Por William Beltrán*
Libro del desasosiego
Fernando Pessoa
Trád. Perfecto E. Cuadrado
Acantilado,
Marzo 2007.
608 págs.
Este breviario de Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935) fue iniciado, según crónicas, en 1914. La primera traducción al castellano estuvo a cargo de Ángel Crespo (Seix-Barral, 1982). La presente edición de Acantilado -en cambio-, tiene una traducción de Perfecto E. Cuadrado que se basa en la edición portuguesa de Assírio & Alvim, 2006, dirigida por Richard Zenith. Zenith habla de un soñador y un libro de sueños, pero el soñador Pessoa que recorre éstas páginas puede no ser un sólo Pessoa o podría serlo de forma mutilada, fragmentaria y subsidiaria. Pues como es sabido su obra heterónima expresa de manera inusitada y no de manera unívoca, un constante devaneo y una pugna fébril de un “yo” múltiple o diferido presente en una animosidad de la controversia entre los diversos escritos firmados en primera persona y las variopintas voces de Alberto Caeiro, Ricardo Reis* y Alvaro Campos (principales heterónimos) o C. Pacheco. Tal digresión, adopta junto a estos "alter egos" seudónimos que podían, o bien ser francamente antagónicos; o bien, fragmentos de su propia personalidad. Así sucede particularmente en los casos de Antonio Mora (adjunto filósofo), el Barón de Teive y Bernardo Soares (ayudante de tenedor de libros en la ciudad de Lisboa). No hay pues, como argumento, un sólo Pessoa, sino que en él toman fuerza cuando menos seis o siete voces heterónimas o semi-heterónimas respecto a las cuáles escribió:
“No sé quien soy, qué alma tengo… no sé con qué sinceridad hablo, mi eterna atención sobre mí perpetuamente apunta traiciones de alma a un carácter que tal vez no tenga …construí dentro de mí varios personajes distintos entre sí y de mí…simplemente hay que leerlos como están, que es por cierto como hay que leer”.
Es en este contexto que conviene llamar a Fernando Pessoa "crítico". La multiplicidad heterónima es perspectiva de su labor como escritor. Su preocupación estética hace emerger esa ambigüedad del entendimiento de la propia actividad, frente a la poiesis (entendida como creación en el sentido griego). Adoptada además bajo la forma ritual de la máscara. Esta actitud construye, crea y desarrolla una vivencia múltiple o simultánea de su voz poética, ya no sólo en el propio poema/obra autónomo, sino mediante otras "poéticas" singulares que son voces dispares o diferidas de la fuente de la que provienen. Esto es sui generis y constituye una de las características más complejas de su obra literaria.
Sabemos -paradójicamente- por sus escritos, que el valor que da a la consciencia es el menor posible en favor de la sensación. El desdoblamiento de sus heterónimos es, aunque con cierta autonomía, un acto consciente por escuchar [para decirlo con mis palabras]: "a ese ángel bufón que se [le] esconde cada noche bajo las cobijas". Por eso manifiesta:
[…"cuando hablo con sinceridad no sé con qué sinceridad hablo. Soy diversamente otro que un yo que no sé si existe ([ò] si es de otros"], un ejemplo lancinante de la ambigüedad del "yo" que ya Göethe precognizó en Faustus cuando dijo "hay latiendo dos almas en mi pecho".
En cuanto a la obra Libro del desasosiego se aclara en el apéndice que pudo no ser escrito incluso por Bernardo Soares, sino por Vicente Guedes. Pudo -así mismo- titularse de otra forma: En la floresta de la enajenación; y también son pertinentes las notas que aclaran que, en cuanto a su orden parece ser que Pessoa no dejó claridad sobre la concatenación. Formalmente, el libro es entonces, en su estructura, una interpretación. La recopilación de los fragmentos fue organizada por Zenith de acuerdo a un cierto orden temático más o menos arbitrario, que él mismo reconoce debe ser leído como cada lector quiera.
Soares podría ser divergente en la convergencia, esa es una de las posibilidades que la escritura aforística ofrece, una posibilidad que riñe con lo sistemático. Más importante que la fragmentación del hilo argumentativo/narrativo, puede ser la posibilidad que se abre a que la contradicción sea (como en este libro) una forma del pensamiento y un discurrir del sentimiento en constante devaneo y polémos. El escritor es firme y su obsesión impele que la lucha se establezca no para un afuera, sino en la propia obra de manera inmanente, de forma que cercene una pretendida unidad. La capacidad estructural rinde pleitesía a una urgencia inapelable del ejercicio de escribir. (No es gratuito por ejemplo que, Gracián, Montaigne, Lope, Schopenhauer, Nietzsche, Twain o Wilde fuesen "urgidos" y escribieran "urgentemente"). Aunque alguien pueda dudar de la urgencia de Cioran -por ejemplo-. El aforismo puede ser una treta de la "urgencia" y de un pensar tan "curioso" como epistolar. Un ejercicio a sólas (vbrg. un diario kafkiano) y una operación a distancia /entfern Tätigkeit.
