Drama, enajenación y alteridad: Memorias del desasosiego

Por Carlos Andrés Almeyda Gómez


Drama en gente
Fernando Pessoa 
Fondo de Cultura Económica

México 2002
376 páginas


¿Cuándo se acabará este drama sin teatro,
o este teatro sin drama,
y recogeré la casa?

Álvaro de Campos


En carta a João Gaspar Simões, fechada en Lisboa el 11 de diciembre de 1931, Fernando Pessoa subraya aquel carácter dramático que le empujó a ser el ‘médium’ de una poética plural: 

“El punto central de mi personalidad como artista es el de ser un poeta dramático; tengo continuamente en todo cuanto escribo la exaltación íntima del poeta y la despersonalización del dramaturgo. (…) Desde el momento en que el crítico establezca, sin embargo, que soy esencialmente un poeta dramático, tiene la llave de mi personalidad, en lo que puede interesarle a él, o a cualquier persona que no sea un psiquiatra, que, por hipótesis, el crítico no tiene que serlo. Provisto de esta llave, puede abrir lentamente todas las cerraduras de mi expresión. Sabe que como poeta, siento, que como poeta dramático, siento despegándome de mí; que, como dramático (sin poeta), transmito automáticamente lo que siento en una expresión ajena a lo que he sentido, construyendo en la emoción una persona inexistente que lo sintiese verdaderamente, y por eso sintiese, como derivación, otras emociones que yo, puramente yo, me he olvidado de sentir”. 

Aquella invención de un personaje que podría dar vida escénica a determinada ficción pierde, en este caso, el papel meramente conjetural. Pessoa finge hasta el punto más álgido de la ficción y del drama, la enajenación, ese desdoblarse en numerosospessoas –Pessoa traduce al español persona, mascaranadie, personaje-, disímiles por la riqueza formal que alienta en cada quien un discurso propio y una poética subyacente. Pessoa no existe más que como “punto de reunión de una pequeña humanidad”. De ahí, ese drama en gente que sintetiza el fenómeno de la heteronimia como luego aclarará en una nota escrita el año de su muerte: “Se trata, a pesar de todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas en almas”.


El ejercicio de sus múltiples personalidades aleja aquí cualquier posibilidad concreta de estimar el conjunto de su obra en relación a una incompleta y algo fantasiosa biografía. De alguna forma una parte de la crítica ha mirado su vida de todos los días no más que en relación a una estética del desasosiego, vista en Álvaro De campos –en la expresión de Pessoa, “el más histéricamente histérico en mí”-, el Bernardo Soares del Libro del desasosiego -un heterónimo menor que tiende a ser del todo Fernando Pessoa y quien en un principio tomó el nombre de Vicente Guedes-, y en ese diario errar por las mismas calles de Lisboa: La misantropía, su supuesto homosexualismo, sus deudas, su alcoholismo, su amor taimado hacía Ophelia de Queiroz; ese Pessoa de quien, según se cuenta en alguna parte, la gente se cuidaba de voltear a mirar en tanto pasaba a su lado, no sea que se desvaneciera ante sus ojos. Bien ha quedado consignado en buena parte de los libros que intentan descifrar las vidas de Fernando Pessoa, el nimio valor que una biografía puede tener para sostener una obra, más cuando ella se funda en la despersonalización de un lisboeta siempre alejado de la aureola que concede la celebridad, tal y como sentencia el heterónimo Alberto Caeiro: “Si después de que yo muera quieren escribir mi biografía, / no hay nada más sencillo./ Hay sólo dos fechas; la de mi nacimiento y la de mi muerte./ Entre una y otra, todos los días son míos”. Es de aclarar, no obstante, la rica polivalencia biográfica que le consagra como un ente en vera consigo mismo, en constante autodescubrimiento –no tanto ese “desconocido de sí mismo” referido por Octavio Paz-, una existencia ungida por una pluralidad tan ajena como propia y, de facto, por una entelequia en que convergen, en agudo conflicto, la vida –inventada o no- de todos sus personajes.

