Bragas, papas fritas y Rock and Roll

Por Carlos Andrés Almeyda Gómez


Ceremonias del deseo

Sandro Romero Rey

Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá

IDCT, 2004

Bogotá 197 páginas.


Desde la fotografía que sus editores tuvieron a bien destacar en la portada del libro, el ejercicio local de un pequeño festival Woodstock, se sabe del camino que tomarán los relatos contenidos en Ceremonias del deseo, libro ganador en 2004 del premio nacional de Cuento Ciudad de Bogotá. De alguna manera me es imposible no asociar a su autor, Sandro Romero Rey, con aquel vate de la contracultura caleña, Andrés Caicedo -a quien tanto ha atesorado-, de quien ha sido el compilador de su obra póstuma desde 1980. Luego, aparece esa postura algo ochentera que vindica libros de culto como lo fueron Opio en las Nubes de Chaparro Madiero, o Conciertos del desconcierto, de Manuel Giraldo, este último algo olvidado dentro de la moda rockanrolera en la literatura juvenil, por llamarle de alguna manera. De entrada me encuentro con una serie de cuentos reunidos bajo el nombre Pasado(s) de moda en los cuales el Rock es algo más que un inofensivo LeitMotiv, un homenaje demasiado emocional -melodramático casi siempre- a los abuelos del Rock y, como era de esperarse, al Caicedo de Noche sin Fortuna. Romero Rey toma incluso frases de su tan querido suicida de provincia como aquel despescuezonarizorejamiento –proyecto de nombre para un libro de Andrés Caicedo más o menos reciente que Romero Rey rescató para la Editorial Norma-, en aras de saber si fue primero la gallina o el Rock, transliteración involuntaria de aquel Cine o Sardinas de cabrera Infante, algo así como Si hay cine no hay comida, y en este caso, ‘Si hay concierto ni mierda de pollo’. Vaya perogrullada. El asunto se resuelve con una desbocada ovación a los ídolos, lugares comunes, y a la careta escénica de estos desentendidos fanáticos de Bill Haley, Bo Diddley, Jerry Lee Lewis, Check Berry, Little  Richard, etc., etc. Un cuento sobre un músico que jamás llega a presentarse, otro sobre las peripecias médicas de un Iggy Pop perdido por estos lares del trópico y un último relato delirante –entiéndase: delirante hasta el hartazgo- sobre Frank Zappa. La segunda parte del libro lleva por nombre Correspondencia(s) y hecha mano de un par de sucesos, también referentes al Rock, como la visita de David Gilmour, Roger Daltrey o Charly García a Colombia. La tercera parte, Labiales y rave Parties es la consumación de la hilaridad creciente que parecía delatar a Romero Rey en su adolescencia tardía. En general, este libro de cuentos es un breve descenso a los avernos. Al fondo, como una cuestión dantesca, esperan Los Rolling Stones, Led Zepellin o los Sex Pistols. Un par de relatos vertiginosos –El triunfo de la (mala) voluntad y Los cuernos de «rinôçérôse»- a todas luces fruto de una dosis opípara de Cannabis Sativa, nos llevan a un festival imaginario: El Woodstock de Corferias, el recuento onírico de las obsesiones cinematográficas y musicales de un Romero Rey dramaturgo –aunque no veamos por ningún lado un discurso de tal naturaleza en estos cuentos-, fanático de una fila interminable de músicos, algo recurrente en sus citas y su alambicada emoción y fatalmente influenciado por libros como Qué viva la música, ya sabrán de que autor desaparecido a los veinticinco años.

La pérdida de ese salvavidas que proporciona el saber hasta qué punto un cuento se pervierte para convertirse en un viaje de psicotrópicos, o en el ejercicio juvenil que un hombre ya entrado en años creyó de alguna importancia dentro de su libro, sustrae a ratos la lectura de su valor literario. En cuanto a este descenso visto en las tres partes ya comentadas, al final del libro y como adecuado cierre a su selección, una cuarta parte propone un nuevo camino para el lector. Los dos cuentos contenidos en Ceremonias del deseo –título del apartado al igual que de la suma del libro-, Auriculares y ventrículos y La fidelidad, nos plantean un acercamiento un tanto más sensible y menos fragmentario a las visiones y expectativas de este melómano que ha escrito un compilado de cuentos tan disímil como el presente. Ejercicios psicológicos, más estructurados en su hilo narrativo y, según se ve, más maduros en su estética y gestación.

El primero de estos, Auriculares y ventrículos, trae a colación, como siempre,  la música, el teatro y el cine, pero lo hace mediante el sarcasmo para subrayar algunos aspectos inherentes al drama que rige la historia. Una femme fatale, estudiante de primer año del Teatro Libre de Bogotá, algo putíca y díscola –uno de los lugares comunes, a veces cierto, sobre el carácter disipado de las mujeres dedicadas al teatro- lleva a Mario, cineasta ya cuarentón y  algo proclive a los vicios, a perder los estribos en una obsesión amorosa que le deja sumido en la miseria. Como si Romero Rey jugara a revivir algún capítulo especifico, emprende un sondeo por las vacuidades del oficio teatral, revisa la vida de un Mario cocainómano, bebedor de Absenta, fanático de la telefonía celular y, finalmente, estragado por un afecto sin sentido. La ‘putíca y/o actriz’ se enreda con su profesor de actuación, tiene a su vez un novio de cabecera y posee todas las ‘cualidades’ inherentes a este mundillo del cual nuestro Sandro Romero Rey es arte y parte. Luego finalizamos con un cuento ágil y bastante cerebral, un hombre entregado a los afectos imaginarios, las mujeres que se cruzan en su camino en cada una de las líneas del metro. Cabe anotar que aún encontrándose tan ligado a las tablas, Romero Rey supo apartar aquellos asuntos de género que le habría llevado a reproducir alguno de sus ya conocidos ejercicios de dramaturgia, a su favor quedan bastantes argumentos sólo que no hay que hilar demasiado para encontrar el guiño adolescente, la parrafada posmoderna, el precario snob, en fin, el jueguito de kamikaze que a todo ha de atreverse en nombre de sus estrellas de Rock o de las piernas abiertas de una colegiala.

El premio es merecido y la lectura no está de más, el resto, el canon prestado de la contracultura, el vino barato y los alucinógenos. Nada más que un refrito para excusar su necesidad de seguir hablando de lo mismo: bragas, papas fritas y Rock and Roll.

 

PdL