Decir New York:
testigo propio
Ricado León Peña-Villa
Ediciones Menchaca
Valladolid, 2002
100 páginas
Después de considerar las propuestas de Lukács, Heidegger, Jameson y Althusser; Robert Tally argumenta que la narrativa es en sí misma una forma de cartografía.1 Toda cartografía es una alegoría de la realidad que representa y siempre es incompleta pues, como diría Borges2, el único mapa totalmente fiel de una ciudad es la ciudad misma. La condición moderna entendida como la existencia en un universo abierto, inestable e inacabado, es a la vez el correlato y la antítesis de la cartografía. La época moderna estaría caracterizada por una búsqueda incesante de la estabilidad a través de la innovación y la ciencia; sólo en apariencia, la modernidad propende por el cambio. Los mapas representan espacios que no existen, realidades que dejan de ser o se transforman en el mismo instante en que trazan sus alegorías. Ni siquiera los desarrollos tecnológicos como los mapas satelitales3 pueden dar cuenta de una realidad que se hace otra en el devenir del tiempo. En la modernidad el mapa cumple una función representativa y otra dialéctica. Si se acepta que escritor es un cartógrafo, la escritura sería un acto alegórico y una aporía.
Con base en la idea de que se puede hacer una geo-crítica, una lectura cartográfica de la poesía, propongo leer el libro Decir New York: testigo propio de Ricardo León Peña Villa como una guía de navegación y una bitácora de la voz poética en ‘La Gran Manzana’.
El poema “Nocturno uno de New York” presenta a Astrid una mujer que trabaja en un bar en el que ella como Sísifo vive a diario un “Amanecer lento y amaneciendo entre borrachos / que hablaron inglés con acento sur” (12). El acento, entonces, es la aguja de la brújula. Luego, en “Nocturno dos de Nueva York”, la voz poética nos dice “Lo escribo (…) en una tierra lejana/ que camino / bajo mi boina negra” (13). Aquí el lugar de la enunciación, localizado verticalmente bajo un objeto (la boina negra) que debemos localizar en un mapa mental para imaginar al poeta desde las alturas a vista águila, está lejos del lugar de origen pero la voz va hacía allá desde aquí. El nuevo ‘aquí’ al que ha llegado la voz poética es descrito como en un diálogo con los que están ‘allá’ en el sur. La voz poética busca metáforas y símiles con los cuales describir este lugar a sus interlocutores distantes en el tiempo y el espacio. También puede decirse que esa voz lee este nuevo espacio y lo escribe “Vivo en un castillo que tambalea/ en una ciudad de edificios/ templados en hierro y cemento” (16). Los poemas se convierten a partir de este momento en una versión escrita de objetos como mapas y brújulas; además, incluyen instrucciones: “Señor cartero:/ Si viera bajo mi nombre/ una carta perfumada,/ corra, corra hasta mi portón de Umbrella House/ y pásela bajo la puerta/que a este tercer piso de solitario/ llegará el aroma/ la dulce alegría” (20). El poema “Año del Tigre” (21) representa el cuerpo de la voz poética como un mapa que el frío de los inviernos ha trazado sobre la piel a manera de cicatrices. El tema de la piel como un mapa se extiende en el poema “Autorización” (25) en el que la epidermis queda marcada por el aroma de la amante. La integración entre el espacio y el hombre le otorga una dimensión espacio temporal a la cartografía poética. Lo que comenzó como una brújula, pasó a convertirse en mapa sobre la piel y ahora tiene aroma. En el poema “Desarraigo” (27) se vuelve a la idea del poema brújula que señala al lugar de origen: “(…) hablamos del sur/ para no sentirnos tan lejos en el norte (…) pertenezco allá”. Luego, el hombre mapa se convierte en hombre globo, es decir, en ser continente y dice “un pueblo viaja en este hombre/ que es prenda de lejanía, exilio”.
Los topónimos sirven para referenciar narrativas colectivas, tradiciones urbanas, imaginarios modernos de la ciudad en la que se habita. En el poema “La montaña rusa” (32) se invierte la idea del cuerpo globo contenedor y los sentimientos se representan contenidos en un objeto “Carro viejo de Connie Island/ guardador de miedos/ mecedor de pánicos”. El símil de la montaña rusa nos refiere al lugar específico en Brooklyn pero luego es proyectado sobre el perfil de la ciudad y sobre el devenir de los días, “La ciudad (…) a veces es el mismo vértigo/ (Vértigo de la vida misma)”. El vértigo que se siente en la montaña rusa es una alegoría de la vida en Nueva York. En “París amado” (35) la voz poética busca la sombra de Vallejo como si se tratara de un ser vivo, las personas son ciudades, no las habitan sino que las constituyen. Al proyectar esa lógica comparativa se personaliza las ciudades y se habla de ellas como amantes “Ya New York me ha poseído/ y aunque bella/ no tiene doble beso como vos/ amada París”. En “Las fotos de París” (37) se rememora el romance con la ciudad, la infidelidad cometida al amar otra ciudad queda registrada en fotos que tienen como oficio marcar la vida en el poeta, trazar su mapa en él. Más adelante se pregunta “A cuántas ciudades amaré” (41).