Francisco Cervantes, responsable de la selección y la traducción de los poemas recogidos en Drama en gente -y quien además tradujo otro de los títulos del Fondo de Cultura Económica sobre el poeta portugués, Vida y obra de Fernando Pessoa de João Gaspar Simões-, hace especial énfasis en su prólogo “De la biografía, considerada como una de las más feas artes”, en la importancia que la obra posee por encima de una vida que tiende a ser objeto de la imaginación novelesca y que seguramente jamás habrá de hacerle justicia. Su cuidado, recuerda aquí la frase que abre la voluminosa biografía de Pessoa escrita por Robert Bréchon, Étrange Étranger: “Narraré una vida más rica en obras que en acontecimientos”. Luego, Cervantes refiere la importancia que la niñez tuvo en la obra de Pessoa –volviendo en algo a la designación freudiana que caracterizó la biografía de Gaspar Simões- en consonancia con la pureza que esta encarna y de alguna manera propiciada por ese poeta dramático que crea un mundo a su medida y que vive desde siempre sumergido en personajes ficticios que han de hacerle compañía. Ese “niño que jugaba” y que a muy temprana edad ya cuenta conmascaraspessoas, como el Chevalier de Pas o El Barón de Teive. Vale entonces volver a las palabras del propio Pessoa quien aclara el nacimiento de sus más remotos “conocidos inexistentes” en carta a Adolfo Casais Monteiro, fechada en su ciudad el trece de enero de 1935:

“Desde niño tuve tendencia a crear a mi alrededor un mundo ficticio, a rodearme de amigos y conocidos que nunca habían existido (No sé, bien entiendo, si realmente no existieron o si soy yo quien no existe. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos). Desde que me conozco como siendo aquello a lo que llamo yo, me acuerdo de necesitar mentalmente en figura, movimientos, carácter e historia, varias figuras irreales que eran para mí tan visibles y mías como lo que llamamos abusivamente vida real”.

La selección hecha por Cervantes en Drama en gente, breve pero detallada antología de Fernando Pessoa y los heterónimos mejor delineados en su obra, principia con varios de los poemas ortónimos que alguna vez le dieron a Pessoa su único premio –un segundo lugar- así como una de sus poquísimas publicaciones en vida, esto aparte de proyectos editoriales y un buen número de colaboraciones en revistas como Presença, Contemporânea, o A Águia. En poemas de su Cancionero y Mensaje –libro que vio la luz el 1 de diciembre de 1934 como triste resultado del premio de poesía Antero de Quental-, Pessoa saluda a Don Sebastián, Rey de Portugal, y propone parte de las teorías políticas que abanderaría para llegar a lo que nuestro poeta denominó como el Quinto Imperio, en aras de cumplir con el ‘destino’ de su país. Puede, en todo caso, hallarse un Pessoa eminentemente llamado a reencontrar el norte de Portugal, en la forma de aquel marinero lisboeta que se abandona, como puede verse en el ‘poeta-marino’ de Lluvia oblicua, y para quien drama y destino son el soporte de una batalla homérica plagada de imágenes de infancia y constantes guiños al abandono y la contradicción. Según el propio Pessoa este poema, Lluvia oblicua, fue el detonante, junto aEl cuidador de rebaños de Alberto Caeiro, de la posterior ráfaga de creación que dio lugar a sus heterónimos fundamentales. Bastante conocida su alusión al hecho –lo dice en la carta a Casais Monteiro atrás referida-, Pessoa escribe junto a una cómoda alta la obra de su maestro, Alberto Caeiro. Refiere además lo extraño del suceso, todo como parte del “día triunfal de su vida” -8 de marzo de 1914-, y crea una particular simbiosis entre este poeta de la naturaleza y un Pessoa lanzado a la fatalidad y la saudade: “Arrojo la pelota contra mi infancia y ella/ atraviesa todo el teatro que está a mis pies”. Tras retomar su voz, Pessoa da vida a Ricardo Reis -más adelante aparecerá Álvaro de Campos- y ya cimentadas sus invenciones en un “molde de realidad”, da pie a la discusión estética inherente a sus poetas recién fingidos y se entrega a la resolución de un conflicto entre fantasmas en que, según afirma, él “no es nada en el asunto”.
En el ortónimo, el Fernando Pessoa de El niñito de su mamá, la persistencia de la memoria es un rasgo indiscutible, su infancia, su paraíso fingido, ese patio-teatro y la imagen penitente de doña Madalena Pinheiro, no dejan de delinear una postura de abdicación que hace del “indisciplinador de almas” aquel bardo desahuciado que parte eternamente, así como se refleja en el poema El Andamio, drama de una suerte de héroe griego desterrado y lanzado a las oscuras aguas del leteo:

“Soy ya el muerto futuro.Sólo un sueño que me une a mí-El sueño atrasado y oscurodel yo que debería ser –murode mi desierto jardín.Olas pasadas, ¡Llevadmehacia el olvido del mar!Al que no seré atadme,que rodee con un andamiola casa por fabricar.”

