Un novelón de graduandos y nada más

Por Carlos Andrés Almeyda Gómez

La estrella de cinco picos
Jorge Alberto Naranjo
La carreta Editores E.U.
Medellín, julio de 2004
269 páginas.


Con el subtítulo una novela sobre la facultad de minas, Jorge Alberto naranjo, profesor titular y emérito de la Universidad nacional de Colombia –sede Medellín- y autor de varios libros sobre hidráulica, reología y filosofía del arte, parece querer justificar la mala calidad del presente libro. Afirma, en primera medida, que se trata de una novela, luego nos pone al tanto de su pretensión de elaborar una suerte de elogio novelado a la que ha sido su profesión principal: la ingeniería de minas. No resulta extraño, a lo largo de dos extensos capítulos titulados para colmo, La vocación y el Aprendizaje respectivamente, encontrarnos con un antioqueño tradicional que increpa a su hijo constantemente en aras de labrarle un destino que ya se hace obvio desde la primera página del libro. El aire de antioqueñidad y la introducción de extensos pasajes sobre mecánica de medios continuos, estática de fluidos, y constantes rastreos –visiblemente pretenciosos dada la condición autobiografica del libro- a la literatura universal y la filosofía (Naranjo escribió además una novela sobre el filósofo francés Gilles Deleuze, Los caminos del corazón), por no hablar de sus gustos musicales y de su pose de crítico de arte, hacen del libro una desafortunada suma de vivencias y expectativas propias de un estudiante que sostiene una trillada lucha con sus deseos y las imposiciones sociales, hacen además que la lectura se torne aburrida pese al sincretismo de su tratamiento formal y a la enunciación desmedida de temas que no son explorados en detalle.

La estrella de cinco picos fue publicada por primera vez en 1985 por la facultad de minas de la Universidad Nacional. El editor de su segunda edición justifica su reaparición con la siguiente afirmación: “La primera edición de esta obra se agotó rápidamente y esto ha hecho necesario esta segunda, que incluye algunas complementaciones señaladas por lectores de la primera”. Con esta cita quiero llegar al mal que padece la presente novela: su origen. No es necesario explicar que su factura se debió a un afán pedagógico que trataba de evangelizar a los estudiantes de ingeniería y que Naranjo parece haber sellado una deuda con su oficio al ligar su ejercicio académico con su frustrada pasión por la literatura. Con todo esto, y aunque el libro pretenda ser un testimonio de “la edad de oro de la escuela de minas” reconstruyendo con cierto detalle las vivencias dentro de la Universidad nacional, “los maestros y cursos, los ritmos de trabajo, las diversiones, los amores, los conflictos universitarios de aquella época, las relaciones amistosas que supieron cultivar”, La estrella de cinco picos no llega a mostrarse más que como una revisión histórica desastrosamente novelada.

La primera parte del libro, La vocación, refiere las causas que pueden llevar a un joven a inclinarse por la ingeniería de minas. Naranjo expone cinco casos en particular y se extiende en explicaciones sobre su entorno –sus antecedentes familiares, sus libros de cabecera, sus ideas y amoríos adolescentes- para llegar a la que ha de ser su vida universitaria, desarrollada en la segunda parte de la historia. José Alfonso Navarro, Luis Fernando Acosta, Gerardo Zuluaga, Camilo herrera y Tomás Ambrosio Ospina son el pretexto para el extenuante seguimiento que realiza Naranjo en su libro, llevándolos desde su infancia hasta el momento de graduarse como ingenieros, luego de casi doscientas setenta páginas de cátedra e historias de amor sin valor alguno.

Con una descripción pormenorizada del currículum académico, La estrella de cinco picos narra paso a paso los dilemas propios a un grupo de universitarios junto a una serie de atenuantes que Naranjo juzga beligerantes dentro de la narración. En primera medida trata de asir al aburrido devenir de sus personajes, iconos de época como la revolución estudiantil de mayo del 68, a la par de anécdotas de tono escolar sobre los momentos de esparcimiento universitario. No contento con esto, el autor introduce una cantidad considerable de referencias filosóficas y literarias que, al simplemente ser enunciadas y no tener relación alguna con el talante de cada uno de los personajes, dan cuenta de una pobreza intelectual manifiesta desde las primeras páginas del libro:

No lo atraían menos los paisajes tibetanos que las estepas lunares; ni le interesaba más Braun que Mozart o que Picasso: Todo le concernía y a todo quería dedicarle atención: adoraba la poesía de Neruda y Salinas, de Barba y Rubén; le encantaba la filosofía, en particular Jaspers –de quien leyó Origen y meta de la historia, ¿Qué es filosofar? Y varios estudios acerca de Sócrates y Jesús y Buda, antes de cumplir los quince años-; Bertrand Russell –de quien leyó Análisis de la materia y el conocimiento humano terminando el bachillerato; y el Sartre de La náusea y Las situaciones, el valeroso Sartre de las Reflexiones sobre la cuestión Judía;...(Pág. 59)

No se hace necesario entrar en demasiadas consideraciones sobre las características de cada personaje del libro. En general resulta poco provechoso hacer frente a lo que Naranjo estima como narrable sobre las inclinaciones de cada uno de ellos. En la medida que la historia avanza se hacen aun más incomprensibles las distinciones que el autor nos ha dado por lo que La estrella de cinco picos pierde cualquier atisbo de novela que hubiese tenido en un comienzo. Por lo demás, la lectura deja la impresión de haberse detenido en un punto dado del argumento y no avanzar más que para dar cuenta de algo que se hacía inminente desde la tapa del libro, un novelón de graduandos y nada más.

