Pop Porn, o el Club de los alegres suicidas


Por Carlos Castillo Quintero



Pop Porn
María Paz. Ruiz
Museo de Arte Erótico Americano.
Revista Ojos. Bogotá, 2012,
pp 96. 
El suelo tiene sed, 
la vida es imprecisa, déjate caer. 


Los Tres 



Caminar cincuenta metros hasta un punto ciego en donde no hay nada y caer, tarea tonta, suicida. En ocasiones no son cincuenta metros, sino más de quinientos y la travesía resulta agotadora. Otras veces apenas es un metro, y es frecuente que el inmolado se precipite al vacío corriendo. En todos los casos estamos hablando de alegres suicidadas. 

Podríamos cambiar el término suicida por el de amante. ¿Qué más podría ser ese evento, ese cuadrilátero de cuerpos?, una caída. O si se prefiere hablemos de melómanos o cinéfilos o, para acercarnos a lo que nos interesa, hablemos del lector.

A lo vacuo, a la efímero, se asiste una sola vez, y ni siquiera. A un buen libro se regresa siempre y esta afirmación es extensiva a todo Arte exquisito, incluido el de los cuerpos. No se relee un cuento para enterarse de qué ha sucedido allí, eso ya se sabe, sino por el siempre inesperado placer del lenguaje, esa caída.

Y placer y lenguaje se reúnen en Pop Porn, el libro de María Paz Ruiz Gil (Bogotá, 1978). “Tengo mi abrigo verde entre las piernas y lo estoy esperando en un bar”. Así inicia el primer cuento, contundente: uno quiere ser abrigo. Luego una cerveza fría, la espera, la noche y, al final, el punto ciego de los alegres suicidas del que ya hablamos. Son elementos constantes en los veinte relatos que conforman este libro que luce, con renovados bríos, la desfachatez y el ingenio de los Sonetos lujuriosos de Pietro Aretino (Arezzo, 1492 - Venecia, 1556). Dice uno de los personajes de María Paz:


“Pretendo entrar en tu piel cosida con la idea de descoserte por dentro. De abrirte en dos o en tres. De partirte…”. 
 Y responde uno de los de Aretino, desde el Siglo XVI: “Fóllame y haz conmigo lo que quieras por el coño y por el culo ¿qué importa por dónde tú hagas tus asuntos?”.

El paralelo entre el libro de María Paz y el de Pietro Aretino no es arbitrario. La historia es la siguiente: Giulio Romano (prominente alumno de Rafael) hizo en Roma, hacia 1524, dieciséis dibujos que Marco Antonio Raimondi estampó al buril, serie de grabados que sirvieron de inspiración para que Pietro Aretino escribiera los Sonetos lujuriosos. Se publicó un libelo con los sonetos y los grabados que suscitó la ira papal, y se tradujo en el encarcelamiento del grabador y la condena al fuego de toda la edición: ¡santa censura! María Paz Ruiz Gil escribe un libro de microrrelatos eróticos y un editor colombiano a quien le ofrece la obra, le responde que ese género literario no existe; es decir que ni se quiera se toma el trabajo de leer y censurar como aquel papa del Renacimiento, sino que se suma a las filas de Benedicto XVI, quien acaba de afirmar que ni la mula ni el buey existieron en el pesebre de Belén. Un plumazo, un trino, un llamado a la fe. Fernando Guinard, curtido en censuras, fundador del Museo de Arte Erótico Americano y director de la Revista Ojos maniobra para publicar el libro. Un consagrado pintor del erotismo, Fernando Maldonado, Maldoror, desanda el camino de los Sonetos lujuriosos, es decir parte de los relatos ya escritos y da vida a veinte dibujos que los ilustran. Así surge Pop Porn, libro que si le tenemos fe al editor ya referido y a las editoriales comerciales tendremos que asegurar que no existe. No en vano su presentación se ha programado para el 21 de diciembre de 2012, unas horas antes del fin del mundo. Y mientras tanto los personajes de María Paz continúan con su plática:

 “No has cumplido con tus deberes, me dijiste castigándome, pidiéndome que me pusiera de rodillas mientras empezabas a azotar mi culo…”. 

Y a pesar de la urgencia de este maestro dominante puede inferirse que no está muy lejano del amante aretino que dice: “Yo os quiero follar con maña, comadre, y acariciaros el culo mil veces con los dedos, la polla y la lengua”. Y maña es lo que le sobra a esta escritora que vive y escribe en Madrid desde hace algo más de una década, y que en noventa y seis páginas ha reunido dominatrices, lolitas, mesalinas, transexuales que en una noche de copas preñan a una bella dama, como en Todo sobre mi madre, la película de Almodóvar.

Y es que los personajes de Pop Porn son dignos descendientes de la Manuela, el papá de la Japonesita, esa Manuela de ojos tristes, memorable bailarina de El lugar sin límites, de pasado sombrío y ruinoso, huyente de la que dice José Donoso: “De una casa de putas a otra. Desde que tenía recuerdo… siempre, desde que lo echaron de la escuela cuando lo pillaron con otro chiquillo y no se atrevió a llegar a casa”. Así como la censura hoy viste otro traje, también el desarraigo. Los personajes de María Paz van de una página a otra, se asoman al Facebook, exploran los orificios posibles en cada cuerpo y, sin embargo, con la puerta abierta de par en par gritan: “…nunca llegarán a imaginar lo que hacemos si no nos ven”. Es decir si el lector no cae, si rechaza esta invitación a hacer parte del Club de los alegres suicidas. Un miembro más.

Y como el suelo tiene sed, baste decir que en Pongámonos a ocho patas, uno de los mejores relatos del libro, se lee: “Nos golpeamos por dentro y aquello suena como una banda argentina, como una descarga ochentera y desenfrenada”. Eso es la lectura de Pop Porn, un desenfreno en el que se termina igual que Los Tres, la banda chilena, en el concierto en Viña del Mar con Fito Páez en el 2007: tendidos, horizontales, felices, mientras suena la música.



Carlos Castillo Quintero
http://carloscastilloquintero.webs.com/
Bogotá, diciembre 14 de 2012.

PdL