La mazmorra de la locura


Por Darío Sánchez-Carballo




EL MANICOMIO es una gran caja de resonancia
y el delirio se vuelve eco,
medida el anonimato,
el manicomio es el Monte Sinaí,
maldito, en el que recibes
las tablas de una ley
que los hombres no conocen.


Alda Merini





Hace unos años, en un periódico que solíamos editar cuando ni el odio, ni las sombras se condensaban para ocultar la luz, logramos un aguijonazo al publicar a Alda Merini con la ayuda y la complicidad de Efraim Medina Reyes, quien impulsó esa edición. El monográfico mostraba una poeta fresca tanto en su poesía como en su manera de ser frente al mundo. Pero esa frescura no se podía, ni en aquél entonces ni hoy, confundir con la ingenuidad que alguno que otro detractor pensaba. Para aquellos esos versos eran elementales. Mas la desnudez es elemental y lo que siempre pude observar en la poesía de la italiana era esa piel, el frío que uno podía sentir cuando nos describía las baldosas de las duchas en los manicomios. Porque a sus 16 años ya pisaba esas instituciones donde según sus propias palabras “encuentra las primeras sombras de la mente” la locura era el principio de todos sus sentidos y luego la desazón, la injusticia de las violaciones para terminar pariendo una “hermosa niña” en uno de los círculos del infierno donde dios no está “y sin embargo… todo fue perdonado” decía la poeta. Verla desnuda no era verla en aquellas fotografías transgresoras que tanto dieron para hablar, era leerla y para leer a Alda Merini hay que quitarse la ropa como lo hacía ella. Deshacerse de lo que sobra. Volver a la instancia primaria del ser humano donde el lenguaje es lo que es y lo que se tiene que decir se dice sin giros de ningún orden, nada más.

Fue nominada al Premio Nobel de Literatura en 1996. Amada y querida por maestros como Salvatore Quasimodo y Eugenio Montale. Sus libros hacen parte de las nuevas generaciones de poetas en Italia que buscan un lenguaje limpio, sin ripios de ningún estilo. Sus mejores versos son los que no pretenden hacer parte de ninguna clase de nómina literaria, simplemente los que son parte del aliento que se exhala en los estertores de la muerte, en el espasmo muscular que produce el invierno, en aquello que nubla la cara de los niños en la mañanas al salir de las duchas. Por ello su voz era clara y no necesitaba de la gran metáfora, de la gran imagen poética, ni mucho menos del ostracismo que a veces se convierte en un laberinto innecesario para llegar a nombrar las cosas como son las cosas.

Murió a los 78 años de edad el pasado 1 de noviembre de 2009, el año 11, el de la muerte, pero también de lo que nace, como de cada latigazo nacía un poema en el alma de Merini. Fue así como concibió cinco hijas absolutamente italianas Barbara, Flavia, Simonetta, Emanuela y su poesía. Por cada una sufrió y no pudo hacer más de lo que debía hacer. Como madre se reclamaba todo el tiempo por no estar con ellas, dicen sus allegados, y se lee en sus libros. Gelman decía que ser poeta es un karma que no se lo desea nadie. Creo que nuestra homenajeada conocía muy bien el significado de estas palabras. El mundo y su gente sufren, indudablemente, pero cuando de alguna manera logras subvertir este orden a través de la estética, a través de la poesía y el dolor se vuelve belleza es cuando logramos tocar la eternidad, porque el infierno ya lo hemos vivido. Coronada siempre por un cigarrillo y su collar de perlas, aunque digan que murió en la indigencia, estoy seguro que no necesitaba nada más para sentirse plena. Vivió más de veinte años en los manicomios entre entradas y salidas, una de ellas por romperle una silla en la cabeza a Ettore Carniti, su ex esposo. 

Después de esto, la peor parte la llevó Alda, pues sus antecedentes le valieron una instancia en las mazmorras de la locura acompañada de decenas de electrochoques. Allí te dan “las tablas de una ley que los hombres no conocen” como en la vida misma. Por ello sus poemas se comunicaban con la humanidad porque el sufrimiento, las humillaciones que tuvo que vivir son las mismas que se hacen eco en la gran caja de resonancia que es el mundo. ¿Acaso no es un inmenso manicomio el planeta? Ahora le pregunto a Merini y me permito decir lo que diría ella. 


¿Qué es el eco?

La voz de los que preguntan el porqué de preguntas estúpidas y los que responden con leyes inútiles, excepto para el castigo.



Entonces, ¿qué es la locura?

La gran mazmorra del mundo donde recibes humillaciones y antes que me preguntes por la caja de resonancia, ausculta tu cabeza, guarda tus palabras y lee poemas.


¿Y ahora?








CANTO DE RESPUESTA

Haber estado en ciertos lugares tristes,

cultivar fantasmas,

como dices tú, atento amigo mío,

no da derecho a creer que dentro

dentro de mí continúe la locura.

He seguido siendo poeta hasta en el infierno

sólo que yo buscaba a Eurídice

la casta sombra y no tengo más palabras…

Ésta, Franco, la tierna respuesta

a tu dilema: yo soy poeta

y poeta seguí siendo tras lo barrotes;

sólo que afuera, sin casa y perdida

he continuado a mi pesar el canto

de la tristeza, y dentro de cada flor

de mi voz existe aún la esperanza

de que nada haya sucedido que devaste

mi surco de luz y haya perdido

la verdadera llave que me cierra a la verdad.




*Alda Merini. 1931 – 2009 (Milán, Italia). Considerada una de las voces más importantes del siglo XX en Italia. Algunos libros publicados La presenza di Orfeo (1953), La Tierra Santa (1988), Delirio amoroso (1989) e Il tormento delle figura, Vuoto d'amore (1991 o Ipotenusa d'amore (1992). Otras de sus obras son La pazza della porta accanto (1995), Folle, folle, folle d'amore per te (2002) sus últimos trabajos se publicaron en 2003, più bella della poesía è stata la mia vita, y en 2005, Nel Cerchio di un pensiero (teatro por voce sola).

En 1996 se le candidatizó al Premio Nobel de Literatura. Darío Fo y la academia francesa fueron sus principales promotores.

PdL