El amante de mi madre o los despojados del amor

Por Celedonio Orjuela Duarte

El amante de mi madre
Urs Widmer
Editorial Siruela
106 páginas
2001


La batuta es como una fórmula química danzante que integra las reacciones sensibles para el oído, contiene en sí misma cualitativamente todos los elementos de la orquesta. 

Osip Mandelstam 





Lo primero que llama la atención de esta novela, El amante de mi madre de Urs Widmer (Basilea 1938), escritor suizo que escribe en alemán (dos de sus novelas han tenido cierto eco en el mundo hispanohablante, El libro de mi padre y El amante de mi madre, novelas breves, relatos que de alguna manera sufren alguna afectación en el mercado editorial, porque cuando se habla de novela, se piensa en un buen número de páginas), es precisamente la forma en la que inicia: "Hoy ha muerto el amante de mi madre". Se trata de un inicio que visita las altas cumbres de la narrativa europea. Esa primera confesión da sentado que la tragedia ha quedado expuesta de antemano, un personaje que desaparece de escena y desde luego por la intención de esa primera frase se colige que la historia no puede ser larga, como efectivamente acontece y que quien desaparece llena la atmósfera que lo circunda y por ende la historia debe ser sintética.

La historia es como sigue: un hijo (Edwin) narra en off la relación de su madre con un director de orquesta. Presenta al que será el amante de su madre cuando era pobre… 

Antaño, de joven, había sido pobre como una rata. Vivía en un cuarto amueblado en el barrio industrial, rabioso de ambición y de dotes todavía no despiertas. Caminaba de arriba abajo por su cuarto como fiera enjaulada, con relámpagos en la cabeza, chocando contra sillas y palanganas sin darse cuenta, persiguiendo en su cráneo una salvaje música que no se dejaba atrapar. A veces se rociaba con agua helada. Llevaba papel pautado en todos los bolsillos, y durante sus paseos, similares a marchas forzadas, escribía retazos de melodías, aunque apenas sabía escribir las notas. 


Permítasenos esta larga cita, se trata de mostrar la fuerza de un personaje para quien su única y real pasión es la música. Clara, la protagonista, una joven de la burguesía, aficionada a los conciertos. Creemos entonces que vamos a leer una historia de amor, pero el destino va a quebrantar el argumento. El padre de clara muere arruinado, Edwin va a brillar en su carrera musical, gracias, entre otras cosas, a los esfuerzos de Clara que se pondrá al servicio de la joven orquesta, con muchachos de la localidad y un viejo de más o menos sesenta años quien viene de pelearse con el director de otra orquesta a quien nombra concertino de su joven orquesta, fundada por Edwin, cada vez más aclamada por interpretar a autores contemporáneos como Bartok y Busoni.

Comienzan los éxitos de Edwin, sale el primer viaje a París y Clara prepara viandas para 28 músicos. Las presentaciones en París son todo un éxito, Clara se siente dichosa por el regodeo, se sentía igual que los otros chicos, apenas tenía 23 años. Edwin aterrizó en el cuarto de hotel de Clara y la besó. Naturalmente, ella le devolvió sus besos. 

Él era el adecuado. Se quedó toda la noche, el corto resto de la noche, y al amanecer seguían retozando, riendo, enamorados, acariciándose y besándose, liberados y satisfechos. 

Al regreso de la gira encontró la ingrata noticia de la muerte de su padre. Después del entierro de Último, así se llamaba su padre. Revisó sus asuntos y se dio cuenta que estaba en la completa quiebra, cosa que le obligó a vender la casa y un viejo Fiat, antes de perderlo todo.  

Decíamos al principio que esta historia de amor secreto, en algún momento se quiebra a tal grado que cada uno de ellos se casa por su lado, pero Clara siguió amando digamos que anónimamente a Edwin. La narración aunque magistral, es supremamente fría, los hechos suceden y suceden trágicamente pero no hay un asomo de lágrimas, todo vuelve y se hace, tal vez es un reflejo del modo de vivir de los centro- europeos y la historia está contada recién pasada la segunda guerra mundial o acaso por el carácter del protagonista, Edwin, frío egoísta, engreído rasgo común en los artistas. La pasión en esta mujer toma unos ribetes de un amor tan sublime que la lleva intensos momentos de delirio. 

