Por Pablo García Arias
*Nietzsche y el círculo vicioso
Pierre Klossowski
Altamira
Argentina, 2008
Escritos en el año de 1844, los Manuscritos de economía y filosofía1 son el intento por pensar de manera sistemática los mecanismos de enajenación que competen al sistema de producción capitalista. En diálogo continuo con Smith y Ricardo, Marx desarrolla un análisis acerca de los procedimientos que conducen a la acumulación del trabajo, acumulación que se refleja en la aparición de capital. Existe una tensión o tendencia que tensa y pone en relación los fenómenos de almacenamiento monetario, de división laboral, y del número de trabajadores involucrados en la empresa mercantil, tensión que se expresa de la siguiente forma: el almacenamiento capitalista incrementa la escisión laboral, la cual aumenta a su vez la cantidad de obreros que trabajan en tal o cual oficio que participe en la economía social. Esto se expresa igualmente diciendo que la proporción de trabajadores aumenta la división del trabajo, la cual sube el almacenamiento de capitales.
Ahora bien, el capital, los trabajadores, los movimientos de acumulación y de balance (y desbalance), las formas de división de estos procesos representativos, son relaciones graduales y modos de consistir entre elementos singulares o fuerzas en alternancia y reciprocidad. Sus condiciones alternantes se expresan de tal o cual modo, producen tal o cual otro. En el momento en el que los grados de movilización potencial se estatizan, tendiendo a la permanencia de sí, las sujeciones se desencadenan, y por tanto los acentos cada vez más marcados de sus aparentes estaciones representativas.
Se da entonces el arraigo de los estados, los movimientos sociales a niveles macro se hacen equivalentes con respecto siempre a sí mismos, fortaleciendo, por decirlo así, su igualdad estacionaria. Entre equivalencias, los movimientos laborales de trabajadores dependientes se acentúan, se hacen más sonoros y arraigados en su condición de dependencia, que se marca en sí. Se trata en todo esto de fuerzas que pierden su capacidad de discernir, su potencia diferenciante o disposición de afirmarse en tanto que singularizaciones de inequidad. Pues entre los desiguales que se afirman las tensiones no se crean entre lo mismo y lo mismo, dando como resultante una explotación siempre igual, masiva y ruidosa, sino entre elementos disímiles producentes de la atmósfera innotable donde toda aproximación es conectiva, vecinal, tendiendo indiscernible.. Sea realizar aquí una breve contextualización del problema de las tendencias hacia la indiscernibilidad como fuerzas que minan los aparatos igualitarios y totalizantes de la masificación generalizada:
Cuando Spinoza piensa el poder de un cuerpo (su potencia) en términos, no de su forma o de los órganos que posee, tampoco de las funciones que ejercita y que le son determinantes, sino a partir de elementos diferenciales, latitudinales y longitudinales, que lo definen, expresa lo esencial: Longitud: composiciones singulares que se producen bajo tales relaciones de movimiento y reposo, de velocidades y tardanzas, de rapidez y lentitud; y Latitud: zonas de afecciones intensivas de las que es capaz ante tal o cual grado potencial o de fuerza2. Es lo que ya desarrollaba, en otro tiempo, el naturalista francés Etienne Geoffroy Saint – Hilaire (1772-1884), cuando planteaba la presencia de singularidades anatómicas en libertad y moléculas que, variando a partir de sus modos combinatorios, podrían concebir un órgano cualquiera, un individuo o función, según sus tendencias de disposición y grados compositivos; todo esto creando zonas en las que podría darse el paso de un animal cualquiera a cualquier otro, mediante operaciones temporales de plegamientos y/o despliegues (y/o sobrepliegues)3. Saint-Hilaire, creador de la teratología…
La alteridad por latitudes involucra ejemplos gráficos de mayor claridad, que permiten dar cuenta de la distinción efectuada por, se dice, una gaviota en tiempos de crianza, con respecto a los huevos llenos frente a las cáscaras, vacías, pero de formación igualmente ovular: es una determinada intensidad en el blanco que se siente, un tono preciso de espesor que difiere o que es gradual, etc.: épocas, tiempos, fechas y lugares que trazan diferentes modos individuantes4: “Son elementos sin función o forma que, entrando en diferentes combinaciones transitorias y contingentes, configuran relaciones correspondientes a tal o cual cuerpo”5. Se trata siempre de procesos que se vuelven, que se han vuelto y que no pueden dejar de volverse indiscernibilidades; grados de diferenciación productores de lo que se percibe y siente a medida que tal volverse, ese retornar, crea nuevos compuestos actuales. Se habla de retorno e indiscernibilidad puesto que, por un lado, ya se ha visto, es un problema de pliegues contingentes, de mareadas. Por otro, es el volver a hacerse indiscernible, para el volver de otra cosa, activando su desigualdad. Todo lo contrario a perderse en lo indiferenciado.
Se habla además de grados de diferenciación, porque es justamente la singularidad que en un proceso de producción jerarquizante, valorativo, se desiguala, esto es, se relaciona, relación o boda con otras singularidades con las que produce los campos de indiscernibilidad deseados. Todo esto en el trazo de regiones llanas que anteceden y que están después de la percepción actual, pues esa percepción, la de las formas que se ven, que se conocen, etc., lo es de la diversidad de lo consolidado, no de la diferenciación producente (donde las diversidades o las posibilidades no caben): “Es de la naturaleza de la fuerza afirmar su diferencia con respecto a las demás. La fuerza ha de afirmar su valoración de las demás fuerzas. (…) La relación exige la diferenciación de las fuerzas. La diferenciación se actualiza con respecto a la posición o jerarquía”6.
Indiscernibilidad no es, pues, indiferenciación, sino todo lo contrario. Es filtrar, infiltrar, si se quiere. Recuérdese la producción de indiscernibilidades temporales que genera el escritor José Lezama Lima, no solamente mediante todos los fluidos de luz (entre otros tantos) que pueblan Paradiso (y de ahí la importancia en la obra de las entradas, salidas y puertas, de los ventanales y las persianas, y de por sí de toda clase de orificios, como lo ha mostrado Vitier y colaboradores)7, sino también a través de la efectuación modulada del tiempo a lo largo de los trastornos sensoriomotores del cuerpo (y así el paso narrativo en el libro de la manifestación estudiantil del año 30 en Cuba a las manifestaciones egipcias sexualmente alucinadas en función de Osiris –caps. VIII, IX y XIV-, alternancias de carácter, podría decirse, epiléptico, que producen el aparentemente desconectado y distante cap. XII, juego con la música dodecafónica, etc. Es lo mismo que se expresa, a la final, con Oppiano Licario, capítulo partido en el tiempo, publicado en sus inicios por Orígenes, terminado varios años después como cierre de la obra –cap. XIV-.). Zonas de indiscernibilidad, es entonces donde se produce la verdadera transversal temporal singularmente revolucionaria8.
No se olvide que todo elemento diferencial crea lo diverso en tanto que pasa por grados de actualización, y justamente cuando esa actualidad se forma, su potencia diferenciante se vuelve imperceptible. Virtual: “Por ejemplo, la Idea de color es como la luz blanca que perplica en sí los elementos y relaciones genéticas de todos los colores, pero que se actualiza en los diversos colores y sus espacios respectivos; o la Idea de sonido, como el ruido blanco. Hay del mismo modo una sociedad blanca, un lenguaje blanco (el que contiene en su virtualidad todos los fonemas y relaciones destinados a actualizarse en lenguas diversas y en las partes notables de una misma lengua)”9. Son procesos de oscilación, mareadas, tal y como Nietzsche asegura su relación con el mar, con el hermoso monstruo10. Es decir, en todo caso, fuerzas de sensación en relaciones de actualización plural.
El concepto de sensación alcanza variabilidad en el ser impulsado; todo impulso se reacomoda en una conmoción, y las conmociones más fuertes son siempre las que se producen de manera paciente y silenciosa, distante de la percepción. Un cuerpo funciona como cúmulo de conmociones, las cuales se afirman en un estado de inatención, en el estado de olvido del cuerpo que las sufre. El olvido como actividad es la impercepción donde se están produciendo zonas impulsivas, las cuales al no retornar devienen percibidas, y entonces es necesario un nuevo movimiento, una nueva disposición que imprima un giro a la percepción conduciéndola otra vez al olvido de percibir, y así el sentir aprovecha para retornar el impulso en un grado diferente. Un cuerpo va de esta manera envejeciendo y rejuveneciendo cada vez en oscilaciones que, sin embargo, impulso tras impulso, conmoción tras conmoción, se van cansando hasta la fatiga, hasta una serie de fuerzas cansadas que ya no contrae más cambios, que ya lo que quiere es dejar de contraer ondulaciones y así poder cada vez menos.
