Por Sophia Vázquez Ramón*
La tumba de las luciérnagas
Las algas americanas
Akiyuki Nosaka
El acantilado
Barcelona, 1999
142 páginas
Acaso cercana a la fatalidad en un sentido griego, la idea que de la caída y la derrota puede encontrarse en los conceptos esbozados desde la novela japonesa cercada por el periodo de posguerra podría justificar el título rilkeano que he dado a esta nota sobre dos novelas de Akiyuki Nosaka (Kamakura, 1930), sobre todo por tratarse de dos textos separados apenas por los insucesos nucleares que marchitaron al Japón tras la segunda guerra mundial. En más de un sentido, la novelística que se vio influenciada por la derrota de Japón y acaso por la renuncia de su Emperador a la divinidad, sacaron de su encierro cultural a buena parte de una narrativa que en algunos casos ratificó su apuesta por una visión nipona del universo, mientras que a otros les llevó a occidentalizarse hasta variar casi por completo los trasuntos mismos de su indagación estética. Autores como Dazai Osamu, Ibuse Masuji y Ooka Shohei se vieron profundamente marcados por la guerra, y otros, profusamente alienados por el periodo posterior, mejor conocido como el periodo de la reeducación. Entre estos dos extremos, las novelas que ha publicado El Acantilado dan dos perspectivas de tales insucesos, aquí desde un relato más o menos autobiográfico (Nosaka fue un huérfano vagabundo que, según se cita en el libro, adquirió sobrada experiencia en la “escuela de las ruinas calcinadas y del mercado negro”) que relata la odisea de un par de hermanos en medio de los bombardeos hasta acaecida la muerte de Setsuko y luego de Seita, su hermano mayor. El libro relata con delicada tristeza, siempre con la precisión y la síntesis que caracteriza a la literatura japonesa, onerosamente resguardada por el poder de una lengua de inmenso poder semiótico, la errancia de dos pequeños alejados de su madre, huyendo en medio de los bombardeos mientras poco a poco el clima de crisis termina por acabar con sus vidas. El bello episodio que demuestra mi tesis apenas sugerida en esta nota, un pasaje sublime que refrenda la fatalidad como un espacio de innegable fuerza existencial, explica el título de esta novela -Hotaru No Haka-, la muerte e improvisado funeral de
la pequeña Setsuko:
El fuego se extinguió a altas horas de la noche y, al no poder orientarse en las tinieblas para recoger los huesos, se acostó junto a la fosa; a su alrededor había una multitud de luciérnagas que Seita ya no intentó atrapar: con ellas, Setsuko no se sentiría tan sola, las luciérnagas la acompañarían.
Ya emblemáticas, las luciérnagas encarnan en la cultura japonesa una suerte de bienestar y de buen augurio para la vida rural, incluso se sabe de un mito por el cual las luces de las luciérnagas representaban las almas de los muertos. En la literatura, se tiene noticia de de su aparición en uno de los textos más antiguos de la tradición poética, Man Yoshu, una colección de poesía que data de finales del siglo VIII. Luego, aparecen en Haikus del periodo Edo (1603-1867) hasta que, al convertirse en objetos de culto y de fascinación, empiezan a ser cazadas y comercializadas. La segunda novela breve que aquí se incluye, Las algas americanas, atraviesa ya los linderos de la tragedia para tratar otros dilemas de la guerra. Aquí el periodo de la reeducación y la relación de la cultura y el sentir japonés con la ocupación norteamericana. El caso de esta novela, que ya revisa con algo de gracia y de ironía este singular encuentro de dos mundos, recuerda una novela de Kenzaburo Oe, precisamente determinada según esa rara hospitalidad y ese orgullo taimado que escondía buena parte del pueblo japonés al verse transgredido por una cultura y pareceres distintos. La llegada de la Democracia, la Constitución, junto a las diferencias idiomáticas y culturales que en esta novela llenan de humor aquello que caracteriza a la cultura japonesa, “una sumisión de profundos significados”, a la que, sin embargo, atraen sobre todo la dignidad y el fervor japonés lejos de esos desastrosos modelos de occidente que no dejan otra cosa que remedos de paraísos terrenales.
El libro relata la visita de un matrimonio de pensionistas. En tanto el clima de ‘alienación’ y desconcierto ante el edicto imperial de rendición cobraba entre los japoneses su cuota, la relación con occidente dejaba, junto al desastre y el infierno de los bombardeos y el clima de posguerra, un cierto sabor de ironía, aquí lúdicamente presentada por Nosaka:
Hasta que perdimos la guerra, aunque no nos enseñaban gran cosa, aprendíamos el inglés escrito; después de la derrota, sólo clases de conversación, y el lema era “Come, come, everybody”. Durante el cuarto año de bachillerato, se fundó un club de E.S.S. [English Speaking Society], frecuentado por la élite de la escuela; un Dôjô de judo, ahora convertido en club de lucha libre, me abordaron con un “Wattsumaraizuyû”, ¿Cómo? ¿Tsumara?, tsumara debe ser mañana, ¿me estará preguntando qué haré mañana?; uno de ellos, alumno del curso superior, lanzó una risa burlona: “Si dices What’s matter with you?, no te entenderán en absoluto...
Llevada al cine de animación por Isao Takahata, La tumba de las luciérnagas resulta en verdad fascinante: crítica de la guerra y descarnado documento literario y fílmico de los estropicios de la humanidad, compone, junto con Las algas americanas, una interesante revisión del antes y el después del ataque nuclear, la belleza nipona, la fatalidad y la patética ironía de un Japón asediado por invasores hambrientos, como bien lo ha demostrado la historia.
*Sophia Vázquez Ramón nace el 12 de Diciembre de 1972 en Caracas, Venezuela. Periodista, publicista y editora. Actualmente reside en São Paulo Brasil, desde donde colabora en diversos medios alrededor del mundo.