Ahora bien, no quiero referirme tanto al contenido filosófico-poético del libro, porque el carácter oscuro, desesperanzado; el desasosiego de las alusiones, afirmaciones y disquisiciones de Bernardo Soares, son en mi opinión: sentencia subjetiva y esa sentencia compete y compromete al lector. La experimenta según sus relaciones con su hybris. Una lectura crítica no tiene sentido como ungüento o hurgador de heridas, esto es tarea de un ávido lector…Lo que puede hacer como pre-texto, es hablar de con-texto. Y, a mi parecer, este Libro del desasosiego es uno de los libros más despiadados que se pueden concebir. Y esto lo hace peculiar. Despiadado, ¿en qué sentido?, no como puede pensarse: /la noche fría…/cuando somos tan lugubres, tan lugubres..., sino -más bien- despiadado antes de lo desgarrado, de lo tedioso en credo y contingencia. Bernardo Soares -por ejemplo- nace como personaje de forma ciertamente antinatural (literariamente hablando). ¿Qué tiene de peculiar esta desgarradura frente a otras en la historia de la literatura? Aún en la psicológica profundidad de Doestoievski, en el pesimismo de Ruskin o Ibsen, en la contundencia aleve de Zaratustra, o el frío de los vericuetos de Hesse, la densidad de Musil, en los ángeles caídos Rilkeanos; la oscura noche de Novalis, Pavese y Camus, de Benn o Celan.
La voz literaria participa de la integralidad del placer y desplacer humanos; quien escribe así, concibe por ejemplo en un solo personaje todo el dolor descarnado, y a pesar de eso con su voz íntegra. Esto es moderno. Al fin de cuentas es el autor/omnisciente. La perversidad de Pessoa consiste en personalizar el sueño y ponerle un nombre diferido en el origen y sentarse a conversar con él. Pero otorgándole radicalmente la posibilidad de hacerse dueño de su dolor, su tedio y su onirísmo negativo, con la única concupiscencia del desplacer delegada psicológicamente a su personalidad psicológica diferida de sí mismo. Esto es lo despiadado, romper lo integral del autor en la contradicción del placer/desplacer ya fungido como sólo desplacer original. Así, desde el autor no hay antagonista, sino movimiento al interior del devaneo. Y esto es psicológicamente perverso. Y al mismo tiempo ruptura de lo moderno. Pues se presiente así como crisis del autor como sujeto integral. Pessoa es antimoderno, pero Bernardo es de varias maneras romántico y de varias formas clásico. ¿Cómo puede ser tal contradicción, cómo se puede entonces afirmar un Pessoa antimoderno? Otorgar al “querer” (en términos heideggerianos) sólo reducto negativo es ya antimetafísico, por eso el pesimismo de Soares (en el caso de que lo sea) es un pesimismo sui generis en la historia de la literatura.
Ahora bien, una aproximación de género al Libro del desasosiego -en cambio- brinda otras posibilidades. Bernardo Soares además de precognizar la literatura existencialista; cosa por otra parte obvia, manifiesta el sueño no cumplido, el anquilosamiento y el tedio como franca escisión del sujeto moderno. Es decir: un primer prisma crítico al acercarse en contexto, ofrece el escenario de la crisis de la época moderna*, o la decadencia de la que trató Spengler. Por eso es interesante preguntarse si este libro es aun una obra metafísica. En [27] se lee:
…Tengo en estos momentos tantos pensamientos fundamentales, tantas cosas verdaderamente metafísicas que decir, que me cansó de pronto, y decido no seguir escribiendo, no seguir pensando, sino dejar que la fiebre de decir me dé sueño y yo haga carrantoñas con los ojos cerrados, como un gato, a todo cuánto podría haber dicho…
En el prefacio hay una frase que llama la atención, dice Pessoa refiriéndose al personaje: "aquel sufrimiento que nace de la "indiferencia" fruto de haber sufrido mucho". ¿No es esa indiferencia la que puede coexistir en el sujeto alienado de un Gregorio Samsa kafkiano? (no en vano son obras prácticamente contemporáneas). O en un posterior Mersault, o un Roquentin. ¿Se trata ya de lo urbano alienante en los últimos albores de la modernidad? Un segundo aspecto fundamental que encuentro para acercarse a éste libro, es aproximarse al análisis de si se trata de un ejercicio del pesimismo, que desborde sus sentencias y la función del desplacer sea tan exacerbada que no deje otro arrojo que "el no arrojo por la existencia". Sobre esto, el propio personaje es esclarecedor:
…Y asi contempladores por igual de las montañas y de las estatuas disfrutando los días como libros, soñandolo todo sobre todo para transformarlo en nuestra íntima sustancia, haremos también descripciones y análisis que, una vez hechos, pasarán a ser cosas ajenas de las que podamos disfrutar como si vinieran con la tarde... No es este el concepto de los pesimistas, como el de Vigny para quien la vida es una cadena donde él trenzaba paja para distraerse. Ser pesimista es tomar cada cosa como algo trágico, y esta actitud es una exageración y una incomodidad…[…] Considero la vida como una venta donde tengo que esperar hasta que llegue la diligencia del abismo.