Luego está ese poeta de Libertad, convencido de la futilidad del mundo, yendo una y otra vez a imágenes hermanas de las encontradas en Alberto Caeiro, el río que “corre, bien o mal, / sin edición original. / Y la brisa, ésa, / de tan naturalmente matinal, / como tiene tiempo no tiene prisa…”.
Alberto Caeiro es, desde luego, el primer heterónimo consultado en la presente antología. El cuidador de rebaños resulta ser la pieza central en la filosofía de aquel simple observador –“yo no soy poeta: veo”- dedicado a la contemplación de la naturaleza, a ver el correr de los días, el fluir del río, precisamente lo contrario del Pessoa ‘histérico-neurasténico’ que no puede atender del todo a las enseñanzas de su maestro, aquel Pessoa condenado a no conciliar el sueño y llamado a “perder, siempre perder”. Caeiro se erige aquí -según esa “repugnancia del infinito” y ese raciocinio tan clásico como moderno- como un pagano que no niega el curso de las cosas pero que las mira sin demasiado aspaviento ni congoja, el poeta primitivista sumergido en una nueva poesía portuguesa, bucólico materialista entregado al sueño esquivo de su ‘discípulo y médium’ para convertirse en el profeta del ‘supra-camões’, ese autor cuya obra -en palabras de Ricardo Reis- “representa la reconstrucción integral del paganismo en su esencia absoluta, tal como ni los griegos ni los romanos, que vivieron en él y por eso no lo pensaron, la pudieron realizar”. Aquí, el poeta que abreva del “objetivismo absoluto” y cuya obra es producto de “la intuición primaria de las emociones y los sentimientos”:

¿El misterio de las cosas? ¡Quién sabe lo que es el misterio!
El único misterio es que haya quien piense en el misterio.Quien está en el sol y cierra los ojos,Comienza a no saber lo que es el solY a pensar muchas cosas llenas de calor.Pero abre los ojos y ve al sol,Y ya no puede pensar en nada,Porque la luz del sol vale más que los pensamientosDe todos los filósofos y de todos los poetas.La luz del sol no sabe lo que haceY por eso no se equivoca y es común y buena.

Ricardo Reis, confeso poeta epicúreo, seguidor al igual que su maestro Alberto Caeiro de una variedad de paganismo grecorromano, es, en el mundo de heterónimos, aquel encargado de hacer contrapeso a las ideas de reconstrucción de Portugal abanderadas por Pessoa, huye además de la estética de la revista Orpheu –producto de las inquietudes de algunos jóvenes intelectuales que, junto a Fernando Pessoa, quisieron superar la estética “parnasiano-simbolista” aún en boga en Europa-, desdice de la poesía de tono metafísico (aunque el nihilismo alimente en él algo decongénita desilusión) y se ampara en un clasicismo sostenido en los pilares de su idea estoico-epicúrea de la poesía. En el prefacio a sus Odas el propio Reis declara: “Debe haber, en el más pequeño poema de un poeta, algo por lo que se note que ha existido Homero”. Mas tarde, desaprobará la poesía de su pariente Álvaro De Campos y pondrá en entredicho el papel de la emoción en su obra, ejercicio que tilda de vulgar, producto de “estadios inferiores de la evolución”. Es este Ricardo Reis, ‘puro’ como su homólogo Caeiro, quien nivela la balanza pessoana. Al otro extremo, De Campos y Fernando, el ortónimo, quien -en carta a su amigo Sá-Carneiro- admite el haber logrado con Reis el período culminante de su madurez literaria.
Recogida en Drama en gente, la oda de Ricardo Reis que en general más se acerca a la visión naturalista de Caeiro, Ven a sentarte conmigo, Lidia, a orillas del río, demuestra además esa ‘disciplina mental’ y ese purismo lingüístico, musical y decantado que alimenta –aquí el reproche de Álvaro de campos- una poética encerrada en el “reducido espacio de las cumbres”:

…calmadamente miremos su curso y aprendamosQue la vida pasa, y no tenemos las manos enlazadas.(Enlacemos las manos.)Después pensemos, niños adultos, que la vidaPasa y no se queda, nada deja y nunca regresa,Va hacia un mar muy lejano, más allá del Hado,más lejos que los dioses.

