Sobre Mario Mendoza y el mundo de Shambala
Por María Cristina Sánchez León*
Mi extraño viaje al mundo de Shambala
Mario Mendoza
Arango Editores
Bogotá, 2013
180 páginas
Hace algunos años cuando mi hermano ya había ingresado a la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, nos inventamos un juego que aunque pareciera de niños era más un reto de grandes. Le mostraba algunas imágenes de obras de arte poniendo mi mano sobre el nombre del artista pidiéndole identificar precisamente al artífice. Algo que me llamaba la atención es que por esta época en pocas ocasiones -por no decir que ninguna- se equivocó con los nombres de los artistas. Frases como “eso no puede ser de Ingres, eso es de…” o “esa composición tiene que ser de...” eran lo que antecedía a su respuesta. Hoy en día pienso que en definitiva el conocedor o mejor, el gusto del conocedor sobre pasa la mirada placentera y se instala en una familiaridad inevitable.
En varias ocasiones, muchos de nosotros identificamos el autor de una pieza musical una pintura o una película, por algunos rasgos que en definitiva permanecen en sus diferentes obras. Con las obras literarias, esto nos ocurre a tal punto de memorizar fragmentos y escenas que en definitiva recreamos cuando las describimos o recordamos. Es al aliento inconfundible de Mario Mendoza al que me quiero referir prestando especial atención a su última obra Mi extraño viaje al mundo de Shambala.
Curiosamente pueden surgir dos sospechas: la primera consistiría en asumir que su último viaje es una aventura urbana con toda la oscuridad, convulsión y frialdad que desborda la experiencia del que vive la ciudad, en especial la Bogotá que recrea Mendoza. La otra sospecha, estaría orientada a considerar que el escritor bogotano cambia radicalmente la confusión y la desesperanza por la calidez y la fantasía que podrían ser propias de los mundos infantiles. Yo encuentro que ninguna de las dos sospechas puede considerarse de manera individual. Y ello, precisamente por algunos aspectos que aparecen con un nuevo tono de voz, pero finalmente una voz ya conocida.
Mendoza trae otra ciudad contemplando en su última obra un submundo, que no solamente constituye un paraíso de sabios, sino el escenario en donde aparecen de forma precisa las imágenes de la servidumbre humana. En una reunión secreta son las figuras de los grandes líderes y sus asesinatos lo que un jovencito elegido vislumbra. La fascinación por un mundo -no paralelo esta vez- sino oculto, reaparece poniéndonos nuevamente esa dualidad tan característica en Mendoza. En definitiva, nos volvemos a encontrar con la naturaleza de los dobles en el diálogo entre oriente y occidente, en el mundo que emerge en el contraste entre sabios e ignorantes. Ya los nómadas prehistóricos como en algún momento denominó a los habitantes de calle, aparecen como seres verdaderos y reales en su tiempo, es decir, en su tiempo prehistórico, ya no son una metáfora de la miseria.
La presencia de círculos similares a los de Dante y los aprendizajes parecidos a los de Adso de Melk, nos presentan una historia que encadena las tensiones de la tragedia humana: el deseo de destrucción y la esperanza en los que vienen, y la imaginación como el secreto absoluto que nunca debiera aparecer en las confesiones y la divulgación de las visiones de lo extraño. Nuevamente Mario Mendoza nos invita a viajar entre dos orillas, la del sueño y la vigilia. Esta vez la naturaleza de lo doble, nos plantea el énfasis en el lado claro e iluminado, sin olvidar que su procedencia casi siempre es el lado oscuro, quizá el lado más ingenuo e infantil de los seres humanos.
*Filósofa de la Univ. Javeriana y Profesora de La Universidad de la Salle. Magister en Historia del Arte y la Arquitectura de la U.N.