¿Problematizar conceptos?

Por Hollman Lozano-García


Sobre la violencia
Slavoj Žižek
Paidós
Barcelona, 2008
182 Páginas


En los paradigmas de las socie­dades modernas se encuentran tradicionalmente dos modelos: el primero, el descrito por Geor­ge Orwell en el libro 1984, en el cual un comité de censura se encarga de prohibir libros, pelí­culas y obras de teatro, en otras palabras, un modelo de prohibi­ción y censura, similar al llevado a cabo en los regímenes comu­nistas; el segundo, descrito por Aldous Huxley en Nueva visita a un Mundo Feliz no se preocu­pa por prohibir nada, todo lo permite, pues no existe interés por la lectura o el arte, hay tanta información que los seres huma­nos son reducidos a la pasividad y al egoísmo. En la autodeno­minada “sociedad de la infor­mación”, no es necesario hacer un estudio pormenorizado para concluir que el modelo previsto por Huxley ha triunfado, luego de lo que Francis Fukuyama lla­mó el “fin de la historia”, o el as­censo a la cúspide del modelo de “capitalismo liberal” luego de la caída del Muro de Berlín. Pero es allí, en ese modelo descrito por Huxley, donde Slavoj Žižek ha encontrado su nicho, no sólo para criticar a la izquierda tradicional que cree tener unos valores morales superiores y que todo se arregla con suficientes dosis de integración y toleran­cia, sino también para criticar a lo que él llama los “liberal-co­munistas” o los grandes merca­deres como George Soros o Bill Gates que devienen mecenas de causas sociales. En su libro Sobre la violencia, seis reflexiones margi­nales Slavoj Žižek trata de hacer un balance desapasionado desde los márgenes del fenómeno de la violencia. Para Žižek, uno de los inconvenientes principales de los acercamientos al fenómeno de la violencia es la identificación di­recta con la víctima, la cual pres­cribe la ecuanimidad del análisis, por ello su intento desapasio­nado de considerar la violencia desde un marco conceptual trata de ignorar sus efectos traumáti­cos, al tiempo que determina sus causas, razones y motivaciones.

Žižek habla de dos tipos de vio­lencia: la subjetiva y la objetiva. La violencia subjetiva es aque­lla que es llevada a cabo por un individuo o grupo claramente identificado, esa que se ve a dia­rio en los noticieros y las prime­ras páginas de los medios masi­vos, la violencia ejercida por los grupos al margen de la ley, por ejemplo. La violencia objetiva, por otra parte, es más impersonal y por lo tanto a menudo menos percibida como violencia y tiene dos sub-categorías, la violencia sistémica y la violencia simbóli­ca. La sistémica se refiere a las consecuencias de la mano invi­sible del mercado, es decir, los ajustes estructurales del FMI o los decretos de Emergencia So­cial del gobierno de turno, para negar el acceso a la salud de los más necesitados, mientras que la violencia simbólica es la ejercida por los individuos a través del lenguaje, en tanto esta estructu­ra (marcos de referencia), valora experiencias y define paráme­tros. Žižek reconoce que existe una violencia estructural en el acto mismo del lenguaje, pues la capacidad de nombrar, de dar significado a ciertas experiencias en vez de otras, de imponer un universo de significados, deter­mina de antemano los márgenes de percepción y racionalidad a priori, es decir, las estructuras mismas de comunicación.


Si bien lo primero que viene a la memoria al considerar el térmi­no violencia es el ejercicio físico de la fuerza, ello ocurre porque este tipo de violencia irrumpe la estabilidad o normalidad de la violencia negativa, o el estruc­tural flujo normal de las cosas. Es decir, la violencia subjetiva irrumpe la “normalidad” de la violencia negativa: las formas de coerción, explotación y domina­ción sobre las cuales está consti­tuida la sociedad. En otras pala­bras, la violencia subjetiva actúa sobre la violencia inicial funda­cional sobre la cual la sociedad, las relaciones políticas y econó­micas descansan. Pero, de acuer­do a Žižek, los dos tipos de vio­lencia no pueden ser vistos desde el mismo ángulo. La violencia negativa es invisible, pero sos­tiene el orden estructural sobre el cual descansan las estructuras sociales. Para Žižek, la violencia negativa es similar a la materia negra de la física quántica, es in­visible pero está presente y debe tenerse en cuenta, de lo contrario la violencia subjetiva se entende­rá como irrupciones virulentas e irracionales de ciertos sujetos.

