*Por Sophia Vázquez Ramón
Pedro Juan Gutiérrez reproduce con mordacidad y humor el clima devastador de una Habana derruida y hambrienta; se trata, como muchos han asegurado, de una suerte de Bukowsky caribeño en medio de la debacle económica y la promiscuidad atópica del mundo moderno.
Ciudad de La Habana. 1990. Periodo especial. Mientras los personajes de la Trilogía sucia de La Habana van y vienen por las callejas de una urbe ponzoñosa, un personaje muy parecido a Pedro Juan Gutiérrez sobrevive apenas con las provisiones oficiales y el ron desastroso cuyo sabor le recuerda el olor del kerozene, en una Cuba en la que –por fortuna– petroleo es lo que no hay.
Unos se ganan la vida por ahí, vacilando, singando, vendiendo mercancía llevando langostas y pescado apenas fresco hacia cualquier parte, recogiendo desperdicios. En cada calle hay una brisa salina impregnada a su vez de malestar, de impotencia, de necesidad. Pedro Juan –el personaje– narra sus cuitas entre tambores, rones y habanos, junto a jineteras de las que vive, a quienes se templa a cada rato, fuma algo de hierba, se evade del olor a podredumbre de un viejo edificio de apartamentos ocupado por mucha gente y en el que viven diez o doce personas por habitación. Aprovecha su vida pasada como periodista para revelar algo de elocuencia cada que deja de ser un cubano más para pasar a ser un Bukowsky del tercer mundo, un desheredado y borracho que pervive y que huele a insatisfecha utopía: Pedro Juan Gutiérrez no toma parte en lo que describe, más que como un cronista abocado al exceso.
La suma de tres libros de cuentos contenida en este libro, publicado por primera vez hacia 1995, es en verdad una crónica directa y novelada, llena de un delirante realismo tan descarnado como la época que relata, La Habana de los noventa en los años de la transición cubana.
El régimen, la caída de la Unión Soviética el descuido de un gobierno por el cual las letrinas de su casa hieden a revolución y a desidia. Pedro Juan, el periodista, el conductor de camión de basuras, el proxeneta, el vendedor, el jugador y esteta sin reino, deambula por las calles de una ciudad de fábula –para el turismo dirigido– en la que el ritmo de la desventura sabe al pan de cada mañana. El sexo desenfrenado, la búsqueda personal, la trampa, los celos, la muerte, son aditamentos de esta selección de cuentos que parece conformar –en tres grupos de narraciones breves– una sola y homogénea historia, más parecida a una autobiografía y novela personal que a una suma de relatos viciados, como puede parecer a la vista trunca de algunos lectores dada la reiteración de tratamientos y escenarios, en razón a sus lugares y al tono picaresco de sus diálogos y a una primera persona que habla siempre en cubano, entre las palabras ahogadas, los regionalismos y las frases hechas tras las cuales el aire de toda una cultura parece soplarnos en la cara su aliento a libertad, una libertad escueta, en todo caso, en la que sigue viviendo aquel Pedro Juan autor –aún a pesar de lo que parecería demostrar este libro–, y de la que sus narraciones viven alimentándose para provecho nuestro.
Trilogía sucia de la Habana
Pedro Juan Gutiérrez
Anagrama Compactos
330 páginas
Barcelona, 2010