Distante de lo igual, afirmando la tendencia desequivalente, se encuentra el pensamiento del eterno retorno, el cual es un tormento, pero también las más grande afirmación de lo que vive: experiencia que de ser intuida requiere el llamado de las otras instancias (variaciones) fundamentales que dan movilidad al efecto nietzscheano: superhombre, voluntad de poder, muerte de Dios. Cuatro conceptos, pero que son uno y el mismo, sin dejar de ser cuatro además de la infinita pluralidad tonal que compone a cada uno. El superhombre es todo lo contrario al hombre superior (aunque éste ya alcance a anunciarlo), al que aborrece. Superar al hombre, efecto sólo posible mediante otra efectuación, voluntad de poder (voluntades creadoras), que es todo lo contrario de una búsqueda del poder en el establecimiento, poderes institucionales que la (s) voluntad (es) de poder (es) aborrece. Voluntad de poder es esencialmente carencia de esencia, pluralidad que no es actual, inorganidad pura (pura y perfecta impureza), pureza consistente en una absoluta variación, que es “en sí” lo plural, diferenciación absoluta entre la relatividad, que constituye de una y otra forma el lugar del cambio en la frecuencia, estado de la alteración en la intensidad que responde al momento en el que el hombre ya no es hombre y las cosas ya no son, sino que unos y otras se están individuando siempre en nuevos agentes que porque se desean se componen entre sí; justamente como afirma Maurice Blanchot: “el arte es ante todo la conciencia de la desgracia, no su compensación. Describe la situación de quien se perdió a sí mismo, de quien ya no puede decir ´yo`, de quien en el mismo movimiento perdió el mundo, a la verdad del mundo, de quien pertenece al exilio, a este tiempo del desamparo donde, como dice Hölderlin, los dioses ya no están y todavía no son”11.
En todo esto muere Dios una y otra vez, en una muerte plural, múltiple de por sí, no efectuada por Nietzsche, cuyo problema a la larga no es con Dios. Los hombres matan y crean a Dios una y otra vez: Muere el Dios de la Edad Media (aunque todavía se desconozca) y renace con un nuevo nombre. Razón, Humanismo, Libertad, Progreso, Estado, Paz. Morirá y volverá eternamente. No importa. El gran tormento, dirá Klossovski, lo difícil de soportar, lo abismal del pensamiento del eterno retorno (una experimentación –pathos- más que cualquier otra cosa), es ese para siempre, eternamente, incluso (sobretodo) en la estaticidad. Enfrentarse al para siempre, ser atravesado por eso, desaparece al individuo que lo enfrenta, lo desaparece eternamente, en todos los nombres de la historia, todas las sensibilidades (es decir, todos los grados). Entonces hay que olvidar, volver a ser (alguien diferente), pero volver. Nietzsche comenta “fue necesario que olvidara esa revelación para que se hiciera verdadera”, como Monelle, de Marcel Schwob.
La igualdad, la permanencia, sirven a Marx como síntomas para diagnosticar el acontecimiento en el que la economía política no reconoce al productor más que como instrumento de carga, y al capital, como el poder de gobierno sobre el trabajo y sus productos1. Existen sin embargo condiciones en las que las tasas de beneficio de los capitales elevan los salarios a costo de una baja en sus niveles de ganancia, esto es, cuando la competencia entre capitalistas se da: Estados competitivos que se nutren de la multiplicación de capitales, multiplicidad al interior de la cual surgen relaciones entre dos modos principales, capital fijo y capital circundante, los cuales producen la nueva tensión o elemento de intensidad entre los intereses individuales y los intereses sociales a nivel molar. Esta tensión, no obstante, siempre se devuelve hacia el alza de las ganancias a grados molares, lo cual conduce a Marx al planteamiento de que en la economía política, bajo el dominio de las formas de producción apropiativas, el interés que cada individuo tiene en la sociedad está en proporción inversa con el interés que la sociedad tiene en él.
Se trata aquí de zonas de intensidad gradual, intensificaciones leves o pobres en tanto que sus capacidades de variación se encuentran en tal quedadez y lentitud que sus opciones son duales, y dentro de esa dualidad (dialéctica), tendientes a la unidad, a la identidad (“el capitalista”, “el trabajador”, “el salario”, “el beneficio”, “la renta”). Faltan nuevas puestas en relación, nuevas fuerzas de variación que den velocidad a los procesos, mayores líneas de producción variante que enriquezcan los grados de intensidad hacia su transvaloración sensible (justamente un problema de valores y sentidos). Adelantar el proceso, ir todavía más lejos. Como dice Nietzsche citado en El AntiEdipo, todavía no hemos visto nada.
En unas páginas difíciles, Pierre Klossowski, en su compleja obra Nietzsche y el círculo vicioso, afirma que para que sea comunicable, la intensidad debe tomarse a sí como objeto: “al volver sobre sí misma, la intensidad se interpreta (re-pulsión) ¿pero cómo puede interpretarse a sí misma? Haciéndose ella misma contrapeso: para eso tendría que dividirse, desunirse y reunirse; eso es lo que le sucede en lo que podemos llamar momentos de alza y de caída; sin embargo, se trata siempre de una misma fluctuación: es decir, la onda en el sentido concreto”2, lo cual deja entrever el problema una vez más: No es que un individuo tenga intensidades, sino que son las tensiones y distensiones las que se individuan, teniendo individuos simulados. La intensidad que vuelve sobre sí es el individuo que vuelve sobre sí mismo. Dado este volver Klossowski recuerda la importancia del espectáculo, ya se ha dicho, de las olas y el mar para la contemplación nietzscheana, y en efecto el mar, y las embarcaciones que lo enfrentan, son el pensamiento y la existencia. Son (no “como”) las afecciones que ponen en manifiesto (y así la música), los niveles fluctuantes inorgánicos (pues no es tanto la ola sino su intermedio, su entre tiempo, su ir-venir, lo que la forma y la disuelve) que crean lo que se ve, lo que se siente y lo que se es. La navegación y el mar es el problema del pensamiento; el acto de partir. Así Nietzsche les grita a las olas “¡vosotras y yo somos del mismo origen!, ¡de la misma raza!”3, siempre de la raza menor. En realidad lo que importa o interesa de la ola es su transcurso, la potencia de su transformación, pues es en el trayecto mismo donde se vuelve ola; principio y fin son solamente otros intermedios. Lo mismo para el pensamiento y el “ser”. Kafka recuerda que un pensamiento nunca va de un punto de partida a uno de llegada, nunca se origina en su punto inicial yendo hacia su punto final siguiendo un ordenamiento, sino que aparece de repente, por ahí, como “un” filamento de hierba, y así todo lo demás (no se trata de azares arbitrarios, que por cierto ocurren, sino más bien de afinidades in-significantes). Entonces a toda buena voluntad de actuar, a la voluntad de conocimiento, basada en la intención de partir de este punto inicial para llegar a ese otro preciso, final, le es revelado su carácter de improducción, su esterilidad.
El pensamiento es un grado de sensación, el intelecto es otro grado sensible, no hay diferencia de naturaleza entre racionalidad y afección, sólo una diferencia de intensidad, de frecuencia tonal, de tonalidades que difieren; dos composiciones (fuerzas) efectuantes a diferente ritmo, en donde un ritmo es más fuerte que el otro. ¿Cuál que cuál? Solamente se trata de fluctuaciones. El Eterno Retorno no es tanto que todo se irá y volverá, yendo de un atrás hacia delante perpetuamente, repitiendo lo mismo, sino que todo ya está ahí y permanece en el mismo lugar siempre; no hay avances ni retrocesos oscilando sobre un centro; no hay desplazamientos en la historia, no hay ninguna historia, sino grados. Todo ocurre en el mismo lugar (temporal), sobre la misma superficie, en la misma geografía que en su estaticismo o suspensión cambia produciéndose siempre, por siempre, en el mismo sitio. Se ve el pasado y se conciben tiempos remotos, pero nunca se ha tratado de un atrás y un adelante; se está siempre ahí donde se cree que los hechos ya no están, y sin embargo todo lo que existió está en la superficie que se habita, a otros grados diferentes: un mismo suelo (que es un cúmulo de grados más) que se transforma en su primer plano, complejizándose y también produciendo zonas llanas, con todo, tensándose y entrando en distensión en una única y misma zona o región temporal que permanece en la simultaneidad de lo pasado y lo porvenir: suspensión y quietud cósmica a niveles diferentes de duración.
