Los ardores de Nabokov

Por Carolina Urbano


Que se trate de una relación incestuosa no es realmente el punto que puede alterar la lasciva imaginación de los lectores, sino el  descubrimiento del cuerpo y la sexualidad a la edad de doce y catorce años en la casa de campo de Ardis Hall donde vivía Ada y  a donde iba a veranear su primo Van.  


Los ardores de Ada en Ardis Hall, “Ada, our ardors, our arbors” le escribirá Van. Marina, su madre, pronuncia “Ada con acento ruso” y así se confunde con la palabra ardor. Con los acostumbrados juegos de palabras, tropos y vaivenes idiomáticos, Nabokov, escribe en 1969, la novela con la que pretende superar Lolita, la cual ya le ha permitido obtener un lugar en la Literatura Universal. Ada o el ardor, por su parte,  tiene las pretensiones de las grandes novelas rusas del siglo XIX, por las sesudas y detalladas descripciones de escenarios y personajes; tiene también un particular trasfondo imaginario entre dos mundos posibles (Terra y Antiterra) cuya cultura y geografía son los elementos que le permiten al autor ser un crítico social, utilizar un lenguaje irónico, e incluso cruel, con el que pasa fácilmente del drama a la comedia. Esto, sumado al amor incestuoso entre Adelaida Veen (Ada) e Ivan Veen (Van), adolescentes que se enamoran como primos pero que en realidad son hermanos, hacen que la novela de Nabokov sea compleja y exigente, rigor que es celebrado por críticos y lectores.

No obstante la majestuosidad de los elementos que rodean la historia de Ada y Van, Nabokov vuelve a mostrar que es un maestro del erotismo, capaz de hacer sonrojar a los pudorosos y hacer explotar a los moralistas. De hecho, que se trate de una relación incestuosa no es realmente el punto que puede alterar la lasciva imaginación de los lectores, sino el  descubrimiento del cuerpo y la sexualidad a la edad de doce y catorce años en la casa de campo de Ardis Hall donde vivía Ada y  a donde iba a veranear su primo Van.  A pesar de esto, tal romance no es un affaire de verano, pasajero y fútil, sino  un verdadero amor que van a compartir los protagonistas, con tropiezos y separaciones, hasta los noventa años cuando deciden escribir su historia como una crónica de familia, por lo que nos encontramos con las opiniones y anotaciones de los hermanos amantes editando su propio manuscrito a lo largo de la novela. Nunca logran apagar el fuego que sus manos construyeron en el cuerpo del otro con la ingenuidad y desconocimiento que en la adolescencia se puede tener del sexo, pues cuando se enteran de su verdadera condición filial, ya se han concebido como un hombre y una mujer que se desean y se aman, y no con las figuras sociales de los hermanos.

Con la típica puesta en escena de las familias aristócratas que dejan el cuidado de sus hijos a tutores, doncellas y mayordomos, los dos adolescentes han cultivado una inteligencia que no van a encontrar en otros de su edad. Ada se presenta como una niña precoz intelectualmente, ya que ha sido educada por el profesor Krolik en botánica y es ayudante en la investigación de mariposas, plantas, así como en la construcción de un larvario; y Van es el estudiante brillante y genial que encuentra en Ada un bello e ingenioso interlocutor. Pero Ada no posee un conocimiento sobre la sexualidad humana, a pesar de las fallidas instrucciones de su institutriz, que no logra superar el locuaz carácter de Ada. Las nociones sobre el modo en que se aparean los seres humanos, por ejemplo, los había obtenido de la observación de varios insectos copulando. Por esto,  a pesar de los ardientes besos y caricias que ella y Van se prodigaban a escondidas, la sorpresa que le causaba la transformación del cuerpo deseado la devolvía a la tierna edad que le correspondía. Ada se preguntaba por el abultamiento en la pelvis de Van durante sus amoríos, y un buen día se siente con la valentía de preguntar a su amante y  salir de la duda. Mientras Van no podía dejar de aferrarse y sobarse al cuerpo de Ada, esta le dice: “¡vas a enseñármelo inmediatamente!”, y Van, ni corto ni perezoso, complace a su bella nínfula:

-¡Dios mío!- murmuró, como un niño que habla a otro niño-.
¡Está todo desollado, en carne viva! ¿Te duele? ¿Te duele mucho?
El suplicó: -¡Tócalo, pronto!
-¡Van, pobre Van! Siguió ella, con la vocecita que emplean las niñas buenas para hablar a los gatos, a las orugas, a los perritos - . Estoy segura de eso te quema. ¿Crees que te aliviarías si te lo tocara?

No pasaba lo mismo con Van, quien sabía saciar sus ardores ya con los placeres del onanismo o con la iniciación que les había proporcionado la muchacha de la tienda donde él y sus compañeros buscaban refugio, a escondidas, entre cajas y paquetes de abarrotes.

