La risa como elemento de subversión

Publicamos aquí una reseña crítica escrita por Cristian Soler a propósito del XV Premio Ángel Crespo entregado este mes a Gabriel Hormaechea  por su traducción de Gargantúa y Pantagruel (Acantilado, 2011).



Por Cristian Soler

Gargantúa y Pantagruel
François Rabelais
Acantilado
España, 2010
1505 páginas.


Si bien es cierto que François Rabelais (1494 - 1553) fue un escritor que gozó en su tiempo de gran popularidad gracias a sus libros de Gargantúa y Pantagruel, con el paso de los años su figura se ha visto disminuida. Escritores posteriores a él, como Voltaire o George Sand, lo vieron como un hombre dotado de genio pero demasiado vulgar, e incluso llegaron a contemplar la posibilidad de reescribir completamente estos libros expurgando todos aquellos elementos que consideraban de mal gusto. En la actualidad, realizar una lectura de estos libros resulta una actividad demasiado compleja, no sólo por su lenguaje “vulgar” sino también porque hacen burlas y alusiones a hechos y personajes contemporáneos de Rabelais pero que para nosotros son completamente extraños y porque, en su erudición, este autor se remite a todo un corpus de conocimiento clásico y medieval que para el lector moderno ha quedado en el olvido.

Entre las escenas que podrían ser consideradas ofensivas y de mal gusto está aquella en la que el gigante Gargantúa se sube a lo alto de la iglesia de Notre Dame y orina sobre todo París, ahogando a gran parte de sus habitantes; o cuando Panurgo, un sirviente de Pantagruel, el hijo de Gargantúa, propone una nueva manera de construir murallas que defiendan a las ciudades: “Veo que los chochitos de las mujeres de este país están más baratos que las piedras. Habría que construir las murallas con ellos, colocándolos en buena simetría arquitectónica…”. Y es que el lenguaje empleado por Rabelais en sus libros está cargado en todo momento de ese matiz burlesco y grosero del habla popular: “Cagando el otro día olisqueé / la gabela que mi culo reclamaba: / el olor fue otro del que esperaba, / apestado del todo me encontré”. Este repertorio de groserías y actos obscenos se extiende también hasta los nombres de algunos de los personajes de este libro, como es el caso de los señores Besaculo y Husmeacuesco.



El cuerpo que describe Rabelais en Gargantúa y Pantagruel es un cuerpo apartado de los ideales clásicos de belleza, un cuerpo grotesco, dedicado a los placeres de la comida y la bebida y de proporciones inmensas. Se le representa sobre todo en sus aspectos considerados inferiores, en su sexualidad y sus actos escatológicos, en el proceso en que toda aquella comida y bebida se convierte en excremento. Todo esto, que para el lector podría resultar aberrante y repulsivo, para Rabelais, como lo afirma en el prólogo de Gargantúa con una metáfora digestiva, tiene un sentido profundo: “Os conviene, siguiendo su ejemplo, tener buenos vientos para, ligeros en la persecución y atrevidos en el ataque, olfatear, oler y apreciar estos hermosos libros de tan enjundiosa grasa. Luego, a fuerza de atenta lectura y frecuente meditación, romper el hueso y succionar el sustancioso tuétano”.




Como señala Mijaíl Bajtín en su estudio sobre Rabelais, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, si varios lectores han encontrado demasiado vulgar a estos libros es porque pierden de vista que estos hacen referencia a un tipo lenguaje que se dio en la Edad Media y hasta el Renacimiento y que se producía en el marco de lo carnavalesco y la plaza pública. El lenguaje del carnaval se distinguía por provenir del pueblo, por ser un acto cómico en el cual se subvertía el orden, se eliminaban las jerarquías y toda la gente se podía burlar de todas las cosas. Por otra parte, en la plaza pública, se dan cita toda una serie de vendedores y culebreros, quienes en tono jocoso daban a conocer sus productos, prometían milagros y atacaban a la competencia. Así, cuando Rabelais ataca a enemigos suyos, como los teólogos de la Sorbona o a los censores, lo hace en los siguientes términos: “Si sois de los míos, bebed tres o cinco veces por la primera parte del sermón… Si estáis de la otra parte, ¡vade retro Satanás!”.

En estos libros Rabelais no se límita a atacar a un determinado grupo social sino que hace varias sátiras de diferentes sectores de la sociedad de su tiempo: de los papás y sus seguidores, quienes veían al jerarca de la iglesia como la representación de Dios en la tierra y ponían a sus Decretales por encima de las Sagradas Escrituras o de los maestros sofistas, cuyo método de educación consistía en hacerles memorizar tomos enteros de libros a sus alumnos sin que nunca les dieran la oportunidad de poner aquello en práctica. 

También se burla de los filósofos pirrónicos, quienes por su escepticismo se resistían a afirmar cualquier cosa o a tomar posición en asunto alguno y hasta de los sobrenombres cursis que suelen ponerse los amantes entre sí. Sin embargo, estas burlas no son actos negativos, no buscan simplemente ridiculizar a la sociedad. Como en los procesos digestivos constantemente descritos, la risa es también un acto de transformación, apela a lo que se considera inferior en el ser humano para afirmarlo y darle una función generativa.


Uno de los episodios más conocidos de Gargantúa y Pantagruel es aquel en el que se funda la abadía de Telema (palabra que en griego significa ‘deseo’), una especie de mundo al revés donde no se levantarían murallas, donde sólo las mujeres hermosas podrían ser recibidas como monjas, donde no se harían votos de castidad, pobreza u obediencia y donde la única regla sería la siguiente: “Haz lo que quieras”. Esta utopía, palabra tan en boga por ese entonces luego de la publicación del libro de este nombre escrito por Tomás Moro, el cual Rabelais leyó, es una crítica a las jerarquías y a sus reglas estrictas, las cuales, más que evitar conductass indeseadas, lo que hacen es alimentar la hipocresía. Por lo tanto, el camino por el que se inclina Rabelais es aquel en el que, mediante una educación integral, que involucra diferentes partes del saber y ejercita tanto el cuerpo como el alma, el individuo logra realizarse libremente y sin restricciones.
El proyecto, de fuerte carácter pedagógico, al cual le apuesta Rabelais es el de crear un sujeto afín al pantagruelismo, es decir, un sujeto que posea “cierta alegría de espíritu adobada con desprecio de las cosas fortuitas”, alguien que sea capaz de reírse de todas las cosas, incluso de sí mismo. La sociedad en la que habitaría este sujeto no necesitaría entonces de leyes ni tendría que construir murallas y armas sino que, ayudado por una educación humanista, encaminada hacia la virtud, cada quien sería capaz de regirse a sí mismo, de desarrollarse libremente y de convivir en armonía con los demás.

PdL