No vaya uno a envenenarse

Por Sophia Vázquez Ramón

De esta agua no beberé
Margarita Posada
Ediciones B
Bogotá 2005
279 páginas

En un artículo no tan reciente publicado en Colombia, Alejandro Gaviria tildaba la novela De esta agua no beberé de la joven periodista Margarita Posada como una más de aquellas típicas novelas de yuppies y para yuppies. Tiene razón, tanto por el hecho de calificarla como parte de un género incipiente como por sus intenciones pseudos-críticas o pseudo-beligerantes que no hacen más que acusaciones livianas -‘musarañas a mano alzada’- del establishment del cual hacen parte.
Aquí, sea en el imaginario londinense o bogotano de Margarita Posada, esa suerte de Fashion City, “Sex and the city criollo” –como anota Gaviria-, es un irse revelando desde el flanco de siempre, el cliché que desaprueba los signos característicos de una sociedad del tercer mundo, arribista, machista, a todas luces el mismo enlatado televisivo, la cancioncita de Willie Colón: la mujercita que se mete en las sabanas de todos para ganarse su lugar en la farándula del mundillo del cual abreva Posada. ¿Quién reclama desde la novela? La vocecilla de la burguesía despotricando de la burguesía que le ha alimentado. Ello me recuerda, y que se me perdone la asociación, el título de un cuento de Mario Benedetti que cae bien a esta reseña, Pequebu, aunque su contenido nada tenga que ver con las intenciones de Margarita Posada. Pues bien, este Peque-bu, pequeño burgués, es el pato latinoamericano que trepa, reniega, está en la coladera sin poder salir, es a ratos altruista, filántropo político y crítico social por amalgama, fundador de escuelas y centros pro tal cosa, en síntesis, un figurón sin argumentos. Margarita Posada cree que el oficio de periodista y uno que otro puesto gubernamental le han dado cancha –como se dice en la vecina Colombia- en temas sociales y políticos. El análisis social queda aquí supeditado a una historia intimista llena de evocaciones algo oníricas y música para adolescentes citada mil veces como parte de su retahíla. Hablamos de un supuesto “abordaje a uno de los conflictos sociopolíticos nacionales más impresionantes del mundo: el caso (o la tragedia) de Colombia” –como afirma nada más que Mempo Giardinelli en la contra carátula del libro- visto con el catalejo roto de una joven columnista de revista para hombres (La Revista Soho) y con una banda sonora que va desde los Beatles hasta Cold Play.

