El discreto arte del fracaso



I Por Camilo Morón Castro I


Lejos de Veracruz
Enrique Vila-Matas
Anagrama
Barcelona, 2015
240 páginas


“He dicho asombro donde otros
dicen solamente costumbre.”

Jorge Luís Borges.


Dice el sonriente Nicanor Parra: “El escritor se contorsiona como un postulante al cielo.” La mueca maldita de una mano armada de un afilado lápiz se muestra como la avante venganza contra el mundo, contra la vida de aquel que se niega a vivir por fuera de la literatura. ¿Seremos exploradores del discreto arte del fracaso, si anteponemos la literatura a la vida? A modo de obsesión el escritor se ve sumido en el difuso universo de los grandes propósitos y las causas perdidas. Vanos son los propósitos y también las posibles soluciones y si las hubiera, habría de ser portátiles, abreviadas y por contradicción propia de largo aliento e inacabables principios. 

A sus 16 años, un joven catalán advierte la iluminación en medio del oscuro resplandor de un cine, videando al eterno Mastroniani en La noche de Antonioni; disfrazado de escritor, casado Jeanne Moreau… quizás esa fue la primera vez que pensó para sus adentros con la fuerza de un sospechoso deseo, las dos cosas que más deseaba ser y tener. Un día como los otros, deja atrás la ilusión de repetirse a sí mismo y a su padre que quería ser como Andre Malraux, pero a diferencia de este termina curtido por el papel y la tinta y no por el sudor y las cicatrices que supone el encuentro aventurero con la vida. La callada ilusión de ser escritor queda rezagada, mientras el porvenir lo mostraría simulándose graduado de este oficio de vivir,  acreditado con diplomas de diversa índole: Rómulo Gallegos, Ciudad de Barcelona, Premio Herralde, Prix du Meilleur Libre Étranger, Prix Médicis  Étranger y otros tantos que reposan en las paredes de su casa, como animales de caza.

Enrique Vila-Matas parece ahondar en una yaga oscura y se da de bruces al dulce abismo que evitamos todo el tiempo, buscando amparo a nuestro miedos en las seguridades del confort metafísico; trabajo, diplomas, compromisos, y los demás deseos frustrados de los eternos lustradores de la lámpara de Aladino. Las relaciones entre vida y literatura pueden ser muchas pero en el universo de la obra de Vila-Matas esto se resume en el oficio del escritor:


Escribir es hacerse pasar por otro, escribir es dejar de ser escritor o de querer parecerte a Mastroianni para simplemente escribir, escribir lo que escribirías si escribieras. Es algo terrible pero que recomiendo a todo el mundo, porque escribir es corregir la vida -aunque sólo corrijamos una sola coma al día-, es lo único que nos protege de las heridas insensatas y golpes absurdos que nos da la horrenda vida auténtica. 

Ante la imposibilidad de vivir es necesario escribir, despejar las vivencias y huir en busca de sí mismo, hacerlo al modo del peregrino inmóvil que sueña… se va muy lejos; Bombay, Paris o Veracruz da lo mismo si te has ido y no importa lo que vivas sino aquello que escribes y que tú piensas que es lo más acorde con lo que debes vivir. Al parecer la literatura no guarda semejanza con la vida y sus nefastas tribulaciones. Si mal no estoy, este es el tema central de Lejos de Veracruz, sonoro título de un corrido imaginario que enmarca las aventuras de Enrique Tenorio; un hombre que se empeña en el solipsismo de contarse a si mismo su propia vida. De tal manera que ennegrece de misterios los secretos que ha guardado y los sobre-adjetiva sin necesidad. Sigue en su curso el tema del perdedor en su universo, que se niega y evita cualquier contienda que le deje marcas visibles, Enrique Tenorio emerge a esconderse de la endeble oscuridad de su sombra en un día soleado. Es el último de los Tenorio que se planta a sí mismo la tarea de retomar la escritura de una biografía familiar llamada El descenso. Objetivo que no se ve trazado a lo largo de una novela que siempre comienza y cada vez que esto pasa, se ve a Enrique Tenorio como un gato apaleado que regresa a la vida en medio de una noche llena de delirios. Entones se muestra como un peregrino inmóvil de la fiesta desesperada que vivimos a diario, escoge un país como centro de sus melancolía para lanzar sus últimos sufragios de mitómano.





