La edad de oro de los comics

Por Cristian Soler

The Great Northern Brotherhood of Canadian Cartoonist
Seth
Drawn & Quarterly
Montreal, 2011
133 páginas.


El libro más reciente del caricaturista canadiense Seth, The Great Northern Brotherhood of Canadian Cartoonist (The G.N.B.C.C), vuelve al pueblo ficticio de Dominion, Ontario, lugar donde han transcurrido otras de sus historias como Clyde Fans

En The G.N.B.C.C. un narrador anónimo, que por su figura y parecido bien podría ser un álter ego del propio Seth, realiza un recorrido por una enorme construcción que data de 1935 y que está ubicada en la calle Milverton. Este edificio es la sede de The Great Northern Brotherhood of Canadian Cartoonist, que en español podría traducirse como “La gran fraternidad de caricaturistas canadienses del norte” y de la que el narrador es socio, por lo que su historia es una invitación a conocer cada rincón de esta construcción y a apreciar los tesoros que en ella se encuentran a la vez que se descubre la historia de los comics en Canadá.

El edificio en el que funciona esta fraternidad de caricaturistas cuenta entonces con una serie de espacios que por sí mismos relatan una historia y que poco a poco el narrador también ayuda a develar. De esta forma el lector pasa por el lobby, decorado con lámparas de estilo art deco y murales dibujados por algunos caricaturistas socios del club, conoce los salones en los que se celebraban fiestas bastante concurridas, visita las galerías en las que cuelgan los retratos de los caricaturistas que han pertenecido a esta fraternidad y también entra a las habitaciones que el club disponía para que sus socios pudieran vivir y trabajar en sus obras. Pero sobre todo el lector conoce a los personajes de las caricaturas, aquellos que dan sentido a la fraternidad y que se convierten en la razón de ser de los autores.

¿Pero cómo es posible que exista una institución de esta naturaleza? Como lo informa el narrador, Canadá fue el único país que a inicios del siglo veinte tuvo como política cultural incentivar las caricaturas y apoyar a aquellas personas que vivían de producirlas. De hecho, la sede que el narrador nos está mostrando en Dominion, es solo una de las cuatro sedes que la fraternidad de caricaturistas canadienses tuvo, siendo las otras las de Winnipeg, Montreal y Toronto. Igualmente, en un intento por preservar la historia de las caricaturas, se construyó una especie de Fortaleza de la Soledad (cfr. Superman), un archivo con toda la historia de las caricaturas canadienses en un edificio inspirado en los iglús y que está ubicado en un lugar frio y remoto. Y era tal el apoyo a las caricaturas, según cuenta esta historia, que los personajes de los comics aparecían cada año en los desfiles que se celebraban, igualmente los autores eran figuras públicamente reconocidas a las que se les citaba frecuentemente en los periódicos y que eran invitados a toda serie de eventos como entregas de premios culturales o galas de beneficencia.


Sin embargo, como es frecuente en la obra de Seth, hay también en esta historia un elemento de nostalgia. Al recorrer los salones en los que se celebraban las fiestas nos damos cuenta de que en ellos ya casi no se celebran eventos a no ser que hayan sido alquilados para conciertos o matrimonios. Casi todos los antiguos socios del club han muerto y los nuevos ya no visitan este lugar, la casa tiene señales de deterioro y falta de mantenimiento y algunas de sus esculturas han sido víctimas del vandalismo. Las máscaras de los personajes de caricaturas más famosos que se usaban en los desfiles se encuentran guardadas en un cuarto, cubiertas de polvo. Finalmente, la sede que recorremos en el pueblo de Dominion, es la última sede de la fraternidad ya que las otras han sido cerradas. La edad de oro de las caricaturas parece haber terminado y lo que estamos presenciando en este libro es entonces un recuento realizado por alguien que conoce esta historia, un caricaturista pero sobre todo un lector de comics.

En el prólogo escrito por Seth se nos informa que esta historia nació de su cuaderno de bocetos, poco a poco él fue llenando los vacíos entre los diferentes dibujos y narrativas que se venían desarrollando y le fue dando forma al libro. Sin embargo en el producto final se puede ver que, si bien el recorrido por la sede de la fraternidad le da unidad a la historia, este recorrido no es más que una excusa para introducir toda una serie de narrativas y explorar varios temas y géneros que son del interés de Seth. Así, en la historia de las caricaturas canadienses, el autor incluye elementos que son tanto reales como ficticios: los nombres de los autores que Seth menciona como miembros del club y sus obras son en su mayoría una invención, sin embargo entre ellos también se encuentran algunos caricaturistas que realmente existieron, tal es el caso de Doug Wright a quien el narrador le dedica varias páginas para discutir su admiración por una de sus creaciones, Nipper, una historia enfocada en las dificultades de la infancia y la vida familiar y que poco a poco se convirtió no solo en una representación de la cultura canadiense sino también de sus paisajes. Igualmente aparece ChesterBrown, amigo personal de Seth y caricaturista canadiense, que en esta obra es mencionado como uno de los pocos ganadores del Journeyman, el máximo galardón entregado por la G.N.B.C.C. al mejor caricaturista de una década.


