El reino de los idiotas inútiles

La civililización del espectáculo, libro de Mario Vargas Llosa, es en estos días uno de los títulos de los que más se habla en el Hay Festival de Cartagena, a propósito de la visita del autor y de la reciente publicación de este breve tratado sobre la cultura y los problemas que para el Nobel peruano trae consigo este proceso de aparentemente benéfica democratización.



La civlilización del espectáculo
Mario vargas Llosa
Alfaguara
230 páginas
Bogotá, 2012




Por Carlos Enrique Pachón García


¿Qué la alta cultura, es decir, la literatura, las artes plásticas, el teatro, y demás expresiones artísticas ya no existen tal como las conocíamos a mediados del siglo pasado, o sencillamente, los cánones estéticos con que solíamos medir dichas manifestaciones desaparecieron?, ¿qué la alta cultura, entró de lleno en la ley del mercado, en la ley de la oferta y de la demanda, y que lo que no se vende no tiene valor artístico y viceversa? Estas son algunas de las proposiciones que plantea el nobel Mario Vargas Llosa en su libro a modo de ensayo La civilización del espectáculo, que sin embargo, a estos tiempos del siglo XXI ya no son preocupaciones latentes, porque hace más de medio siglo se viene pronunciando la misma tesis, y más bien, estos planteamientos se han ido incorporando a la misma dinámica del arte. Como se sabe, se ha repetido esto tantas veces en la historia de la humanidad.

El escritor desde el inicio se defiende, asumiendo que este es un tema sobre tratado por grande ensayistas, y que no pretende aportar desde lo significativo sino desde su condición de escritor. Se apoya en algunos estudios sobre la cultura, como los de T. S. Eliot y Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, entre otros, en donde se hace notorio las diferencias de lo que hasta hace poco se entendía como cultura. Opiniones tan escandalosas para estos tiempos, como la dicha por el primero, en 1948, cuando al referirse a la alta cultura plantea que “es condición esencial para la preservación de la calidad de la cultura de la minoría que continúe siendo una cultura minoritaria”; es claro que este comentario iría en contravía de lo que sucede en los albores del presente siglo, y que alguien que ahora piense igual sería considerado un sujeto excluyente y arrogante, para no entrar en las consideraciones políticas, seguramente afiliadas a la derecha. Por otra parte, el autor, también se nutre de las nuevas versiones de la cultura, las que hablan de la globalización, la mundialización del capital, la revolución tecnológica y los mercados, para aterrizar en la llamada “cultura de masas”. Esta cultura hace posible la confusión entre “una ópera de Wagner (…) y un anuncio de coca-cola”, como productos vendidos y disfrutados.




Vargas Llosa, concreta su tesis con un argumento de conservación, pues alega que la desaparición de las altas expresiones artísticas se debe a la caída de las formas de élite, es decir, que los valores de belleza, estética, contenido, ritmo, que catalogaban una obra de arte eran cultivados por unos pocos aventajados pertenecientes a castas de poder, y que la masificación de la cultura con sus soportes virtuales –sobre todo- han desfigurado los juicios críticos al respecto, el mismo goce de la cultura. Lo que para muchos es una dicha, un complemento del artista, como la participación inmediata del lector de la obra (sea cual fuere), a través de blogs, internet, chat, para Llosa es una perversión de los medios, que confunden la mera opinión con un juicio crítico válido; tanto que supone la extinción de los jurados de arte. Como símil, para su ensayo y argumento, recurre a lo expuesto por Goerges Bataille en su libro Erotismo, que considera la prohibición ejercida por las religiones a la sexualidad como par dialéctico de las formas de la erótica. La erótica como un rompimiento de la ley, de la ley de Dios. Según el Nobel, demostrando que las estructuras de rigor y de autoridad son necesarias para la existencia de la alta cultura.