No es gratuito entonces el hecho de que los ejercicios físicos de fuerza sean los primeros asocia­dos al término violencia, pues es ahí donde se encuentra el nudo gordiano de ésta, en tanto su re­ferente se centra en lo subjetivo.
En ese mismo orden de ideas, los esfuerzos desesperados de quienes deciden enfatizar sobre ciertas crisis humanitarias, hacen un llamado urgente a la acción, pero la reflexión está prohibida, las causas no son relevantes, lo que importa es resolver el que “Colombia tiene dos millones de desplazados”, o “una de cada cuatro mujeres será abusada sexualmente en el tiempo que le toma leer esta frase”, sin consi­derar que si no se resuelven las causas de la violencia subjetiva, las cuales están en la violencia objetiva, lo que queda es la vio­lencia divina de Benjamin en la que no hay inocentes, todos son culpables por acción u omisión.
Al buscar la acción inmediata, sin dar espacio ni tiempo para la reflexión, se generan las con­diciones para soluciones corto­placistas y mediocres, que sólo posponen en el tiempo nuevos resurgimientos de violencia sub­jetiva, pues la violencia objetiva permanece.

No se trata de que los hechos enunciados –los desplazados en Colombia, o la violencia de gé­nero- no necesiten respuesta ni acción, se trata de que el llama­do a la acción –no sólo porque precluye la reflexión sino porque se origina a partir de la violencia subjetiva–, busca sostener la vio­lencia objetiva.

Para Žižek, la exclusiva preocu­pación por la violencia subjeti­va es una de las consecuencias del liberalismo democrático, el cual pretende resolver a través de concertación y tolerancia, lo que la izquierda no pudo a tra­vés del socialismo en sus dife­rentes vertientes. Ya no se trata de cambiar el sistema, de llevar el socialismo y la igualdad al po­der, o de frases de Mayo del 68 como “seamos realistas, pidamos lo imposible”, la utopía se acabó. Ahora se trata no de hacer un socialismo sino un capitalismo con una cara humana. Dentro de las múltiples actitudes que la izquierda ha tomado para asi­milar el triunfo del Capitalismo Mundial Integrado, está el acep­tar que este ha triunfado aunque aún no sea posible hacer de él un sistema más humano a través de reformas legales, modelo acep­tado por la social democracia, o la autodenominada tercera vía, o los modelos de “Imperio” –el libro de Michael Hardt y Tony Negri–, en el cual se acepta la hegemonía del capitalismo pero se le resiste desde los intersticios. Abunda incluso a la actitud de aquellos que consideran que no hay nada que se pueda hacer, el capitalismo está para quedarse y lo único viable es esperar una explosión de violencia divina o una catástrofe que haga posible un cambio en las relaciones del juego. Si bien los planteamientos de Žižek en cuanto a la violencia no parecen tener referente direc­to, se hallan analogías en el tra­bajo de Walter Benjamin sobre la violencia, al cual Žižek hace constante referencia, así como en los postulados de Jhon Galtung sobre paz negativa y paz positiva. Frente al primero, Žižek acoge en principio la división binaria de la violencia, y considera junto con Benjamin la violencia divina como una forma pura de violen­cia que no tiene ningún propósi­to excepto la expresión de oposi­ción a las injusticias del mundo. Sin embargo, frente a la obra de Galtung no existen referencias directas a pesar de la similitud de perspectivas. Para Galtung, los modelos tradicionales de paz se ocupan de alcanzar la paz nega­tiva, o el fin de la confrontación, lo que Žižek llamaría la erradica­ción de la violencia objetiva, sin ocuparse de las causas que mo­tivaron la confrontación, lo cual implica paz positiva.

Uno de los apartes más notables de Sobre la Violencia en los que más brilla el cinismo del autor esloveno es en su crítica a los que él llama “comunistas liberales”. Žižek habla del hecho de que Bill Gates y George Soros hayan decidido dedicarse a la filantro­pía, lo cual no elimina el hecho de que sus fortunas han crecido a través de soportar y promover la violencia objetiva sin la cual la violencia subjetiva que ellos objetan no tendría lugar. 

