Valéry y sus apuestas (teorías) poéticas

Por Alberto Bejarano

Obstinado rigor
La teoría de la acción poética de Paul Valéry
Ana María Brigante
Universidad Javeriana
Bogotá, 2008
300 páginas
La labor misma es la cosa esencial; el resultado es secundario; el trabajo es un subproducto. Es el hecho de usar el esfuerzo literario para sacar fuera de uno mismo riquezas e ideas que podrían quedar implícitas o tocadas superficialmente, no desarrolladas. (Valéry Cahiers II 1001).
El libro de la profesora Anna María Brigante (su tesis doctoral de filosofía en la Universidad Javeriana, publicado como el primer número de la colección Laureata) es un recorrido conceptual profundo y muy bien delimitado en torno a las relaciones ambiguas y productivas entre Paul Valéry y lo filosófico. Desde el principio la investigación se enmarca dentro  de lo paradójico, en la medida en que el mismo Valéry se refiere con frecuencia a lo filosófico en términos de lo no-filosófico, llegando incluso a clasificarse a sí mismo como un no-filósofo, por privilegiar su “faceta” hiper-subjetiva (con un rasgo eminentemente cartesiano, del Descartes de las Meditaciones). Desde la Introducción, Brigante deja claro el sentido y el alcance de su investigación:

Abordar a Valéry, por tanto, es un reto doble. Por un lado, es el intento de comprender a un autor polifacético y asistemático: poeta, ensayista y escritor fragmentario. Por otro, es el intento de rastrear su diálogo, muchas veces implícito, con la filosofía que tanto critica. En el ámbito de estas dificultades se ha tratado, en este trabajo, de exponer la poética de Valéry y situar su pensamiento en el interior de la discusión de la estética filosófica (Brigante 2008 29).

El libro, dividido en tres partes, aborda tres problemas cruciales en los estudios estéticos contemporáneos: la recepción y producción estéticas y la relación entre “naturaleza” y “arte”. Brigante insistirá a lo largo de su investigación en el carácter renovador de Valéry, un poeta por lo general clasificado más bien como un “anacrónico” defensor del arte del pasado. Sin embargo, Brigante deja claro que uno de los aportes más relevantes de Valéry radica en su énfasis por las cuestiones de método a la hora de abordar la construcción y apreciación de una obra de arte:

Valéry quiere desentrañar el rigor, ostinato rigore, de la construcción de la obra de arte en el ámbito, no de una lógica inductiva o deductiva, sino de una lógica poética. Esta implica la urgencia de un método para alcanzar la perfección y la necesidad de la obra. (Brigante 2008 104). 

Aunque para abordar estos problemas, Valéry se interesará por autores tan distantes entre sí como Pascal o Bergson, es valiéndose de Leonardo Da Vinci como personaje “filosófico” (diríamos nosotros, a la manera de Deleuze), que Valéry construye una teoría poética novedosa: resaltar los procesos de fabricación y recepción de una obra de arte. Así, como lo señala Brigante:

El arte es para Valéry, antes que nada, un ejercicio. Por tanto, el poeta no debe ser declarado un formalista sin más, que pone su atención en la estructura formal de la obra. La poética de Valéry es de la acción, de una acción que efectivamente tiende hacia la perfección formal del objeto hecho, pero que no se limita al objeto como tal, sino que le da una gran importancia a la acción que lo hace (Brigante 2008 235).

El título mismo del libro es una evocación de Leonardo Da Vinci y su “obstinado rigor”:

Leonardo Da Vinci, entonces, es el personaje preciso para encarnar una poética que toma como punto de partida al hombre como sistema abierto, susceptible de transformar y ser transformado en su obrar. Una vez introducido un personaje como Da Vinci, ya no se trata del ejercicio mísitico, ateo y autorreferencial de la inteligencia de Teste, sino del ejercicio técnico de Leonardo. (Brigante 2008 135) .

Son sin duda Platón, Descartes, Poe, Bergson, Degas, Mallarmé y el citado Leonardo, los nombres esenciales con los que dialoga Valéry. La relación de Valéry con estos autores va mucho más allá de que podría esperarse. En términos de Brigante:

Poe, Mallarmé, Leonardo da Vinci y Degas son verdaderos alter ego de Valéry y forman parte de su Drama Intelectual. Por tanto, aun cuando, parece referirse a estos admirados personajes, el autor en realidad trata de su propia experiencia como creador, y a ella reconduce siempre el discurso. De alguna manera, en el discurso sobre el genio también se trata de los desarrollos de su Yo (Brigante 2008 107).

