Una tumba para
Boris Dadidovich
Danilo Kiš
Acantilado
Barcelona 2007
185 págs.
Todas las obras de la literatura mundial las divido en autorizadas y escritas sin autorización. Las primeras son escoria, y las segundas aire robado.
Ese aire robado acompaña Una tumba…, la muerte; decíamos, de unos nacionalismos de la cual su querida Yugoslavia no era ajena, como bien lo dice Joseph Brodsky en el prólogo para esta edición del Acantilado –editorial que se ha encargado de traducir buena parte de su obra y difundirla en español, la obra de Kiš, no rebasa los nueve títulos, no por nada Kiš fue postulado varias veces al Premio Nobel de Literatura–, Brodsky señala que:
Cuando, tras pocas dificultades, este libro se publicó por vez primera en Zagreb en 1976, fue inmediatamente atacado en la prensa por los estalinistas conservadores de los estratos más altos de la jerarquía literaria yugoslava. El grito de guerra surgido de lo más alto fue recogido abajo por los nacionalistas serbocroatas, tradicionalmente prorusos y antisemitas, pues la mayor parte de los personajes de Kiš son, como el propio autor, judíos. Yugoslavia es un país pequeño, y en un país pequeño la política se ejerce a lo grande, sobre todo la política literaria. En virtud de ello, todos los ataques acaban concentrándose en la persona del autor.
Al igual que ocurriese con Osip Maldestam, Alexander Solzhenitsyn o Nadezha Mandelstam, Danilo Kiš fue perseguido dada su disidencia política. En 1979 se trasladó a París presionado por la campaña de desprestigio que le hicieran los escritores de la hoy extinta Yugoslavia. Algo que por sobre todo le produce malestar a un escritor de las dimensiones de Danilo Kiš, es que lo tildaran de imitador de Borges. Al respecto volvamos a Joseph Brodsky:
La lista de autores supuestamente plagiados era impresionante, e incluía nombres tales como los Alexander Solzhenitsyn, James Joyce, Nadezha Mandelstam, Jorge Luis Borges, los hermanos Medvedv y otros. En primer lugar un autor que sea capaz de imitar a autores tan diversos en una novella de 185 páginas merece toda suerte de elogios.
La escritora norteamericana Susan Sontag también interviene para argumentar esa falsa mirada que se pretendió hacer de su escritura y lo hace notar en su libro de ensayos Cuestión de énfasis:
La genealogía literaria de Kiš era complicada, la cual sin duda simplificó al declarar, como fue el caso a menudo, ser hijo de Borges y de Bruno Schulz. Pero casar al argentino cosmopolita con el judío polaco enclaustrado en una pequeña ciudad resuena con armonía justa. Era evidente que prefería a los parientes extranjeros que a la descendencia de su familia literaria serbocroata natal (…).
Las mezclas extrañas eran muy del gusto de Kiš. Sus métodos literarios “mixtos” realizados con plenitud en “El reloj de arena” (ficción histórica) y “Una tumba para Boris Dadidovich (historia ficción) le dieron precisas libertades apropiadas para promover la causa de la verdad y del arte. Por último: en literatura, se puede elegir a los propios padres. Pero nadie obliga a un escritor a declarar a sus antepasados. Kiš tuvo necesidad de proclamarlo.
Las ideas críticas de Una tumba para Boris Dadidovich vienen más de los poetas rusos del siglo XX que proclamaban otra forma de hacer literatura, una estética posbolchevique; los anunciadores de ella fueron los acmeístas, especialmente Osip Maldestam, Anna Ajmátova, y desde luego el legado que dejara Nadiezhda Mandelstam y su libro testimonial Contra toda esperanza, libro que escribe la viuda de Mandelstam de manera clandestina y en la que narra la persecución física y psicológica de su marido hasta llevarlo a la demencia.
