: así se suceden ambientes de Nueva York con estancias en Gambia o
en Barcelona, atmósferas que, siendo diferentes, no están del todo
diferenciadas pues se funden en el estado anímico del cantador de baladas, que
en un momento de nostalgia evoca siempre la misma melodía triste,
sintomáticamente en inglés, como signo de lo que se convierte en un sentimiento
fundido en el crisol de un alma: I will
be remembering the shadow of your smile. (Balada del 'mercadillo', La contadora de billetes de un dólar, El
caserón de La Mosca), inglés que, como síntoma, salpica el libro desde el
principio al fin - Copons Street, La fabricante de esencias (The Nose), La Balada de los LOST BOYS-.
Esta escenografía sirve al sujeto poético para la
experimentación y el autoconocimiento: experimentación formal y temática,
autoconocimiento a través de un mundo fantasioso ilimitado, como es ilimitado
el nivel de deseo de experimentación vital de la voz poética:
La experimentación con mi cuerpo me acerca a la sensación de desintegración / en lo absoluto. [...]. La vida radical = la experimentación radical No hay nada que nos detenga. Lo tenemos que probar todo. La vida es el experimento más grande que / nunca haya existido. (La Balada de los LOST BOYS).
Este punto
de partida contundente presupone la aceptación de que entrar en el mundo de las
baladas de Jané-Lligé equivale a una aventura también radical donde la
convención está absolutamente ausente, es el cosmos paralelo que se crea el
sujeto poético a medida para liberarse de las imposiciones de la realidad
cotidiana: desacostumbrado como estoy a
la ausencia de filtros / civilizatorios, bajo la mirada hacia el suelo. / Niego
la visión. (Del dolor), el único
que le da la libertad de expresarse y de aprender sin ataduras ni impedimentos.
Pero el lenguaje que gasta el autor no es complejo, los
registros de Jané-Lligé rezuman siempre, eso sí, una matizada sensibilidad que,
a fuerza de imágenes, no necesita sintaxis para transmitir la sensación
inmediata, del momento: Abrir una granada
. Abrir un melón. Abrir un higo. / Los límites del cuerpo, los límites de la
piel. Este querer / extender la piel hasta que lo abrace todo. (Balada de la Segunda Avenida). Cualquier
ambiente le sirve de materia poética, tanto la visión del paisaje tormentoso de
una isla (Densidad atmosférica) como
el tiempo de espera en una pizzería, que le sirve de impulso reflexivo, excusa
para manifestar la interioridad: El
momento es a-presencial. Poético. / Uno de los cocineros toca la campanilla. /
/ [...] La atmósfera. / Invita a quedarse, a perderse en pensamientos. (Pizzeria). A menudo es la contemplación
de escenas lo que mueve la voz poética a la escritura, entonces el registro es
esencialmente descriptivo, conciso, sobrio, enumerativo, fotográfico, directo,
el observador evita conscientemente la interpretación, si bien deja siempre su
huella sensible en lo que hace constar:
Las cloacas abiertas de Bakau. Las calles embarradas / de Barra. Una cerda que duerme en medio de un charco. Un / baobab centenario que corta la línea horizontal del paisaje / marinero. [...]. El olor de mar. La gente negra. El verde del río, del / cielo, del mar. (Amadou en la carretera costera de Gambia).
Sólo cuando el objeto de observación es
el propio sujeto poético el discurso se hace más filosófico: la actitud pasiva
frente al televisor le sirve para meditar sobre el tiempo, sobre el tedio: Como el tiempo visto desde lejos, ajeno a
uno mismo, sin / experimentarlo directamente. / Habiéndome separado del tiempo.
(Balada del tiempo frente al televisor),
o sobre la paradójica percepción del tiempo, que se resiste a las palabras
tradicionales y obliga al sujeto poético a la innovación lingüística:
Con la verdad televisiva de trasfondo / intento rehacer mi pasado / haciendo un esfuerzo de esquizofrenia titánico, / abandonando el tedio / que me tiene paralizado. / / Intento definir momentanoinfinitamente / nuestras vidas. [...]. / / ¿Es plausible una poesía / que aspire a la reconstrucción del pasado, / la fijación verbal del tiempo? (Carácter momentanoinfinito de la vida).
Sin cambiar el registro lingüístico la voz poética nos
introduce en la segunda parte del libro de la mano de su gran protagonista: La
Mosca, personaje, sin embargo, masculino, que observa el paisaje desde la altura de su vuelo. (La Mosca). El reino de La Mosca es
Copons Street y su prolongación, el barrio del casco antiguo de Barcelona,
trasmutado en el imaginario del sujeto poético en un elenco de personajes que
burlan las leyes del espacio y sobre todo del tiempo, porque los habitantes de
Copons Street son multitemporales, el universo es atemporal: Los habitantes de Copons Street entrando de
lleno en el enigma del / tiempo, abandonando su condición humana. (Copons Street, el día de la muerte de La
Mosca).
Así por este escenario de inspiración barcelonesa desfilan
figuras que parecen salidas de las páginas de una novela de Dickens, como la
anciana entrañable cuya voz añora el sujeto poético el día en que se ausenta: Hoy no has / llenado la calle con tu voz
llena de luz, llena de / nostalgia (La
contadora de billetes de un dólar), los niños que pueblan eternamente las
calles del barrio y son testigos del paso del tiempo: Sólo ellos saben ver las / antiguas piedras que se esconden bajo las
nuevas. [...] (Los niños recordatorios),
o los que, volviendo de la playa, pasan
horas haciendo volteretas, saltando desde los espigones en el agua, /
persiguiéndose por la arena (Los
niños saltimbanquis), o, en contraste con estos, aquellos que se miran los zapatos, se miran los /
pantalones. Todo limpio, todo ordenado (Los
chicos silenciosos), La vecina que
tiene dientes y mañana no tiene, La
fabricante de esencias, La guardiana
miope de Copons Street, La familia decimonónica,
El llamador de amigos, El corredor de fondo de Copons Street,
son los héroes y heroínas humanos habitantes del barrio, que, junto con los
animales: las cucarachas, las ratas, Madame Crisálida, los perros y las
palomas, pueblan el universo imaginario y grotesco de esta calle del casco antiguo
de Barcelona, reinventado. Ellas son, como dice la voz poética, las figuras legendarias de Copons Street
reunidas (El caserón de la Mosca).
Y, en medio de todas, el hombre gris -el sujeto poético-, que sale de sí mismo
y se encuentra a sí mismo, y que, de modo similar al personaje Eduard Raban,
del cuento de Kafka Preparativos de boda
en el campo, quien afirma que no
necesito desplazarme yo mismo al campo. Enviaré mi cuerpo vestido, también
el hombre gris afirma:
Salgo de casa, pero titubeo y me quedo parado en el / umbral de la puerta. La puerta queda abierta de par en par y yo / me quedo parado dudando. De repente, de mi interior, como / desdoblándome, sale el hombre gris del abrigo oscuro y se pone a / caminar con decisión por el rellano, baja las escaleras con la / cabeza gacha. El hombre gris del abrigo oscuro se va sin decir adiós. (La balada del hombre gris).
Y puesto que Jané-Lligé no para de sorprender a sus
lectores, sabemos (y esperamos) que el próximo libro volverá a sorprendernos.
© Anna Rossell
[1] El libro se ha publicado en el original
catalán; las traducciones del título y de las citas al español son mías.