Sin embargo, con Ada va a ser distinto, Van siente que la ama, que no puede separarse de ella, por lo que surge la necesidad de recurrentes encuentros, y con ellos la creatividad para inventar situaciones que les permita ausentarse sin que los demás lo noten ni los descubran. A pesar del desconocimiento de su condición, su edad y parentesco los pone en el rango de lo prohibido, más ahí está la pluma de Nabokov para crear un escenario en donde el erotismo está marcado por la estética y la pasión (con un trasfondo de amor), sin visos de una razón que pueda otorgarle un espacio a la moral. Los juegos de los primos (hermanos) Veen, que sirven de excusa al contacto carnal tienen la frescura de sus mentes y sus cuerpos, como aquel en que Ada construye de rodillas un castillo de naipes, mientras Van espera pacientemente con su mano abierta el momento en que el castillo caiga y las nalgas de Ada (después de “un gesto de abandono, al modo ruso”) se posen sobre su palma por unos segundos, segundos de deleite,  pequeño gozo de “el relieve del paraíso”, una y otra vez con cada castillo aguzando la sensualidad de los pequeños protagonistas y de las posibles interpretaciones que los lectores seguramente harán de la paradisíaca sensación sobre su propia mano. Este Juego, además, nos recuerda el descubierto por María y Óscar  en El tambor de hojalata, cuando María forma un hueco con su mano y Óscar vierte polvo efervescente y saliva produciendo en ella una excitación que se repetirá en las noches, solicitando de él nada más que su saliva (y nuevamente, la imaginación del lector).

El sensual despertar del amor de Ada y Van, nos lleva al punto alto del erotismo en la novela, pero no sucede lo mismo con el amor adulto, ni con el cuerpo femenino que ha perdido su pureza, entendida esta más como un don de la juventud que de la misma virginidad. La belleza, la pureza y la juventud parecen elementos indispensables para la construcción del erotismo en la escritura de Nabokov. Por esto quizás la insistencia en las pasiones provocadas por las niñas-adolescentes entre los doce y catorce años. Bataille tiene al respecto una reflexión que parece adaptarse a lo que nuestro escritor ruso logra desde la literatura. En El erotismo, Bataille plantea una oposición entre la belleza pura (como un estado que supera la condición animal e instintiva del deseo) y el momento de la posesión de esa belleza que la ensucia, la mancha, le deja la marca del animal, “cuanto mayor es la belleza, más profunda es la mancha” dice el pensador francés, y uno de los ingredientes que incrementa el grado de belleza del objeto de deseo es la juventud.

El erotismo, en la obra de Nabokov relaciona la belleza pura con el cuerpo que no ha sido tocado por el instinto animal, por eso, una vez tocado, mancillado, la belleza desaparece o va perdiendo valor conforme pasan los años y la desprevenida ninfula se convierte en una mujer de deseo para otros hombres, que además desea a otros hombres, y que  tiene criterio  y autonomía. Tanto una como otra transformación se presentan y valoran en Ada y el ardor, ya en el caso de Van, como en el de su padre, Demon,  como en el pintor Paul Gigment (Pig Pigment para Ada), entre otros, pues tienen como oficio los amores con mujeres muy jóvenes, por no decir niñas, las cuales, una vez poseídas son tratadas de “zorrita”, “perrita”, “putilla”, pues ya no hay belleza que profanar, siguiendo los términos de Bataille. En el caso  de Van, el cambio de Ada cuando tiene dieciséis años se entiende con la percepción de un cuerpo deslucido: “los pechos estaban bien formados, redondos y pálidos, pero Van casi añoraba las tiernas turgencias de otro tiempos, con sus botones mate e informes”. No obstante, todo esto es superado por el amor. Van ama a Ada y puede soportar el paso de los años, aunque no sea tan benévolo con las amantes que surgen en los tiempos de separación de su querida Adoschka, de la misma manera que Demon pierde el interés por sus antiguas amantes de una manera demoledora, desapareciendo cualquier sentimiento de afecto y atracción por estas. El caso del pintor,  muestra la faceta de la aberración. Especializado en pintar diminutos desnudos de niñas vistos por detrás, su método consistía en ofrecer a una niña, de cuatro años, por ejemplo, un objeto cualquiera y colocarlo lo más alto posible de tal manera que la niña alzara sus brazos se empinara y mostrara la pose que, según Ada, excitaba al asqueroso profesor. Podríamos agregar a las afirmaciones de  Bataille que entre más pura la belleza, mayor el deseo de mancharla y mayor la carga erótica
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Hasta dónde va lo erótico y lo aberrante, lo sensual y lo morboso es algo que sólo se puede encontrar en el terreno del lenguaje. El lenguaje erótico es aquel que nos separa de la condición puramente instintiva y animal, para envolvernos en el artilugio de lo estético y del placer, aunque este último contenga algo de perversidad,  de curiosidad y malicia frente a lo desconocido o lo prohibido.


Ada o el ardor
Vladimir Nabokov
Anagrama
Barcelona,1992,
478 páginas


PdL