Ya que hemos esbozado la relación alegórica entre la ciudad y el sujeto podemos comprender que la voz poética se represente como un espacio. Si la sombra de Vallejo habita parís, un amigo muerto todavía puede vivir en quienes lo sobreviven; Vadimir Montoya ha muerto pero la voz poética corrige el hecho histórico y aclara que su muerte ha tomado lugar sólo en el espacio exterior pues en el hombre (correlato de la ciudad) todavía vive: “De él siempre espero el arrojo/ incluso ahora que dicen que murió/ pero no en mí” (39). Entonces, si la ciudad habita al poeta en su interior puede leerse la realidad exterior como una representación de lo que se lleva adentro “Es cada vez más noche/ mientras miro por la ventana cinema a Nueva York” (44).
En otra aproximación a la representación alegórica del sujeto en la ciudad y de la ciudad en el sujeto: el libro incluye poemas donde los trenes subterráneos, el sistema de metro, se iguala a un sistema nervioso y a la historia emocional del sujeto. Cada recorrido por la ciudad, cada viaje se siente, se presiente y se sueña: “Los viajes de quien duerme y sueña/ el viaje del tren F bajo tierra (…) Ando en busca de una frase/ de un sentir” (52). El poema “Viajar en Nueva York” (187) está dedicado al tren F en el que “cada palabra es un vagón (…) Y tienen estaciones en Soledad Street/ tristeza Avenue/ en gran dolor Station/”.
Decir New York: testigo propio incluye una serie de poemas ambientados y dedicados al Nuyorican Poets Café. Este lugar emblemático se localiza de forma referencial en el mapa de la ciudad con relación a al apartamento 3D en el edificio Umbrella House: “Es en Nuyorican donde tengo/ la más hermosa ebriedad/ y es la misma acera que me lleva a casa./ Tal vez 119 pasos (sin contar escalones),/ desde la puerta del café hasta la puerta de Umbrella House” (105) . Si Umbrella House es la casa, el Nuyorican Poets Café es un templo, una iglesia, una “(…) casa sacra/ de verso nocturnado” (65). En ese templo Pedro Pietri es “el reverendo”, los poetas son devotos que acuden allí por miles y la voz poética viene a este lugar a confesarse “ante el papel,/ ante el vino rojo de los poetas/ ante la fiesta como un devoto” (86). El barrio en que habita el poeta se personifica y lo nombra “Ah Nuyorican…/Tú corazón de Loisaida” (95). Pero el lugar también es un sujeto, tiene personalidad e historia. El poeta tiene una relación con este espacio con el que dialoga “Ah Nuyorican…/ Que una vez te mendigué/ leer un verso siendo recién llegado/ y no me fue permitido el poema/ de la soledad de entonces./Y ahora soy tu príncipe, tu rebelde, tu voz, tu rostro/” (95). Como espacio personificado, el Café tiene un género que se define por quienes lo ocupan “Esta noche el café/ es fémino pleno” (102).
El otro lugar emblemático que aparece repetidas veces en el libro es el Apartamento 3D en Umbrella House. Allí la voz poética dialoga con su perro Tango, pasa inviernos en un frío absoluto, se embriaga, ama y sufre soledad en especial los domingos en la tarde. La casa es un ser vivo que “(…) siempre está viva de locura/ como habitación de perro, poeta y maga” (172). Cuando el poeta llega a hacerse príncipe en el templo de la poesía (El Nuyorican Poets Café), en realidad quiere decir “Cardenal”, príncipe de la iglesia, su casa entonces pasa a ser un bello antro “un monasterio”: “Cuando alguien quiere conocer/ los antros de Manhattan/ lo traigo a casa/ le advierto que el edificio/ era un abandono (…) Y se quedan porque el aire de paz/ que corre, identifica el monasterio/” (181).
En conclusión, Decir New York: testigo propio, de Ricardo León Peña Villa, puede leerse como un mapa dinámico en que la ciudad se personifica y habita al hombre que se hace continente. El libro es una alegoría que se corrige y se completa a medida que la ciudad y el hombre cambian. Bitácora de viaje, brújula, mapa de cicatrices en la piel, todo esto es Decir New York.
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Referencias:
Borges, Jorge Luis. “Del rigor de la ciencia”. Historia Universal de la infamia (1935). Madrid: Alianza, 1998.
Tally, Robert T., “Literary Cartography: Space, Representation, and Narrative” (2008). Faculty Publications-English. Paper 7. http://ecommons.txstate.edu/englfacp/7
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1 “I would argue that narrative itself is a form of mapping.” (3)
2 “Del rigor de la ciencia”. Historia Universal de la infamia.
3 Google Earth, sistemas GPS, etc.