Entre la memoria y la imaginación

La presente reseña crítica sobre la reedición de esta novela de Fabio Martínez hace parte del próximo número del Periódico Lecturas Críticas a ser publicado en enero de 2012.


Por Omar Ortiz


Un habitante del séptimo cielo
Fabio Martínez
Univalle - Vericuetos
Cali, 20111
168 páginas

El día que recibí “Un habitante del Séptimo Cielo”, la novela que Fabio Martínez presentó originalmente en abril de 1988 en la ciudad de Bogotá con palabras del poeta Juan Manuel Roca y con el sello de “Ulrika, Editores”, salía de casa con la prisa que ocasionan las diligencias bancarias, y con el libro en la mano me allegué a cumplir con la interminable fila con que los clientes de las entidades financieras en este país debemos asumir los servicios que a precio de oro prestan los dueños de la plata. Y casi por reflejo comencé a hojear el libro que acababa de editar la Universidad del Valle y Vericuetos en edición bilingüe castellano y francés con traducción de Yves Moñino. Hojear y empezar su lectura fueron una misma cosa y casi lamenté que hubiera llegado mi turno frente al cajero que me miraba entre la conmiseración y el reproche.

Porque “Un habitante del Séptimo Cielo” es una novela que agarra. Una vez iniciamos el tránsito por las primeras páginas de “Verano” el primer capítulo de la novela, a los que siguen, “Otoño”, “Infierno” y “Primavera”, las cuatro estaciones particulares del narrador que pueden ser climáticas o paradas del metro, no queremos detenernos hasta no agotar las peripecias que alguna vez también quisimos experimentar en ese París de la Utopía al que habíamos accedido por las zancadas de Miller más tarde vueltas latinoamericanas en los recorridos de Julio Cortázar. Pero no se equivoquen no es la melancolía de la nostalgia la que nos obliga a tomar una y otra vez el metro parisino acompañando las alegrías y las angustias de los jóvenes protagonistas que reivindican lo libertario, si bien desde los extremos de la rumba, el embale y la baba como acertadamente lo señala Carlos Patiño, es una actitud vital que subyace en la derrota de todos y cada uno de los residentes latinoamericanos de esas fechas deslumbrantes de irresponsabilidad y agite, lo que reivindica en los lectores, de mi generación por lo menos, la posibilidad de confrontar una cultura y un espacio que pensábamos sinónimo de triunfo del Arte, de lo humano, sobre el tartufismo imperante, que por lo demás sigue reinando. Ese sueño de alcanzar el reconocimiento desde la propia capital del mundo artístico, reconocida así en esas fechas, sin pagar tributo a las mezquindades propias de nuestra parroquia, donde su metrópoli, Bogotá, no pasaba de ser la ciudad ignorante y gris que describe García Márquez en Cien Años de Soledad.

Más el precio tuvimos que pagarlo con o sin la experiencia parisina, ya que hay dos cosas que no perdona el canibalismo criollo, el talento y la inteligencia. Entonces encontrar la recreación de un tiempo en que nos burlábamos de lo formal, haciendo mofa de todos los íconos que fortalecían lo que no queríamos ser y en lo que inevitablemente nos convertimos es regocijante, pese a la descarnada mirada que señala nuestra proverbial cobardía. La risa, el humor, la ironía, como máscaras del drama cotidiano. No hay pues como no ser solidario con Román Velásquez, con Beethoven y Ataulfo, integrantes de “Los Son Tin Son Van” que anduvieron una y otra vez el recorrido Odeón-Montparnasse, Montparnase-Odeón a punta de maracas, clarinete y guitarra, pensando que afinaban igual a Eddie Palmieri y su orquesta “La Perfecta”. Antes de entonar: “Todo se derrumbó/dentro de mí,/dentro de mí…”

Por otra parte la novela nos entrega elementos narrativos que inauguran una dinámica propia a una generación que irrumpe sin los referentes canónicos que el auge del Boom había marcado como determinantes en la forma narrativa. Así lo afirma Sonia Truque al comentar la primera edición de la novela, “Un habitante del séptimo cielo, logra codificar de manera propia, un nuevo lenguaje para la literatura colombiana. Haciendo acopio de lecturas muy bien decantadas, el ritmo de la novela recuerda algunos textos de la literatura norteamericana: Salinger, Bukovsky, Miller, que si bien es cierto han encontrado eco en algunos escritores latinoamericanos como Echenique, Rubén Fonseca, en Fabio Martínez logra una dirección nueva entre la desesperanza y el humor, producto de esa vocación sacerdotal por la literatura que lo acompaña siempre”.

Comentario certero que podemos complementar con unas palabras de su traductor Yves Moñino, escritas para la edición de marzo de 2011, “Debemos al poeta argentino Roberto Juarroz esta gota de luz : «la realidad para ser necesita la imaginación». A nuestra breve e incompleta historia del París imaginado por los escritores y poetas, la relación de las aventuras de Román Velásquez trae una vena picaresca, que desde el Lazarillo de Tormes escenifica antihéroes de condición marginal, quienes ejercen con humor su desenvoltura en sus encuentros con medios sociales muy diversos. Martínez renueva el género al integrarle el legado de los escritores y poetas que asocian lo sublime y lo sórdido: ecos de la alegría vital de Vallès, del spleen de Baudelaire y hasta los de la sed de triunfar de Rastignac resuenan en la exclamación de uno de los compinches de la gallada de la novela, cuyo juego sobre la palabra parís, resume la ciudad soñada del autor: «¡Aquí París o te reventás!».

Siempre abandonaremos el Séptimo Cielo tarareando la música invencible de la guaracha y el guaguancó.

PdL