Sería así un error concebir el tiempo bajo los criterios de la sucesión: no hay ni pasado, ni presente, ni futuro, sino un pasando de lugar suspendido y alterado, que se altera siempre en su quietud, porque no es que sea una cosa estática, sino una suspensión aglutinada que permanece dada su tensión, liberándose por tanto en grados inferiores, poblando su superficie (la Tierra). Esta geografía en sí no es nada, porque lo que se piensa materia es tono gradiente, que, re-presentado ante otros grados inferiores, más débiles, menos tensos, éstos, dependiendo de su (s) fuerza (s), la valorarán como tal o cual estado (sólido, líquido, gaseoso, etc.). Un cuerpo no atrae otro cuerpo (representaciones), pues no son los cuerpos, sino los grados lindantes, efectuaciones buscando sus afinidades o produciéndose en sus repulsiones. A una fuerza pequeña (no en tamaño sino en grado tenso, de capacidad, de poder) siempre le parecerá acontecimiento afín una efectuación más consistente.
Lo que se ha llamado Cultura, en su apreciación representativa, cada vez manifiesta de mayor forma esta tendencia hacia las compactaciones (por falta de una palabra mejor), ¿hasta desaparecer, no por un dejar de estar, sino por pluralidad, y no precisamente de la especie? Pues es verdad que, lejos de un reduccionismo técnico (y por extraño que suene pero tratándose no de una metáfora o analogía sino de una producción de lo mismo a diferentes grados), la representación de la Historia de la humanidad (y téngase en cuenta que la creación del pensamiento es todo aquello que se libera de -y que libera a- la representación) bien podría –si se quiere- diagramarse como el paso de, por ejemplo, el acetato volviéndose disco compacto, ahora disco mínimo, etc., y también el paso de cualquier aparato militar de los 40`s a uno de los 80`s, del 2000, etc., y de nuevo un rostro pasivo que ve televisión tiende a la anchura, a la expansión, mientras que uno que lee o se concentra se ajusta, consiste, se hace más preciso, y así el cerebro, funcionándose, agudizándose. Y justamente, a mayor compactación, mayores solturas así como mayores prevenciones, en unos planos menores recogimientos, en otros modos distintos de soltarse o encerrarse. No se crea ahora que esta es la nueva teleología, pues ¿cuál es la unilinealidad o única dirección de lo que se propaga? No se trata de una unidad que se compacta cambiando de tamaño, nociones representativas, sino de efectuaciones que desean ajustarse, y haciéndolo devienen difusión.
Dado un grado más (in)tenso que los demás (intensidad inextensa, diferencial), cuyas efectuaciones tensionantes, diferenciantes, superan las de otros grados (otros grados de frecuencia similar, y así estamos hablando de la frecuencia humana), a éste cúmulo de tensiones alternantes le será fácil sentir las alternancias que a los otros grados les ocurren (o que aún no les han ocurrido) a un nivel menos fuerte, más bajo, dado que el grado (y un grado es relaciones, ya multiplicidad) que siente y que los piensa los ha vivido a niveles más elevados, más intensos. Así le será fácil predecir y adivinar la realidad, ser vidente, hablarle a otros tiempos: “nosotros los solitarios construimos nuestro nido en el árbol del porvenir; las águilas nos traerán en sus picos el sustento. (…) Y aquí toco yo de nuevo mi problema, nuestro problema, amigos míos desconocidos (pues todavía no sé de ningún amigo)”4. Y entonces producir un discurso en el cual cada quien se irá reconociendo y sintiéndose (recuérdese a Marcel Proust aconsejando su obra como herramienta para que el lector se lea a sí mismo, o Las meditaciones de Descartes, meditaciones que va realizando en realidad el lector, por la lectura cartesiana). Y entonces este grado será un brujo (…nosotros los brujos…5), un hechicero, es decir, muchos (todo lo contrario a las despreciables interpretaciones y creencias de tipo místico o esotérico que suponen “magia”, que suponen que a los hombres los rodean fuerzas y energías, auras y demás elementos ocultos. No hay, nunca ha habido nada oculto). Todo esto se resume en las palabras de Oscar Wilde: Para comprender a los demás hay que intensificar la propia individualidad.
Entonces se da el juego de lo que se alterna, que brinda a Klossowski unos fuertes desplazamientos lingüísticos: la palabra que cambia, el nombre que ya no es: “Lord Bacon habría disimulado disposiciones monstruosas, bajo la máscara de Shakespeare. Si Nietzsche ´hubiese publicado Zaratustra con el nombre de Wagner, nadie hubiese sospechado que se trataba del autor de Humano, demasiado humano (el visionario de Zaratustra)`. Pero Wagner no es ni Shakespeare ni Bacon, aunque Nietzsche no dude en asignar a Wagner, con respecto a sí mismo, un papel de sacerdote –comparable al que Shakespeare habría tenido con respecto a Francis Bacon; así asimila el tormento de ellos a los suyos propios. De manera que se identifica con Lord Bacon porque al tener la certidumbre, acepta el delirio: es decir, la realidad visionaria presupone la fuerza para concretar la visión en la realidad. El delirio no está en el acto monstruoso, sino en la certidumbre de que la fuerza para ejecutarlo es previa al poder de su representación. Monstruoso, criminal expresan el ultraje por el que la visión provoca el poder (…) De ahí que una identidad sea esencialmente fortuita y que una serie de individualidades deban ser reconocidas por cada una, para que el carácter fortuito de éstas o aquella las vuelvan necesarias a todas”6. Y por esto el párrafo final del Theatrum Pholosophicum de Michel Foucault (en homenajes múltiples), otro grado de fuerzas severo7.
Resumiendo lo que se ha dicho, el individuo (individuado) desconoce a uno de los múltiples grados que lo componen las tendencias en distensión (es) que no puede dejar de ser; y esto lo desconoce a nivel del grado cognoscitivo (y que es también este grado un tono o tonalidad de tensión buscando liberarse, sólo que su soltura se carga al ritmo más lento (porque vuelve sobre sí, porque re-pulsa o reflexiona) de todos los demás estados individuantes), pero lo intuye y presiente dados todos los otros grados que lo individuan: pérdida y disolución que se siente todo el tiempo, y así la tendencia constante es la de la distracción, buscar compañía, funcionar por afinidades, necesitar de un poco de ruido, no expandirse sino perderse, abandonar la unidad (que no existe), drogarse, “ser” en tanto que fuerza o grado que pulsa, fuerza en relación, pues en sí es imposible el estado tenso, que es siempre necesidad de dis-tender. La distensión (conversión del tender) es tendencia a la desigualdad, distender no es acabar la tensión sino arraigarla; tensión (es) que vuelve sobre sí (no repitiéndose como en la re-pulsión, sino intensificándose, alterándose), y en esto consiste el doble movimiento, doble afirmación1 que conduce a la transmutación, a la transvaloración (y así el “una y otra vez, para siempre” que imprime el tormento del retorno): Liberar la (s) efectuación aglutinante, distensión de intensidad, no por un efecto dilatante expansivo, sino por uno contractivo desigual, aunque a su pesar, dada la respectiva actualización que entonces surge. Cargar la línea, alcanzar la distensión por (in) tensión que se tensa hasta la conversión, y convertirse en algo nuevo, por completo diferente. Una nueva sensibilidad.