 Las caricaturas que se discuten en este libro, igualmente en su mayoría una invención de Seth, tienen como eje común que de una u otra manera discuten o problematizan elementos de la cultura canadiense a la vez que hacen un recorrido por varios géneros narrativos. Kao-Kuk, por ejemplo, es una historia que recuerda a las óperas espaciales que se escribían a mediados del siglo XX, sin embargo en este caso el astronauta es un esquimal, alguien que en las soledades del espacio ha encontrado un lugar bastante parecido a su hogar. Otra caricatura que se menciona es la de Canada Jack, personaje cuyas cualidades lo hacen similar a los superhéroes creados durante la Segunda Guerra Mundial para incentivar el patriotismo, siendo el Capitán América otro ejemplo. En esta caricatura ficticia, que es descrita como una obra que muy seguramente fue producida por un amateur, el héroe rompe varias de las reglas del género de superhéroes imperante en esa época: se hace preguntas existenciales, discute sobre la construcción de carreteras e interactúa con una versión mal interpretada de Snoopy, el perro que aparece en Peanuts, la caricatura escrita y dibujada por Charles Schulz.

Una de las caricaturas que se discuten en este libro, dibujada por un tal Henry Pefferlaw, llama bastante la atención en cuanto serviría como espejo para entender el resto de la obra. El narrador nos cuenta que Pefferlaw, antes de desaparecer misteriosamente, dibujó una obra llamada The Great Machine (La gran máquina), una caricatura en la que un hombre que acaba de comprar un edificio abandonado por varios años descubre al recorrerlo que en cada una de sus habitaciones se encuentran diferentes maquinas extrañas y cuya utilidad no es del todo conocida. The Great Machine es calificada por el narrador como una obra experimental, bastante descriptiva y que parece casi un catálogo, igualmente es comparada con trabajos como “La colonia penitenciaria” de Kafka o la Máquina del tiempo de H.G. Wells. ¿Se podría, por lo tanto, entender al libro de Seth, The G.N.B.C.C, de la misma manera que The Great Machine, como una máquina narrativa, como una experimentación formal? Al igual que Seth o que el ficticio Pefferlaw, el escritor francés Raymond Roussel en su novela Locus Solus cuenta la historia de un científico que ofrece un recorrido a varios de sus compañeros por sus dominios en los que a cada momento se encuentran con una serie de máquinas e inventos extraños. La descripción y la explicación en esta novela experimental dan siempre paso a realizar juegos con el lenguaje y su sonoridad; esto es de cierta manera lo mismo que realiza Seth y su ficticio Pefferlaw en The G.N.B.C.C, los catálogos de autores y narrativas le permiten jugar con diferentes géneros y estilos, reinterpreta las convenciones del cómic a la par que cuenta su historia a lo largo del siglo XX.



Al final del recorrido queda flotando, sin embargo, una pregunta: ¿es cierto que hubo un momento en la historia de Canadá en el que las caricaturas y quienes las hacían jugaron un papel central en la sociedad? Al parecer esto que el narrador nos había dicho al principio es, al igual que el pueblo ficticio de Dominion, una metáfora para contar algo que si bien no es cierto tiene algo de verdad. Hoy en día los comics son vistos como un mero entretenimiento popular, algo que sólo les puede interesar a adolescentes gordos, con gafas gruesas y la cara cubierta de acné, tan tímidos, tan torpes en cualquier interacción social que deben esconderse detrás de revistas que cuentan maravillosas aventuras de hombres musculosos y con superpoderes que salvan el planeta a la par que rescatan a hermosas doncellas. Sin embargo todo aquel que reniegue de estas aventuras, que las vea como demasiado ingenuas o simplonas, difícilmente puede negar el hecho de que sus primeros hábitos de lectura se dieron cuando esperaba el periódico de la mañana para leer las aventuras de Mafalda, de Snoopy y Charlie Brown, de Calvin y Hobbes o de Olafo el amargado; de que en algún momento compró en un supermercado las revistas de Condorito o que se dejó llevar a diferentes lugares del planeta siguiendo las peripecias de Tintín y su perrito Milú. Es probable, por lo tanto, que ese momento en el que las caricaturas jugaron un papel importante en la sociedad sí se haya dado pero no se encuentre en Canadá sino en algún lugar cercano a la infancia.

PdL