A pesar de que la aseveración está en apariencia sustraída del pesimismo, hay en el trasfondo de estas páginas disquisiciones que pugnan entre el vitalismo y el pesimismo; entre el romanticismo y el clasicismo. Pero el hecho de que éstas aparezcan por doquier y no sean privativamente asunto de filosofía o de psicología, nos libera de una manera que aunque descarnada, al menos sustrae de la razón. En lo poético hacen que el Libro del desasosiego no sea desasosiego ajeno, “¿Razonar mi tristeza, para qué si el raciocinio es un esfuerzo? Y quién está triste no puede esforzarse”.
Así la tesis de que este libro sea existencialista, en fórmula de "alienación urbana" se dispersa, se diluye en pozos más profundos y horadados. Formalmente -es mi impresión- la prosa poética (por otra parte sentida), es en algunas partes afectada, pero de todas las maneras: eficiente. Y eficiente quiere aquí decir: "lograda". Las cerca de seiscientas páginas discurren al fin por un "mismo" sentimiento: el desasosiego, que puede que no agote la paciencia del lector. Las fórmulas incoherentes de relación, las fragmentarias cuitas, los modos, las soledades, los tedios enarbolan momentos libidinosos formidables. Y así, poder pasar por la eficacia de un punto, a momentos tan diversos en aforismos subsiguientes como:
[88]…Tengo frío de más. Estoy tan frío en mi abandono. Vete oh viento, a buscar a mi Madre. Llévame Noche arriba a la casa que no conocí…Vuelve a darme, Oh silencio inmenso, mi alma y mi cuna y la canción con que me dormía…
[89] La única actitud digna de un hombre superior es persistir tenazmente en una actividad que se reconoce inútil[…]..
En fin, podría yo persistir en abarcar el trabajo inabarcable del poeta portugués. Podría ser reticente a lo que representa Bernardo Soares como sujeto histórico, oponerme a la actitud del ayudante de tenedor en pro del nihilismo. Podría oponer por ejemplo desde el fragor de una mesa del vitalismo: viandas y copas exquisitas a la mesa de otro señor y otra actitud poética. Pero ya he hablado del carácter extremo que Pessoa nos propone como reto. Sea cual fuere el efecto que comporte en el lector, el viaje es garantía de abismo, de "remezón", de extrañamiento. Y también su responsabilidad canalizarlo.
Se trata -sin duda- de un libro indispensable y probablemente imponderable. Y aunque Bernardo lo llamé -su cobardía- (cobardía que juzgará el lector). Es harto extensa, prolífica y rica en amalgamas, para no ser cobardía sin más. Quizás seamos, como él dice, “barcos que pasan en la noche, sin saludarse ni conocerse”, pero una literatura como ésta nos hace viajar a un tiempo. Eros y Tánatos tan juntos, a un mismo tiempo. Los invito entonces a viajar a Lisboa, allí vive un hombre curioso que “…cena siempre poco y fuma tabaco de hebra, fijándose siempre en los presentes, como interesándose por ellos sin querer concretarles las facciones…". Puede que otro rostro le resulte hoy familiar. Puede que “confunda con otros rostros su rostro/ y /fragmente entre pieles, su propia piel vencida”. Le dicen Bernardo Soares y afirman que es tenedor de libros (ayudante), autor del Libro del desasosiego.
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*La presente nota alrededor de la obra de Fernando Pessoa apareció originalmente en 2009 en el periódico Lecturas Críticas No. 6/7. La publicamos aquí luego de la lamentable desaparición de su autor, nuestro querido colega y amigo William Beltrán, fallecido en Bogotá el pasado 11 de abril de 2011.