Las efectuaciones del pensamiento oscilan entre, o una (s) tensión (es) floja, o una distensión excesiva. Las variaciones cerebrales son las que más confundidas están, volviendo sobre sí en un complejo relacional repulsivo (pulsión que vuelve plegándose), de sentido, velocidad y tiempo impensables, y todo un sistema extenso de actividades físicas ligadas a una exterioridad espacial, la cual imprime también nuevas variaciones. Con todo, el problema radica en los grados de afinidad. Búsqueda de afinidades. El pensamiento lingüístico encuentra en esta búsqueda una confusión, dado el carácter singular de afección-percepción en el que las varianzas cerebrales producen su tensión. Los otros órganos (que no son órganos sino grados de tensión (es)) dan con sus afinidades de manera más directa (procesos de relaciones afines dándose siempre y escapando a toda conciencia), pues no se ejercen sobre sí mismas más que para interrumpir el movimiento extenso, y así desactivarse por completo, por un tiempo. Pero toda efectuación busca su afinidad, cada miembro (que es en realidad afecciones en relación, tensándose), cada singularidad. Todo se liga con lo que debe ligarse (por efectuación deseante), el resto es explicación, efectuación defectuosa en su confusión, pero tal vez la única capaz (las efectuaciones de la tensión cerebrante) de producir los agentes más sólidos, y así la creación, innovación de lo que difiere tras derivar de la transmutación del pensamiento (nuevas relaciones con el afuera temporal del pensamiento, una transformación en su modo de ser, como lo ha expresado Edgar Garavito en su ensayo sobre Michel Foucault2). Adentro y afuera en tanto que áreas, exterior e interior, conciencia como instancia opuesta a la producción inconsciente, sueño y realidad, no significan nada.
Y entonces hay que estar seguros de que no se trata de un oponer el cuerpo a la razón, o considerar los sentimientos por encima del intelecto. No hay nada de eso3. De hecho, son racionalidades y conceptos lo que falta por producir, e insertarlos en las composiciones pulsionales más agudas y sutiles, capilares, hasta que la tensión sea tal que los modos razonantes entren en distensión, y así la distorsión los trastoque, hasta que alcancen en el espacio la velocidad infinita (por carecer de principio y fin) que ya han logrado en el plano de las afecciones inextensas.
Superar principios y fines, dada una agudeza más profunda en la productividad, agudeza que incrementa la noción todavía poco aguda de utilidad. Este es el proyecto más general de Nietzsche-Klossowski, liberación de la finalidad (y sobretodo cuando el fin último actual es la conservación de la especie) por un pensamiento que da vueltas sobre el delirio como si fuera su propio eje. Delirio y lucidez, salud y enfermedad, verdad y mentira consideradas desde la óptica de la decadencia y la elevación, de la nobleza y la vileza, de lo singular y lo gregario, del silencio frente a la comunicación, del impulso tras la buena voluntad, riendo. El silencio y el complot, conspiración nietzscheana que consolida el combate contra la cultura. Con todo, la constante impulsiva que no deja de producir nuevas individuaciones, por un intelecto ya no sólo re-pulsivo sino infinitamente más complejo y vital que el que se confunde con la conciencia humana4: el problema no es con los hombres, el hombre es, a fin de cuentas, algo que debe ser superado5. El mutismo no corresponde al silencio; por mutismo la corporeidad se somete en estados institucionales, médicos y psiquiátricos, que comunicarán lo incomunicable de manera utilitaria, trastocada, para dar con explicaciones y dictámenes a cuyo fondo subyace siempre y de nuevo el mutismo:
“si los ultima verba del profesor Nietzsche se inclinan a la afasia, los médicos verán en eso una confirmación de su principio de realidad: Nietzsche franqueó los límites, cae en la incoherencia, ya no habla, vocifera o se calla. Nadie cae en la cuenta de que la ciencia misma es afásica. Que bastaría que pronunciara su ausencia de fundamento para que ninguna realidad subsistiera –de ahí el poder que recibe y la decide a calcular: es su decisión la que inventa la realidad. Calcula para no hablar bajo pena de caer en la nada. (…) Gracias al mutismo del cuerpo, nos lo apropiamos para mantenerlo en pie y de ello hacemos la imagen de un sentido, de un fin que perseguimos en nuestros pensamientos, en nuestros actos: el de seguir siendo el mismo que creemos ser”6.
El complot que devela el mutismo, la conspiración por la risa en contra de la baja seriedad, en contra de la buena voluntad de fines y utensilios preocupados más por otras cosas que por ellos mismos, tiene carácter de emergencia dado que ésta ocupación en “otras cosas” (“ni el caos, ni el Eterno Retorno persiguen otra cosa que ellos mismos”7), “en los demás”, opera los desconocimientos que dirigen estados de expansión (cuando el problema de los nuevos movimientos y relaciones atañe es a la precisión y a la justeza, no a la justicia) y, por tanto, de encierro. No se trata de expandirse, y unirse todos para crecer, pues toda expansión resulta en torpeza, porque se pierde la capacidad variante y la agilidad para anticipar nuevos estados, nuevas efectos. Es por esto que es denuncia estúpida la que podría hacérsele a Michael Foucault pidiéndole justificación por apelar a la medicina en los momentos de enfermedad tras haberla denunciado y desmantelado de manera tan precisa en libros como, particularmente, La vida de los hombres infames. Pues realmente está muy bien y es indispensable la capacidad curativa (en términos de bienestar físico) médica, pero la medicina y su expansión imperante es objeto, por poco, inquietante.
El Estado médico totaliza y captura cada vez más, dejando los problemas singulares de estados de enfermedad en un segundo, tercer plano. La expansión de los exámenes, aún en la absoluta falta de necesidad, domina progresivamente nuevos territorios, dejando banderas en todos lados, extensión ya casi absoluta, sin ningún afuera con el que limite. La medicina es en nuestros días uno de los más grandes Dioses, Estado que ha perdido su objeto dedicándose a la conquista; primera instancia a la cual hay que rendirle cuentas a la hora de realizar cualquier actividad. Era de esperarse que así fuera, pues ningún otro aspecto más perfecto que el de la salud para servir de medio trasmisor de miedos y sujeciones. La medicina, efecto creador de sujetos por excelencia en estos tiempos.
En esto consiste también el combate tan fuerte de Pierre Klossowski en contra de la ciencia representativa, de la psiquiatría y la doxa, sujeciones que quieren sujetar cada vez más, en un movimiento frontal que por lo mismo pierde todo lo que ocurre a los lados, en los intermedios y los movimientos burlescos que no se quieren dejar abanderar. Expansión, cobertura, comunicación, grados que omiten las eternidades abismales que existen entre cualquier singularidad y una diferente: “fragmento de agosto de 1881 (Sils-Maria): ‘la incesante metamorfosis: en un breve intervalo de tiempo debes pasar por muchos estados individuales. El medio para hacerlo es el combate incesante’. ¿Cuál es ese breve intervalo? No se trata de un instante cualquiera de nuestra existencia, sino de la eternidad que separa una existencia de otra”8.
Frente al psicoanálisis.
Igualmente frontales y lentas son las aproximaciones de la economía política en tanto que especificidad disciplinar, y es por esto que aparece dando por sentado -cual fundamento o constante- lo que hay que explicar, como afirma Marx. Da por supuesto lo que justamente hay que introducir en movimientos de variación, a saber, las bases de la división de trabajo, capital y tierra; y es por esto que oculta u obvia la enajenación esencial laboral, pues omite los intrincados vínculos existentes entre el trabajo y la producción1.
En los manuscritos del 44 se explica la determinación resultante de ese respeto obediente frente a lo que se consideran los cimientos de la apropiación: el individuo queda determinado por la propiedad, determinismo interno equivalente al que resultaba tras la intervención luterana en la religión, después de la cual, en un esfuerzo por superar la religiosidad del entorno, el hombre quedaba determinado por ella en su interioridad. Así Marx, apoyado en un texto de Engels, enseña a Adam Smith como el Lutero de la economía; tanto Smith como Lutero llegaban al núcleo de las fuerzas productivas: en un caso religiosas, libres de toda representación, y en el otro de trabajo, independientes también de toda imagen objetiva (religiosidad pura, indeterminada / trabajo abstracto, sin importar de qué clase se trata). En uno y otro caso, no obstante, hay una vuelta de la abstracción hacia la sujeción en una imagen representativa: “el hombre”, “el trabajador”.