Sobre este tema del erotismo, se atreve a sentenciar su desaparición debido a la falta de herramientas legítimas de prohibición ejercidas por profesores, padres y adultos, ya que desde mayo del 68 se decidió “prohibido prohibir”, y cita el caso en Extremadura, España, en que liderados por el gobierno se promocionó una campaña de cátedra sexual, en que se realizaban unos talleres de masturbación para niños y niñas mayores de 14 años llamada “El placer está en sus manos”. El caso suena bastante cómico, lo que de inmediato nos muestra el cuestionamiento que nos despiertan estos temas. No obstante, me arriesgo a no compartir la tesis de Mario Vargas Llosa, en el sentido del fin del erotismo. Porque estas ‘prácticas’ de política pública, en apariencia libre-pensadoras, son escasas, y las restricciones a la sexualidad se siguen alimentando desde lo establecido. Y además, el erotismo, como una forma de la sexualidad se fundamenta desde el impulso natural de la liberación (más allá de que a veces se manifieste en juegos de esclavitud), que es un acto individual y creador, lo que es inherente a la condición humana. Y tampoco pongo en extremos tan imposibles el erotismo y la pornografía, las veo como dos manifiestos de poder sexual que no se separan siempre y no se destruyen entre sí.

En este análisis de la metamorfosis de la cultura que hace el escritor peruano, aprovecha para hablar de varios temas, como la política, la religión, los medios de comunicación, los nuevos soportes de lectura y de la imposición mediática de la imagen y el sonido, en detrimento del lenguaje escrito, el literario. En el tema religión recrea la polémica sobre el uso del velo islámico por parte de estudiantes musulmanas en Francia, y cómo esto se convirtió en un caso de diplomacia entre los países involucrados, los países musulmanes exigían el respeto por sus tradiciones y Francia, reclamaba las libertades individuales, que fue finalmente lo que salió airoso. Vargas Llosa celebra este fallo, argumentando con fineza que permitir eso era el inicio de permitir otras prácticas culturales musulmanes que atentan contra la mujer. ¿Pero acaso también no podría ser el inicio de la falta de garantías de otros países de preservar sus raíces? En este caso, estoy de acuerdo con la opinión del Nobel, pero asimismo es muy fina la diferencia, hay que recordar que sobre ella se vale Estados Unidos para invadir en nombre de la libertad naciones soberanas. Sobre el tema de los nuevos soportes de lectura, se le siente la sal de la nostalgia por el libro de papel; sin embargo reconoce que estas nuevas formas de lectura seguirán su marcha como principio formador de nuevos procesos lectores, en donde, como debe y ha sido siempre, está excluida la literatura.

Buena parte del libro son algunos de sus artículos consignados en la columna “Piedra de toque” del diario El país de Madrid, España, publicadas en los últimos 15 años y que sumados con los marcos ensayísticos le dan el rótulo de ensayo. Me sorprende la facilidad con que se lee, pues siempre espero que un ensayo maneje un lenguaje como un sistema de pensamiento histórico que sea enrevesado en la tesis misma. Este escrito desde la mano de un narrador, por eso esa fluidez que le sobra, desde mi punto de vista, a un ensayo. Y que cuando se excusa desde el principio por hablar sobre un tema tan hablado, se excusa y lo reconoce, por la falta de rigor investigativo, son apenas apuntes sobre cultura sostenidos por la tesis del desgaste de un marco de cánones estéticos como causa de la casi extinción de la alta cultura. No deja de ser irónico y cínico (cinismo de Diógenes) que uno de los escritores latinoamericanos de vieja guardia que más venden, planteen que las fuerzas del mercado confunden la diferencia entre valor y precio, y que sólo lo que se venda se eleve a obra de arte.

Él, que hace dos años mereció el Premio Nobel de Literatura, y fue asediado por la prensa, sabe que lo que menos se hable en esos pocos minutos ante las cámaras es de la obra en mención, pues para hablar de una obra de arte se requiere de más tiempo y de otros detalles fundamentales, y que apenas se puede hablar de anécdotas, de eventos lastimeros de la humanidad, como la alegría y la tristeza, y que lo importante es la noticia. Siempre he creído que las obras de arte se mantienen en unas zonas de marginalidad donde apenas llega el que arde a gusto, el efímero. Muchos aspiran a esos minutos ante las cámaras.

PdL