No cabe duda que dentro de la baraja de heterónimos mayores de Fernando Pessoa, es Álvaro de campos quien más semejanzas tiene con él. Es, según Pessoa, uno de sus más íntimos amigos, futurista que ha descuidado el portugués y en quien, por ello, abundan los prosaísmos, asunto bastante reprochado por Ricardo Reis. De Campos es algo así como el alter-ego de cabecera en el teatro pessoano. Abdicador, insolente –asume el riesgo de publicar un extenso panfleto, Ultimátum, en que vitupera a todos y a todo-, amargo y desolado poeta de la metafísica, en síntesis, ‘el más pessoanamente pessoano en Pessoa’.
Se incluyen en Drama en gente, algunos poemas de disímil carácter dentro de una poética que siempre dio muestras de experimentación –Oda MarítimaSalutación a Walt Whitman- tanto como de abandonado letargo y abdicación. Oda Marítima es un vertiginosos y extenso poema que, al igual que sus otras odas - jamás finalizadas por su autor-, deja de callar las palabras bruscas y altisonantes que Fernando Pessoa no se permitía decir, “¡Me froto contra eso como una gata en celo contra un muro! (…) ¡Hay una orquestación de desorden y crimen en mi sangre, / de estrépitos como orgasmos de orgías de sangre en los mares…!”. Ese futurismo, más atrevido y ruidoso que de costumbre, ayuda a la teatralidad de estas odas para caracterizarles, de ahí las onomatopeyas, las constantes interjecciones y el veneno que fluye tan rápido como puede:

Eh-lahó-lahó-laHO – lahá-á-ááá – ààà…¡Ah, el salvajismo de tal salvajismo! ¡MierdaPara toda vida como la nuestra, que no es nada de esto!

Álvaro De Campos es el artífice del quizá más conocido poema de la galaxia pessoana, Tabaquería –podría hablarse por igual de Lisbon revisited oCallos al estilo de Porto-, poema gnóstico, principio de toda psicología metafísica en Pessoa y su poeta De Campos. El ínfimo lugar del poeta en el universo, “uno de los millones en el mundo que nadie sabe quienes son”, el poeta “vencido, como si supiera la verdad”, aquel eterno fracasado, abdicador, que increpa a ese “sentir es estar distraído” con el cual no ha podido hacer buenas migas, el hombre mirando la tabaquería de enfrente, esperando a que le abran la puerta “junto a una pared sin puerta” y sabiendo que “la metafísica es una consecuencia de encontrarse enfermo”. Luego, el poeta de Aplazamiento, dudando del futuro, poniéndolo todo en tela de juicio y limitando así mismo este juicio al tedio y la inercia, como si su destino fuese siempre el de perder y ser “el que no nació para eso”, “sólo el que tenía cualidades”. El sueño, el insomnio y la infancia –he aquí las mismas imágenes del ortónimo-, son parte del paradigma metafísico en De Campos, como en el poema Callos a la manera de porto:

…Sé muy bien que en la infancia de toda la gente hubo un jardín,Particular o público o del vecino.
Sé muy bien que jugar a lo que nosotros jugáramosEra el dueño del jardín.Y que la tristeza es de hoy.

Drama en Gente incluye finalmente dos textos –Poema para Lili y Poema Pial- que se conservaban hasta entonces inéditos en el baúl de Fernando Pessoa, mítica biblioteca de apuntes que, según se dice, conserva aún gran cantidad de sus escritos y a la cual Antonio Tabucchi designó bellamente como un baúl lleno de gente.
Habla Pessoa: “Individualidades [que] deben ser consideradas como diferentes de la de su autor. [Pues] cada una de ellas forma una especie de drama y todas ellas juntas integran otro drama. Es un ‘drama en gente’ en vez de ser en actos”.

PdL