Lo mismo ocurre, como se muestra de manera profunda en El AntiEdipo, con el problema de las fuerzas deseantes y sus relaciones entre el campo social capitalista. Freud, cual Lutero y Smith, llega al corazón del deseo, impersonal, ni subjetivo ni objetivo; pero también, como ellos, lo captura o sujeta en la imagen significante, en el plano de la representación: el padre, la madre, Edipo. Vuelve siempre a la unidad, a la creencia en una base dada, ya explicada. De la creencia en la unidad se deriva, por expansión homogénea, el impulso significante. La grandeza del psicoanálisis consiste en haber introducido en el pensamiento de manera precisa los conceptos de deseo y pulsión, así como una construcción teórica del inconsciente en términos de un aparato psíquico estructural determinando sus modos funcionales concretos. Inconsciente, preconsciente y consciente produciéndose en diversas vías de cuyas relaciones se deriva la administración de la investidura deseante, investidura sometida a alternantes mecanismos de defensa dada su intolerancia en la realidad. Neurosis, psicosis y perversión, estados que manifiestan el conflicto del contenido inconsciente que busca liberarse, dando con la conciencia gracias a una alteración resultante de sus propias leyes de conversión –condensación, desplazamiento- y después de haber pasado por el puente-filtro del preconsciente2.
El psicoanálisis teoriza el conflicto pero se pierde al sistematizar las relaciones estructurales, pues al plantear el inconsciente como un aparato psíquico compuesto por dos polos (polo motor y polo perceptivo, en cuyo intervalo van siendo marcadas las distintas huellas mnémicas correspondientes a las vivencias de satisfacción), introduce en la producción deseante la captura representativa de la imagen explicativa. Sin embargo una de las intenciones del psicoanálisis era la de combatir esta metodología de explicación de carácter descriptivo (sugestivo, y de ahí, entre otras cosas, el reemplazo de la hipnosis por el procedimiento de la asociación libre), y es entonces donde brilla Jacques Lacan, combatiendo la trampa que se puso Freud (su volver a la jaula, así como, al decir de Nietzsche, Kant rompe los barrotes para salir y entrar de nuevo. La jaula es el pensamiento de la representación; Kant la rompe al postular el giro de 180º del conocimiento y concebir el espacio y el tiempo como dos formas de la inmediatez, presentaciones a priori de lo que aparece, atributos del sujeto no empírico -entonces trascendental- y no del exterior circundante. Kant se vuelve a introducir en la jaula al continuar su novedosa trascendencia -de carácter de Ilustración- bajo la naturaleza esencial de la imagen inaccesible que condiciona, así como lo era la Bondad y como lo era Dios. Freud sale de la jaula al teorizar el deseo y la inexistencia e imposibilidad del yo como unidad, pero se introduce de nuevo dada la permanencia de la misma representación: Inconsciente genuino y represión primaria -contenidos para Freud por siempre ocultos, de imposible acceso-, y Edipo como estrategia teatral, agente de detención por excelencia); Lacan combate esta trampa, decíamos, para abordar el problema del deseo inconsciente y del cuerpo deseante en términos de la palabra, del significado y, sobretodo, del sentido.
Lo imaginario y lo simbólico operan lacanianamente a niveles distintos, pero en un sistema de registros correlativo que los implica. Cuando Lacan introduce el concepto de imagen como interpretación de la vivencia intensa, y el símbolo como manifestación de la cadena de significantes de la que se deriva la producción de nuevos sentidos, lo hace para, como bien argumenta Hebe Tizio3, interrogar el grado de repercusión de la instancia que significa sobre el síntoma de quien padece, conservando el carácter de subjetividad mediante la palabra. Vastedad de Jacques Lacan al expresar la existencia del cuerpo sólo tras su devenir-palabra, imagen de cuerpo inexistente, para Lacan, sin la concatenación simbólica que la significa, que se da significado a sí misma, pero que de por sí no es nada, pues se trata de una ligazón de sentidos donde cada cual vale por el otro y en tanto que está el otro que lo signifique.
No se trata, con Lacan, de los significados y los significantes, sino de su carencia, la cual los pondría en movimiento: se trataría así de ir agotando la encadenación de significados (es a esta concepción de nada o vacío, que crearía las relaciones significantes hasta el infinito, a la que Gilles Deleuze responde fuertemente en Lógica del sentido, liberando el pensamiento de esa mala carga que propone la aproximación imposible en busca de lo que carece), hasta alcanzar el estado lingüístico –que es también palabra- no significante: goce pulsional (pues la pulsión –y en esto Lacan sigue a Freud- difiere del instinto, el cual se cumple, mientras que la pulsión se satisface. La pulsión no es el deseo, sino el agente representante de lo somático en lo psíquico4, factor diferencial que liga la fuerza con la forma) o satisfacción libidinal que manifiesta esa nada, ya como afirmación deseante dado su carácter de impulsa, ya como malestar y sufrimiento por su imposibilidad de acceso: palabra no-significante carente de sentido (esbozando ya Lacan, como muestra Tizio, el sin-sentido como estructura, y en esto Lacan dirá que el artista lleva por siempre la partida ganada al psicoanálisis, -sólo que no sabe en verdad por qué lo dice-), concebida por Lacan no como inmanencia de producción sino como muestra de imposibilidad, capaz de dar con el indeseado infinito interpretativo.
Lacan afirma que desde el sin-sentido del significante emerge la significación, palabra encadenada que hace posible la determinación corporal. Palabra, registro simbólico e imaginario; yo-palabra e inconsciente que se estructura por el lenguaje. El sujeto se produce en el lenguaje, y esto conduce al problema de la interpretación. Lacan no le apuesta a una herramienta generadora de nuevos sentidos, pues de lo que se trata es de extenuar la significación, atravesar las imágenes del sentido para aproximarse al goce de la palabra-pulsión, inconsciente literal que crea la nueva palabra por colusión de la materialidad significante (al decir de Tizio). El término colusión posee dos acepciones: o bien el convenio entre varios para actuar sobre otro, o bien signo ortográfico que modifica la letra en la que se sitúa (por ejemplo la diéresis, etc.). Optamos por esta segunda aseveración y no por la primera como lo hace Tizio. Colusión de la materialidad significante indica así alteración de la materialidad, estado alterado de una materia que sale de sí, materia drogada que ya no distingue ni sentido ni principio o fin, dado que en su alteración los ha modificado a todos extrayéndoles el código que los registra y estructura.