Encontrarse con este tipo de lecturas y autores silenciados en la que ni siquiera los protagonistas de estas historias son yugoslavos significa hacer frente a toda una babel indoeuropea, por ella pasan distintos idiomas: en rumano, húngaro, ucraniano, Yiddish (judeoalemán, descendiente sobre todo del hebreo) hablado en el centro de Europa; del hebreo su lengua vernácula dice Kiš: “el idioma del principio de la existencia y de la muerte”. Toda esta procedencia babilónica la emplea Kiš para el esclarecimiento del hermetismo de los estados dictatoriales al resto del mundo, los que consideraron el arte un apéndice de la política, no quiere decir que lo correcto sea lo opuesto. Lo claro es que en la década de los setentas eran válidos ciertos autores que reflejaban en su escritura el pensamiento del realismo socialista y sus héroes obreros como el caso de la novela La madre de Máximo Gorki, catecismo de los novelistas de entonces o El destino de un hombre de Majail Sholojov, escritor fiel al estalinismo durante toda su vida, siempre decía: “Soy antes que nada comunista, después escritor”. Crítico de la obra de la obra de Boris Pasternak, autor del Doctor Chivago; Sholojov siempre fue defensor del estilo ortodoxo en las artes y oponente de las innovaciones occidentales.
Danilo Kiš, desde sus primeros libros ha experimentado lo que los académicos llaman intertextualidad y otras sutilezas estéticas que le son propias a la novela de finales del siglo XX. En su primer libro La buhardilla, subraya:
Es una breve novela que subtitulé “poema satírico”. La sátira estaba, por supuesto, dirigida contra mi propio lirismo y mi idealismo. Pero incluso, en aquella época del realismo socialista en literatura, fue entendido más bien como una sátira a la sociedad y del socialismo triunfante (…) Era un libro que “no nos concernía”. Nada de guerra de liberación, de heroísmo, de edificación del socialismo, sino únicamente las ilusiones, los sufrimientos y las dudas de un joven bohemio en el Belgrano de los años cincuenta. O sea, que era “modernismo”. En realidad era, simplemente, el primer libro de un joven escritor ansioso por conectar con las corrientes literarias del momento y ávido de probar su maestría (...). Con la distancia, me doy cuenta de que estas dos primeras obras (La Buhardilla y Salmo 44) son el punto de partida de dos direcciones que seguí en mis libros posteriores. Por una parte, la transposición de mis propias experiencias, y por otra, una especie de literatura documental.”
En los tiempos que corren hay que criticar el estalinismo en su justa dimensión, porque se ha convertido en caja de resonancia de ciertos ideólogos de derecha –que por lo general son grandes farsantes, como ocurre en nuestra cosecha criolla, caso de uribistas como Jose Obdulio Gaviria– acuden a las falencias del estalinismo para negar de tajo cualquier posibilidad de emprendimiento socialista.
La intertextualidad la empleó Kiš desde los inicios de su escritura, digamos que ésta es una de las licencias que se ha dado a la novela y otras formas narratológicas desde mediados del siglo XX, por tal razón en la Buhardilla Kiš inserta un pasaje de La Montaña Mágica de Thomas Man, en principio no ocurrió nada con la crítica yugoslava. Algo parecido hace en el libro Una tumba para... Pero esta vez no dudaron en tildarlo de plagiario de Borges, por cuanto comparte una misma estructura interna con la obra de Borges. El supuesto plagio de Borges consiste en que emplea el mismo destino de los personajes en las siete historias que recogen el libro Historia Universal de la infamia (1935), al igual que la distribución de los textos en una suerte de viñetas narrativas que acompañan los dos libros.
El de Borges se ocupa de piratas, pistoleros, navajeros y malhechores. La de Kiš la historia desintegrando a sus propios hijos. Como lo reafirma su traductor el poeta ruso Brodsky “Lo último que podemos decir de Boris Dadidovich es que logra la comprensión estética allí donde la ética fracasa”.