Ana Cristina, la protagonista -rodeada en la novela de más personajes que Los Hermanos Karamazov de Dostoievsky, que ya es mucha gente para una historia tan fofa como la de Posada- se lanza a su fantasía estilo Beverly Hills, en medio de desamores, goma de mascar, perros, gatos, amigos, etc., etc. Según se nos ha dicho, la novata escritora quiere mezclar sus historias, crear conectores muy Corre Lola Corre, melodramas insipientes que coincidan unos con otros.
Ana Cristina es el alter-ego de Margarita Posada, lo sé de algunas fuentes que le ven como uno de esos mujerones –en términos muy criollos, muy a la colombiana, para su deleite crítico- que van por ahí entre encuentros literarios pavoneándose quién sabe de qué. Para colmo esta perla salta en la novela, Ana Cristina-Margarita:
“El médico le decía con voz grave y sin entonación: ‘es usted un símbolo sexual desde niña, una de esas mujeres que siempre botan fuego por la boca y destilan olor a flores rojas, una bomba explosiva… o al menos eso piensan los demás y eso ha terminado por creerse usted. Sus caderas se mueven siempre al ritmo de algo, no importa si es el viento, la música, los simples pitos de los carros, o una alarma de ambulancia. Nunca ha podido desligarse de su hermosura ni de, ni de ese hilo de perfume que destila sin proponérselo y que atrae a los hombres. Conoció el amor y todos sus manjares. Conoció también el sexo y todos sus caminos, sus escondites…”
En tanto Margarita Posada nos da cuenta de algo que no nos incumbe, ni siquiera como sustento de su ‘crítica socio-política’, encontramos análisis ginecológicos, cosas de psiquiatría, interpretación de sueños, uno y otro apunte melómano-adolescente. Se sabe de su hermandad con el personaje femenino que recala en los mismos oficios, como ir “todos los martes (…) a la revista Hoy” y entregar una “crítica de cine con dos o tres películas comentadas”. Se sabe de internautas que hablan entre dientes de conflicto mundial, payasos con el carro de papá, The Martinis, Flash Dance, Dirty Dancing, Gucci, D&G, Hermes (“una corbata de colorinches que parece de Pat Primo), Alice In Wonderland –ni la literatura se salva- y toda la basura que pueda caber en el pequeño espacio craneal de una joven victima de los estereotipos. No faltaría nombrar cosas, mencionar hechos, decir esto ocurre o aquello sucede, nada pasa allí, sólo el desbocado narrar en un Pub junto a un desabrido cóctel para señoritas.
Margarita Posada aclara su enredo, el de su protagonista Ana Cristina, mediante otro trabalenguas lanzado a las aguas de la Internet como parte de la promoción que su editorial –Ediciones B- hizo tras la presentación del libro:
“La novela es el mapa afectivo del desengaño colectivo, la crónica de las transiciones infelices entre la infancia sintomática y la juventud irredenta. El yo nace, por eso, en el aprendizaje del menoscabo. Es, sin embargo, notable el humor vital de ese trayecto, desencadenado por el espléndido coloquio del relato. Se trata de una conversación permanente que ocupa todos los registros de la escritura como un alegato de la voz, de su intimidad, capacidad de registro, y voluntad de entender. Una voz que humaniza el fin del mundo colombiano y su sonambulismo moral”.
¿Si es así la explicación, se imaginan la novela?

De esta agua no beberé es un novelón experimental que instiga, hay un sin fin de diálogos y bocetos de personajes, alusiones de niña bien, tecnología, los mass-media y toda la parrafada del caso. Margarita Posada bebe del agua de la emoción, su libro es sólo pretensión y, eso sí, bastante fe en las quimeras de su quehacer como ‘escritora’, un ejercicio de afectos e inofensivos jaloneos de pelo. Bien se ha visto que la adolescencia no se cura precisamente en el Chat, no se hacen escritores frente a la pantalla del televisor ni en la sala de masajes.
Comunicadora de la Universidad de La Sabana, Margarita Posada trabajó por un tiempo para MultiRevistas del periódico El Tiempo –primero en una revista muy snob, Punto G, y luego en otra ideada para idiotizar pequeñas adolescentes, Luna-; más tarde fue asesora de la Secretaría Privada en la Presidencia de la Republica; en la actualidad es columnista y editora de especiales de la revista Soho. Otros datos, muy comunes en las biografías de autores de su nivel, hablan de ella como una niña que quiso ser en algún momento actriz o que hubiese dado la vida por ser “bailaora de flamenco”. En otro lugar de referencia, un articulo llamado En primera persona, habla de su afecto por el mundo del jet-set literario y anota: “Las clases de redacción me llevaron a entender que escribir no es un arte magistral sino un oficio corriente que sólo se aprende haciendo dos cosas: escribir y leer”. Cada quien sacará sus propias conclusiones.
Corta en sus propósitos y llena de snob –que se entiende sin embargo como elemento constitutivo de sus argumentos-, De esta agua no beberé termina por engañar y no dejar nada aparte de un pesado ir y venir sin resolución. En fin, tan densa que su ‘complejidad’ se vuelve error, confusa perorata, bla bla bla de pequebu, relajo literario. En conclusión, no hay nada que le salve de las aguas del desastre, donde desde luego a nadie se le ocurriría beber.

PdL