En términos de interpretación frente al signo que significa, uno se podría quedar en el debate entre hermenéutica y semiología, debate que el concepto klossowskiano semiótica pulsional (in-significante, insignificante) acaba; pero si ahí estamos, hay que seguir a Michel Foucault, que no es que esté ahí, pero siempre se puede permitir un retorno:
“Si la interpretación no puede acabarse nunca es, simplemente, porque no hay nada que interpretar. No hay nada de absolutamente primario que interpretar pues, en el fondo, todo es ya interpretación; cada signo es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino interpretación de otros signos. (…) Ellas (las palabras) no indican un significado: imponen una interpretación. Por consiguiente no es porque haya signos enigmáticos por lo que estamos consagrados a la tarea de interpretar, sino porque hay interpretaciones, porque nunca cesa de haber por encima de todo lo que habla el gran tejido de las interpretaciones violentas. Es por esta razón que hay signos, signos que nos prescriben la interpretación de su interpretación, que nos prescriben invertirlos como signos (cotidianos, codificados). (…) A partir de Freud, Marx y Nietzsche, me parece que el signo va a llegar a ser malévolo; quiero decir que hay en el signo una forma ambigua y un poco turbia de querer mal y de `mal cuidar`. Y esto en la medida en que el signo es ya una interpretación que no se da por tal. Los signos son interpretaciones que tratan de justificarse, y no a la inversa. (…) La interpretación será siempre de ahora en adelante la interpretación por el `quien`; no se interpreta lo que hay en el significado, sino que se interpreta a fondo: quien ha planteado la interpretación (quien que es también interpretación). El principio de la interpretación no es otro que el de intérprete y éste es tal vez el sentido que Nietzsche a dado a la palabra `psicología`. La interpretación debe interpretarse siempre ella misma y no puede dejar de volver sobre ella misma (la intensidad que vuelve sobre sí). Por oposición al tiempo de los signos (trastocados), que es un tiempo del vencimiento, y por oposición al tiempo de la dialéctica, que es a pesar de todo lineal, se tiene un tiempo de la interpretación (..pasar a otro tiempo…) que es circular. Este tiempo está obligado a pasar por donde ya ha pasado, lo que hace que, en suma, el único peligro que corre realmente la interpretación, pero peligro supremo, son paradójicamente los signos los que se lo hacen correr. La muerte de la interpretación consiste en creer que hay signos que existen como señales coherentes, pertinentes y sistemáticas. (…) Me parece que es preciso comprender muy bien esta cosa que muchos de nuestros contemporáneos olvidan: que la hermenéutica y la semiología son dos enemigos bravíos. Una hermenéutica que se repliega sobre una semiología cree en la existencia absoluta de los signos (significantes): abandona la violencia, lo inacabado, lo infinito de las interpretaciones, para hacer reinar el terror del indicio, y recelar el lenguaje. Reconocemos aquí el marxismo después de Marx. Por el contrario, una hermenéutica que se envuelve en ella misma, entra en el dominio de los lenguajes que no cesan de implicarse a sí mismos, esta región medianera de la locura y del puro lenguaje. Es allí donde nosotros reconocemos a Nietzsche.”5
Interpretación: (im) pulsos lindantes; por esto no es que el sujeto interprete, sino que él es ya interpretación (es). Entonces se distancia el lugar de la oposición entre hermenéutica y semiología, porque esta oposición es solamente interpretación, no estructura (la estructura es interpretación, grado frecuencial). Lo que se interpreta no es la atribución de nuevos significantes, sino las zonas (im) pulsivas múltiples que se producen tras un desplazamiento (inextenso) que transgrede. Después de la gran deuda con Lacan, Klossowski y Foucault se despiden y se van, pues no se trata de eso, porque en todo lo anterior hay sólo la producción de un ritmo (que es multiplicidad) en funcionamiento, ritmo que hay que cargar (tensar) mucho más, ponerlo a variar in crecendo, para que se libere de ese lenguaje designativo y propositivo significante que ensigna sobre los cuerpos para crear nuevas subjetividades, nuevas políticas de sumisión, estados dictatoriales (porque son dilación) que son sólo grados de una intensidad todavía entumecida, que clama la inserción en la movilidad, mar adentro. El sujeto estructural es un grado de intensidad baja, de poco correr vibratorio.
De los sueños al pensamiento.
Pierre Klossowski opta, sobra decirlo, por el simulacro, por la simulación, simulacro del que se van desprendiendo fines y sentidos que pervierte sólo para suscitar nuevos centros de fuerzas1. El intelecto, fuerza confusa, invierte al volver sobre sí las fluctuaciones de intensidad de pulso repitiéndolas, re-produciéndolas, en una repulsión puesta al servicio de la seguridad gregaria y de la especie. ¡Pero qué importa la seguridad de la especie!2: “Se enfrentan dos voluntades de poder, la gregaria y la que, a través de la iniciativa individual, quebranta la gregariedad”3.
El intelecto es repulsivo, re-pulsión que desea perdurar y conservarse, pero no hay nada por conservar, porque el concepto de conservación surge de otra fluctuación, que seguirá oscilando en la excentricidad que no deja de producir. Intelecto y repulsión, el pensamiento repulsa, porque funciona como eco o sobresalto que invierte la onda que lo produce, siendo una ondulación más, pero invertida, sobresaltada. Es necesario ser mucho más repulsivo, y pulsar más intelecto, hasta, literalmente, impulsarlo a la inhumanidad (que ya está ahí, siempre). Liberarse de la carga de la suerte de la humanidad, liberarse de toda especificidad, sacar cada cosa de su función específica, extensa e/o inextensamente. Olvidar que se fuera parte de una especie, Darwin. Antidarwinismo de Nietzsche (en por lo menos tres aspectos: 1º No se trata de las especies, 2º Tampoco de una evolución y 3º No es el más fuerte, sino el débil, los débiles, los que siempre triunfan y quieren permanecer) con miras al desvanecimiento, porque toda conservación especial es torpeza, retención y no salida de lo que se puede para devenir y pasar (afirmar es dar la seña para pasar: pensamiento de la afirmación, no por un optimismo entusiasta, sino porque es algo que atrae o repele tanto que no se le puede negar el paso).
Todo poder es infinito, no por una continuidad específica que se prolongue hacia un fin impensable, sino por absoluta (grados de relatividades) carencia de fin, y por tanto de buen sentido: “Hay que precipitar, en lugar de combatir, el proceso que se desarrolla aparentemente contrario al fin”4. Dejar de creerse especial, y volverse innotable, en una conspiración (complot) contra el gregarismo y todo lo “único”, como la Cultura de Estado, como la medicina estatal (con lo que no se pretende ahora optar por un tipo de medicina alternativa esotérica, pues tales prácticas derivadas de “lo que se cree” en la superstición son una especificidad peor), como el capital filiativo puesto al servicio de los estados globalizantes.
Ocurre igual con el problema de los sueños y de su interpretación. No hay nada que interpretar. No hay que buscar la significación de las imágenes oníricas, pues éstas no representan nada, ninguna especificidad, sino que son, por el contrario, la presentación del movimiento que modula al cerebro con las fuerzas de sensación de luz que lo afectan. Estados de variación continua que manifiestan que la vigilia y el sueño no son tales, que no se trata de estar dormido o despierto, pues ahora sí que la penetración es total, en una multiplicidad mucho más consistente, alucinada e intangible que la que anhelaba André Bretón (ya verdaderamente no hay despertar o dormir, sólo un recorrido ambulante en el que no importa dónde se empieza y donde se acaba- a lo largo, si se quiere, del excelente relato de Cortázar: la noche boca arriba. O, por supuesto, de la monumental obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, pero especialmente la segunda parte, donde la indiscernibilidad entre lo que es real y lo que es escrito se hace por completo inmanente. Por lo demás El Quijote presenta una más aguda intangibilidad, tanto que ni siquiera ha sido escrito en español, sino en árabe, y no por Cervantes, sino por Cide Hamete. Con tales despliegues Miguel de Cervantes se ríe de España, siendo su más profunda afirmación). Por ejemplo (aunque no se trate nunca de analogías, comparaciones posibles o metáforas), Nerval y Aurelia (véase también el sorprendente relato del escritor Franz Silva, Manglar y Metal –cantata náutica-, especialmente el abrumador manejo sintáctico que se hace presente a lo largo del transcurso).
Es por esto que reconocemos en toda escuela que busque “divagar acerca de los sueños” una ineptitud en la realidad (sobretodo en lo real inmóvil, pues ahí los movimientos, los del cerebro, “los del ser”, son sobretodo en variación temporal, y no en espacialidad. Tal vez sea un error creer en el espacio); crear un grupo de estudio sobre ellos es lo mismo que crear todo un movimiento artístico o científico con carácter de importancia social a partir de la distracción, lo cual sería a la larga mucho más profundo e interesante, en lugar de estar armando toda una militancia acerca de lo que se piensa sin darse cuenta. Es decir, si se trata de dar una absoluta relevancia al mundo onírico, tal y como se la dan Freud y el surrealismo, la misma importancia merece el instante de desatención, (el tiempo que se pierde) y no desatención del mundo activo por quedarse pensando en los sueños que se tiene, sino por pérdida de ser (soy), por descentramiento, tendencia impulsiva y olvido de la unidad que se cree cada quien; por conexiones incorpóreas. Sólo entonces nuevas individuaciones (realidades) se van dando, nuevos acontecimientos, fechas y lugares.
Hay, en efecto, diferentes pérdidas o desatenciones (grados alternantes): el divagar sobre los sueños lo es en la torpeza para conectarse con algo nuevo, puesto que frena la actividad (del pensamiento en libertad), porque es un enfatizado pensar sobre lo que se pensó: ponerse a analizarlo y creer en su misterio y profundidad. No más que un juego que, visto a distancia, promueve la representación, la permanencia de lo que ya se dio. Pero si se deja de pensar sobre lo pensado en tiempos de distracción, para simplemente ponerse a pensar, entonces la pérdida difiere: pensamiento en producción y no reproductivo, alterando lo que existe (al interior del cerebro cuando menos –cuando más-).
Nietzsche y Freud.