El México de corridos y matones, es la misma casa del diablo que funda su temor en los últimos rayos del tequila y el mezcal en la madrugada. Este es el escenario propicio para un héroe romántico cansado de vivir a los 27 años, que se cree con las atribuciones de matar a Dios armado de un peine que le robó al pintor Botero en una fiesta en Paris, en un oscuro rincón de un puerto mexicano. Manco a costa de una maldición del terrible Dios Siva que le castiga por fornicar indebidamente en su templo, despechado a cuenta de Nancy, compulsiva jugadora de Bingo, una gorda australiana que lo deja a su suerte en el África ardiente, por un raquítico monje budista.  Desolado por segunda vez tras la muerte de su prima producto de la fiebre del mosquito en el Nevado del Tolima. Y por si fuera poco,  aparece en su vida un tercer amor: la cantante de boleros Rosita Bom Bom Romero, una mujer de bandera que acaba con la dignidad y el dinero de los hermanos Tenorio. De este último viaje regresa a casa de Veracruz, con la nostalgia del héroe épico que se enfrasca en el nostoy:

Por ejemplo con respecto a México yo me identificaba más con el tema de Rulfo en Pedro Páramo –el tema del regreso, por eso el héroe es un muerto, ¿y qué soy yo sino un derrotado en vida?– que con el de la expulsión del paraíso, que es de lo que trata Bajo el Volcán, de Malcon Lowry.

Regresa luego de barrenar las naves como lo hizo Hernán Cortez en este puerto: “Fui a Xalapa como quien va a Comala. Emprendí en autocar la ruta histórica y algo extraña que une la capital de México con el puerto de Veracruz y que en el pasado sirvió de cordón umbilical entre México y España”.  Con la lectura de Robinson Crusoe, Enrique experimenta tardíamente lo que un niño hubiera degustado con placidez, la noción de aventura que sólo se lleva en la sangre con la lectura temprana de Emilio Salgari o Julio Verne, por ese mismo gusto busca refugio en otros libros, pero ve en el libro de Daniel De Foe el inacabado esplendor de una obra maestra que pasa sin advertencia, sin ruido y con toda la pureza del arte literario. Se empecina entonces en darle curso a la memoria familiar y nos cuenta el transcurso obstinado de esta historia donde hay un juego esencial en la forma de contar la historia. Los Tenorio parecen tristes tigres sin dientes que representan al artista en sus distintas facetas;  tres hombres de cierta manera melancólicos que encojen sus artíficos para jugarle una mala pasada a la realidad familiar; el matrimonio, el arte de la fuga del convencido ostracista, las pinturas de un desesperado, la literatura que fractura nuestra percepción de la realidad y que podemos leer o contar con base en el engaño.

En aras a la pureza de los sanos propósitos del personaje, Vila-Matas pretende que su protagonista en medio de su autenticidad, sea impostado. La voz que narra es dudosa y fluida,  el ritmo es frenético y lento. Por momentos al hacer una pausa surgen las preguntas: ¿Quién habla aquí, el narrador o el autor?, ¿Trampa autoconsciente? ¿Qué se esconde? ¿Quién es el protagonista de esta historia? ¿Quién lleva el peso de la historia? Aparece un narrador bastante elocuente, pero el que despliega los hilos de la marioneta se encarga de mostrar (al modo periodístico), confundir y asombrar con un argumento cada vez más inverosímil pero fijado en la subjetividad de la credibilidad. Todo esto nos lleva a un flujo que tarde o temprano, termina estallando al punto que pasamos de un personaje casi invisible que pasea por el mundo, buscando un buen viento que refresque su existencia, a un delirante que lucha sin tregua contra sus demonios internos. El personaje tambalea por momentos y con inocencia extrema funda en mentiras infantiles su historia, juega con el lector que ve impávido como le juegan una broma en un melodrama a cuestas de una mujer fatal, que acaba sin el menor resquemor con los hermanos tenorio.

En fin, Vila Matas al igual que Enrique Tenorio saben que a Veracruz no va uno, errante desanimado y entrando por el rio de la muerte buscando a un padre que no aparece nunca, se puede ir a Veracruz o Nueva york pero si uno tiende fracasar en el intento es mejor pensarlo bien. “¿Acaso la ambición no es el último refugio del fracaso?” Ahora, luego de la última página resalto estas líneas: “Me aventuraré. Escribiré, mentiré. Trataré de olvidar mi pequeño mundo de pronóstico grave.” Pienso en aquel lugar lejano que no conozco y sobre el cual escribo estas líneas deslucidas, mientras apuro otro mezcal.  Definitivamente hay que fracasar con todo éxito y eso fue lo que hizo el protagonista de esta épica historia.



PdL