No podría ser de otra forma. Sobre todo porque Valéry se (re)piensa y se asume continuamente como poeta y desde esa “condición” proyecta sus ideas hacia una cierta filosofía y una cierta estética, que develará progresivamente Brigante en términos de una poética valeriana. La fuerza de Valéry está entonces, nos sugiere Brigante, en el espacio de la singularidad de la producción y recepción de una obra artística. En la conciencia que se tiene de ella en esos dos momentos. Pero, nos atreveríamos a decir que implícitamente también hay una especie de estética comparada que plantea Valéry sutilmente y que Brigante nos insinúa cuando resalta por ejemplo la manera como Valéry se sitúa frente a lo “nuevo” o lo “diferente”, en especial en el caso de los versos del poeta chino Liang Tson Taï:

Esta es la conclusión a la que Valéry llega al aceptar la propuesta de Lian Tson Taï (es decir, comentar la traducción del chino al francés de sus versos. NdelR). Cada obra de arte es conforme a su propia regla, regla que la hace adecuada sólo a sí misma; de modo que cada pieza de arte posee su propia ley de unidad, armonía y proporción y hay en ella una relación correcta entre las partes materiales que componen un todo. La obra de arte tiene lo que debe tener. (Brigante 2008 75)

Para conseguir su propósito -explorar y problematizar los aportes y la singularidad del pensamiento de Valéry-, Brigante debe enfrentarse a la bifurcación misma del ser-Valéry y todos sus Test(e), según su personaje acaso más “representativo”, Monsieur Teste.. Así, Brigante estudia textos de diverso origen y circunstancia en Valéry: de los poemas variables, a los ensayos (sobre Leonardo, Poe o Mallarmé), de la Conferencia en 1937 del II Congreso de estudios estéticos a la Charla en el Colegio de medicina, pasando por los cursos en el Collège de France. Brigante, por otra parte, se interna en las redes ambiguas y bien tejidas de Valéry. Uno de los aspectos más relevantes del libro se sitúa justamente en los intersticios y en los nudos centrales de la obra de Valéry. En el fondo, la autora se dedica a repensar una y otra vez las condiciones de posibilidades de los planteamientos estéticos de Valéry y confronta al poeta de El cementerio marino con las fuentes de sus ideas y con las diversas repercusiones de las mismas, en campos en apariencia alejados de la filosofía como la danza y la música (ver en especial el caso de Nadia Boulanger y de Stravinsky). Para ello, Brigante se vale de un cuidadoso estado del arte que incluye a contemporáneos de Valéry y a comentadores del poeta, pertenecientes a corrientes filosóficas diversas (Merleau Ponty, Derrida, Agamben, Bouveresse, etc.)

Ahora bien, en medio de esas múltiples lecturas filosóficas, Brigante se instala prolíficamente en un diálogo detallado con las fuentes y las versiones valerianas, permitiéndole al lector redescubrir a Valéry y proyectarlo en la contemporaneidad como un precursor de una reconfiguración de lo estético en nuestros tiempos. De esta manera concluye la autora:

La poética de Valéry es una teoría de la acción, de una acción en la que el autor se ejercita y se ensaya en la lucha contra el caos, ya no como Montaigne en el espacio conceptual de la filosofía, sino en el espacio artístico de la forma. El arte es , por tanto, una apuesta del poeta en el ámbito de un escepticismo que no admite la inacción (Brigante 2008 266).

Le queda al lector la ardua tarea de recorrer el libro por su cuenta y de acercarse paulatinamente a Valéry y todas sus “mélanges” con el fin de construir a su vez, otra “versión” posible de Valéry, o para decirlo en los términos del poeta de La Joven Parca, debe el lector fabricar “su Valéry”. En esa lectura, podrán profundizarse muchas ideas apenas esbozadas someramente en esta reseña y explorar otros temas que no alcanzamos a citar aquí como la relación entre arte y mística o entre cuerpo y creación artística en Valéry o entre sueño y vigilia, para sólo citar tres ejemplos.

El riguroso libro de Brigante abre nuevas posibilidades de análisis no sólo para los estudios valerianos sino, insistimos, para la veta no-finita de estética comparada. Pensamos por ejemplo en la influencia más bien solapada de Valéry en Borges. Queremos terminar este texto evocando un artículo necrológico de Valéry escrito por Borges en 1945 en el que se vislumbran ciertos horizontes abiertos por la autora:

Valéry ilustremente personifica los laberintos del espíritu...Paul Valéry nos deja al morir, el símbolo de un hombre infinitamente sensible a todo hecho y para el cual todo hecho es un estímulo que puede suscitar una infinita serie de pensamientos...de un hombre cuyos admirables textos no agotan, ni siquiera definen, sus omnímodas posibilidades. (Borges 2007 79) 

Sólo nos queda esperar nuevas contribuciones de Brigante a la estética contemporánea en sus diversas variables y campos de acción. Quizá una ruta abierta por el director de cine iraní Abbas Kiarostami no le sea del todo indiferente a la autora (nos referimos en particular a su última película, premiada en el festival de Cannes 2010: “Copie conforme” donde se exploran varios temas centrales para la autora) y podamos seguir apreciando sus “obstinados rigores” filosóficos.

PdL