En por lo menos dos momentos claros de su libro, Pierre Klossowski deja de ser él para volverse otro distinto, por un lado Nietzsche (y es Nietzsche quien toma la palabra en el capítulo Olvido y anamnesis en la experiencia vivida del eterno retorno), y por otro Freud. Éste empieza entonces a analizar los sueños del pequeño Nietzsche1, interpretación que Klossowski-Freud conduce con miras a una perversión interpretativa que resulta por reconocer en el Padre la elevación y en la madre la decadencia, la pesadez (a pesar de Sigmund Freud), los signos de la enfermedad y la muerte. Antes de que cualquier psicoanalista intervenga y reproche, Klossowski-Klossowski regresa e invita a introducirse en nuevos y reales movimientos afectivos (afectantes):
“Pero dejemos el esbozo de un análisis burdo y facilista que utilizara los recuerdos infantiles de Nietzsche (el sueño), los juveniles (el espectro), la delectación morbosa de Euforión, para bosquejar un “complejo” en el que el padre (Dios Padre) se volviese el minotauro (con los rasgos de Wagner); la madre (no Franzisca Nietzsche) y la hermana (no Elisabeth) fuesen Ariadna (con los rasgos de Cósima) mientras que la madre Nietzsche y su hermana Elisabeth serían las representantes rivales y punitivas de esa regresión”2.
Al hablar de estados afectivos, de afectos, no se trata de algún tipo de particularidad o sentimiento, sino de una carga o investidura (por completo en términos psicoanalíticos), un monto o cantidad variable, por tanto cualidad cambiante a medida que se efectúa y relaciona. El grado que afecta se liga así con el problema del deseo, de los grados apetentes, deseo y apetencias que tampoco tienen absolutamente nada que ver ni con una disposición biológica ni con un “yo deseo tal cosa” o “me apetece esto o quiero esto otro”. No. Las buenas voluntades son sólo lo que cuelga y va detrás del desear en tanto que apetencias inconscientes que sin tener idea de nada se quieren, ligan y producen lo real como sea que se vaya dando. Efectuaciones apetentes que figuran no sólo formas de representación, sino también, por un querer plural que potencia inclinaciones, conexiones que en términos representativos pueden parecer contradictorias. De nuevo, no hay contradicciones de ningún tipo, sólo grados querentes, querencias y acoplamientos3. Lo que se quiere no remite a una premeditación, sino a un efectuarse que, en tanto que se produce, pone en manifiesto que se ha deseado, deseo (impersonal) aún en el desconocimiento, en contra de todo interés.
Efectuaciones querentes, inclinantes, que por apetencias inconscientes (desconocidas, incluso voluntariamente no queridas) de creación dan toda la razón a Michel Foucault cuando demuestra que una sociedad no se contradice nunca; puede estar cargada de asesinatos, de opresión y pobreza, de explotación y crimen, pero en tanto que todo eso existe, es porque se desea y crea en un proceso relacional apetente plural, que desnuda lo que en realidad subyace a toda humanidad, naturaleza o artificio (recordemos a Reich citado en el Anti-Edipo con unas palabras que en verdad no quieren ser oídas: el fascismo es deseado, querido, y así todo lo que ha ocurrido, ya sea favorable o desfavorable. ¿A quienes? A cada quien). En éstos términos caben por igual las certeras elucidaciones de Jorge Luis Borges: Arriesgo esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado. Hitler de un modo ciego, colabora con los inevitables ejércitos que lo aniquilarán, como los buitres de metal y el dragón (que no debieron de ignorar que eran monstruos) colaboraban, misteriosamente, con Hércules4.
Natural y artificial son sólo grados, apetencias en relación no terminal, deseantes y activas, siempre activas, a través de toda la reactividad que producen. Sería falso ver en todo esto un pesimismo o incluso una justificación. No hay nada por justificar. El deseo sigue, las efectuaciones inclinantes continúan su marcha, arrastrando individuos, masas civilizaciones enteras. En realidad no hay ni ha habido períodos históricos, sólo apetencias, efectuaciones apetentes colectivas que dan los rasgos de tal o cual período, de tal o cual Estado (rasgos determinados después, así sea instantes después). Edad Media, Renacimiento e Ilustración, grados masivos de apetencias produciendo la realidad cambiante e histórica.
No hay nada natural o de carácter biológico en las relaciones apetentes, así como los procesos de ensamblaje por querer deseante, afectivo (mutante), no se dan desde una espontaneidad azarosa. El interés es puro grado de afección, y así la conciencia y la voluntad pensada. Lo que se piensa natural es ya artificial en tanto que desconoce todo descender biológico reproductivo, filiativo, el cual en el fondo es inexistente. ¿Se cree que esto no ocurre así por el hecho de que los hombres tienen niños, las llamadas especies crías iguales, las plantas y los árboles plantas y arboles por procesos ya sea de siembra, ya de germinación “natural”? Sólo se trata de esperar que el tiempo pase, o de concebir estos procesos desde otra temporalidad. Es un problema de temporalidades, tiempos que desconocen toda métrica de una cabeza humana y que desmienten por completo cualquier tipo de creación biológica filial.
La carga afectiva no corresponde a la pesadez de un sobrepeso, sino todo lo contrario, pues es cargándose que la realidad se libera, se aligera creando nuevas inclinaciones y tendencias (sociales, históricas, cósmicas). Hablar de potencias y efectos no es en términos de derivados de causas primeras ni de formaciones en vías de convertirse en actos. Toda potencia es ya actuación (a distintos niveles de fuerza) y toda causa primera es efecto en relación. No se trata de cosas que se deriven de, sino de la exclusiva existencia de grados potentes y efectos relativos que se apetecen y se inclinan hacia tal o cual zona o región blanca figurando todo tipo de cosas que ya se llamarán como sea que se les quiera dar un nombre. Así de lo diminuto a lo excesivo. Es, en voz de Klossowski, el complot, el combate de Nietzsche que confronta y mina siempre desde un estado secreto: “El complot dictamina el perfecto estado de extrañeza del hombre para consigo mismo y su vida a medida que se inserta como un caso más que incrementa una forma de gregarismo: supergregarismo sometido a los métodos dictados por los objetos mismos y los modos de producción con sus leyes de crecimiento y consumo”5. Extrañeza de sí, por tanto, encierro y total dependencia de uno y hacia uno (y ser maleable, pura maleabilidad). No tanto desconocimiento de lo que se es en términos esenciales del tipo conócete a ti mismo socrático, o sí, sólo que entendiendo por conocerse el límite móvil que conduce a la inexistencia de un uno mismo por conocer; sólo entonces es posible “llegar a ser lo que se es”. No se trata de esencias, sino de una acentuación de frecuencia y dimensiones cambiantes, que se libera porque se deja de buscar, para comenzar a buscar cambiar las frecuencias y dimensiones que lo relacionan y exteriorizan en las apetencias y querencias que lo crean y que crea a medida que se afirma y se sabe (siente) fuerza en relación alucinada. Una y otra vez.
El desconocimiento y por tanto búsqueda de la unidad esencial, búsqueda encaminada a un buen fin de libertad, sólo produce la fijación en sí, la sujeción eventualmente acomplejante, la inmovilidad vacía y mortuoria de la que se van derivando los pobres vicios solitarios del resentimiento, del recelo y las, en términos de D. H. Lawrence, masturbaciones de encierro que sólo desencadenan sentimientos de vergüenza e inutilidad:
“Si mi vida consiste en un mero girar de ese círculo vicioso de encierro en el yo, de masturbadora conciencia de mi mismo, no tiene ningún valor para mí. Si mi vida individual ha de estar encerrada dentro de la enorme y corrompida mentira de la sociedad de hoy (y de hoy, y de hoy,…), la mentira de la pureza y del sucio secretito, entonces tampoco tiene valor para mí. Ser libre es la mayor de las realidades. Pero significa, por encima de todo, liberarse de las mentiras. Significa, en primer término, liberarme de mí mismo, de la mentira de mí mismo, de la mentira de mi importancia exclusiva hasta para mí mismo: significa liberación de estar pendiente de mí mismo, del elemento masturbador que personifico en mí mismo. (…) Tenemos que ser suficientemente conscientes y autoconscientes para conocer nuestros propios límites y ver con claridad el gran impulso que partiendo de nuestro mundo interior lo trasciende. En ese momento dejamos de interesarnos fundamentalmente por nosotros mismos. En ese momento aprendemos a abandonarnos a la espontaneidad en todos los centros afectivos; a no forzar nunca nuestra sexualidad. Luego lanzaremos la gran arremetida contra la mentira exterior, liquidada ya la mentira interior. La libertad y la lucha por la libertad no son más que todo eso”6
Liberadas tales cargas pesadas, surge, ligeramente, la producción que transforma lo existente y actualiza una novedad, un nuevo pueblo, varios. Todo esto teniendo en cuenta, como lo ha mostrado Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (fórmula que luego retomaría Nietzsche), que la aparición de lo nuevo siempre devela su carácter de innovación hacia la mitad de su transcurso, pues antes va cubierto de capas de pasado y sucesos ya presentes en el plano al interior del cual pasa y en el que paulatinamente, silenciosamente, pacientemente, aparece.
