Una vez el azar se llamó Gonzalo Rojas

Por Juan Manuel Roca


(Publicado en Periódico de Libros Lecturas Críticas No. 10,
pronto en librerías y disponible en nuestra web)



Y bien, a partir de hoy se nos esconderá la figura de Gonzalo Rojas Pizarro como en uno de los juegos de su niñez, pero se nos aparecerá a cada tanto cuando nos tropecemos ocasionalmente con un hombre libre y callejero, con la dureza de un rostro de minero, con un caballo montado por un fantasma, con la mirada socarrona de Quevedo, con una tarde fugaz y sonora como un relámpago, esa palabra que iluminaba sus sentidos con solo escucharla.

El recinto de Bellas Artes donde lo velamos es imponente, casi contrastante con su lenguaje, solo le quita solemnnidad la gorra de marinero o de ferroviario, ustedes dirán, que al final del acto ha puesto momentánamente sobre el féretro su hijo Gonzalo Rojas May.
Antes de llevarse su cuerpo hacia la morada final en Chillán, ese cuerpo que anduvo el mundo entero a sus anchas, el cuarteto Andrés Bello tocó una dulce pieza musical, el poeta Jaime Quezada proyectó unas palabras sentidas y profundas a nombre de los escritores chilenos, el también poeta y amigo de Rojas, Óscar Hann, leyó el bello poema “Carbón”, homenaje al padre que viene de la mina tras la lluvia, con “olor a caballo mojado”, y el poeta mapuche Jaime Huenún convocó el poema “Sebastián Acevedo”, uno de esos libertarios poemas muy suyos, que a veces son como palabras inmoladas.

A partir de hoy buscaremos en vano la figura de Gonzalo, su rotundo paso sin pausa por las letras. Pero muchos de sus paisanos no olvidarán los encuentros que propició en la década de los sesenta en Concepción, donde trabajo febrilmente trayendo a escritores como Carpentier, Cortázar, Fuentes, Sábato, a dialogar con Neruda,Teitelboim y Parra, entre otros escritores chilenos.

Otros lo recuerdan como al poeta de un erotismo frutal, como el actor desprevenido del documental “Al fondo de todo esto duerme un caballo”, realizado por Soledad Cortés, o como el acumulador de premios, el de su colega de Lepanto entre ellos, o como amigo y partícipe del legendario grupo “Mandrágora”, surrealismo en ristre, o “como el más amigo de nuestros maestros”, al decir de Floridor Pérez, uno de los poetas encarcelados por el tiranosaurio Pinochet, que ahora mismo lee otro poema de Gonzalo.
Cruzan frente a su féretro académicos, escolares, poetas, pintores, músicos, arquitectos, todos amigos de Gonzalo o de su poesía, que es otra forma de la amistad. Todo un pueblo numeroso y conmovido acude al recinto de Bellas Artes.

A partir de hoy se nos esconderá la figura de Gonzalo Rojas. Se esconderá en el Parque de los artistas, donde mora Claudio Arrau, luego del responso de rigor.  Se esconderá él, de puro caprichoso que es. Pero no su palabra. Esa palabra que asaltó un buen discurso escrito y leído por el expresidente Ricardo Lagos, de estirpe gonzaliana y otro que escribió el actual presidente Sebastián Piñera, que antes que mandatario ha sido un reconocido editor.

A partir de hoy buscaremos en vano la figura de Gonzalo, su rotundo paso sin pausa por las letras.

Otro de los legados de Rojas, a parte de su lección de humanismo y vitalidad, de su poesía y su terquedad de piedra, reposa por un breve tiempo en los anaqueles de su vivienda. Veinte mil libros que la familia Rojas May, con tino y sobriedad entregará por deseo expreso de su padre, para que como toda biblioteca, salga a la calle,  sea “un organismo vivo” en varios lugares, para que sus páginas den su vuelta al mundo en algo más que ochenta días. Algunos incunables. Otros acunados y acuñados de vieja data, testigos de 93 años de ejercer la libertad y el humor, el amor y el rigor, a un mismo tiempo.

Personalmente me resulta emotivo y honroso que sus hijos hayan querido que viniera desde Colombia a decir unas palabras en su velación, tal vez por el afecto que nos unió pero sobre todo por venir de un país que siempre lo consideró un compatriota en el mapa de la poesía, uno de los más grande renovadores de la lírica hispanoamericana. Este es mi puñado de palabras antes de su viaje de regreso a Chillán:


Tres poemas de Gonzalo Rojas


Requiem de la mariposa

Sucio fue el día de la mariposa muerta.
Acerquémonos
a besar la hermosura reventada y sagrada de su pétalos
que iban volando libres, y esto es decirlo todo, cuando
sopló la Arruga, y nada
sino ese precipicio que de golpe,
y únicamente nada.

Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar, entre el aceite y el aullido
de la rueda mortal.
O esto es un juego
que se parece a otro cuando nos echan tierra.
Porque también la Arruga...

O no la guarde nadie. O no nos guarde
larva, y salgamos dónde por último del miedo:
a ver qué pasa, hermosa.
Tú que aún duermes ahí
en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
o, por lo menos, cuándo.



Asma Es Amor

                                          A Hilda, mi centaura.

Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.

Carta del suicida

Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi citara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.

PdL