'Cada fibra del cuerpo de mi madre gritaba Edwin. Pronto todos los pájaros cantaron Edwin, y las aguas gorgotearon su nombre. El viento lo susurró, el sol lo grabó a fuego en su piel. Edwin. Edwin desde todas las plantas, desde cada animal. ¡Edwin!, aullaban lejanos perros. Edwin, repicaba la lluvia. Edwin, cantaba el motor del Citroën de la empresa Banga que todas las mañas iban hasta esa última casa de la ciudad. El conductor le decía algo a mi madre, seguro que no Edwin; pero ella sabía lo que había oído, y sonreía. Edwin siempre y sólo Edwin, y naturalmente ella también susurraba las amadas sílabas cuando pelaba patatas o esperaba el sueño en su lecho conyugal. A menudo estaba junto a una ventana, siempre la misma, y miraba a lo lejos, una Isolda tostada por el sol con el pelo revuelto, esperando que un blanco velero surgiera por el bosque. Porque allí, detrás del bosque del destierro, allí estaba el lago feliz que podía reflejar la imagen de Edwin.

Otro aspecto notable de la novela son esas dos caminadas al campo de Clara con su familia, una familia de tíos medio enanos, el mayor grandote y mandón ordena al resto de la tribu, pues el controlaba los viñedos, es quizá una mirada de esa Basilea rural y la Urbana. La Basilea urbana impregnada de música clásica, la novela en sí es un gran concierto y la Basilea rural descrita en ese buen pasaje de la visita del Doce, en la que Clara es como una sombra. 


Mientras los últimos compañeros de armas aún estaban sentados a la mesa vaciando sus copas, el coche del huésped blanco arrancaba ya. ¿Era el Duce? (Dios mío, era el Duce, había visto al Duce con sus propios ojos.) Iba profundamente hundido en el asiento….Boris corrió a saludarlo detrás del coche, y solo se detuvo al llegar a las cepas. Desapareció entre el polvo entre el polvo de los coches de los acompañantes…También los otros, -tíos, tía, la servidumbre- despertaron de su hechizo y entraron a la casa en silencio. Los sonidos de antaño retornaban. Gallos que cantaban, perros que ladraban, y un lejano toque de difuntos. 
Esta presencia de un elemento histórico simboliza que se vivían tiempos de guerra y de dictadura. Una historia que a través de ritos de amor como el envío de una orquídea acompañada de una tarjeta escrita con tinta violeta, en cada cumpleaños, rito que dura 32 años es un ingrediente más de ese amor casi eterno, cuando ya octogenaria decida suicidarse. Novela escrita como la maquinaria de un reloj suizo en la que no se entrometen adjetivos innecesarios, como lo dijera Alejo Carpentier, creador de otra novela musical, La consagración de la primavera, Carpetier, el cubano en el texto El adjetivo y sus arrugas dice:

Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se escriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en la página.

La novela propone una banda sonora de música clásica muy especial, que es la verdadera pasión de Edwin Al igual Nietzsche, Edwin opina que… Sin la música la vida sería un error (Crepúsculo de los ídolos). No se limita a una pasión personal. Nietzsche no es dado a los elogios. Él ha comparado a menudo la música con Circe por su poder equívoco: La música es un hechizo, (Carmen), ella embruja, pero también pervierte y absorbe completamente a sus auditores. «Cave musicam!» -¡Cuidado con la música!- (Humano, demasiado humano). La vida deseada por Dios para los hombres no tendría sentido si faltara la música, la Creación estaría perdida si el mundo no incluyera la música. He aquí pues una suerte de Gloria in excelsis bajo la pluma del ateo Nietzsche, dirigido no a Dios, sino al mundo y a la vida. Sin música, la vida sería un error, así como, sin el Amor, la gracia y el Poder absoluto, Dios no sería Dios, sería un concepto fallido, una especie de diablo cojo. De ahí que en El amante de mi madre están las obras de Beck o Schoenberg, los cuartetos Beethoven o de los lieder de Mahler. Así como en las sonatas para piano de Schubert se intuye la inminencia de la muerte, Edwin va a los sublime a pesar de su prohibición. Edwin es un personaje realmente absorbente aunque por momentos nos domine el statu quo e inclinemos la balanza en el silencio y la locura de Clara, entendemos a través de Edwin que el verdadero artista se sumerge en el conocimiento que le impone una terrible servidumbre y en Edwin recae el apostolado.

PdL