PABLO GARCIA ARIAS
1 Cf. Marx, K, Manuscritos de economía y filosofía, ed. Alianza, Madrid. 1989. p. 54.
2 Cf. Spinoza, B. Ética, ed. Alianza, Madrid. 1998. p. 262-280. Deleuze y Guattari, Mil mesetas, ed. Pre-Textos, Valencia. 1994. p. 260, 261. Pardo, J. L., Violentar el pensamiento, ed. Cincel. Madrid, 1990. p. 176
3 Cf. Deleuze, G., Diferencia y repetición, ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2002. p. 280, 281. Y Pardo, J. L., Op. Cit., p. 148
4 Cf. Pardo, Op, Cit, p. 150
5 Ibidem.
6 Diagama, C., Heráclito y el devenir, en: Nietzsche, el Estado y la guerra. Revista-Documentos 2, ed. Carpe Diem, Bogotá, 2000. p. 117-125. Artículo que expresa una novedad trascendental del pensamiento heracliteano, su efecto en el plano del lenguaje, planteamientos implícitos en la obra del filósofo efesio acerca de las relaciones que descubren la continuidad del movimiento de la materia mediante movimientos discontinuos de la lengua. El Logos o la diferencia singular que registra la dimensión temporal del medio, ni más ni menos.
7 Cf. Lezama Lima, J. Paradiso, ed. Colección archivos. Edición crítica, Cintio Vitier, coordinador, Colombia, 1984.
8 El ateismo del concepto, la transversal que hace que “resulte vano intentar distinguir lo que es racional de lo que es irracional en una sociedad”: Deleuze, G. y Guattari, F, El AntiEdipo, ed. Paidos. Barcelona, 1995. p. 356. Y, de los mismos autores, ¿Qué es la filosofía?, ed. Anagrama. Barcelona, 1997. p. 93, 94.
9 Deleuze, G. Op. Cit. p. 311
10 Nietzsche, F. La Gaya ciencia, 240 - Junto al mar. ed. Akal, S. A., Barcelona. 1988. p. 195.
11 Blanchot, M. El espacio literario, Kafka y la exigencia de la obra, ed. Paidos, Buenos Aires, 1969. p. 68-69.
1 Marx, Op. Cit., p. 68-69.
2 Klossowski, P. Nietzsche y el círculo vicioso. págs 67-68. El paréntesis es nuestro.
3 Nietzsche, F. Op. Cit, 310- Voluntad y ola. p. 227
4 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra, De la chusma, ed. Planeta-Agostini, Barcelona, 1992 y La genealogía de la moral, ed. Alianza, Madrid. 1994. p. 184.
5 Deleuze, G. y Guattari, F. Mil mesetas, ed. Pre-Textos, Valencia. 1994. p. 250
6 Pierre Klossowski, Op. Cit., p. 198, 199, 210
7 “…diferencia que no dejaba prever nada y que sin embargo hace volver como máscaras de sus máscaras a Platón, Duns Scoto, Spinoza, Leibniz, Kant, todos los filósofos. La filosofía no como pensamiento, sino como teatro: teatro de mimos con escenas múltiples, fugitivas e instantáneas donde los gestos, sin verse, se hacen señales: teatro donde, bajo la máscara de Sócrates, estalla de súbito el reír del sofista; donde los modos de Spinoza dirigen un anillo descentrado mientras que la sustancia gira a su alrededor como un planeta loco; donde Ficthe cojo anuncia `yo fisurado/yo disuelto`; donde Leibniz, llegado a la cima de la pirámide, distingue en la oscuridad que la música celeste es el Pierrot Lunar. En la garita de Luxembourg, Duns Scoto pasa la cabeza por el anteojo circular; lleva unos considerables bigotes; son los de Nietzsche, disfrazado de Klossowski”.
1 “..La afirmación sólo tiene por objeto a sí misma. Pero precisamente es el ser en tanto que es en sí mismo su propio objeto. La afirmación como objeto de la afirmación: éste es el ser. En sí misma y como primera afirmación, es devenir. Pero es el ser en tanto que es objeto de otra afirmación que eleva el devenir al ser o que extrae el ser del devenir. Por eso la afirmación en todo su poder es doble: se afirma la afirmación”. (Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, ed. Anagrama, Barcelona. 1994. p. 260.)
2 Ver Garavito, E. Tiempo y espacio en el discurso de Michel Foucault, ed. Carpe Diem, Bogotá. 1991.
3 Pues “la razón”, “la objetividad”, son pasiones, y de las más fuertes. De ahí el diagnóstico del filósofo: “…se ha inventado una nueva forma de esclavitud, ser esclavo de sí mismo, o la pura razón, el Cógito. ¿Hay algo más pasional que la razón pura? ¿Hay una pasión más fría y más extrema, más interesada, que el Cógito?”: Deleuze, G. y Guattari, F. Mil mesetas, Sobre algunos regímenes de signos, Ed. Pre-Textos, Valencia, 1994. p. 134.
4 Cfr. Pierre Klossowski, Op, Cit., pág 43.
5 Friedrich Nietzsche, Zaratustra, Op, Cit., pág 26.
6 Pierre Klossowski, Op, Cit., págs. 11, 42.
7 Ibídem, pág. 51.
8 Ibídem, pág. 74.
1 Cfr. Marx, K. Op. Cit., p. 104- 108.
2 Cfr. Freud, S. Neuropsicosis de defensa, Obras Completas, Amorrortu, Vol. III, Buenos Aires. 1980.
3 Tizio, H. Lacan y la cultura hoy, Operar con la palabra, Asociación de Revistas culturales Españolas, La página. Nº 45-46. 2001 p. 55.
4 Freud, S. El yo y el ello, Obras completas, Biblioteca Nueva. Madrid. 1968.
5 Foucault, M. en Nietzsche, Freud, Marx, Nietzsche 125 años, ECO Revista de la Cultura de Occidente. Bogotá-Colombia. 1969. p. 645, 646, 647 Los paréntesis son nuestros. Véase también, acerca de cómo la interpretación volcada sobre lo significante deviene impotencia deudora, Deleuze y Guattari, 587 a. J. C.- Sobre algunos regímenes de signos, Mil mesetas, Op, Cit., p. 120: “significancia e interpretosis son las dos enfermedades de la tierra o de la piel…”
1 Cfr. Pierre Klossowski, Op. Cit., pág. 136.
2 Ibídem, pág 137.
3 Ibídem, pág 136.
4 Ibídem, pág 161.
1 Véase el capítulo Consulta a la sombra paterna.
2 Ibídem, pág 190.
3 Diagama, C. Op, Cit.: “Es preciso entender que el término ´acoplamientos` no expresa simple y llanamente las conexiones y las disyunciones entre las cosas. Conexión y disyunción son aspectos necesarios del acoplamiento, pero no son suficientes para constituirlo si se conciben al margen de un mismo movimiento, es decir, si se piensan en una situación estática. Un acoplamiento es, por tanto, un movimiento singular que actualiza la conexión de dos o más cosas, al mismo tiempo que las diferencia”. p. 121.
4 Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones, Anotación al 23 de Agosto de 1944, Círculo de Lectores, Barcelona. 1976.
5 Pierre Klossowski, Op, Cit., pág 167.
6 D. H. Lawrence, Pornografía y Obscenidad, Cuadernillos para el Tercer Milenio, Bogotá. 1996. p. 80, 81. Los paréntesis son nuestros.