Cuando literatura es mucho más que un texto

Por Anna Rossell

Cancionero de prisión 
Alberto Tugues
Dibujos de Laura Pérez Vernetti
epílogo de Jorge de los Santos
March Editor,
Petits Llibres, 2011, 
144 págs.


Genial este nuevo texto de Alberto Tugues (Barcelona, 1947), inclasificable en el género, como todos los demás de su autoría: Suite de las pestañas del silencio (1974), Sang de violí a la teulada (1977), Guía urbana de perplejos (1989), El archivo del copista (1990), Ejercicios breves de eternidad (1995), Distritos postales para ausentes (1998), Historias breves de este mundo (2002), Lugar de perdición (2006), El espía del ramo marchito (2007), El caso de una sangre derramada (2008).

Genial, en tanto que Tugues no sólo rompe con radical decisión los límites entre los géneros, sino que inventa una nueva manera de narrar, en la línea de autores rompedores como W.G. Sebald, que, más allá del texto pero conviviendo con él con función similar, intercala ilustraciones de registros diversos produciendo una nueva sintaxis. Genial, en tanto que Tugues plantea problemas fundamentales sin verbalizarlos, poniendo en evidencia con su técnica las limitaciones del lenguaje tradicional; la lectura de su Cancionero de prisión –aunque no sólo este texto suyo- relativiza el concepto de autenticidad, explora las fronteras entre realidad y ficción, nos obliga a plantearnos la diferencia entre realidad y verdad, entre realidad y memoria. Para ello el autor, también en la línea de Sebald, pero de cuño propio, inventa un nuevo biografismo, se sirve de citas introductorias de autores y de imágenes, a modo de intertexto, y del registro de cronista para conferir al conjunto la cualidad de supuesta objetividad, cuestionando así también este concepto.

De la mano del personaje del editor, que anota y da fe con concienzuda precisión a pie de página de los detalles de la edición así como de las supuestas fuentes documentales, Cancionero de prisión se presenta como una miscelánea de textos a caballo entre la realidad y la ficción: una parte de ellos atribuidos a un recluso –apodado El Novio- encarcelado en La Modelo de Barcelona por el asesinato de dos amantes; otra de hipotética incierta autoría (se duda entre la del Novio y la de un compañero italiano de celda), una tercera compuesta por cuentos enviados al recluso por un amigo, según certifica el cronista, y un epílogo de Jorge de los Santos, de factura dramatúrgica tragicómica, que sintetiza con la ayuda de una “teoría poético-científica” sobre lo trascendental, lo mundano y la ironía. Todo ello convive con citas de un amplio elenco de autores: Teócrito de Siracusa, Ovidio, Dante, entre otros, dibujos y fotografías de carteles, cromos y portadas de libros, debidamente justificadas por el cronista: de Campoamor, de Baudelaire, Lawrence Durrell, Beatriz de Nazaret…, que, con funciones diversas –a veces ilustrativa, a veces complementaria, a veces sustitutiva del texto-, conforman un denso entramado semiológico, presentado como pormenorizada crónica de una biografía: la del recluso-asesino por amor.


 Se trata de un conjunto de textos breves, todos ellos profundamente dolorosos, que si bien a primera vista parecen glosar los desamores de más de un protagonista, encierran pistas suficientes como para concluir que puede tratarse de los amores y desencuentros de un único personaje, ahora preso, que nunca vio su amor correspondido. Casi siempre en tercera persona, aunque también en diálogo invocativo del ser amado, Tugues construye para la ocasión, en concordancia con la supuesta extracción social del protagonista, cuya infancia se desarrolla en el Barrio Chino de Barcelona, un registro lingüístico y emocional verosímil, aparentemente sencillo, de sintaxis sobria, con repeticiones a veces, salpicado de vez en cuando de palabras groseras, en ocasiones sin signos de puntuación, que se transforma en la última parte del libro en otro más característico del cuento popular tradicional, de acuerdo con el introducido cambio de autoría, que ahora es la de un amigo del preso. Común a todos ellos es el bellísimo lirismo que Tugues consigue con frecuencia en un libro de personalidad extraordinaria, que se rebela contra cualquier encorsetamiento genérico -¿qué es poesía?, ¿qué es prosa?, dedicado, como apunta el personaje del editor en la nota final, “A J., el novio de la novia muerta, también a N., otro novio, y a los niños, novios tristes […] que se hicieron mayores y algunos vivieron y murieron de mala manera.”


© Anna Rossell

PdL