Para Žižek, resulta paradójico que es­tos personajes al tiempo que uti­lizan las estructuras de la violen­cia objetiva para promover sus productos y eliminar del merca­do a sus competidores, aparecen como benefactores de causas so­ciales, promoviendo la tolerancia y la reconciliación. Sin embargo, en un nivel diferente, la motiva­ción de los “liberal-capitalistas” es la misma que anima a los con­sumidores de Starbucks, cuando por el precio de un café podría ayudar a un niño hambriento en Guatemala o Colombia, pues más que la motivación de ayu­dar al otro, se trata de comprar la tranquilidad de quien consu­me. Esta misma motivación está detrás del reciente interés por los productos orgánicos, pues si bien se puede alegar que la demanda por estos tiene en su base una preocupación medioambiental, al mismo tiempo en una suerte de valor agregado, tiene un con­tenido ideológico a partir del cual los consumidores de lo or­gánico se distancian de los sucios capitalistas que no se preocupan por el ambiente, sino por consumir.
Para Žižek, resulta paradójico que es­tos personajes al tiempo que uti­lizan las estructuras de la violen­cia objetiva para promover sus productos y eliminar del merca­do a sus competidores, aparecen como benefactores de causas so­ciales, promoviendo la tolerancia y la reconciliación. Sin embargo, en un nivel diferente, la motiva­ción de los “liberal-capitalistas” es la misma que anima a los con­sumidores de Starbucks, cuando por el precio de un café podría ayudar a un niño hambriento en Guatemala o Colombia, pues más que la motivación de ayu­dar al otro, se trata de comprar la tranquilidad de quien consu­me. 


Una de las destrezas de Žižek a lo largo de su vida académica ha sido su capacidad para explicar temas y autores complejos que van desde Hegel, Lacan, Kant, Marx y Heidegger con ejemplos de la cultura popular, chistes, películas de Hollywood o de lite­ratura, de mezclar esos dos mun­dos culturales, así como trascen­der las fronteras de lo previsible y llevar debates a esos temas álgi­dos a los que el pudor o el recato académico o político no permi­ten llegar. Como el cuestionar abiertamente frases de cajón como “un enemigo es una perso­na cuya vida no conoces” con la cual buena parte de la izquierda pretende resolver la discriminación y el racismo. Si bien la crítica a la idea de tolerancia como me­canismo para resolver los con­flictos sociales fue inicialmente expuesta por Nancy Fraser, Žižek extiende el análisis al asegurar que la base de la tolerancia es la intolerancia misma, por tanto, tolerar a alguien es simplemen­te dejarlo ser sin que se acerque demasiado, aislarlo por su idio­sincrasia, es decir, la tolerancia es una forma pasiva de intolerancia que si bien le “permite” al otro ejercer sus derechos culturales y religiosos, lo distancia en tanto otro lo aísla. Para Žižek, resul­ta paradójico que la mayoría de los conflictos sociales pretendan ser resueltos a través de la tole­rancia, pues según él, ninguno de los planteamientos de Martin Luter King Jr. o Nelson Man­dela tratan sobre tolerancia, se reclama justicia social, igualdad, pero no tolerancia. Otro de los referentes sobre los cuales Žižek llama la atención, es sobre la de­voción por el diálogo para solu­cionar conflictos. El lenguaje es inherentemente violento porque establece prioridades, estánda­res, valores, construye sentidos, significados; el acto de nombrar un objeto o una experiencia, es un acto de fuerza, de violencia simbólica, por lo tanto pretender resolver a través del dialogo equi­vale a querer resolver la violencia subjetiva a través de la violencia objetiva. En otras palabras, los mecanismos a través de los cuales se desea resolver la violencia sub­jetiva, la tolerancia y el diálogo, recurren a la violencia objetiva en un círculo repetitivo que sólo posterga en el tiempo la violencia subjetiva. 
Si bien los planteamientos de Žižek son conceptualmente inte­resantes y las críticas son puntua­les, la falla fundamental del libro ocurre cuando el autor debe res­ponder cuál es la solución a los problemas enunciados, pues para él lo mejor es no hacer nada. “Lo verdaderamente radical es no ha­cer nada”. Si bien las razones de Žižek para no hacer nada están justificadas, la pregunta recu­rrente a lo largo del libro es ¿cuál es entonces la alternativa? ¿Cuál, el mecanismo para trascender el ciclo de la violencia subjetiva y objetiva? Žižek se niega a respon­der, simplemente porque no ha­cer nada es lo mejor que se puede hacer, también porque cualquier mecanismo de alternativa a la violencia subjetiva será cooptado por la maquina capitalista, de la misma manera que los discursos feministas y de derechos de los homosexuales fueron cooptados. Sin embargo, resulta no menos que contradictorio que luego de cerca de doscientas páginas des­cribiendo los acercamientos tra­dicionales a la comprensión de la violencia, lo mejor que se puede hacer es simplemente nada. Se­gún él, la labor del filósofo no es proponer soluciones sino hacer análisis, o como decía Foucault problematizar conceptos.

PdL