Otra de las falencias del libro, radica en su tono: Algunas veces coloquial y “arriero” –“Busque pa’ que encuentre, y ahí fue donde me llamó qu’izque ‘esquirol disfrazado’, y yo volví a alzar los hombros: Entonces otro, un tal Bedoya, le dijo: Vení Nepo, ése lo qu’es es un cusumbosolo”-, otras de una gramática en desuso –La criada que abrió la puerta sorprendióse de verlo. ¡Pero si es el joven Navarro! Exclamó- y otras enunciando leyes de termodinámica a la par de descripciones sexuales desagradables:

Y él sentíase crecer, envolver con su cuerpo a la muchacha, abrirse paso hacia lo alto, hacia lo hondo, y tomó muchas veces su talle para abajarla, sus nalgas para encaramarla, su lomo para arquearla. Y ella se dejaba dominar y dominaba, se dejaba poseer y poseía, con los labios de su sexo empapados de espuma, con el monte de Venus latiéndole, con todas las paredes de su vagina vibrando... (Pág. 149)

Naranjo no solo adolece de una pésima forma de narrar. Sus calificativos son grotescos o tan pretenciosos que no logran traducir la idea que se propone expresar. En un solo apartado del libro su relato pasa de ser complejo a grandilocuente, gracias a un narrador que intenta abrirse paso a cada párrafo con inocentes tretas verbales. Así mismo, como mayor defecto del libro, su autor no logra independizar el tono neutral de la narración de aquel léxico regional que ha dado a sus personajes y con el cual seguramente intenta resaltar su carácter antioqueño o darle siquiera un aire más ligero a sus exposiciones académicas. Por otra parte, al tiempo que la narración se torna confusa y ambivalente, las anécdotas que el libro refiere dan cuenta de la poca creatividad que su autor demuestra a la hora de ilustrar algunas aventuras eminentemente adolescentes, como aquella en la que uno de sus personajes, decepcionado por un fracaso académico, prueba la marihuana, todo ello con la música de los Beatles como banda sonora:

‘Sun, sun, sun, here comes’, reiteraban los coros, y él veía fibras luminosas ondular, levantarse al fin la niebla; (...) ¡Qué lleno parecía el mundo de misterios para preocuparse por una nota escolar! ¡Qué revelaciones! Acordóse de la alquimia del verbo, de Rimbaud, pero esto excedía cualquier descripción... (Pág. 250)

Seguramente este libro ha de ser de mucho valor para aquellos estudiantes de la ingeniería de minas que de alguna forma son incluidos en este desafortunado homenaje. Naranjo traduce con fidelidad cada materia de cada semestre y teje la que debió considerar como la novela dentro de su historia. Dicha novela no está representada más que en un par de romances sin sustancia, la rebeldía de un estudiante que terminó por convertirse en profesor y escritor mediocre, Tomás Ambrosio –tal vez el personaje que más concuerda con su autor-, la lucha por los puntajes al término de cada semestre y la obtención final de un título de ingeniería. Naranjo no escatima en referencias al desarrollo de cada materia, introduce sus diálogos en respuesta a una necesidad más instintiva que práctica y lleva la novela a un desenlace bastante irregular. Se da noticia del año, 1973, y su autor se apresura a hacer un resumen de cada uno de los personajes. Luego remata con esta perla:

A la hora de concluir este relato cae la tarde de un día de noviembre. Enfrente del pórtico, observando una talla de piedra sobre el muro, se encuentran asidos de la mano, Caty y Tomás Ambrosio... (Pág. 267)

Frente a una escultura de Pedro Nel Gómez –que sirve además de carátula al libro- los dos enamorados intercambian palabras con “un hombre flaco, alto, impecablemente vestido de paño gris, con camisa de cuello duro y corbata” al que parecen haber visto antes. De pronto, y luego de escuchar de él la que parece ser la enseñanza del libro, “Esta es la patria, ingeniero Tomás, un pórtico sobre dos bases muy bien equilibradas: amor y conocimiento”, el hombre se diluye frente a ellos. El desenlace de La estrella de cinco puntas nos da cuenta de dos características de su autor: la primera, su amor confeso por la Ingeniería de minas y la segunda, su incapacidad para acercarse al ejercicio de la literatura.



PdL